La Casa Perfecta - Блейк Пирс 4 стр.


Jessie tenía que reconocer su talento. Para ser ya un perro viejo, todavía veía las cosas bastante claras.

“Aprobé”, le aseguró ella. “Estoy de regreso en L.A. Empiezo a trabajar mañana de nuevo y… estoy haciendo unos recados”.

Jessie no quería preocuparle hablando de su destino real.

“Eso suena nefasto. ¿Por qué tengo la sensación de que no estás de compras en busca de algo de pan?”.

“No tenía intención de que sonara así. Creo que estoy barrida de tanto viaje. Lo cierto es que casi estoy allí ya”, mintió. “¿Te debería llamar esta noche o espero hasta mañana? No quiero interrumpir tu cena de gala con tu balde para el vómito”.

“Quizá mejor mañana”, le aconsejó él.

“Muy bien. Dile hola a Ma. Te quiero”.

“Yo también te quiero”, dijo él, colgándole el teléfono.

Jessie intentó enfocarse en la carretera. El tráfico estaba empeorando y todavía le faltaba media hora de trayecto hasta la instalación del DNR, que llevaba unos cuarenta y cinco minutos de viaje.

La D.N.R., o División No Rehabilitadora, era una unidad especial autónoma afiliada con el Hospital Metropolitano estatal de Norwalk. El principal hospital albergaba a una gran variedad de perpetradores trastornados mentalmente y catalogados como no aptos para servir su condena en una prisión convencional.

Pero el anexo del DNR, desconocido para el público y todavía más para el personal de las fuerzas de seguridad y del sector de salud mental, servía un papel más clandestino. Estaba diseñado para albergar un máximo de diez condenados fuera del sistema común. Ahora mismo, solo había cinco personas allí detenidas, todas ellas hombres, todos violadores y asesinos en serie. Uno de ellos era Bolton Crutchfield.

La mente de Jessie vagabundeó hasta la ocasión más reciente en que había estado allí de visita. Fue su última visita antes de largarse a la Academia Nacional, aunque no le había dicho eso a él. Jessie había estado visitando a Crutchfield con regularidad desde el pasado otoño, cuando había obtenido permiso para entrevistarle como parte de las prácticas de su máster. Según el personal de las instalaciones, casi nunca accedía a hablar con médicos o investigadores. Pero, por razones que no se le aclararían hasta más adelante, se había mostrado de acuerdo en verse con ella.

Durante las siguientes semanas, llegaron a una especie de acuerdo. Le hablaría de los detalles de sus crímenes, incluyendo los motivos y los métodos, si ella compartía algunos detalles de su propia vida. Inicialmente, parecía un trato justo. Después de todo, su meta era convertirse en una criminóloga especializada en asesinos en serie. Que hubiera uno dispuesto a hablar de los detalles de lo que había hecho podría resultar inestimable.

Y, además, resultó que tenía otro bonus adicional. Crutchfield tenía un olfato a lo Sherlock Holmes para deducir información, incluso aunque estuviera encerrado en una celda de un hospital mental. Podía discernir detalles de la actual vida de Jessie solo con mirarla.

Había utilizado esa capacidad, junto con la información sobre el caso que ella le transmitía, para darle pistas sobre varios crímenes, incluido el asesinato de una filántropa adinerada de Hancock Park. Y también le había avisado de que su propio marido no se merecía tanta confianza como había depositado en él.

Por desgracia para Jessie, sus capacidades para la deducción también operaban en su contra. La razón por la que quería reunirse con Crutchfield en primer lugar era porque ella había notado que modelaba sus asesinatos siguiendo los métodos de su padre, el legendario, asesino en serie, jamás atrapado, Xander Thurman. Pero Thurman había cometido sus crímenes en el Missouri rural hacía dos décadas. Parecía una elección al azar, oscura, para un asesino basado en el sur de California.

Lo que pasaba era que Bolton era un gran fan suyo. Y cuando Jessie empezó preguntándole por su interés en esos asesinatos antiguos, no le llevó mucho recomponer el puzle y determinar que la jovencita que tenía delante de él estaba personalmente conectada con Thurman. Con el tiempo, admitió que sabía que ella era su hija. Y le reveló otro detalle, que se había visto con su padre hacía dos años.

Con regocijo en la voz, le había informado de que su padre había entrado a las instalaciones haciéndose pasar por un médico y que se las había arreglado para tener una conversación extensa con el encarcelado. Por lo visto, estaba buscando a su hija, cuyo nombre había cambiado y a quien habían puesto en Protección de Testigos después de que mataran a su madre. Sospechaba que acabaría visitando a Crutchfield en algún momento debido a las similitudes entre sus crímenes. Thurman quería que Crutchfield le contara si aparecía por allí en algún momento y le daba su nuevo nombre y dirección.

Desde ese momento, su relación había estado marcada por una desigualdad que le hacía sentir terriblemente incómoda. Crutchfield todavía le transmitía información sobre sus crímenes y pistas sobre otros. Pero ambos sabían que era él el que tenía todas las cartas en la manga.

Él sabía su nuevo nombre. Sabía el aspecto que tenía. Sabía la ciudad en que vivía. En cierto momento, descubrió que hasta sabía que estaba viviendo con su amiga Lacy y dónde estaba el apartamento. Y aparentemente, a pesar de estar encarcelado en una instalación supuestamente secreta, tenía la capacidad de darle todos esos detalles a su padre.

Jessie estaba bastante segura de que esa era en parte la razón de que Lacy, una aspirante a diseñadora de modas, hubiera aceptado trabajar por seis meses en Milán. Era una oportunidad genial, pero también estaba a medio mundo de distancia de la peligrosa vida de Jessie.

Mientras Jessie tomaba la salida en la autopista, a solo unos minutos de llegar al DNR, recordó que Crutchfield había acabado por tirar del gatillo de la amenaza silenciosa que siempre había pululado en el aire durante sus reuniones.

Quizá fuera porque él había sentido que se iba durante unos meses. Quizá solo fuera por orgullo. Pero la última vez que había mirado al otro lado del cristal para ver sus ojos de trastornado, le había dejado caer una bomba encima.

“Voy a tener una pequeña conversación con tu padre”, le había dicho con su acento cortés y sureño. “No voy a estropear las cosas diciéndote cuándo, pero va a ser deliciosa, estoy bastante seguro de eso”.

Apenas se las había arreglado para sacar de su garganta la palabra “¿Cómo?”.

“Oh, no te preocupes por eso, señorita Jessie”, le había reconfortado. “Solo que sepas que cuando acabemos por hablar, me encargaré de pasarle tus saludos”.

Mientras giraba para entrar a los terrenos del hospital, se planteó la misma pregunta que le había estado reconcomiendo desde aquel entonces, la que solo se podía sacar de la mente cuando estaba concentrada con atención en otros trabajos: ¿lo había hecho de verdad? Mientras ella había estado aprendiendo a atrapar a gente como él y su padre, ¿se habían reunido esos dos por segunda vez, a pesar de las precauciones de seguridad diseñadas para prevenir ese tipo de cosas?

Tenía la sensación de que ese misterio estaba a punto de ser resuelto.

CAPÍTULO CINCO

Entrar a la unidad del DNR era igual que como lo recordaba. Después de obtener la autorización para entrar al campus cotado del hospital a través de una verja protegida por guardias de seguridad, se dirigió a la parte de atrás del edificio principal hacia un segundo edificio más pequeño, de aspecto corriente.

Se trataba de una anodina estructura de acero y hormigón en medio de un aparcamiento sin asfaltar. Solo se divisaba el tejado por detrás de una valla metálica de malla verde y alambre de púas que rodeaba el lugar.

Atravesó una segunda verja custodiada para acceder al DNR. Después de aparcar, caminó hacia la entrada principal, fingiendo ignorar las múltiples cámaras de seguridad que le observaban a cada paso. Cuando llegó a la puerta exterior, esperó a que le dejaran entrar. A diferencia de la primera vez que había venido aquí, ahora el personal le reconocía y le admitían nada más verla.

Pero eso solo pasó en la puerta exterior. Después de pasar por un pequeño patio, llegó a la entrada principal a las instalaciones, que tenía unas gruesas puertas de cristal blindado. Deslizó su tarjeta de acceso, y se encendió la luz verde en el panel. Entonces el guarda de seguridad detrás del escritorio, que también podía observar el cambio de color, le abrió la puerta, completando el procedimiento de acceso.

Jessie se quedó de pie en un pequeño vestíbulo, esperando a que se cerrara la puerta exterior. La experiencia ya le había enseñado que la puerta interior no podía abrirse hasta que la exterior se hubiera cerrado del todo. Una vez lo hizo audiblemente, el guardia de seguridad desbloqueó la puerta interior.

Jessie pasó adentro, donde le esperaba un segundo oficial armado. Recogió todos sus efectos personales, que eran mínimos. Había aprendido con el tiempo que era mucho más conveniente dejar casi todo en el coche, que no corría ningún peligro de ser asaltado.

El guardia le pateó y le hizo un gesto para que pasara por el escáner de ondas milimétricas como los de seguridad de los aeropuertos, que proyectaba una impresión detallada de todo su cuerpo. Cuando pasó al otro lado, le devolvieron sus cosas sin mediar palabra. Era la única indicación de que tenía luz verde para continuar.

“¿Voy a ver a la Oficial Gentry?”, preguntó al agente que estaba sentado detrás del escritorio.

La mujer levantó la vista, con una expresión de absoluto desinterés en su rostro. “Saldrá en un momento. Ve a esperar junto a la puerta de Preparación Transicional”.

Jessie así lo hizo. Preparación Transicional era la sala a donde iban todos los visitantes a cambiarse antes de interactuar con un paciente. Una vez dentro, les pedían que se cambiaran y se pusieran una bata gris de hospital, que se quitaran toda la bisutería, y se limpiaran el maquillaje. Como le habían advertido, estos hombres no precisaban de ninguna estimulación adicional.

Un instante después, la oficial Katherine “Kat” Gentry salía por la puerta de la sala para recibirla. Daba gusto verla. Aunque no es que hubieran empezado precisamente con buen pie cuando se conocieron el verano anterior, ahora las dos mujeres eran amigas, conectadas por su consciencia compartida de la oscuridad que subyace en alguna gente. Jessie había llegado a confiar tanto en ella que Kat era una de las menos de seis personas en todo el mundo que sabían que era la hija del Ejecutador de los Ozarks.

Cuando Kat se le acercó, Jessie admiró una vez más la tipa dura que resultaba ser como jefa de seguridad del DNR. Físicamente imponente a pesar de medir solo uno setenta, su cuerpo de 75 kilos consistía casi por completo de músculo y voluntad de hierro. Previamente comando en el ejército, había servido dos temporadas en Afganistán, y llevaba puestos los mementos de aquellos días en su cara, que estaba agujereada por cicatrices de quemaduras con metralla y tenía una muy larga que empezaba desde debajo del ojo izquierdo para caerle en vertical por la mejilla izquierda. Sus ojos grises estaban calmados, quedándose con todo lo que veían para decidir si se trataba de una amenaza.

Era obvio que no pensaba que Jessie fuera una. Sonrió abiertamente y le dio un gran abrazo.

“Cuánto tiempo sin verte, dama del FBI”, le dijo con entusiasmo.

Jessie estaba recuperando el aliento tras sentirse estrujada en sus brazos, y solo habló cuando la soltó.

“No soy del FBI”, le recordó a Kat. “No era más que un programa de formación. Todavía sigo afiliada con el L.A.P.D.”.

“Lo que tú quieras”, dijo Kat con desdén. "Estuviste en Quantico, trabajando con los mayores expertos en tu campo, aprendiendo técnicas alucinantes que usa el FBI. Si quiero llamarte dama del FBI, es lo que voy a hacer”.

“Si eso significa que no me vas a partir la espalda por la mitad, puedes llamarme lo que tú quieras”.

“A propósito, ya no creo que pudiera hacer eso”, notó Kat. “Pareces más fuerte que antes. Supongo que no solo te hicieron entrenar la mente mientras estabas allí”.

“Seis días a la semana”, le dijo Jessie. “Carreras por el monte, carreras de obstáculos, autodefensa, y entrenamiento de armas. Sin duda alguna, me dieron la patada que necesitaba para ponerme en una forma medio decente”.

“¿Debería preocuparme?”, le preguntó Kat fingiendo preocupación, dando un paso atrás y elevando sus brazos en postura defensiva.

“No creo que suponga ninguna amenaza para ti”, admitió Jessie. “Pero creo que podría protegerme a mí misma frente a un sospechoso, algo que no sentía antes en absoluto. Mirando al pasado, tuve suerte de sobrevivir mis encuentros recientes”.

“Eso es genial, Jessie”, dijo Kat. “Quizá podamos buscar un día que tengamos libre, ir por unas rondas, para mantenerte despierta”.

“Si lo que quieres decir con unas cuantas rondas, es unas cuantas rondas de chupitos, cuenta conmigo. De lo contrario, puede que me tome un pequeño descanso de las carreras diarias y de los puñetazos y esas cosas.”

“Retiro todo”, dijo Kat. “Sigues siendo el mismo ratoncillo que fuiste siempre”.

“Bueno, esa sí que es la Kat Gentry que he acabado conociendo y adorando. Sabía que había una buena razón para que fueras la primera persona que quería ver después de regresar a la ciudad”.

“Me siento halagada”, dijo Kat. “Pero creo que las dos sabemos que no soy la persona que has venido a visitar. ¿Dejamos de remolonear y vamos al grano?”.

Jessie asintió y siguió a Kat al interior de la sala de Preparación, donde la esterilidad y el silencio pusieron punto final al ambiente jocoso de la visita.

*

Quince minutos después, Kat escoltaba a Jessie hasta la puerta que conectaba con el ala de seguridad del DNR donde estaban algunas de las personas más peligrosas del planeta. Ya habían pasado por su oficina para ponerse al día sobre los últimos meses, que habían sido sorprendentemente aburridos.

Kat le informó de que, como Crutchfield le había amenazado con que se iba a ver enseguida con su padre, habían aumentado todavía más las ya estrictas medidas de seguridad. Las instalaciones contaban ahora con cámaras de seguridad adicionales y hasta con mayor comprobación de identidad para visitantes.

No había pruebas de que Xander Thurman hubiera intentado visitar a Crutchfield. Sus únicas visitas habían sido la del médico que venía todos los meses para comprobar sus constantes vitales, el psiquiatra con el que casi nunca intercambiaba ni una palabra, un detective del L.A.P.D. que esperaba, resultó que fútilmente, a que Crutchfield compartiera información sobre un caso sin resolver en el que estaba trabajando; y el abogado que le había asignado el tribunal, que solo aparecía para asegurarse de que no le estuvieran torturando. Apenas había entablado conversación con ninguno de ellos.

Según decía Kat, no había mencionado a Jessie delante del personal, ni siquiera a Ernie Cortez, el agente que supervisaba sus duchas semanales. Era como si ella no existiera. Jessie se preguntaba si estaría enfadado con ella.

“Ya sé que te acuerdas del procedimiento”, dijo Kat, mientras esperaban de pie delante de la puerta de seguridad. “Como han pasado unos cuantos meses, deja que repase los procedimientos de seguridad como medida de precaución. No te acerques al prisionero. No toques la barrera de cristal. Y ya sé que esta te la vas a pasar por alto de todas maneras, pero oficialmente, se supone que no puedes compartir ninguna información personal. ¿Entendido?”.

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