La Esfera de Kandra - Морган Райс 2 стр.


De repente, Lucas entró en el despacho.

—¡Ya vienen los guardias, pequeña alimaña!

Se lanzó hacia Oliver pero Oliver se apartó de un salto. Miró a su alrededor de forma frenética, en busca de la amenaza. No tenía mucho tiempo para salvarle la vida a Armando. ¿Qué podía ser?

—¡Vuelve aquí! —espetó Lucas.

Armando dio un salto atrás cuando Oliver pasó a toda prisa por delante de él, se deslizó por debajo del escritorio y apareció al otro lado. Lucas alargaba el brazo hacia él pero el ancho escritorio hacía de barrera. Se lanzó hacia Oliver, golpeando el escritorio una y otra vez con sus frenéticos intentos por atraparlo.

Entonces fue cuando Oliver lo vio. A un lado del escritorio había una taza de café que lo estaba salpicando todo con los movimientos de Lucas. Y ahora Armando estaba alargando el brazo para evitar que se derramara. Pero había un extraño brillo reluciente en su superficie.

«¡Veneno!»

Oliver saltó encima del escritorio y dio un puntapié. La taza de café salió volando de las manos de Armando. Se hizo añicos en el suelo y de ella se formó un charco de líquido marrón.

—¿Qué está pasando? —exclamó Armando.

Lucas cogió a Oliver por las piernas y tiró. Oliver cayó y fue a parar encima del escritorio con un fuerte golpe.

—¡Es VENENO! —intentaba gritar, pero Lucas le tapaba la boca con las manos.

Oliver daba golpes y puntapiés al anciano para intentar soltarse.

Justo entonces, unos guardias entraron a toda prisa en la habitación.

—Llevaos a este chico —dijo Lucas.

Oliver le mordió la mano.

Lucas se echó hacia atrás y gritó de dolor. Oliver dio un salto desde el escritorio e iba a toda prisa de izquierda a derecha para intentar escapar de los guardias. Pero no sirvió de nada. Lo atraparon y le retorcieron bruscamente los brazos detrás de la espalda. Empezaron a llevarlo a empujones hacia la puerta.

—¡Armando, por favor, escúcheme! —gritó Oliver con insistencia—. ¡Lucas está intentando matarte!

Lucas cuidaba de su mano dolorida. Estrechó los ojos mientras arrastraban a Oliver hacia la puerta.

—Absurdo —dijo con desprecio.

Justo entonces, Oliver vio un pequeño ratón que había salido de las sombras del rincón a toda prisa. Olfateó el café derramado en el suelo.

—¡Mira! —gritó Oliver.

Armando desvió la mirada hacia el ratón. Este lamió el café derramado. A continuación, en un instante, todo su cuerpo se quedó tieso y rígido.

Cayó sobre un costado, muerto.

Todos se quedaron helados. Los guardias dejaron de arrastrar a Oliver.

Todos se giraron hacia Armando.

Armando miró fijamente a Lucas y, poco a poco, su expresión cambió. Se convirtió en una incómoda. Una mirada de traición.

—¿Lucas? —preguntó con la voz afligida, incrédulo.

Lucas se sonrojó por la vergüenza.

El rostro de Armando se endureció y, lentamente, señaló con el dedo a Lucas.

—Lleváoslo —ordenó a los guardias.

Inmediatamente, los guardias soltaron a Oliver y fueron a por Lucas.

—¡Esto es una locura! —chilló Lucas mientras ellos inmovilizaban sus brazos detrás de su espalda—. ¡Armando! ¿Vas a creer a este niño esquelético antes que a mí?

Armando no dijo nada mientras los guardias se llevaban a Lucas.

La cara del anciano se retorcía por la rabia. Gritaba y parecía igual de enloquecido que había estado Hitler cuando Oliver rompió su bomba.

—¡Esto no ha terminado, Oliver Blue! –exclamó—. ¡Un día te atraparé!

Después lo arrastraron hasta la puerta y desapareció de la vista.

Oliver soltó un suspiro de alivio. Lo había conseguido. Había salvado la vida a Armando.

Levantó la mirada hacia el viejo inventor, que estaba allí en el caos de su despacho y parecía estupefacto y aturdido. Durante un largo instante, se aguantaron la mirada el uno al otro.

Entonces, finalmente, Armando sonrió.

—He esperado mucho tiempo para volverte a ver.

CAPÍTULO DOS

Malcolm Malice apuntó con su ballesta. Se aseguró. Y a continuación la soltó.

Cortó el aire a la velocidad del rayo antes de dar de lleno en la diana. Un tiro perfecto. Malcolm sonrió de oreja a oreja.

—Excelente trabajo, Malcolm —dijo el entrenador Royce—. No esperaría menos de mi alumno estrella.

Lleno de orgullo, Malcolm le devolvió la ballesta y fue a colocarse al lado del resto de sus compañeros. Estos estrecharon los ojos y lo miraron con envidia.

—El alumno estrella —imitó alguien.

Hubo una tímida risa.

Malcolm ignoró sus burlas. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Solo llevaba unos cuantos meses en los Obsidianos pero ya había dejado atrás a chicos que llevaban años aquí. Era un vidente poderoso. Atómico –el tipo más fuerte, con una mezcla rara de cobalto y bromo.

Así que, ¿qué más daba si ninguno de los otros chicos quería pasar el rato con él? Él ya no tenía amigos antes de venir a los Obsidianos. Si se quedaba así, no cambiarían mucho las cosas para Malcolm. De todos modos, no estaba aquí por la amistad. Estaba aquí para sobresalir, para convertirse en el mejor vidente posible, de modo que cuando llegara el momento, pudiera hacer polvo a esos fracasados de Amatista.

De repente, notó que algo chocaba contra la parte de atrás de la cabeza. le escocía y, por instinto, se llevó la mano hacia allí. Cuando la apartó, vio una abeja muerta en su mano.

Alguien había usado sus poderes sobre él. Se giró bruscamente, buscando con una mirada asesina al culpable. Candice apenas ocultaba su sonrisa de satisfacción.

Malcolm estrechó los ojos.

—Fuiste tú.

—Solo fue una picada de abeja —respondió ella con dulzura.

—Sé que fuiste tú. Tienes una especialidad biológica. Si alguien lo hizo, fuiste tú.

Candice encogió los hombros inocentemente.

El entrenador Royce tocó las palmas con fuerza.

—Malcolm Malice. La vista al frente. Que puedas hacer esto con facilidad no significa que puedas enredar mientras tus compañeros lo intentan. Un poco de respeto.

Malcolm metió las mejillas para dentro. La injusticia escocía tanto como lo había hecho la abeja.

Malcolm intentó concentrarse en sus compañeros mientras estos se iban turnando para practicar su puntería. Era un día encapotado habitual en los Obsidianos, con una ligera niebla colgando en el aire, que lo volvía todo neblinoso. El gran campo de juegos se extendía hasta la impresionante mansión que era la Escuela de Videntes de la Señorita Obsidiana.

Candice se preparó para disparar. La flecha pasó volando por encima del blanco y Malcolm no pudo evitar sonreír por su mala suerte.

—Esta es exactamente la habilidad que tienes que perfeccionar —gritó el Entrenador Royce—. Cuando se trata de luchar contra los videntes de Amatista, este es el tipo de maestría que los deja destrozados de verdad. Están tan centrados en sus especialidades de vidente, que lo han olvidado todo sobre las buenas armas anticuadas.

Las esquinas de la boca de Malcolm tiraron un poco más hacia arriba. Disfrutaba con tan solo pensar en dar una patada a los videntes ñoños de la escuela del Profesor Amatista. Estaba impaciente hasta el día en que, por fin, estuviera cara a cara con uno de esos fracasados. Entonces les demostraría quién manda de verdad. Les demostraría por qué la mejor escuela era la de los Obsidianos. Por qué merecía ser la única escuela para videntes.

Justo entonces, Malcolm vio que algunos de los chicos de segundo curso salían a los campos de juego, con palos de hockey en las manos. Entre ellos vio a Natasha Armstrong. Estaba en las clases privadas a las que él había asistido en la biblioteca, las que eran para alumnos dotados como él. A pesar de que con doce años era el más joven de allí, los demás eran amables con él. Especialmente Natasha. No se burlaban de él por ser inteligente. Y ella compartía con él el mismo odio hacia el Profesor Amatista.

Natasha dio un vistazo y saludó con la mano. En sus mejillas aparecieron unos bonitos hoyuelos. Malcolm le devolvió el saludo con la mano y notó que tenía las mejillas más calientes.

Justo entonces, Malcolm oyó la voz aterciopelada de Candice susurrándole a la oreja—. Ay, mira. Malcolm está colado.

Malcolm mantuvo la mirada hacia delante e ignoró sus burlas. Candice estaba siendo cruel porque él había despreciado sus progresos. Su rencor nacía de los celos –de que una chica mayor, una tan hermosa y talentosa como Natasha Armstrong, pudiera interesarse por él.

Mientras la otra clase empezaba su partido de hockey, Malcolm alzó la vista hacia la impresionante mansión victoriana de la Escuela de los Obsidianos, hasta la torrecilla de arriba del todo. Solo podía distinguir la oscura silueta de la Señorita Obsidiana en la ventana. Estaba mirando a sus estudiantes. Entonces fijó su mirada en él.

Él sonrió para sí mismo. Sabía que lo estaba controlando. Era a él a quien había elegido personalmente para una misión especial. Mañana iba a tener una reunión con la misma Señorita Obsidiana. Mañana ella le contaría los detalles de su misión especial. Hasta entonces, podía aguantar a los abusones y las burlas. Pues pronto él sería su héroe. Pronto, el todos los videntes de todas las líneas de tiempo conocerían el nombre de Malcolm Malice. Él saldría en todos los libros de historia.

Pronto, sería conocido en todo el universo como el que destruyó la Escuela de Videntes de una vez por todas.

CAPÍTULO TRES

El alivio fluía por el cuerpo de Oliver. Después de todo, Armando se acordaba de él. A pesar de todas las acciones del pasado que cambiaron esta línea de tiempo, su héroe no había olvidado quién era él.

—¿Me… me recuerda? —tartamudeó Oliver.

Armando fue andando hacia él. Caminaba más erguido, con la barbilla más alta. Iba mejor vestido, con un pantalón de vestir oscuro y una camisa que transmitía confianza en sí mismo. Este no era el mismo Armando que había dado refugio a Oliver la noche de la tormenta; el hombre encorvado, dejado y callado que había pasado décadas viviendo bajo la etiqueta de “chiflado”. Este era un hombre que mantenía la cabeza alta con orgullo.

Le dio una palmadita en el hombro a Oliver.

—Recuerdo hace años, en 1944, que tú me dijiste que en setenta años todo tendría sentido. Y ahora todo lo tiene. Lucas ha ido tras mi espalda durante años —Apartó la mirada con una expresión afligida— Pensar que me quería muerto.

Oliver sintió un pinchazo de dolor. Armando había confiado en Lucas y Lucas le había traicionado de la peor manera que se pueda imaginar.

—Pero eso ahora está en el pasado —respondió Armando—. Gracias a ti.

Oliver notó una ola de orgullo. Entonces recordó su conversación con el Profesor Amatista. Todavía no había terminado. Había más trabajo por hacer. El trabajo de un vidente era una tarea sin fin. Y su destino se entrecruzaba con el de Armando. Pero no sabía de qué manera.

Pensar en el Profesor Amatista provocó una pizca de dolor en el corazón de Oliver. Tocó el amuleto con los dedos. Estaba frío como el hielo. Regresar a la Escuela de Videntes no era una opción. Probablemente no volvería nunca. Nunca volvería a ver a sus amigos: Walter, Simon, Hazel, Ralph y Ester. Nunca volvería a jugar al switchit o a andar por los pasillos que sujetaba el árbol del kapok.

Armando le dedicó una sonrisa amable.

—Ya que técnicamente nunca nos hemos conocido, quizá debería presentarme. Soy Armando Illstrom, de Illstrom’s Inventions.

Oliver se sacudió su triste ensimismamiento. Le dio la mano a Armando y notó cómo el calor se extendía por todo su cuerpo.

—Yo soy Oliver Blue. De…

Hizo una pausa. ¿De dónde era ahora? Ni de la Escuela de Videntes, ni de la fábrica en su nueva realidad donde Armando y él nunca se habían conocido. Y, mucho menos, ni de su casa en Nueva Jersey con los Blue, que ahora sabía que no eran sus verdaderos padres.

Con tristeza, añadió:

—En realidad, no sé de dónde soy.

Alzó la mirada hacia Armando.

—¿Quizá sea esta tu verdadera misión, Oliver Blue? –dijo Armando con voz suave y firme—. ¿Encontrar tu lugar en el mundo?

Oliver dejó que las palabras de Armando calaran. Pensó en sus padres verdaderos, el hombre y la mujer que se le aparecían en sus visiones y sueños. Quería encontrarlos.

Pero estaba confundido.

—Pensaba que mi misión al volver era salvarle a usted —dijo.

Armando sonrió.

—Las misiones tienen múltiples capas —respondió él—. Salvarme y descubrir quién eres en realidad –no se excluyen la una a la otra. Al fin y al cabo, es tu identidad la que te llevó hasta mí para empezar.

Oliver reflexionó sobre ello. Quizá tenía razón. Quizá su regreso en el tiempo no era tan sencillo como una misión; quizá estaba destinado a una serie de misiones.

—Pero ni siquiera sé por dónde empezar —confesó Oliver.

Armando se dio golpecitos en la barbilla. De repente, se le iluminaron los ojos.

Fue a toda prisa hacia uno de sus muchos escritorios, chasqueando los dedos.

—Claro, claro, claro.

Oliver estaba perplejo. Observaba con curiosidad mientras Armando rebuscaba en un cajón. A continuación, se puso derecho y se dirigió a Oliver.

—Aquí.

Fue hacia allí y colocó un objeto circular de bronce en las manos de Oliver. Oliver lo examinó. Parecía antiguo.

—¿Una brújula? —preguntó, levantando una ceja.

Armando negó con la cabeza.

—En la superficie, sí. Pero es mucho más. Un invento que nunca he sido capaz de descifrar.

Oliver la miraba con asombro y a las miles de esferas y símbolos extraños de su superficie.

—Entonces ¿para qué la tiene?

—La dejaron en los escalones de mi fábrica —dijo Armando—. No había ninguna nota que explicara de dónde venía. En el paquete estaba mi nombre, pero ahora me doy cuenta de que no era a mí a quien iba dirigido. Mira en el otro lado.

Oliver giró la brújula. Allí, grabadas en el bronce, estaban las letras O.B.

Oliver se quedó sin aliento y casi se le cayó la brújula. Alzó rápidamente la mirada para encontrarse con la de Armando.

—¿Mis iniciales? —dijo—. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Por qué alguien le iba a enviar algo que iba dirigido a mí?

Armando respiró profundamente.

—Se suponía que yo era el guía de un vidente, Oliver. Tú. Al principio lo entendí mal y pensé que era Lucas. Pero cuando tú llegaste en 1944 y me mostraste tus poderes, me di cuenta de mi error. Después de eso fui prudente y esperé a que un vidente viniera a mí. Oliver, esta brújula la dejaron en el umbral de mi puerta hace once años. El dos de diciembre.

Oliver dijo con la voz entrecortada:

—Es mi cumpleaños.

Armando dio el golpe de gracia.

—Ahora creo que lo dejaron tus padres.

Oliver sintió como si le hubieran dado un puñetazo. No podía creerlo. ¿Realmente tenía un trocito de ellos en sus manos? ¿Algo que les había pertenecido y que habían mandado a Armando para que lo custodiara?

Susurró en voz baja:

—¿Mis padres?

Seguramente era una señal. Un regalo del mismo universo.

—¿Qué le hace estar tan seguro de que era de ellos? —preguntó Oliver.

—Mira las manecillas —dijo.

Oliver bajó la mirada. Vio que entre las más de doce manecillas, una señalaba directamente a un símbolo. A Oliver, el símbolo le recordaba a los jeroglíficos egipcios por su estilo, dibujos raspados en líneas negras. Pero lo que representaban estaba claro. Un hombre y una mujer.

Ahora Oliver no tenía ninguna duda. Decididamente era una señal.

—¿Qué más sabe? —le preguntó a Armando—. ¿Les vio dejar el paquete? ¿Dijeron algo? ¿Dijeron algo sobre mí?

Armando negó tristemente con la cabeza.

—Me temo que no sé nada más, Oliver. Pero tal vez esto te ayudará a guiarte en tu misión para descubrir de dónde vienes realmente.

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