La Esfera de Kandra - Морган Райс 5 стр.


Ellos también lo vieron. La chica odiosa que llevaba el pelo en unas austeras trenzas empezó a sonreír. Dio un codazo al chico larguirucho y pecoso que había mirado con regocijo mientras Chris tenía a Oliver en una llave de cabeza. Hasta donde ellos sabían, el día anterior habían perseguido a Oliver durante una tormenta, obligándole a esconderse en un cubo de basura. Verlos sonreír hizo que apretara los dientes en una repentina ola de furia.

Chris también levantó la mirada. Cualquier rastro del miedo que había mostrado hacia Oliver cuando estaban en su comedor había desaparecido, ahora que estaba rodeado por sus amigos abusones.

Incluso desde la otra punta del comedor, Oliver pudo leer en los labios de Chris sus palabras mientras les decía a sus amigos:

—Oh, mirad, es la rata ahogada.

Oliver concentró toda su atención en su mesa. A continuación, accedió a sus poderes de vidente.

Sus bandejas empezaron a subir flotando de la mesa. La chica se echó atrás de un salto en la silla, completamente aterrorizada.

—¿Qué está pasando?

El chico pecoso y el chico regordete también se levantaron de golpe. parecían igual de atemorizados y hacían ruidos de susto. Chris se levantó de un salto de la silla. Pero no parecía asustado. Parecía furioso.

A lo largo de toda la mesa, otros estudiantes empezaron a girarse para ver de qué iba aquel escándalo. Cuando vieron que las bandejas se elevaban en el aire como por arte de magia, todos empezaron a sentir pánico.

Oliver subió las bandejas más, más y más. Después, cuando estaban más o menos a la altura de la cabeza, las inclinó.

Sus contenidos cayeron como la lluvia encima de las cabezas de los abusones.

«A ver cuánto os gusta estar cubiertos de porquería» —pensó Oliver.

El caos estalló en el comedor. Los chicos empezaron a chillar, corriendo por todas partes, empujándose los unos a los otros con prisas por llegar a la salida. Uno de los torturadores de Oliver –cubierto de puré de patata de pies a cabeza-resbaló con las judías que habían caído. Derrapó en el suelo e hizo tropezar a otro que estaba corriendo.

A través del caos, Oliver vio que Chris estaba en el otro extremo del comedor, con los ojos entrecerrados y clavados en Oliver. Se le puso la cara roja por la rabia. Hinchó toda su corpulencia para tener un aspecto más amenazador.

Pero Oliver no se sentía en absoluto amenazado. Ni en lo más mínimo.

—¡Tú! —vociferó Chris—. ¡Sé que eres tú! ¡Siempre lo has sido! Tienes poderes raros, ¿verdad? ¡Eres un friqui!

Fue a toda velocidad hacia Oliver.

Pero Oliver ya estaba dos pasos por delante. Lanzó sus poderes hacia fuera y cubrió el suelo bajo los pies de Chris con aceite espeso y resbaladizo. Chris empezó a bambolearse, después se tambaleó y, finalmente, patinó. No pudo mantener el equilibrio y cayó de culo. Patinó por el suelo, deslizándose a toda prisa hacia Oliver como si estuviera en un tobogán de agua.

Oliver abrió la puerta de salida de un empujón. Chris pasó deslizándose por delante de él y la atravesó, chillando todo el rato. Deslizándose, llegó al patio y siguió hacia delante, montado en el tobogán invisible de Oliver, hasta que desapareció a lo lejos.

—¡Adiós! —gritó Oliver, saludando con la mano.

Con suerte, esta sería la última vez que vería a Christopher Blue.

Cerró de un portazo las puertas y se dio la vuelta.

Con la cabeza en alto, Oliver se abrió paso a través del caótico comedor y anduvo con confianza por los pasillos del Campbell Junior High. Nunca se había sentido mejor. Nada podía superar esa sensación.

Cuando llegó a la salida, abrió de un empujón con ambas manos las dobles puertas principales. Una ráfaga de aire limpio y fresco le golpeó. Respiró profundamente, sintiéndose fortalecido.

Y entonces fue cuando la vio.

A pie de las escaleras y mirando hacia arriba había una figura solitaria. Con el pelo negro. Los ojos verde esmeralda.

Oliver no podía creerlo. El corazón le dio un brinco, de repente estaba latiendo a un kilómetro por segundo en su pecho. Su cerebro empezó a dar vueltas mientras desesperadamente intentaba entender cómo… por qué…

Empezaron a sudarle las manos. Se le secó la garganta. Un escalofrío de emoción le recorrió la espalda.

Pues allí delante de él había una visión de belleza.

Era nada más y nada menos que Ester Valentini.

CAPÍTULO SEIS

—¿Ester? —exclamó Oliver.

La cogió por los hombros, empapándose de la visión de cada trocito de ella. No podía creer lo que estaba viendo.

—Oliver —Se dibujó una sonrisa en la cara de Ester. Lo rodeó con sus brazos—. Te encontré.

Su voz era muy dulce, como la miel. Era como una canción para su oído. Oliver la abrazó con fuerza. Era maravilloso envolverla con sus brazos. Pensaba que nunca la volvería a ver.

Pero, inmediatamente, se apartó de ella, sobresaltado de repente.

—¿Por qué estás aquí?

Ester le lanzó una sonrisa pilla.

—En la escuela hay una máquina del tiempo. Escondido dentro del árbol del Kapok. Vi que había una X pequeña grabada allí y, como en todas las entradas que solo pueden usar los profesores hay una X, imaginé que eso significaba que allí dentro había una entrada. Así que cotilleé un poco, vi que algunos profesores desaparecían, y entendía que dentro debía de haber una máquina del tiempo. De uso estrictamente prohibido para los estudiantes, por supuesto.

Oliver negó con la cabeza. Estaba claro que la genialmente prodigiosa Ester Valentini encontraría una máquina del tiempo escondida. Pero nadie viajaría a través de una sin una muy buena razón, ¡en especial no a una línea de tiempo que no es la suya! Por lo que Oliver había aprendido en la Escuela de Videntes, pasar una cantidad significativa de tiempo en la línea temporal equivocada sobrecargaba mucho el tiempo. De hecho, él se había sentido muy raro al viajar a la suya.

Por no hablar del sacrificio. No había ninguna garantía de que volviera. A Oliver, dejar la Escuela de Videntes le había roto el corazón y solo lo había hecho para salvarle la vida a Armando. Así que algo debía de haber llevado a Ester hasta aquí. Una cruzada, quizás. Una misión. ¿Tal vez la escuela volvía a estar en peligro?

—¿No cómo? —dijo Oliver—. ¿¡Por qué!?

Para gran sorpresa de él, Ester hizo una sonrisa de satisfacción.

—Me prometiste una segunda cita.

Oliver se quedó parado, frunciendo el ceño.

—¿Quieres decir que viniste aquí por mí?

No podía comprenderlo. Ester podría no regresar. Podía estar atrapada para siempre en la línea de tiempo equivocada. ¿Y lo había hecho por él?

Se le sonrojaron las mejillas. Intentó ignorarlo, sintiéndose más tímida—. Pensé que necesitarías ayuda.

Aunque no podía entenderlo, Oliver estaba agradecido por el sacrificio que había hecho Ester. Puede que estuviera atrapada para siempre en al línea de tiempo equivocada y lo había hecho por él. Se preguntaba si eso significaba que lo quería. No se le ocurría otra razón por la que alguien pasara por eso.

El pensamiento le hizo sentir una calidez por todo el cuerpo. Cambió rápidamente de tema, pues de repente se sintió tímido y vergonzoso.

—¿Cómo te fue el viaje por el tiempo? —preguntó—. ¿Llegaste aquí sin ningún daño?

Ester se dio golpecitos en la barriga.

—Me encontré un poco mal. Y me dio un dolor de cabeza horrible. Pero ya está.

Justo entonces, Oliver se acordó del amuleto. Lo sacó de debajo de su mono.

—El Profesor Amatista me dio esto antes de irme.

Ester tocó el amuleto con los dedos.

—¡Un detector de portales! Se calientan cuando estás cerca de un agujero espacio-temporal, ¿verdad? —Sonrió despreocupadamente—. Un día, esto nos podría guiar de vuelta a la Escuela de Videntes.

—Pero desde que llegué aquí está frío como el hielo —dijo Oliver con tristeza.

—No te preocupes —le dijo ella—. No tenemos ninguna prisa. Tenemos todo el tiempo que queramos —Sonrió pillamente por su propio chiste.

Oliver también se rio.

—Tengo una nueva misión —le contó Oliver.

Ester abrió los ojos como platos emocionada.

—¿En serio?

Él asintió y le mostró la brújula. Ester la miró con asombro.

—Es preciosa. ¿Qué significa?

Oliver señaló a las manecillas y a los extraños símbolos jeroglíficos.

—Me llevará hasta mis padres. Estos símbolos representan algunos lugares y personas. ¿Ves?, estos son mis padres —Señaló a la manecilla que no se había movido nunca, la que estaba fija en la imagen de un hombre y una mujer dándose las manos.

—Parece que estas otras manecillas se mueven dependiendo de dónde tenga que ir a continuación.

—¡Oh, Oliver, qué emocionante! ¡Tienes una misión! ¿A dónde te va a llevar a continuación?

Él señaló a la hoja de olmo.

—A Boston.

—¿Por qué a Boston?

—No estoy seguro —respondió Oliver, guardándose la brújula en el bolsillo de su mono—. Pero tiene relación con encontrar a mis padres.

Ester deslizó la mano dentro de la de él y sonrió.

—Entonces vayamos.

—¿Vas a venir conmigo?

—Sí —Sonrió tímidamente—. Si me dejas.

—Por supuesto.

Oliver sonrió. Aunque no entendía del todo cómo Ester estaba tan tranquila con el hecho de que podía quedarse atrapada en la línea de tiempo equivocada para siempre, su presencia le animaba el espíritu. De repente, todo parecía mucho más esperanzador, mucho más como si el universo lo estuviera guiando. La misión para buscar a sus padres sería mucho más agradable con Ester a su lado.

Bajaron las escaleras, dejando Campbell Junior High detrás de ellos y se marcharon en dirección a la estación de tren, andando uno al lado del otro. Oliver sentía la mano de Ester suave en la suya. Era muy reconfortante.

A pesar de que era un día frío de octubre, Oliver no sentía frío en absoluto. Solo estar con Ester le abrigaba. Era muy bueno verla. Pensaba que nunca más lo haría. Pero no podía evitar preocuparse por si era un espejismo que podía desaparecer en cualquier momento. Así que mientras caminaban, no dejaba de mirarla para asegurarse de que era real. Cada vez, ella le regalaba su dulce y tímida sonrisa y él sentía otra explosión de calor en el pecho.

Llegaron a la estación de tren y se dirigieron a la plataforma. Oliver nunca había comprado un billete de tren y la máquina de billetes parecía muy desafiante. Pero entonces se acordó de que él solito había desactivado una bomba así que, sin duda, podía adivinar cómo funcionaba una máquina de billetes.

Compró dos billetes para Cambridge en Boston y seleccionó la opción billete de ida ya que no tenía ni idea de si regresaría alguna vez a Nueva Jersey o no. El pensamiento le preocupaba.

El tren a Cambridge iba a durar más de cuatro horas. Vieron que estacionaba en el andén, subieron y buscaron un vagón tranquilo en el que pudieran sentirse cómodos durante el largo viaje.

—¿Cómo están todos en la escuela? —preguntó Oliver—. ¿Ralph? ¿Hazel? ¿Walter? ¿Simon?

Ester sonrió.

—Están bien. Todos te echamos de menos, por supuesto. Walter mucho, de hecho. Dice que el switchit no es lo mismo sin ti.

Oliver notó que una triste sonrisa tiraba de sus labios. Él también echaba mucho de menos a sus amigos.

—¿Y la escuela? —preguntó—. ¿Está segur? ¿Algún ataque más?

Sintió escalofríos al recordad cuando Lucas había dirigido a los videntes canallas en su ataque a la escuela. Y a pesar de que él había saboteado a Lucas en su línea temporal, tenía la sensación de que no era la última vez que vería al malvado anciano.

—No ha habido más ataques de murciélagos con los ojos brillantes —dijo ella con una sonrisa.

Oliver pensó en ese horrible momento durante su cita. Estaban paseando por los jardines –Ester le hablaba de su vida y su familia, de crecer en Nueva Jersey en los setenta - cuando el ataque los interrumpió.

Oliver caía ahora en la cuenta de que nunca habían terminado su conversación. Nunca había vuelto a tener la oportunidad de descubrir quién era Ester Valentini antes de que entrara en la Escuela de Videntes.

—Somos del mismo barrio, ¿verdad? —le preguntó.

Ella pareció sorprenderse de que lo preguntara.

—Sí. Solo con unos treinta años de diferencia.

—¿No se te hace extraño? ¿Estar en un lugar que conoces tan bien pero viendo cómo es en el futuro?

—Después de la Escuela de Videntes ya nada se me hace extraño —respondió ella—. Me preocupa más tropezarme conmigo misma. Estoy seguro de que ese tipo de cosas podrían hacer que el mundo se colapsara.

Oliver pensó en sus palabras. Recordó cómo el viejo Lucas había estado envenenando la mente del joven Lucas para hacerle hacer su voluntad.

—Creo que no hay ningún problema siempre y cuando no te des cuenta de que eres tú. Tiene sentido, ¿verdad?

Cruzó los brazos con fuerza en su cintura.

—Prefiero no arriesgarme.

Oliver vio que su gesto se volvía serio. Debía de haber algo escondido detrás de su mirada.

—Pero ¿no tienes curiosidad? —preguntó—. ¿Por ver a tu familia? ¿Por verte a ti misma?

Ella dijo que no con la cabeza repentinamente.

—Tengo siete hermanos, Oliver. Lo único que hacíamos era pelear, especialmente porque yo era la rarita. Y lo único que hacían mamá y papá era discutir por mí, por qué problema tenía yo —Hablaba en voz baja y llena de melancolía—. Estoy mejor fuera de todo eso.

Oliver se sentía mal por ella. Aun con lo terribles que eran su propia vida en casa y su educación, él tenía una profunda compasión por cualquiera que lo hubiera pasado mal.

Pensó en que todos los chicos de la escuela estaban solos, apartados de su familia para formarse. En ese momento, se había preguntado por que ninguno de ellos parecía solo o nostálgico. Quizá fuera porque ninguno de ellos venía de un hogar feliz. Quizá ser vidente implicaba que se separaran del resto, volvía recelosos a sus padres e infelices sus hogares.

Entonces Ester alzó la mirada hacia él.

—Tus verdaderos padres. ¿Estás seguro de que te aceptarán tal y como eres?

Oliver se dio cuenta de que ni tan solo había pensado en ello. Para empezar, lo habían abandonado, ¿verdad? ¿Y si se habían asustado tanto con su extraño bebé que lo habían dejado y se habían ido corriendo?

Pero entonces recordó las visiones en las que sus padres habían venido hacia él. Eran cariñosos. Amables. Agradables. Le habían dicho que lo amaban y que siempre estaban con él, observando, guiando. Él estaba seguro de que estarían encantados de reunirse con él.

¿O no?

—Estoy seguro —dijo. Pero, por primera vez, no estaba tan seguro. ¿Y si toda esta misión estaba mal concebida?

—¿Y qué harás cuando los encuentres? —añadió Ester.

Oliver reflexionó sobre sus palabras. Debía de haber alguna buena razón por la que lo habían abandonado de bebé. Alguna razón por la que no habían venido a buscarlo. Alguna razón por la que actualmente no estaban en su vida.

Miró a Ester.

—Esa es una buena pregunta. Sinceramente, no lo sé.

Se quedaron en silencio, el tren los balanceaba suavemente de un lado a otro mientras atravesaba el paisaje.

Oliver miró por la ventana cuando la histórica Boston apareció ante su vista. Se veía maravillosa, como sacada de una película. Una ola de emoción lo abrumó. Aunque puede que no supiera lo que haría cuando encontrara a su madre y a su padre verdaderos, estaba impaciente por encontrarlos.

Justo entonces, una voz anunció por el altavoz:

—Próxima parada: Boston.

CAPÍTULO SIETE

Cuando el tren paró en la estación, Oliver sintió que su pecho daba un brinco por la emoción. Él nunca había viajado –los Blue nunca iban de vacaciones- así que estar en Boston era muy emocionante.

Ester y él bajaron del tren y se dirigieron hacia la muy concurrida estación. Tenía un aspecto lujoso con columnas de mármol y esculturas esparcidas por todas partes. Gente con trajes formales pasaban por allí a toda velocidad hablando en voz alta en sus móviles. A Oliver, todo eso le parecía bastante agobiante.

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