“Estarás bien.” Lo dijo más para ella misma que para él. Victoria necesitaba algo en qué creer y decidió aferrarse a la esperanza. Era lo único que podía hacer. Cualquier otra cosa era inconcebible. Ella apoyó su cabeza al costado de su cama y cerró los ojos. Victoria tenía la intención de descansar sólo un momento, pero el cansancio la venció.
“Bella durmiente,” dijo un hombre. Su voz era ronca, pero tenía una pizca de humor. “Te habría besado para despertarte, pero me temo que no tengo fuerzas para moverme.”
Victoria se sentó y se estiró. Le dolía cada músculo de su cuerpo. “No pensé en quedarme dormida.”
“No pensé en ser herido,” él contrarrestó. “Pero a veces hay cosas que no podemos evitar, sin importar cuanto tratemos.”
Ella frunció el ceño. “No es divertido.”
Él sonrió y después se quejó del esfuerzo. “Tienes razón, no es divertido, pero al menos estaba tratando de alegrar nuestro estado de ánimo.” La sonrisa de William se esfumó al mirarla. “Te extrañé.”
Ella apartó la mirada. ¿Por qué tenía que apegarse a este hombre? “¿Por qué estás usando un uniforme francés?” Debían haberle arrebatado una buena parte de él. Sólo tenía los pantalones.
Él suspiró. “Es complicado.”
Victoria temió que sabía exactamente lo que no estaba diciendo con esas palabras. William era espía. Parecía un poco fantástico, pero era lo único que tenía sentido. ¿Por qué otra razón iba a estar un americano en una guerra en la cual no tenía ninguna razón real para estar? “Ya veo.” Él no era muy valiente o increíblemente tonto. De todas maneras ella creía que era un poco de ambas.
De todas maneras, lo respetaba por su esfuerzo. Esta era una guerra horrible y sin sentido. Bueno, todas las guerras eran sin sentido. Pero ésta no era ni aquí ni allá. Ésta era la guerra que tenían que superar, y las otras no significaban nada para ella. Eran históricas e irreales. William jugaba un papel que podía ayudarlos a ver el final más pronto que tarde. Ella entendía la razón de tener espías. Mientras ella odiaba la guerra, ella no lo odiaba a él. Cada persona tenía un rol que cumplir y ella no tenía que menospreciarlo por el cual él tenía que representar.
“No creo que entiendas.”
“Te juro,” ella comenzó. “Entiendo más de lo que crees.” Victoria mantuvo su mirada. “Esto es la guerra, y he visto mucho desde que nuestros caminos se cruzaron.” Había pasado menos de medio año desde que lo había conocido, pero parecía que se conocían de toda la vida. Se había vuelto más fuerte cada vez que había ayudado en las cirugías y había visto tanta sangre. Victoria creía que nunca podría borrarse de su memoria pronto todo lo que había visto. Creía que estas imágenes podían perseguirla por el resto de sus días...
Él asintió. “Es mejor que no hablemos de eso.” William parecía entender. Eso era bueno.
“Guardaré mis pensamientos para mí, entonces.” Ella se paró y lo miró una última vez. “Descansa. Necesitas curarte.”
Victoria puso cierta distancia entre ellos. Todavía tenía fuertes sentimientos hacia él, y si pasaba más tiempo con él, podría enamorarse, y amar a un espía...le produciría angustia. Muchos espías no volvían a casa de la guerra, y aquellos que regresaban, nunca volvían a ser los mismos.
Diciembre, 1915
William se puso su abrigo y lo abotonó. Había un lugar en el que necesitaba estar, y demoraría medio día en llegar caminando a su destino. Tenía el presentimiento que sus compañeros espías deberían estar haciendo lo mismo. Cuando Lord Julian Kendall había estado visitando Nueva York, William no se había dado cuenta que era parte de una red de espías Británicos. Ésto podría haber sido beneficioso saberlo. Podría haberle hecho unas preguntas puntuales a su amigo y tal vez esto demandaba mantener cierta distancia entre él y la hermana de William, Brianne. Odiaba la idea de que su hermana se enamorara de alguien quien constantemente estuviera en peligro.
“¿A dónde vas?” preguntó Julian.
William alzó una ceja. “París.”
“Oh, ¿en serio?” dijo Asher, la marquesa de Seabrook. “¿Nos estás tomando el pelo?”
Él sonrió y le respondió. “Más o menos...Estoy yendo a un hospital de campaña a visitar a cierta enfermera que he conocido, bueno, no creo que existan las palabras para definir lo que siento por ella.”
“Ash puede decir,” dijo Julian. “Personalmente no tengo nada en contra de las enfermeras.” Él saludó a William. “Feliz cacería, mi amigo. Te acompañaría, pero quiero asegurarme que este tonto llegue vivo a París. Se mete en líos muy a menudo.”
William asintió. “Si me necesitan...”
“Sabemos cómo encontrarte,” Julian respondió. “Ve a ver a tu enfermera. Va a ser Navidad antes de que te des cuenta, y no queremos desperdiciar el tiempo que tenemos en algo tonto como la guerra. Hay cosas mucho más importantes.”
William quiso preguntarle qué sentía por Brianne. ¿Julian amaba a su hermana? Sin embargo, se guardó las preguntas. Habría tiempo después para interrogar a su amigo. Julian era un buen hombre, y si no fuera por la guerra, estaría feliz de que cortejara a su hermana. Pero ya que había una guerra, quería que Julian se mantuviera a distancia. Era egoísta de su parte querer pasar tiempo con Victoria y no permitir que Julian tuviera la misma posibilidad. Aunque tenía que admitir que había algo de tristeza en su amigo en los últimos tiempos. Él parecía no tener la misma alegría que solía tener dentro suyo. William se preguntaba qué podría haberle pasado, pero si Julian hubiese querido que él supiera, ya habría expresado sus sentimientos.
No se detuvo a pensar dónde estaba yendo o si podía ser peligroso. William siguió con su objetivo en mente; encontrarse con Victoria.
“Deténgase,” alguien gritó en alemán. William maldijo por lo bajo. Esta era su maldita suerte, y por supuesto estaba usando un uniforme francés. Todavía le quedaba una hora y media antes de llegar al hospital de campaña.
Giró lentamente y se encontró con la mirada del soldado alemán. Tenía un arma en su mano, y lo estaba apuntando directamente a William. “Tranquilo,” le dijo al hombre. “Hoy realmente no quiero ser herido.”
Palabras en alemán salieron de la boca del hombre. El entendimiento de William del idioma alemán era limitado. Julian entendió más que él. Había una razón de por qué no salía mucho de Francia. Él hablaba mejor francés e italiano. Debería mejorar su alemán si quería que su trabajo de espía funcionara.
“Me temo que no entendí nada de lo que dijo,” le dijo al soldado y dio un paso al frente.
Él escupió más frases, pero esta vez había un tono más hostil en ellas. Para William fue suficiente y acortó la distancia entre ellos. Lucharon por el arma, y sonó un fuerte boom, resonando a su alrededor. Esto haría que vinieran más soldados. William debía terminar esto e irse tan rápido como pudiera. Él empujó al soldado con su codo y lo hizo arrodillarse.
El hombre sacó un cuchillo y lo balanceó hacia William, pero no fue lo suficientemente rápido. Lo hirió en el costado, y un fuerte dolor lo invadió. William gimió de dolor y lo golpeó en la nariz. El soldado cayó al suelo, y William lo pateó fuerte, y lo volvió a golpear en la cara. Sus ojos giraron hacia atrás y perdió el conocimiento. William soltó un suspiro de alivio y corrió tan rápido como pudo de allí. Tan pronto como pusiera distancia entre él y el soldado, mejor.
Cuando se sintió seguro, aminoró la marcha y comenzó a ir a un paso como en un paseo, sin prisa. Le dolía su costado por la herida, pero no quería detenerse para chequear qué mal estaba. Victoria podría curarlo cuando llegara...
William aceleró hacia el hospital de campaña, donde Victoria estaba destinada, en cuanto lo vio. Habían pasado siete meses desde que la había visto por última vez, y no podía esperar para tenerla en sus brazos. Ella había sido tan cariñosa mientras había sido su enfermera. Incluso lo había castigado por haberse dejado herir. Ella era maravillosa, y él la adoraba. Victoria no estaría feliz, cuando se diera cuenta que lo habían herido con un cuchillo.
A veces él se arrepentía de haberse involucrado en el esfuerzo de la guerra.
Especialmente cuando su país no estaba involucrado en ella. William realmente creía en algún punto que su país pronto estaría dentro de la guerra, y quería estar en el lugar cuando eso ocurriera. Él creía que debía ser parte, para transformar el mundo en un lugar seguro. William tenía un fuerte sentido de responsabilidad.
Victoria salió de una tienda y se abrigó con una capa de lana. Tiritó ligeramente y se frotó sus manos. Su cabello rubio estaba peinado con una larga trenza, que se deslizaba por su espalda. William caminó hacia ella. Ella observó que él se acercaba y frunció el ceño al reconocerlo. “¿William?”
Ella corrió hacia él y lo abrazó fuerte. “¿Por qué no me dijiste que venías?”
“No supe hasta hoy temprano, y quería sorprenderte.” Él se quejó cuando ella lo abrazó fuerte. La herida en su costado le producía un dolor feroz.
“¿Qué te ocurre?” dijo ella, dando un paso hacia atrás. Victoria abrió su chaqueta y lo miró. La sangre había empapado su camisa de lino. Victoria dio un suspiro. “¿Por qué siempre vienes a mí herido?”
“No estaba planeado, te aseguro.” Él le sonrió. “Un alemán y yo tuvimos un leve desacuerdo en mi camino hacia aquí. Él quería que me quedara, pero ay, tuve que insistirle para que me dejara venir a verte. Espero que disculpes mi apariencia. Esta no es la forma en que esperaba reunirme contigo.”
“Ven conmigo,” ella ordenó. “Te veré la herida, y puedes contarme cómo has estado desde la última carta.”
Se encaminaron hacia la tienda del hospital, y ella lo guió hacia una de los compartimientos posteriores. Le hizo un gesto que se sentara en uno de los catres y que se quitara sus prendas para ver su herida. “Quítate tu abrigo y tu camisa. Debo ver bien la laceración.”
“No estás tratando de desnudarme, ¿cierto?” dijo ligeramente.
Victoria lo fulminó con la mirada. “Créeme, esa no era mi intención.”
“No quise decir...” Él dio un suspiro. “Fue mi poco conveniente intento de cambiar nuestro humor” William no estaba llevando bien esto.
Victoria se veía un poco molesta con él. Ella lo tocó y él dio un salto.
“Lo siento,” dijo ella. “No parece muy profunda. Tienes suerte; no vas a necesitar puntos. Sólo la voy a vendar, y después estarás bien para irte.”
Ella trabajó en silencio hasta que la herida estuvo vendada. Cuando hubo terminado, se alejó de él para lavarse sus manos en un lavabo cercano. “¿Te quedarás mucho tiempo aquí?”
¿Por qué le había preguntado eso? “¿Quisieras que me fuera?”
“No dije eso...” Victoria alejó la mirada.
William se paró y se acercó a ella. Ella fue hacia sus brazos y apoyó su cabeza en su hombro. Él quería reconfortarla, pero se dio cuenta que esto era exactamente lo que él necesitaba. Abrazarla y asegurarse que ella estaba bien. Esto era todo lo que él quería. Que Victoria estuviera segura y feliz...¿Qué puedo hacer por ti?”
“Ya lo estás haciendo,” dijo ella. “Pero tal vez debería dejar que termines de vestirte.” Victoria miró su camisa ensangrentada. “¿Tienes otra camisa para usar?”
“No,” dijo él. “Pero está bien. No me importa usar una camisa manchada por ahora. Puedo conseguir una nueva después.” Él no sabía dónde, pero eso no importaba. William no quería que ella se preocupara. “Ven a caminar conmigo un poco.”
“Me encantaría,” dijo ella y colocó su mano en la de él. Salieron de la tienda y caminaron hacia los árboles. Hacía frío, pero él no lo notó. Ella estaba con él, y eso hacía que todo lo demás desapareciera.
Pasó la tarde con ella, y durante un momento se sintió feliz. William podía olvidarse que había una guerra, que había sido herido durante el día, y que tendría que dejarla pronto. Ella le había dado una razón para continuar luchando y él esperaba, que algún día, nunca más tuvieran que separarse.
Capítulo 3
Febrero, 1916
Victoria suspiró al salir del tren. Finalmente, estaba en París. Había tenido suficiente del hospital de campaña durante un tiempo. No sabía qué podía esperar del hospital de París, pero al menos no sería forzada a caminar constantemente en el barro. Eso debía ser una mejora. No es que había estado suficientemente cálido para estar en el barro últimamente...Esos recuerdos todavía rondaban en su mente. Había comenzado a odiar realmente cualquier mezcla de agua y tierra.
Llegó hasta la plataforma. Era un milagro que los alemanes no hubieran destruido los rieles del ferrocarril completamente. Ella pensaba que, en algún punto, viajar en tren se volvería imposible. Al menos no había tenido que caminar todo el camino hacia París.
Buscó en su bolsillo y sacó un fajo de cartas. Tal vez, no debería haberlas guardado, pero era todo lo que tenía de él. Sus cartas eran pocas y esporádicas. Él no estaba siempre en un lugar en el que ella pudiera enviarle una para responderle, pero de todas maneras, le había enviado varias. Victoria temía por él, y sentía su corazón roto por no saber si volvería a verlo alguna vez. Su mano tembló al volver a colocarlas en su bolsillo. Estuvo tentada de abrirlas y leer sus palabras otra vez, pero ese no era el momento.
No iba a ser la primera vez o probablemente no la última vez que iba a perderse en sus cartas. Era un mal hábito que ella debía cambiar de alguna forma. Con las cartas seguramente guardadas, giró su atención hacia la estación de tren. Debía llegar al hospital y dejar de pensar en cosas que no podía cambiar.
Había cambiado el baúl con el que había viajado hace un año. Sus pertenencias habían disminuido, y sólo tenía para llenar la pequeña valija que llevaba a su lado. Todos sus uniformes estaban raídos, y tenía sólo tres que podía usar. Ella esperaba encontrar alguien que le confeccionara unos nuevos. Victoria comenzó a caminar hacia la salida, rápidamente para tratar de dejar su pasado atrás.
De alguna forma se las arregló para encontrar el camino hacia el hospital y entró. Nadie la detuvo o le preguntó por qué estaba allí. Todos parecían tener un lugar al que ir con prisa. Victoria levantó su mano para tratar de llamar la atención de las enfermeras, pero ellas la ignoraron. Suspiró y se dirigió hasta la parte principal del hospital. Parecían estar con la capacidad completa. Los soldados llenaban todas las camas en la enfermería, y estaban siendo atendidos por el personal.
Una mujer se le acercó. Tenía cabello castaño, peinado hacia atrás con un rodete. Sus ojos estaban arrugados en los costados, como si estuvieran peleando al cansancio. “¿La puedo ayudar?” preguntó ella.
“Soy Victoria Grant,” dijo ella. “He sido asignada a este hospital.”
La mujer suspiró de alivio. “Gracias a Dios. No podría haber llegado en un mejor momento. Estamos todas trabajando a destajo para curar a los heridos.” Le indicó que se dirigiera hacia la parte principal del hospital. “La mayoría de ellos son pacientes nuevos, pero a todos los ha revisado el doctor, y es nuestra responsabilidad asegurarnos de que estén bien cuidados.” Le brindó una sonrisa vacilante. “Soy Catherine Langdon. Ven. Te mostraré tu habitación, y si no te molesta, podemos usarte inmediatamente.”
“Para eso estoy aquí,” respondió Victoria. “Prefiero sentirme útil que estar sentada ociosamente, mirando como todos trabajan. Muéstrame dónde dejar mi maleta, y puedo empezar a atender soldados inmediatamente.” Es lo que hizo, después de todo...Allí era donde pertenecía. Donde se la necesitaba. ..No podría perderse pensando en un hombre con quien probablemente nunca tuviera una relación real.
Abril, 1916
Victoria se había establecido en el hospital sin problemas. Ella apreciaba la calidez y la falta de suciedad que había experimentado en los hospitales de campaña. Le había empezado a tener cariño al gato de Catherine Langdon, Merlín. Aunque no se lo había dicho a la mujer. Ella realmente creía que un animal no debería tener rienda suelta en el hospital. Sin embargo, había algo acerca de ese gato... Era una bola de pelos negra que parecía tener una barba gris, como el legendario Merlín. La piel gris en su parte delantera lo hacía aparecer majestuoso. Era una combinación interesante, tener tanto gris sobre negro. Tal vez, era el mismo Merlín...