Una costra a la vez, se dijo a sí misma mientras recogía las llaves que le dio una mujer gruñona detrás del mostrador.
Una vez salió a la carretera, Mackenzie sacó el número del Holiday Inn de su madre, para asegurarse de que estaba trabajando en ese momento. Resultó que su turno terminaba en media hora, lo que significaba que a Mackenzie le faltaba una hora para poder encontrarse con su madre en el hotel. Sin embargo, eso no era una gran preocupación, ya que Mackenzie también tenía la dirección de la casa de su madre.
Se sorprendió al descubrir que el terreno plano y la atmósfera familiar de Nebraska la calmaban significativamente. No había ansiedad ni miedo en reunirse con su madre. En todo caso, la tierra abierta y el cielo hicieron que extrañara a Kevin. Cuando se dio cuenta de que no había estado lejos de él durante tanto tiempo, su corazón se hundió en su pecho. Por un momento, le costó respirar. Pero luego pensó en Ellington y Kevin, juntos en el apartamento cuando el día tocara a su fin. Ellington era un padre sobresaliente, de maneras que todavía la sorprendían a diario. Empezó a entender que quizás Ellington necesitaba este tiempo a solas con su hijo tanto como ella necesitaba este tiempo para aventurarse de nuevo hacia su pasado y tratar de arreglar las cosas con su madre.
Si estas son las emociones por las que pasan todos los padres, pensó, tal vez haya sido demasiado dura mi madre.
De todos los pensamientos que habían estado rodando por su cabeza desde que se subió al avión en D.C., este fue el que le hizo llorar. Sabía que su padre había tratado con algunos de sus propios demonios, aunque la naturaleza de los mismos hubiera sido vaga en el mejor de los casos, ya que su madre nunca lo había criticado delante de ella o de Stephanie. Mackenzie trató de aplicar eso al hecho de que su madre se hubiera quedado viuda, con dos hijas que criar. Era muy posible (y esto era algo que Mackenzie había considerado con anterioridad) que ella mantuviera una opinión tan elevada de su padre porque él había muerto cuando ella era joven. De joven, no tenía motivos para dudar de él ni para verlo como otra cosa que no fuera su propio héroe personal. Pero, ¿qué hay de la madre que había intentado criar a dos niñas, fracasando en última instancia, para recibir luego el desprecio no solo de la mayor parte de la comunidad, sino también de una de sus propias hijas?
Mackenzie logró sonreír a través de las lágrimas mientras se las secaba. Se preguntaba si estos pensamientos se estaban volviendo tan claros de repente porque ahora ella también era madre. Había oído que las mujeres cambiaban muchas facetas de sus actitudes cuando tenían un hijo, pero nunca lo habían considerado realmente. Pero aquí estaba ella, prueba viviente de esa teoría, mientras sentía que su corazón comenzaba a ablandarse por una mujer a la que esencialmente había demonizado durante la mayor parte de su vida.
Nebraska pasaba junto al coche, llevando a Mackenzie de vuelta a su pasado. Y por primera vez desde que dejó el estado, se encontró casi ansiosa por volver a ese pasado y dejar que las cartas cayeran donde tuvieran que hacerlo.
***
Patricia White vivía en un apartamento de dos dormitorios a seis millas del Holiday Inn donde trabajaba. Estaba ubicado en un pequeño complejo que no estaba muy deteriorado, pero que necesitaba un poco de mantenimiento y atención. Mackenzie tenía su teléfono en la mano, con su dirección y el número de su apartamento en la pantalla por cortesía de algún turbio uso de recursos de la oficina.
Cuando se acercó al apartamento de su madre en el segundo piso, no dudó en llegar a la puerta ni sus pensamientos se congelaron como se estaba esperando. Golpeó la puerta de inmediato, haciendo todo lo posible para no pensar demasiado en ello. La única pregunta real era cómo iniciar la conversación... cómo adentrarse en el agua en lugar de saltar y patalear sin saber lo que hacía.
Escuchó pasos que se acercaban después de unos momentos. Cuando la puerta se abrió y vio la mirada de sorpresa en la cara de su madre, entonces fue cuando Mackenzie se quedó helada. No estaba segura de cuándo había visto sonreír a su madre por última vez, así que la sonrisa que se extendió por su cara hizo que Mackenzie se sintiera como si estuviera mirando a una mujer diferente.
“Mackenzie”, dijo su madre, con voz débil y excitada. “Dios mío, ¿qué haces aquí?”.
“Tomé unos días libres y pensé en venir a saludar. Eso no era del todo mentira, así que le pareció bien por el momento.
“¿Y no me llamas antes?”.
Mackenzie se encogió de hombros. “Lo pensé, pero también sabía cómo iba a ir. Además... sólo necesitaba alejarme por un tiempo”.
“¿Estás bien?”. Parecía genuinamente preocupada.
“Estoy bien, mamá”.
“Bueno, pasa, pasa. El lugar es un desastre, pero con suerte podrás pasarlo por alto”.
Makenzie entró y vio que el lugar no era un desastre en absoluto. De hecho, estaba bastante ordenado. Su madre había decorado mínimamente, lo que le facilitaba a Mackenzie ver la vieja foto que tenía de Stephanie y ella sentadas en la mesita junto al sofá.
“¿Cómo has estado, mamá?”.
“Bien. Muy bien, en realidad. He estado ahorrando algo de dinero aquí y allá, así que pude acabar de pagar la deuda. Conseguí un ascenso en el trabajo... todavía no es mucho para un trabajo, pero el dinero es mejor y dirijo a unas cuantas mujeres en el equipo. ¿Qué hay de ti?”.
Mackenzie se sentó en el sofá, esperando que su madre hiciera lo mismo. Se sintió agradecida cuando lo hizo. Nunca le había gustado eso de decir que tal vez quieras sentarte para esto porque le parecía demasiado dramático.
“Bueno, tengo algunas noticias”, dijo ella. Comenzó el lento proceso de abrir su carpeta de Fotos en el teléfono y se desplazó en busca de una foto en particular. “Sabes que Ellington y yo nos casamos, ¿verdad?”.
“Sí, lo sé. Es curioso que aún lo llames por su apellido. ¿Es como una cosa de trabajo?”
Mackenzie no pudo evitar reírse. “Sí, creo que sí. ¿Estás enfadada porque te perdiste la boda?”.
“Oh Dios no. Odio las bodas. Esa podría ser la decisión más inteligente que hayas tomado”.
“Gracias”, dijo ella. Sus nervios burbujeaban como lava cuando las siguientes palabras salieron de su boca. “Mira, vine aquí porque tengo algo más que compartir contigo”.
Al decir eso, le ofreció su teléfono. Su madre lo tomó y miró la foto de Kevin en su pequeña manta de hospital, con solo dos días, justo antes de salir del hospital.
“¿Este es...?”, preguntó Patricia.
“Ya eres abuela, mamá”.
Las lágrimas fueron instantáneas. Patricia dejó caer el teléfono al sofá y se puso las manos sobre la boca. “Mackenzie... es precioso”.
“Sí que lo es”.
“¿Cuántos años tiene? Te veo demasiado bien para haberlo tenido hace poco”.
“Poco más de tres meses”, dijo Mackenzie. Entonces volvió la vista hacia otro lado, para alejarse de la leve punzada de dolor que cruzó el rostro de su madre. “Lo sé. Lo siento mucho. Quise llamarte antes, para que lo supieras. Pero después de la última vez que hablamos... Mamá, ni siquiera sabía si querrías saberlo”.
“Lo entiendo”, dijo de inmediato. “Y significa mucho para mí que hayas venido a decírmelo en persona”.
“¿No estás molesta?”.
“Dios, no. Mackenzie... podrías no habérmelo dicho jamás. No habría notado la diferencia. Creo que estaba totalmente preparada para no volver a verte nunca más y... y yo...”
“Está bien, mamá”.
Quería acercarse a ella, tomar su mano o abrazarla. Pero ella sabía que cualquier cosa así resultaría forzada y extraña para ambas.
“Me compré una licuadora nueva la semana pasada”, dijo su madre, de repente.
“Um... está bien”.
“¿Bebes margaritas?”.
Mackenzie sonrió y asintió. “Dios, sí. No he tomado un trago en un año”.
“¿Estás dándole el pecho? ¿Puedes beber?”.
“Lo estoy haciendo, pero ya tenemos suficiente en el congelador”.
Su madre puso cara de confusión, pero luego se echó a reír. “Lo siento, pero todo esto es tan surrealista... tener un bebé, almacenar leche materna...”.
“Es que es surrealista”, asintió Mackenzie. “Y también lo es estar aquí. Así que.... ¿cómo vamos con esos margaritas?”.
***
“Fue tu última visita aquí la que lo fastidió todo”, dijo Patricia.
Estaban sentadas en el sofá, cada una sosteniendo un margarita. Se sentaron en extremos opuestos, dejando claro que todavía no estaban lo suficientemente cómodas con la situación.
“¿Qué hay de esa visita?”, preguntó Mackenzie.
“No es que fuera una grosera ni nada, pero vi lo bien que te estaban yendo las cosas. Y me dije a mí misma, ella salió de mí. Sé que no fui una gran madre... en absoluto. Pero estoy orgullosa de ti, aunque no tuve mucho que ver con la forma en que saliste. Me hizo sentir que yo también podía hacer algo de mí misma”.
“Es que puedes”.
“Lo estoy intentando”, dijo ella. “Cincuenta y dos años y finalmente sin deudas. Por supuesto, trabajar en un hotel no es la mejor de las carreras...”.
“Sí, pero ¿eres feliz?”, preguntó Mackenzie.
“Lo soy. Más ahora que has venido de visita. y me estás contando estas maravillosas noticias”.
“Desde que cerré el caso de papá... no lo sé. Si soy sincera, creo que traté de sacarme de la cabeza cualquier idea de ti. Pensé que, si podía poner lo que le pasó a papá en el pasado, también podría ponerte a ti. Y yo estaba totalmente dispuesta a hacerlo. Pero entonces llegó Kevin y Ellington y yo nos dimos cuenta de que en realidad no le estábamos dando a nuestro bebé mucha familia además de nosotros dos. Queremos que Kevin tenga abuelos, ¿sabes?”.
“Y también tiene una tía”, dijo Patricia.
“Lo sé. ¿Dónde está Stephanie?”.
“Por fin se decidió a mudarse a Los Ángeles. Ni siquiera sé lo que está haciendo, y me da miedo preguntar. No he hablado con ella en dos meses”.
Escuchar esto picó un poco a Mackenzie. Ella siempre había sabido que Stephanie era algo así como una bala perdida cuando se trataba de cualquier tipo de estabilidad en la vida. Pero aun así, pocas veces se había detenido a pensar que Stephanie era otra hija que había elegido vivir una vida mayormente separada de su madre. Sentada en el sofá, con margarita en la mano, fue la primera vez que Mackenzie se molestó en preguntarse cómo sería para una madre saber que sus dos hijas habían decidido que sus vidas serían mejores sin que ella participara en ellas.
“Me parece que debo decirte que lo siento”, dijo Mackenzie. “Sé que te alejé después del funeral de papá. Sólo tenía diez años, así que tal vez no sabía que eso era lo que estaba haciendo, pero... sí. Seguí haciéndolo el resto de mi vida. Y la cuestión es, mamá... que quiero que Kevin tenga una abuela. De verdad que sí. Y espero que quieras hacer lo necesario para que lo consigamos hacer juntas”.
Patricia estaba anegada de nuevo por las lágrimas. Se inclinó y cruzó el sofá, cerrando la distancia entre ellas, y le dio un abrazo a su hija. “Yo tampoco estuve allí”, dijo Patricia. “Podría haber llamado o hecho algún tipo de esfuerzo. Pero cuando me di cuenta de que te habías ido, incluso de niña, lo dejé pasar. Casi me sentí aliviada. Y espero que puedas perdonarme por eso”.
“Y puedo. ¿Puedes perdonarme por alejarte de mí?”.
“Ya lo he hecho”, dijo Patricia, rompiendo el abrazo y bebiendo de su margarita para detener el flujo de lágrimas.
Mackenzie podía sentir sus propias lágrimas, y no estaba preparada para estar tan vulnerable frente a su madre. Se puso de pie, aclaró su garganta y bebió el resto de su bebida.
“Salgamos de aquí”, dijo ella. “Vamos a cenar a algún sitio. Invito yo”.
Una mirada de incredulidad cruzó el rostro de Patricia White, la cual fue lentamente disuelta por una sonrisa. Mackenzie no recordaba haber visto a su madre sonreír de esa manera; era como ver a una persona diferente. Y tal vez fuera una persona diferente. Si le daba una oportunidad a su madre, quizás se daría cuenta de que la mujer a la que había rechazado durante tanto tiempo no era el monstruo que se había convencido a sí misma que era.
Después de todo, Mackenzie era definitivamente una persona diferente de lo que había sido a los diez años. Demonios, ella era una persona diferente a la que había sido hace poco más de un año cuando había hablado por última vez con su madre. Si tener un bebé le había enseñado algo a Mackenzie, era que la vida podía cambiar muy rápidamente.
Y si la vida misma podría cambiar tan rápidamente, ¿por qué no la gente?
CAPÍTULO SIETE
Mackenzie se despertó a la mañana siguiente con una ligera resaca. Reconectar con su madre durante la cena había sido agradable, al igual que los pocos tragos que se habían tomado después. Mackenzie había llegado a su habitación de hotel, ese lujoso que ella y Ellington habían acordado, y se había metido en el jacuzzi con una botella de vino que había pedido al servicio de habitaciones. Sabía que los dos vasos adicionales que se había tomado mientras se relajaba en la bañera podrían ser demasiado, pero pensó que se lo merecía después de haber gestado a un ser humano en su vientre y haber tenido que renunciar al alcohol todo ese tiempo, por no mencionar el tiempo adicional sin beber mientras estaba amamantando y bombeando leche de manera activa.
El ligero dolor de cabeza que tenía al levantarse de la cama y empezar a vestirse era un pequeño precio que pagar. Había sido agradable estar sola después de empezar a arreglar las cosas con su madre. Se habían puesto al día, habían compartido algunas historias y algunos sufrimientos y después habían dado por terminada la noche. Con planes de reconectar en una semana más o menos, después de que Mackenzie regresara a casa y decidiera qué hacer con su trabajo, sólo había una cosa más en la lista de cosas por hacer que tenía Mackenzie para su visita a Nebraska.
Se sentía como si hubiera cerrado un círculo, viajando sola, reuniéndose con su madre, disfrutando de los amplios espacios abiertos que el estado tenía para ofrecer. Aunque no era de carácter sentimental, no podía ignorar las ganas que tenía de volver a su antigua comisaría, la comisaría en la que había comenzado su carrera como detective hacía casi seis años.
Después de desayunar, así lo hizo. Estaba a una hora y media en coche de su hotel en Lincoln. Su avión no salía para D.C. hasta dentro de siete horas, así que tenía tiempo de sobra. Si era del todo honesta, ni siquiera sabía por qué iba. A decir verdad, no es que su supervisor le hubiera importado demasiado y, por muy avergonzada que estuviera de admitirlo ante sí misma, apenas podía recordar a ninguno de sus antiguos compañeros. Mackenzie, por supuesto, recordaba al oficial Walter Porter. Había servido como su compañero durante un pequeño período de tiempo y había estado a su lado durante el caso del Asesino del Espantapájaros, el caso que finalmente había atraído la atención del FBI y había dado comienzo a su nueva carrera en el bureau.
Todos los recuerdos le asaltaron mientras aparcaba su coche enfrente de la comisaría. Ahora parecía mucho más pequeña, pero de una forma que la hacía sentir orgullosa de conocerla. Más que nostalgia, tenía una sensación de familiaridad que le conmovía.
Cruzó la calle y entró, incapaz de impedir que la sonrisa asomara a la comisura de sus labios. La pequeña entrada conducía a un escritorio como para una recepcionista, que estaba revestido con un panel de vidrio deslizante. Detrás de la mujer que estaba sentada al escritorio, había un pequeño corralito que tenía el mismo aspecto que cuando Mackenzie había pisado este edificio por última vez. Se acercó al cristal, encantada de encontrar un rostro familiar, aunque se tratara de uno en el que no había pensado en mucho tiempo, sentada detrás del cristal.