Y lo que fue más extraño, al acercarse Aidan pudo reconocer la figura particular de la chica. Vio su capa de gamuza y cuero, sus altas botas negras, su bastón en la mano, su cabello largo color rubio claro, su rostro orgulloso distintivo, y parpadeó confundido.
Kyra.
Su confusión siguió creciendo. Al verla caminar, vio la forma de su marcha y la forma en que sostenía los hombros, y supo que había algo extraño. Se miraba como ella, pero no lo era. No era la hermana con la que había pasado toda su vida, con la que había leído libros apoyado en su regazo.
Aún a cien yardas de distancia, el corazón de Aidan se aceleraba al sentir cada vez más nerviosismo. Bajó su cabeza, pateó a su caballo para que acelerara y cabalgó tan rápido que apenas si podía respirar. Tenía una terrible premonición, un sentimiento de muerte inminente al ver a la chica acercarse a Duncan.
“¡PADRE!” gritó.
Pero desde ahí sus gritos eran apagados por el viento.
Aidan galopó más rápido, separándose del resto del grupo y bajando a toda velocidad. Miró con impotencia cómo la chica se acercaba para abrazar a su padre.
“¡NO, PADRE!” gritó él.
Estaba a cincuenta yardas de distancia, después cuarenta, después treinta; pero aún muy lejos como para poder hacer algo.
“¡BLANCO, CORRE!” le ordenó.
Blanco avanzó corriendo incluso más rápido que el caballo. Pero aun así Aidan sabía que no llegaría a tiempo.
Entonces lo vio suceder. Para el horror de Aidan, la chica sacó una daga y la encajó en el pecho de su padre. Los ojos de su padre se ensancharon y cayó de rodillas.
Aidan sintió que él también era apuñalado. Sintió que todo su cuerpo se colapsaba dentro de él al nunca haberse sentido tan impotente. Todo había pasado tan rápido que los hombres de su padre estaban estupefactos y confundidos. Nadie sabía qué estaba pasando. Pero Aidan lo sabía; lo había sabido desde un principio.
Aún a veinte yardas de distancia, Aidan desesperadamente sacó la daga que Motley le había dado de su cinturón, se inclinó hacia atrás y la lanzó.
La daga giró por el aire reflejando la luz del sol y dirigiéndose hacia la chica. Ella sacó la daga, sonriendo, y se preparó para apuñalar a Duncan otra vez; pero entonces la daga de Aidan llegó a su objetivo. Aidan se sintió aliviado al ver que le había atravesado la mano, al verla gritar y soltar su arma. No fue un grito de este mundo, y ciertamente no era de Kyra. Quienquiera que fuese, Aidan la había expuesto.
Se dio la vuelta y lo miró y, al hacerlo, Aidan miró con horror cómo su rostro se transformaba. La apariencia femenina fue reemplazada por un grotesco rostro masculino que crecía a cada segundo. Los ojos de Aidan se agrandaron por la sorpresa. No era su hermana. Se trataba del Grande y Sagrado Ra.
Los hombres de Duncan se quedaron perplejos al verlo. De alguna manera, la daga en su mano había interrumpido la ilusión, había destruido la hechicería utilizada para engañar a Duncan.
Al mismo tiempo Blanco saltó hacia él, atravesando el aire y cayendo sobre el pecho de Ra con sus grandes patas, derribándolo hacia atrás. Gruñendo, el perro atacó su cuello y utilizó sus garras. Le cortó el rostro tomando a Ra completamente por sorpresa y evitando que pudiera prepararse para atacar a Duncan de nuevo.
Ra, peleando en la tierra, miró hacia el cielo y gritó unas palabras, algo en un lenguaje que Aidan no pudo entender y claramente invocando un hechizo antiguo.
Y entonces, de repente, Ra desapareció en una esfera de polvo.
Todo lo que quedó fue su daga ensangrentada en el suelo.
Y ahí, en un charco de sangre, estaba el cuerpo inmóvil del padre de Aidan.
CAPÍTULO OCHO
Vesuvius cabalgaba hacia el norte por el campo, galopando en un caballo que había robado después de matar a un grupo de soldados Pandesianos, y ahora creando un alboroto casi sin detenerse al destruir aldea tras aldea asesinando mujeres y niños inocentes. En algunos casos pasaba por una aldea para conseguir comida y armas; en otros, tan solo por el placer de matar. Sonrió ampliamente al recordar prenderle fuego a una aldea tras otra, quemándolas por completo él solo. Dejaría su marca en Escalon en cualquier lugar por el que pasara.
Al salir de la última aldea Vesuvius gruñó y lanzó una antorcha encendida, observando con satisfacción mientras caía en otro techo y se incendiaba otra aldea. Salió de esta regocijándose. Era la tercera aldea que quemaba en una hora. Las quemaría todas si pudiera, pero tenía asuntos urgentes. Encajó sus tacones en el caballo y estaba determinado a unirse a sus troles y guiarlos en el último trecho de la invasión. Lo necesitaban ahora más que nunca.
Vesuvius cabalgó y cabalgó, cruzando las grandes planicies y entrando en la parte norteña de Escalon. Sintió que su caballo empezaba a cansarse, pero eso solo lo hizo encajarle más profundo sus tacones. No le importaba si lo cabalgaba hasta la muerte; de hecho, esperaba que así fuera.
Mientras el sol empezaba a bajar en el cielo, Vesuvius pudo sentir que su nación de troles estaba cerca y lo esperaban; podía olerlo en el aire. Le dio gran felicidad el pensar en su gente finalmente de este lado de Las Flamas en Escalon. Pero al avanzar, se preguntó por qué sus troles no estaban ya más al sur saqueando todo el terreno. ¿Qué los detenía? ¿Eran sus generales tan incompetentes que no podían hacer nada si él?
Vesuvius finalmente salió libre de una gran extensión de bosque, y al hacerlo, su corazón saltó al ver a sus fuerzas extendiéndose en las llanuras de Ur. Se emocionó al ver que se juntaban decenas de miles de troles. Pero estaba confundido: en vez de parecer victoriosos, los troles parecían derrotados y desamparados. ¿Cómo era posible?
Mientras Vesuvius veía a su gente simplemente parados allí, su rostro se ruborizó con disgusto. Sin él, todos parecían desmoralizados y sin motivación para pelear. Con Las Flamas abajo, Escalon ya era de ellos. ¿Qué era lo que estaban esperando?
Vesuvius finalmente los alcanzó y, al entrar en la multitud galopando, vio que todos se volteaban y lo miraban con sorpresa, miedo y después esperanza. Todos se quedaron congelados. Siempre había tenido ese efecto en ellos.
Vesuvius bajó de su caballo y, sin dudar, levantó su alabarda con las manos y le cortó la cabeza a su caballo. El caballo sin cabeza se quedó de pie por un momento; después cayó muerto.
Eso, pensó Vesuvius, fue por no correr lo bastante rápido.
Además, siempre le gustaba matar algo cuando llegaba a algún lugar.
Vesuvius vio el miedo en el rostro de los troles mientras marchaba hacia ellos furioso, demandando respuestas.
“¿Quién está liderando a estos hombres?” demandó.
“Yo, mi señor.”
Vesuvius dio la vuelta y vio a un trol grande y grueso, Suves, su subcomandante en Marda, que lo miraba con decenas de miles de troles detrás de él. Vesuvius pudo ver que Suves trataba de parecer orgulloso, pero podía detectar el miedo detrás de su mirada.
“Pensamos que estabas muerto, mi señor,” añadió tratando de explicar.
Vesuvius frunció el ceño.
“Yo no muero,” replicó. “Morir es para los cobardes.”
Los troles lo miraron con temor y silencio mientras Vesuvius abría y cerraba su agarre en su alabarda.
“¿Y por qué te has detenido aquí?” demandó. “¿Por qué no has destruido todo Escalon?”
Suves pasaba la mirada de sus hombres a Vesuvius con miedo.
“Fuimos detenidos, mi maestro,” admitió él finalmente.
Vesuvius sintió una oleada de rabia.
“¿¡Detenidos!?” gritó. “¿Por quién?”
Suves dudó.
“El que es conocido como Alva,” dijo finalmente.
Alva. El nombre resonó profundamente en el alma de Vesuvius. Era el hechicero más grande de Escalon. Tal vez el único con más poder que él mismo.
“Creó una grieta en la tierra,” explicó Suves. “Un cañón que no pudimos cruzar. Ha separado el sur del norte. Muchos de nosotros ya hemos muerto intentándolo. Fui yo el que detuvo el ataque para salvar a los troles que ves aquí hoy. Soy yo al que tienes que agradecer por haber conservado estas preciosas vidas. Soy yo el que salvó nuestra nación. Por eso, mi maestro, te pido que me promuevas y me des mi propio comando. Después de todo, esta nación ahora me busca a mí por liderazgo.”
Vesuvius sintió que su rabia estaba a punto de explotar. Con manos temblorosas, dio dos pasos rápidos, giró su alabarda, y cortó la cabeza de Suves.
Suves cayó al suelo mientras el resto de los troles lo miraban con sorpresa y temor.
“Ahí tienes,” le dijo Vesuvius al trol muerto, “tu comando.”
Vesuvius examinó a su nación de troles con disgusto. Pasó por las filas mirando todos los rostros, infundiendo temor y pánico en todos ellos como le gustaba hacerlo.
Finalmente habló, con su voz pareciendo más un gruñido.
“El gran sur está frente a ustedes,” dijo con una voz oscura y llena de furia. “Esas tierras fueron una vez de nosotros, saqueadas por nuestros antepasados. Esas tierras una vez fueron Marda. Nos han robado lo que es nuestro.”
Vesuvius respiró profundo.
“Para aquellos que tengan miedo de avanzar, juntaré sus nombres y los nombres de sus familias y haré que todos sean torturados lentamente uno a uno, y entonces serán enviados a pudrirse en los fosos de Marda. Aquellos que deseen pelear y salvar sus vidas y recuperar lo que alguna vez fue de nuestros antepasados me seguirán. ¿Quién está conmigo?” gritó.
A esto le siguió un gran vitoreo, un gran estruendo por las filas hasta donde se alcanzaba a ver de los troles levantando sus alabardas y coreando su nombre.
“¡VESUVIUS! ¡VESUVIUS! ¡VESUVIUS!”
Vesuvius dejó salir un gran grito de batalla, se dio la vuelta y corrió hacia el sur. Detrás de él se escuchaba un estruendo como el del trueno, el estruendo de miles de troles siguiéndolo, de una gran nación determinada a acabar con Escalon de una vez por todas.
CAPÍTULO NUEVE
Kyra voló sobre la espalda de Theon dirigiéndose al sur sobre Marda, lentamente volviendo a ser ella misma mientras dejaba esta tierra de oscuridad. Se sentía más poderosa que nunca. En su mano derecha sostenía el Bastón de la Verdad, del que salía una luz que los envolvía a ambos. Sabía que esta arma era mucho más grande que ella; era un objeto del destino que la llenaba con su poder, que la manejaba a ella tanto como ella manejaba a este. El sostenerlo hizo que el universo se sintiera más grande, que ella se sintiera más grande.
Kyra sintió como si sostuviera el arma que había sido destinada para ella desde que había nacido. Por primera vez en su vida pudo entender qué era lo que le hacía falta y ahora se sintió completa. Ella y el bastón, esta misteriosa arma que había recuperado desde las profundidades de la tierra de Marda, eran uno.
Kyra voló hacia el sur sintiendo que Theon también era más grande y fuerte, y que la furia de venganza en sus ojos era igual a la suya. Mientras pasaban las horas y seguían volando, finalmente la negrura empezó a desvanecerse y el verde de Escalon se hizo visible. El corazón de Kyra dio un salto al ver su tierra natal; pensó que nunca la volvería a ver. Tuvo una sensación de urgencia; sabía que su padre, rodeado por los ejércitos de Ra, la necesitaba en el sur; sabía que los soldados Pandesianos llenaban el terreno; sabía que las flotas Pandesianas aplastaban a Escalon desde el mar; sabía que en algún lugar en las alturas volaban los dragones también tratando de destruir Escalon; y sabía que millones de troles también destrozaban el país. Escalon estaba en caos por todos lados.
Kyra parpadeó y trató de alejar de su memoria el pensamiento de su tierra natal hecha pedazos, las largas extensiones de ruinas y escombro y cenizas. Aun así, sabía que el arma que apretaba en su mano podría significar una esperanza de redención. ¿Podrían este bastón, Theon, y los poderes de ella realmente salvar a Escalon? ¿Podría ser salvado algo que ya estaba en ruinas? ¿Podría Escalon recuperar algo de lo que alguna vez había sido?
Kyra no lo sabía, pero siempre había esperanza. Eso era lo que su padre le había enseñado: incluso en la hora más desesperada, cuando las cosas se ven más sombrías y parecen ya estar destruidas, siempre hay esperanza. Siempre hay una chispa de vida, de esperanza, de cambio. Nada nunca era absoluto, ni siquiera la destrucción.
Kyra siguió volando sintiendo que su destino crecía dentro de ella, sintiendo una oleada de optimismo y sintiéndose más poderosa con cada momento que pasaba. Reflexionó y sintió que había conquistado algo dentro de ella misma. Recordó cortar la red de la araña y sintió que, mientras la cortaba, también había cortado algo dentro de sí misma. Había sido obligada a sobrevivir por sí sola, y había conquistado a los demonios más profundos dentro de ella. Ya no era la misma chica que había crecido en el fuerte de Volis; ni siquiera era la misma chica que se había aventurado dentro de Marda. Ahora regresaba como una mujer, como una guerrera.
Kyra miró hacia abajo por entre las nubes sintiendo que el paisaje empezaba a cambiar y vio que finalmente llegaban hasta la frontera en la que anteriormente habían estado Las Flamas. Al examinar la gran cicatriz en la tierra, vio movimiento que atrajo su atención.
“Más bajo, Theon.”
Atravesaron las pesadas nubes y, mientras se disolvía la oscuridad, su corazón se emocionó al ver de nuevo la tierra que había amado. Se sintió feliz al ver su propio suelo, las colinas y los árboles que reconocía, y al oler el aire de Escalon.
Pero al volver a mirar, su corazón se desplomó. Ahí abajo había millones de troles que inundaban la tierra al avanzar hacia el sur desde Marda. Parecía una migración en masa de las bestias, con su estruendo audible hasta allí. Al ver esto, no supo cómo su nación podría resistir un ataque como este. Sabía que su pueblo la necesitaba; y rápido.
Kyra sintió que el Bastón de la Verdad vibraba en sus manos y después produjo un silbido agudo. Sintió que le decía que era momento de actuar, de atacar. No supo si era ella la que le ordenaba al bastón o si el bastón le ordenaba a ella.
Kyra apuntó el bastón hacia el suelo y, al hacerlo, salió un sonido de crujido de este. Era como si sostuviera truenos y relámpagos en su mano. Miró con fascinación cómo una intensa esfera de luz salía del bastón y se dirigía hacia el suelo.
Cientos de troles se detuvieron y miraron hacia arriba, y vio pánico y terror en sus ojos mientras veían la esfera de luz que caía sobre ellos desde el cielo. No tuvieron tiempo de correr.
A esto le siguió una explosión tan poderosa que las ondas del impacto sacudieron incluso a Theon y a ella desde el suelo. La esfera de luz golpeó el suelo con la fuerza de un cometa que chocaba contra la tierra. Al impactar, miles de troles cayeron aplastados por la creciente oleada de luz.
Kyra examinó el bastón con asombro. Se preparó para atacar de nuevo y acabar con el ejército de troles; pero de repente escuchó un horrible rugido encima de ella. Volteó hacia arriba y se quedó impactada al ver el inmenso rostro de un dragón escarlata que salía de las nubes; y una docena más detrás de este. Se dio cuenta muy tarde que estos dragones los habían estado buscando.
Antes de que Kyra pudiera atacarlos con su bastón, uno de los dragones se acercó y golpeó a Theon con sus garras. Theon fue tomado con la guardia baja y salió volando por el aire por el tremendo golpe.