La Noche del Valiente - Морган Райс 2 стр.


Duncan asintió al estar pensando lo mismo.

“Es por eso que dividiremos nuestras fuerzas,” respondió. “La mitad de nosotros cabalgará hacia el Barranco, y la otra mitad irá al norte para atacar al ejército norteño de Ra. Tú los guiarás.”

Kavos lo miró, sorprendido.

“Si vamos a liberar a Escalon, lo haremos todo al mismo tiempo,” añadió Duncan. “Tú guiarás la batalla en el norte. Llévalos a tu tierra natal, a Kos. Lleva la batalla a las montañas. Nadie puede pelear tan bien como tú en esos lugares.”

Kavos asintió, claramente gustándole la idea.

“¿Y tú, Duncan?” le preguntó con preocupación en su voz. “Tan escasas como sean mis probabilidades en el norte, tus probabilidades en el Barranco son mucho peores.”

Duncan asintió y sonrió. Tomó el hombro de Kavos.

“Mejores probabilidades de gloria, entonces,” le respondió.

Kavos sonrió con admiración.

“¿Y qué hay de la flota Pandesiana?” interrumpió Seavig, dando un paso adelante. “Ahora mismo controlan el puerto de Ur. Escalon no será libre mientras controlen el mar.”

Duncan asintió y puso una mano en el hombro de su amigo.

“Es por eso que tú tomarás a tus hombres y te dirigirás a la costa,” respondió Duncan. “Usa nuestra flota secreta y navega hacia el norte, de noche, siguiendo el Mar de los Lamentos. Navega hasta Ur y, con la suficiente astucia, tal vez puedas derrotarlos.”

Seavig lo miró, tomándose la barba y con osadía y audacia en sus ojos.

“Te das cuenta de que tendremos una docena de barcos contra mil,” respondió él.

Duncan asintió, y Seavig sonrió.

“Sabía que había una razón por la que me agradabas,” le dijo Seavig.

Seavig montó a su caballo y, con sus hombres detrás de él, avanzó sin decir otra palabra, llevándolos hacia el desierto y cabalgando hacia el oeste hacia el mar.

Kavos dio un paso adelante, tomó el hombro de Duncan y lo miró a los ojos.

“Siempre supe que ambos moriríamos por Escalon,” dijo. “Pero no sabía que moriríamos de una manera tan gloriosa. Será una muerte digna de nuestros antepasados. Te agradezco por eso, Duncan. Nos has dado un gran regalo.”

“Y yo a ti,” respondió Duncan.

Kavos se dio la vuelta, les hizo una señal a sus hombres y, sin decir otra palabra, se montaron en sus caballos y empezaron a cabalgar hacia el norte, hacia Kos. Todos avanzaron gritando y dejando una gran nube de polvo al pasar.

Eso dejó a Duncan solo con varios cientos de hombres, todos mirándolo en busca de dirección. Se dio la vuelta y los miró.

“Leifall se acerca,” dijo al verlos venir en el horizonte. “Cuando lleguen, cabalgaremos juntos hacia el Barranco.”

Duncan fue a subirse a su caballo cuando, de repente, una voz cortó el aire:

“¡Comandante!”

Duncan se dio la vuelta y se quedó impactado por lo que vio. Desde el este se acercaba una sola figura, caminando hacia ellos por el desierto. El corazón de Duncan se aceleró al verla. No era posible.

Sus hombres abrieron camino mientras se acercaba. El corazón de Duncan dejó de latir y lentamente sintió los ojos llenársele de lágrimas de alegría. Apenas podía creerlo. Ahí, acercándose como una aparición en el desierto, estaba su hija.

Kyra.

Kyra caminó hacia ellos, sola, con una sonrisa en el rostro y directo hacia él. Duncan estaba desconcertado. ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué estaba haciendo aquí? ¿Estaba sola? ¿Había caminado todo el camino? ¿Dónde estaba Andor? ¿Dónde estaba su dragón?

Nada de esto tenía sentido.

Pero ahí estaba, en carne y hueso; su hija había regresado. Al verla sintió como si su alma fuera restaurada. Todo en el mundo se sintió bien, aunque fuera por un momento.

“Kyra,” dijo él acercándose con emoción.

Los soldados se hicieron a un lado mientras Duncan avanzaba, sonriendo, extendiendo sus brazos y deseando poder abrazarla. Ella también sonreía y extendía sus brazos avanzando hacia él. El saber que ella seguía con vida hizo que toda su vida valiera la pena.

Duncan dio los pasos finales, emocionado por abrazarla, y cuando ella llegó hasta él, él la envolvió con sus brazos.

“Kyra,” dijo él con lágrimas. “Estás viva. Has regresado a mí.”

Podía sentir las lágrimas cayendo por sus ojos, lágrimas de alegría y alivio.

Pero al abrazarla, de manera extraña, ella estaba inmóvil y en silencio.

Lentamente Duncan se dio cuenta de que algo andaba mal. Pero a medio segundo de poder darse cuenta, su mundo se llenó de un agudo dolor.

Duncan jadeó perdiendo el aliento. Sus lágrimas de alegría rápidamente se convirtieron en lágrimas de dolor al ver que no podía respirar. No podía procesar lo que estaba pasando; en lugar de un amoroso abrazo, sintió un frío acero atravesándole las costillas y siendo empujado hacia adentro. Sintió algo caliente que brotaba bajando por su estómago, y se quedó entumecido, incapaz de respirar o pensar. El dolor era tan agudo, tan punzante, tan inesperado. Miró hacia abajo y vio una daga en su corazón, y se quedó completamente impactado.

Volteó hacia Kyra, la miró a los ojos y, aunque el dolor era horrible, el dolor de su traición era mucho peor. El morir no le molestaba, pero el morir en manos de su hija lo estaba haciendo pedazos.

Al sentir que el mundo empezaba a dar vueltas debajo de él, Duncan parpadeó, consternado, tratando de entender por qué la persona que más amaba en el mundo lo había traicionado.

Pero Kyra simplemente sonrió, mostrando ningún remordimiento.

“Hola padre,” dijo ella. “Me alegra verte de nuevo.”

CAPÍTULO DOS

Alec estaba en la boca del dragón, sosteniendo la Espada Incompleta con manos temblorosas, aturdido mientras la sangre del dragón caía sobre él como una cascada. Miró por entre las filas de dientes afilados, cada uno tan grande como él, y se preparó mientras el dragón se desplomaba directamente sobre el mar. Sintió que su estómago se le subía a la garganta mientras las aguas congeladas de la Bahía de la Muerte se acercaban cada vez más. Sabía que si el impacto no lo mataba, entonces sería aplastado por el peso del dragón muerto.

Alec, aún sorprendido por haber podido matar a esta gran bestia, sabía que el dragón, con todo su peso y velocidad, se hundiría hasta el fondo de la Bahía de la Muerte llevándoselo con él. La Espada Incompleta podía matar a un dragón; pero ninguna espada podría detener este descenso. Y lo que era peor, las fauces del dragón empezaban a cerrarse encima de él mientras los músculos de la mandíbula se relajaban, convirtiéndose en una jaula de la que Alec nunca podría escapar. Sabía que tenía que actuar pronto si quería tener una oportunidad de sobrevivir.

Mientras la sangre caía sobre su cabeza desde el paladar de la boca del dragón, Alec sacó la espada y, antes de que la boca se cerrara por completo, se preparó y saltó. Gritó mientras caía por el aire helado no sin que antes los dientes afilados le rasgaran la espalda cortando su piel, y por un momento su camisa se atoró en uno de los dientes y pensó que no lo lograría. Detrás de él escuchó que las grandes mandíbulas se cerraban y cortaban el pedazo de tela, y por fin cayó libremente.

Alec se agitaba al caer por el aire, ya listo para que lo recibieran las peligrosas y negras aguas debajo.

De repente sintió el impacto y se quedó congelado al sentir las frías aguas, de una temperatura tan baja que se quedó sin aliento. Lo último que vio al ver hacia arriba fue el cuerpo muerto del dragón cayendo cerca de él, a punto de chocar con la bahía.

El cuerpo del dragón golpeó la superficie con un tremendo impacto, enviando grandes olas de agua en todas direcciones. Afortunadamente no había caído sobre Alec, y la ola se elevó y lo alejó de su cuerpo. Elevó a Alec unos veinte pies de altura antes de detenerse y, para el horror de Alec, empezó a succionar todo a su alrededor en un remolino gigante.

Alec nadó con todas su fuerzas, pero no podía alejarse. A pesar de sus esfuerzos, lo siguiente que supo fue que era succionado por el vasto remolino hacia las profundidades.

Alec nadó lo mejor que pudo sin soltar la espada muy en lo profundo, pateando y hundiéndose en las aguas congeladas. Pateó con desesperación tratando de ir a la superficie siguiendo el resplandor del sol, y mientras lo hacía, vio que tiburones inmensos empezaban a nadar hacia él. Alcanzó a ver el casco del barco flotando en la superficie y supo que solo tenía poco tiempo para poder llegar si es que quería sobrevivir.

Alec finalmente salió a la superficie con un último esfuerzo, jadeando por aire; un momento después sintió manos fuertes que lo tomaban. Miró hacia arriba y vio que Sovos lo subía al barco, y un segundo después ya estaba en el aire aferrándose a la espada.

Pero sintió movimiento y, al voltear hacia un lado, vio a un inmenso tiburón rojo que se dirigía a su pierna. Ya no había tiempo.

Alec sintió la espada vibrando en su mano, diciéndole qué hacer. Era algo que nunca antes había sentido. Giró y gritó mientras la bajaba con todas sus fuerzas con ambas manos.

A esto le siguió el sonido del acero cortando la carne, y Alec vio con sorpresa cómo la Espada Incompleta cortaba al enorme tiburón en dos. Las aguas rojas rápidamente se llenaron de tiburones que se comían los pedazos.

Otro tiburón saltó hacia su pierna, pero esta vez Alec sintió que lo levantaban con fuerza y cayó fuertemente sobre la cubierta.

Se dio la vuelta y gimió cubierto de contusiones y golpes, y respiró agitadamente, aliviado y completamente empapado. Alguien de inmediato lo cubrió con una manta.

“Como si matar a un dragón no fuera suficiente,” dijo Sovos sonriendo de pie a su lado y pasándole una botella de vino. Alec tomó un gran trago y sintió el calor en su estómago.

El barco estaba lleno de soldados, todos emocionados y en estado caótico. Alec no se sorprendió; después de todo no era común que un dragón fuera derribado por una espada. Miró a su alrededor y vio entre la multitud a Merk y Lorna, claramente también rescatados de las aguas. Merk le dio la apariencia de ser un truhan, posiblemente un asesino, mientras que Lorna era hermosa, con una calidad etérea. Ambos estaban empapados y parecían confundidos y felices de seguir con vida.

Alec notó que todos los soldados lo miraban, pasmados, y lentamente se puso de pie, también perplejo, al darse cuenta de lo que acababa de hacer. Miraban hacia la espada que seguía goteando agua y después hacia él, como si fuera un dios. No pudo evitar voltear hacia la espada el mismo, sintiendo el peso de esta en su mano como si fuera una cosa viviente. Examinó el misterioso y brillante metal como si fuera un objeto extraño y vio en su mente el momento en el que había apuñalado al dragón, en su impresión al ver que atravesaba su piel. Se quedó maravillado con el poder de su arma

Pero tal vez más que eso, Alec no pudo evitar preguntarse quién era él. ¿Cómo era él, un simple muchacho de una simple aldea, capaz de matar a un dragón? ¿Qué era lo que le tenía preparado el destino? Empezaba a sentir que este no sería un destino ordinario.

Alec escuchó el sonido de mil mandíbulas y miró por la barandilla a un grupo de tiburones rojos que se comían el cuerpo del tiburón muerto flotando en la superficie. Las aguas negras de la Bahía de la Muerte eran ahora color rojo sangriento. Alec vio el cuerpo flotante y finalmente comprendió que en realidad había pasado. De alguna manera había matado a un dragón. El único en todo Escalon que lo había conseguido.

El cielo se llenó de chillidos y Alec vio a docenas de dragones más volando en la distancia, respirando grandes columnas de fuego y deseando venganza. Mientras lo veían, algunos parecían temerosos de acercarse. Algunos se separaron de la manada al ver a su compañero dragón muerto y flotando en el agua.

Pero otros chillaron con furia y bajaron directamente hacia él.

Al verlos descender, Alec no esperó. Corrió hacia la popa, se subió a la barandilla y los enfrentó. Sintió el poder de la espada pasando dentro de él, animándolo, y dándole una nueva determinación de acero. Sentía como si la espada lo estuviera impulsando. Él y la espada ahora eran uno.

El grupo de dragones descendió directamente hacia él. Los guiaba uno inmenso de brillantes ojos verdes que rugía mientras arrojaba fuego. Alec levantó la espada al sentir el valor que le daba la vibración en su mano. Sabía que el mismísimo destino de Escalon estaba en juego.

Alec sintió una oleada de valor que nunca antes había sentido mientras él mismo dejaba salir un grito de batalla; al hacerlo, la espada de iluminó. Un intenso estallido de luz salió disparado y se elevó, deteniendo el muro de fuego a mitad del cielo. Este continuó hasta que hizo que las flamas cambiaran de dirección, y mientras Alec empujaba con la espada de nuevo, el dragón chilló al ver que su propia columna de fuego lo envolvía. Convirtiéndose en una gran bola de fuego, el dragón chilló y se agitó mientras caía y se hundía en las aguas.

Otro dragón bajó volando, y de nuevo Alec levantó la espada para detener el muro de fuego y lo mató. Otro dragón vino por abajo y, al hacerlo, extendió sus garras tratando de levantar a Alec. Alec se dio la vuelta dando un golpe y se sorprendió al ver que la espada le cortaba las patas. El dragón chilló y Alec atacó de nuevo cortándole el costado y ocasionándole una gran herida. El dragón se desplomó sobre el océano y, al agitarse sin poder volar, fue atacado por un grupo de tiburones.

Otro dragón, uno rojo y pequeño, voló bajo por el otro lado abriendo sus mandíbulas. Mientras lo hacía, Alec dejó que sus instintos actuaran y dio un salto en el aire. La espada le dio poder y saltó más alto de lo que podía imaginar, pasando por encima de la cabeza del dragón y cayendo en su espalda.

El dragón chilló y se sacudió, pero Alec se sostuvo con fuerza. No pudo quitárselo de encima.

Alec se sintió más fuerte que el dragón, capaz de dominarlo.

“¡Dragón!” le gritó. “¡Te ordeno! ¡Ataca!”

El dragón no tuvo opción más que darse la vuelta y volar hacia arriba, directo hacia la manada de dragones que todavía venían hacia él. Alec los encaró sin miedo, volando para enfrentarlos y extendiendo la espada frente a él. Cuando se encontraron en el cielo, Alec atacó con la espada una y otra vez, con un poder y velocidad que no sabía que poseía. Cortó el ala de uno de los dragones; después le cortó la garganta a otro; después apuñaló a otro en un costado del cuello; después dio vuelta y cortó la cola de otro. Uno a uno los dragones se desplomaron del cielo, cayendo en las aguas y creando un remolino en la bahía debajo.

Alec no se detuvo. Atacó a la manada una y otra vez, volando en el cielo sin retroceder. Atrapado en el torbellino, apenas se dio cuenta de que los pocos dragones que quedaban se dieron la vuelta chillando y se alejaban temerosos.

Alec apenas podía creerlo. Dragones. Temerosos.

Alec miró hacia abajo. Vio lo alto que volaba sobre la Bahía de la Muerte, vio cientos de barcos, la mayoría en llamas, y vio a miles de troles que flotaban muertos. También la isla de Knossos estaba en llamas, y su gran fortaleza en ruinas. Era una impresionante escena de caos y destrucción.

Alec detectó a su flota y le ordenó al dragón que bajara. Cuando se acercaron, Alec levantó su espada y la introdujo en la espalda del dragón. Este chilló y empezó a caer, y cuando se acercaron al agua, Alec saltó y cayó en las aguas junto al barco.

Inmediatamente lanzaron cuerdas y ayudaron a Alec a subir de nuevo.

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