La Casa Perfecta - Блейк Пирс 2 стр.


“Por favor, deja que encuentre la manera de arreglar esto. Tiene que haber algo que pueda hacer”.

“Lo hay”, le aseguró Eliza. “Vete ahora mismo”.

Su amiga se le quedó mirando por un instante, pero debió de sentir lo seria que estaba Eliza porque su titubeo no duró mucho.

“Muy bien”, dijo Penny, recogiendo sus cosas y apresurándose para salir por la puerta principal. “Me iré, pero vamos a hablar más tarde. Hemos pasado por muchas cosas juntas, Lizzie. No podemos dejar que esto lo arruine todo”.

Eliza se obligó a sí misma a no soltar vituperios por respuesta. Puede que esta fuera la última vez que veía a su “amiga” y necesitaba que entendiera la magnitud de la situación.

“Esto es diferente”, le dijo lentamente, poniendo énfasis en cada palabra. “En todas las demás ocasiones éramos nosotras frente al mundo, cubriéndonos las espaldas la una a la otra. Esta vez me has apuñalado en la mía. Nuestra amistad se ha terminado”.

Entonces cerró la puerta de golpe en la cara de su mejor amiga.

CAPÍTULO DOS

Jessie Hunt se despertó sobresaltada, sin saber a ciencia cierta dónde se encontraba durante unos instantes. Le llevó un momento recordar que estaba en el aire, en el vuelo del lunes por la mañana desde Washington, D.C., de regreso a Los Ángeles. Echó una ojeada a su reloj y vio que todavía tenía dos horas más antes de aterrizar.

Tratando de no quedarse dormida de nuevo, se despejó con un trago de la botella de agua que había metida en el bolsillo del asiento delantero. Se enjuagó la boca con ella, intentando deshacerse de la sequedad que atenazaba su lengua.

Tenía buenas razones para echarse una siesta. Las diez semanas pasadas habían sido de las más agotadoras de toda su vida. Acababa de completar la Academia Nacional del FBI, un programa de formación intensiva para personal de las fuerzas de seguridad, diseñado para familiarizarles con las técnicas de investigación del FBI.

El exclusivo programa solo estaba disponible para aquellos que fueran nominados por sus supervisores. A menos que le aceptaran en Quantico para convertirse en una agente oficial del FBI, este curso intensivo era la segunda mejor opción.

En circunstancias normales, Jessie no hubiera sido elegible para hacerlo. Hasta hace muy poco, solo había trabajado como criminóloga en ciernes para el L.A.P.D. Entonces, tras resolver un caso célebre, sus activos subieron como la espuma.

En retrospectiva, Jessie entendía por qué la academia prefería oficiales con más experiencia. Durante las dos primeras semanas del programa, se sintió completamente abrumada por el mero volumen de información con que le habían recibido. Había clases de ciencia forense, ley, mentalidad terrorista, y su área de especialidad, ciencia del comportamiento, que enfatizaba la idea de penetrar las mentes de los asesinos para entender mejor sus motivaciones. Y nada de eso incluía el imparable entrenamiento físico que le dejaba todos los músculos doloridos.

Con el paso del tiempo, se empezó a sentir cómoda. Los cursos, que le recordaban a su trabajo como recién graduada en psicología criminal, empezaron a tener sentido. Después de un mes más o menos, su cuerpo había dejado de gritarle por las mañanas. Y lo mejor de todo, el tiempo que se había pasado en la Unidad de Ciencias del Comportamiento le había permitido interactuar con los mejores expertos en asesinos en serie de todo el mundo. Algún día, esperaba formar parte de ese grupo.

Había un beneficio añadido. Como había trabajado tan duro, tanto mental como físicamente, durante casi cada momento de su vida de vigilia, apenas tenía ningún sueño. O al menos, no tenía pesadillas.

En su casa, a menudo se despertaba gritando con un sudor frío cuando los recuerdos de su infancia o sus traumas más recientes se reproducían en su inconsciente. Todavía recordaba su fuente más reciente de ansiedad. Fue su última conversación con el asesino encarcelado Bolton Crutchfield, en la que le dijo que iba a charlar con su padre el asesino muy pronto.

Si hubiera estado en L.A. durante las últimas diez semanas, se hubiera pasado la mayoría de tiempo obsesionándose con la duda de si Crutchfield le estaba diciendo la verdad o le estaba tomando el pelo. Y si estaba siendo honesto, ¿cómo se las iba arreglar para coordinar una conversación con un asesino prófugo si estaba detenido en un hospital mental con medidas de seguridad?

Sin embargo, como había estado a miles de millas de distancia, enfocada en tareas implacablemente difíciles durante casi cada segundo de vigilia, no había podido concentrarse en lo que le había dicho Crutchfield. Seguramente lo volvería hacer muy pronto, pero todavía no. Ahora mismo, estaba simplemente demasiado cansada como para que su mente le jugara una mala pasada.

Mientras se asentaba de nuevo en su sitio, permitiendo que le envolviera el sueño de nuevo, a Jessie se le ocurrió una cosa.

Así que lo único que tengo que hacer para dormir como un bebé el resto de mi vida es pasarme todas las mañanas entrenando hasta que casi vomite, para seguirlo con diez horas de instrucción profesional sin pausa. Suena genial.

Antes de que formara del todo la sonrisa que le empezaba a asomar en los labios, se volvió a quedar dormida.

*

Esa sensación de acogedora incomodidad desapareció en el instante que salió al exterior del aeropuerto de Los Ángeles poco después del mediodía. A partir de ese momento, necesitaba estar en constante alerta de nuevo. Después de todo, como se había enterado antes de dejar Quantico, un asesino en serie al que nunca habían atrapado estaba acechándole. Xander Thurman le llevaba buscando varios meses. Y resulta que Thurman también era su padre.

Tomó un taxi compartido para ir del aeropuerto a su lugar de trabajo, que era la Comisaría de Policía de la Comunidad Central en el centro de Los Ángeles. Oficialmente, no empezaba a trabajar de nuevo hasta mañana y no estaba de humor para charlar, así que ni siquiera se acercó al patio principal de la comisaría.

En vez de eso, se dirigió al cubículo del buzón que le habían asignado y recogió su correo, que le habían reenviado desde un apartado de correos. Nadie, ni siquiera sus compañeros de trabajo, ni sus amigos, ni siquiera sus padres adoptivos, conocían su dirección actual. Había alquilado el apartamento a través de una compañía de alquileres, su nombre no figuraba en ninguna parte del contrato y no había papeleo que le conectara con el edificio.

Cuando recogió su correo, caminó a lo largo del pasillo lateral hasta el parque de vehículos, donde siempre había taxis a la espera en el callejón de al lado. Se montó en uno de ellos y le dijo que le llevara a la zona comercial que estaba situada junto a su edificio de apartamentos, a unas dos millas de distancia.

Una de las razones por las que había escogido este lugar para vivir después de que su amiga Lacy insistiera en que se mudara era lo difícil que era de encontrar y lo todavía más difícil que era entrar al edificio sin permiso. En primer lugar, su estructura de aparcamiento estaba debajo del complejo comercial en el mismo edificio, así que cualquier persona que le siguiera lo tendría muy difícil para determinar hacia dónde se dirigía en realidad.

Incluso si alguien lo averiguaba, el edificio tenía portero y un guarda de seguridad. Tanto la puerta principal como los ascensores requerían de llave de acceso. Y ninguno de los apartamentos tenía el número de unidad en su exterior. Los residentes tenían que recordar qué puerta era la suya.

Aun así, Jessie tomó precauciones extraordinarias. Una vez el taxi, que pagó en metálico, le dejó en su destino, entró al centro comercial. Primero, atravesó a toda prisa una cafetería, moviéndose entre la multitud antes de tomar una salida lateral.

Entonces, cubriéndose su melena castaña a la altura de los hombros con el gorro de la sudadera, atravesó un comedor hasta meterse a un pasillo que tenía unos lavabos junto a una puerta con un letrero que decía “Solo Personal”. Le dio un empujón a la puerta del cuarto de aseo para mujeres para que, si alguien le estaba siguiendo, la viera cerrándose y pensara que ella había entrado al aseo. En vez de ello, sin mirar atrás, corrió hasta la entrada del personal, que era un pasillo alargado con entradas de servicio a todas las tiendas del centro.

Trotó por el pasillo curvado hasta que dio con una escalera y un letrero que decía “Mantenimiento”. Apresurándose a bajar las escaleras lo más sigilosamente posible, utilizó la llave que había conseguido del manager del edificio para abrir también esa puerta. Había negociado una autorización especial gracias a su conexión con el L.A.P.D. en vez de intentar explicar que sus precauciones tenían más que ver con el hecho de que tuviera a un asesino en serie suelto por padre.

Cuando salió, la puerta de mantenimiento se cerró y se bloqueó mientras ella transitaba por un estrecho pasadizo con tuberías a la vista que salían de todos los ángulos y jaulas de metal para salvaguardar maquinaria que no comprendía. Tras varios minutos esquivando y maniobrando todos los obstáculos, llegó a una pequeña alcoba cerca de un enorme calentador.

A mitad de camino del pasadizo, la zona de descanso estaba oscura y era fácil pasarla por alto. Se lo habían tenido que mencionar la primera vez que había estado por aquí. Entró a la alcoba mientras sacaba la vieja llave que le habían dado. La cerradura de esta puerta consistía en uno de esos pestillos de toda la vida. Lo giró, empujó la pesada puerta, y rápidamente la cerró y la bloqueó tras pasar al otro lado.

Ahora ya en la sala de suministros del sótano de su edificio de apartamentos, se había trasladado oficialmente de la propiedad del centro comercial al complejo de apartamentos. Corrió a través de la sala oscura, casi cayéndose encima de una bañera llena de lejía que yacía en el suelo. Abrió esa puerta, pasó a través de la oficina vacía del jefe de mantenimiento, y subió la estrecha escalera que daba al pasillo trasero del piso principal del edificio de apartamentos.

Dobló la esquina para dar con el vestíbulo donde había un grupo de ascensores, y donde podía escuchar a Jimmy el portero y a Fred el guarda de seguridad charlando amigablemente con un residente en el vestíbulo principal. No tenía tiempo para ponerse al día ahora mismo, pero se prometió a sí misma reconectar con ellos más tarde.

Ambos eran dos tipos muy agradables. Fred había sido un policía de patrulla de autopistas que se había retirado prematuramente después de sufrir un accidente de moto mientras estaba de servicio. Le había dejado con cojera y con una enorme cicatriz en su mejilla izquierda, pero eso no impedía que gastara bromas constantemente. Jimmy, que tenía unos veintitantos años, era un joven agradable y servicial que se estaba pagando la universidad con este trabajo.

Caminó a través del vestíbulo hasta el ascensor de servicio, que no era visible desde la recepción, deslizó su tarjeta, y esperó con ansiedad para ver si alguien le había estado siguiendo. Sabía que las posibilidades eran remotas, pero eso no le impidió balancearse nerviosamente de un pie al otro hasta que llegó el ascensor.

Cuando lo hizo, entró, le dio al botón del cuarto piso, y después cerró las puertas. Cuando se abrieron de nuevo, salió disparada por el pasillo hasta llegar a su apartamento. Tras darse un momento para recuperar el aliento, examinó la puerta.

A primera vista, parecía tan corriente como las demás puertas en ese nivel, pero había añadido varias medidas adicionales de seguridad después de mudarse. Primero, dio un paso atrás hasta estar a un metro de la puerta y en línea directa con la mirilla. Un resplandor verdoso que no era visible desde ningún otro ángulo emanaba del borde del agujero, indicando que nadie había forzado su entrada al apartamento. De haberlo hecho, el borde alrededor de la mirilla hubiera sido de color rojo.

Además de la cámara Nest que había instalado en la puerta, también había múltiples cámaras escondidas en el pasillo. Una tenía una vista directa de su puerta. Otra se enfocaba en el pasillo que había delante del ascensor y la escalera adyacente. Una tercera cámara apuntaba en la otra dirección del segundo grupo de escaleras. Las había comprobado todas de camino en el taxi sin descubrir ningún movimiento sospechoso en los alrededores de su casa.

El siguiente paso era el acceso. Utilizó una llave tradicional para abrir el cerrojo, después deslizó su tarjeta y escuchó cómo el otro cerrojo deslizante también se abría. Pasó al interior cuando la alarma del sensor de movimiento se disparó, dejó su mochila en el suelo, e ignoró la alarma mientras volvía a cerrar las dos puertas y colocaba la barra de seguridad deslizante. Fue entonces cuando introdujo el código de ocho dígitos.

Después de eso, agarró la barra luminosa que guardaba junto a la puerta y se apresuró a ir a su habitación. Levantó el marco extraíble junto al interruptor de la luz para revelar un panel de seguridad oculto e introdujo el código de cuatro dígitos para la segunda alarma, la silenciosa, la que iba directamente a la policía si no la desactivaba en cuarenta segundos.

Solo entonces se permitió respirar tranquila. Mientras inhalaba y exhalaba lentamente, caminó por el pequeño apartamento, con la barra luminosa en la mano, lista para cualquier cosa. Examinar todo el espacio, incluyendo los armarios, la ducha, y la despensa, le llevó menos de un minuto.

Cuando tuvo la certeza de que estaba a solas y a salvo, comprobó la media docena de cámaras para bebés que había colocado por todo el piso. Entonces examinó los cerrojos de las ventanas. Todo estaba en perfecto orden. Eso solo le dejaba un sitio que revisar.

Entró al cuarto de baño y abrió el estrecho armario que estaba formado por varios estantes con suministros como papel higiénico extra, un desatascador, algunas barras de jabón, esponjas de ducha, y líquido para limpiar el espejo. Había un pequeño pasador a la izquierda del armario, invisible a menos que uno supiera dónde buscar. Lo giró y tiró, escuchando cómo el cerrojo oculto chasqueaba. El grupo de estanterías se abrió de par en par, revelando un hueco increíblemente estrecho detrás suyo, con una escalera de soga agregada a la pared de ladrillo. El pasadizo y la escalera se extendían desde su apartamento en el cuarto piso hasta un espacio que accedía a la lavandería del sótano. Estaba diseñado como su salida de emergencia de último recurso en caso de que todas sus demás medidas de seguridad le fallaran. Esperaba no necesitarlo jamás.

Reemplazó la estantería y estaba a punto de regresar a la sala de estar cuando se vio de pasada en el espejo del baño. Era la primera vez que se estudiaba a sí misma con detenimiento desde que se había marchado. Le gustaba lo que veía.

En apariencia, no tenía un aspecto tan distinto al de antes. Había pasado por su cumpleaños en el FBI y ahora tenía veintinueve años, pero no parecía más mayor. A decir verdad, pensó que tenía mejor aspecto que antes de irse.

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