Mando Principal - Джек Марс 8 стр.


Entrecerró los ojos y sacudió la cabeza. —Llegué ante una jueza cuando tenía diecisiete años. Ella me dijo que ahora podría ser juzgado como un adulto. Podía ver en tiempo real la cárcel de los mayores o podía conseguir que me suspendieran la condena si me unía al ejército de los Estados Unidos. Dependía de mí.

Él sonrió. —¿Qué más iba a hacer? Me uní. Me encontré con un sargento de instrucción, de nombre Brooks, inmediatamente me cogió manía. Sargento Mayor Nathan Brooks. Yo no le gustaba y decidió que me iba a hacer la vida imposible.

—¿Lo hizo? —dijo Luke. Tenía problemas para imaginarse tal cosa, pero esta no era la primera vez que había oído algo por el estilo. —¿Te hizo la vida imposible?

Ed se rio. —Oh, sí, lo hizo. La tomaba conmigo una y otra vez. Nunca lo he pasado tan mal en mi vida. Me veía venir a un kilómetro de distancia. Me convirtió en su proyecto personal, dijo: “¿Te crees duro, negrata? Tú no eres duro. Ni siquiera has visto nada duro todavía, pero yo te lo voy a enseñar.”

— ¿Era un hombre blanco? —dijo Luke.

Ed sacudió la cabeza. —Nah. En esos días, si un hombre blanco me hubiera llamado negro, simplemente le habría matado. Era un hermano de mi tierra, de algún lugar de Carolina del Sur, no lo sé. Me partió por la mitad. Y cuando terminó, me volvió a unir, un poco mejor que antes. Ahora yo era algo con lo que otras personas podrían al menos trabajar, hacer algo.

Estuvo en silencio por un momento. El avión se estremeció a través de una zona de turbulencias.

—Nunca encontré la forma de agradecérselo a ese tipo.

Luke se encogió de hombros. —Bueno, no es tarde. Envíale algunas flores. Una tarjeta, no sé.

Ed sonrió, pero ahora estaba melancólico. —Está muerto. Hace más o menos un año. Cuarenta y tres años, veinticinco de servicio. Podría haberse retirado en cualquier momento. En lugar de eso, se ofreció como voluntario para Iraq, y se lo concedieron. Estaba en un convoy al que le tendieron una emboscada cerca de Mosul. No sé todos los detalles, lo vi en Stars and Stripes. Resulta que era un tipo muy condecorado. Yo no sabía eso de él cuando me arrastraba por el suelo. Nunca lo mencionó.

Hizo una pausa. —Y nunca le dije lo que significaba para mí.

—Probablemente lo sabía, —dijo Luke.

—Sí, probablemente, pero debería habérselo dicho de todos modos.

Luke no le contradijo.

—¿Dónde está tu madre? —dijo en su lugar.

Ed sacudió la cabeza. —Todavía está en Crenshaw. Traté de hacer que se mudara al este, cerca de mi, pero ella no quiere oír hablar de mudarse. ¡Todas sus amigas están allí! Así que, entre mi hermana y yo le compramos un pequeño bungalow a seis manzanas del viejo edificio de apartamentos donde vivíamos. Una parte de mi paga de cada mes va destinada al pago de la hipoteca. Justo en el viejo barrio donde solía arriesgar mi vida para intentar sacarla de allí.

Suspiró profundamente. —Por lo menos hay comida en la nevera y las luces están encendidas. Supongo que es todo lo que importa. Ella dice: “Nadie va a meterse conmigo. Ellos saben que eres mi hijo y vas a venir a verme si lo hacen.”

Luke sonrió, Ed también lo hizo y esta vez la sonrisa fue más genuina.

—Ella es imposible, tío.

Ahora Luke se echó a reír. Después de un momento, también lo hizo Ed.

—Escucha, —dijo Ed. —Me gusta tu plan. Creo que podemos lograrlo. Un par de chicos, los correctos... —él asintió con la cabeza. — Sí, es factible. Necesito echar una cabezada y tal vez se me ocurra algo que añadir.

—Suena bien, —dijo Luke. —Estoy deseando, p refiero no tener a nadie en nuestro equipo asesinado por ahí.

—Especialmente nosotros, —dijo Ed.

CAPÍTULO SIETE

26 de junio

6:30 Hora del Este

Centro de Actividades Especiales, Dirección de Operaciones

Agencia Central de Inteligencia

Langley, Virginia


—Parece que el Presidente ha perdido la chaveta.

—¿Eh? —dijo el viejo que fumaba un cigarrillo. Parecía que tuviera que aclararse la garganta. Sus dientes eran de color amarillo oscuro. La retracción de las encías hacía que parecieran más largos. Parecían hacer chasquidos cuando hablaba. El efecto era horrible. —Cuéntamelo.

Estaban en lo más profundo de las entrañas de la sede. En la mayoría de los lugares dentro del edificio, fumar ahora estaba prohibido. ¿Pero aquí, en el santuario interior? Todo estaba permitido.

—Estoy seguro de que ya lo has oído, —dijo el Agente Especial Wallace Speck.

Se sentó en un amplio escritorio de acero al lado del viejo. No había casi nada en el escritorio. Ni teléfono, ni ordenador, ni hoja de papel o un lápiz. Sólo había un cenicero de cerámica blanca, repleto de colillas de cigarrillos apagados.

El viejo asintió. —Refréscame la memoria.

—Ayer sugirió que la tripulación del Nereus se pudriera en manos de los rusos. Lo dijo delante de veinte o treinta personas.

—Sáltate la parte fácil, —dijo el viejo. Estaban en una habitación sin ventanas. Dio una calada profunda a su cigarrillo, lo sostuvo y luego soltó una columna de humo azul. El techo estaba al menos a cuatro metros y medio de sus cabezas y el humo se elevaba hacia él.

—Bueno, luego lo suavizó, pero nos ha dejado fuera del operativo de rescate, a nosotros y a nuestros amigos, en favor de nuestro nuevo hermano pequeño del FBI.

—Sáltatelo, —dijo el viejo.

Wallace Speck sacudió la cabeza. Tratar con el viejo era un infierno. ¿Cómo es que seguía vivo? Había estado fumando cigarrillos en cadena desde antes que naciera Speck. Su rostro era como un periódico antiguo, volviéndose casi tan amarillo como sus dientes. Sus arrugas tenían arrugas. Su cuerpo no tenía tono muscular en absoluto. Su carne parecía estar colgando de los huesos.

La idea le produjo a Speck un breve recuerdo de una vez que comió en un restaurante elegante. — ¿Cómo está el pollo esta noche? —le preguntó al camarero. —Exquisito, —dijo el camarero. —Se desprende del hueso.

La carne del anciano era cualquier cosa menos exquisita. Pero sus ojos seguían tan afilados como cuchillas de afeitar, tan concentrados como láseres. Era lo único que le quedaba.

Esos ojos miraban a Speck. Querían el morbo. Querían las partes que a la gente como Wallace Speck le preocupaban. Podría desenterrar lo más sucio, y lo hacía. Ese era su trabajo, pero a veces se preguntaba si el Centro de Actividades Especiales de la CIA no estaba abusando de su autoridad. A veces se preguntaba si las actividades especiales no equivalían a la traición.

—El tío tiene problemas para dormir, —dijo Speck. —Parece que no ha superado el secuestro de su hija. Confía en el Zolpidem para dormir y a menudo se diluye la píldora en una copa de vino, o dos. Eso es un hábito peligroso, por razones obvias.

Speck hizo una pausa. Podría darle al viejo el papeleo, pero el hombre no quería mirar el papeleo. Sólo quería escuchar, y Speck lo sabía. —Tenemos cintas de audio y transcripciones de una decena de llamadas telefónicas a su rancho familiar en Texas durante los últimos diez días. Las conversaciones son con su esposa. En cada llamada, expresa su deseo de dejar la presidencia, regresar al rancho y pasar tiempo con su familia. En tres de esas llamadas, se echa a llorar.

El viejo sonrió y dio otra profunda calada al cigarrillo. Sus ojos se convirtieron en rendijas. Su lengua salió disparada. Había un trozo de tabaco allí en la punta. Parecía un lagarto. —Bien. Más.

—Tiene una especie de obsesión por el culto al héroe con Don Morris, nuestro pequeño rival advenedizo del Equipo de Respuesta Especial del FBI.

El viejo hizo un movimiento con la mano como una rueda que gira.

—Sigue.

Speck se encogió de hombros. —El Presidente tiene un perro, como ya sabes. Ha comenzado a caminar por los terrenos de la Casa Blanca a altas horas de la noche. Se enfada si se tropieza con cualquier Agente del Servicio Secreto mientras está fuera. Hace unas noches, se encontró con dos en diez minutos y tuvo un berrinche. Llamó a la oficina de supervisión nocturna y les dijo que hicieran retirarse a sus hombres. Ya no parece comprender que los hombres están allí para protegerlo, piensa que están allí para molestarle.

—Hmmm, —dijo el viejo. —¿Intentaría huir?

—Diría que parece inverosímil, —dijo Speck. —Pero con este Presidente, nunca se sabe lo que va a hacer.

—¿Qué más?

—El grupo de acción política ha comenzado a buscar opciones para retirarlo del cargo, —dijo Speck. —La destitución es inviable debido a la división en el Congreso. Además, el portavoz de la Casa Blanca es un aliado cercano de David Barrett y está de acuerdo con él en la mayoría de las cuestiones. Es muy poco probable que siga con el proceso de destitución o permita que suceda bajo su supervisión. Retirarlo del cargo bajo la Vigésimoquinta Enmienda parece estar fuera de lugar también. Barrett probablemente no va a admitir su incapacidad para desempeñar sus funciones y si el vicepresidente trata de...

El viejo levantó la mano. —Lo entiendo, sáltatelo. Dime una cosa: ¿tenemos Agentes del Servicio Secreto en operaciones nocturnas en los terrenos de la Casa Blanca? ¿Hombres que nos sean leales?

—Los tenemos, —dijo Speck. —Sí.

—Bien. Ahora dame detalles sobre la operación de rescate de Rusia.

Speck sacudió la cabeza. —No tenemos detalles. Don Morris es notoriamente tacaño con la información, pero no tiene un gran equipo, al menos no todavía. Podemos suponer que les ha dado la misión a sus mejores agentes, Luke Stone y Ed Newsam, dos chicos jóvenes, ambos ex operadores de las Fuerzas Delta, con amplia experiencia en combate.

—¿Los que rescataron a la desafortunada hija del Presidente?

Speck asintió con la cabeza. —Sí.

El viejo sonrió. Sus dientes eran como colmillos amarillos. Podría pasar por el vampiro más viejo, uno que no hubiera saboreado la sangre en mucho, mucho tiempo. —Vaqueros, ¿no?

—Uh... Creo que tienden a disparar primero, y luego...

—¿Estamos planeando interceptarlos? ¿Desbaratar su operación de alguna manera?

—Ah... —dijo Wallace Speck. —Sin duda ha estado sobre la mesa como una posible opción. Es decir, por el momento no tenemos mucho...

—No lo hagáis, —dijo el anciano. —Apartaos de su camino y dejadlos actuar. Tal vez encuentren la muerte. Tal vez empiecen una guerra mundial. En cualquier caso, eso será bueno para nosotros. Y si David Barrett hace algo disparatado, quiero decir realmente disparatado, estate preparado para saltar y tomar el control de la situación.

Wallace Speck se levantó para irse.

—Sí señor. ¿Algo más?

El viejo lo miró con los ojos de un demonio antiguo. —Sí. Intenta sonreír un poco más, Speck. Todavía no estás muerto, así que haz un esfuerzo en disfrutar aquí y ahora. Se supone que esto es divertido.

CAPÍTULO OCHO

23:20 Hora de Moscú (15:20 Hora del Este)

Puerto de Adler, Distrito de Sochi

Krai de Krasnodar

Rusia

—¿Estáis seguros de que queréis que actuemos en este concierto? —dijo Luke a través del teléfono satelital de plástico azul que tenía en la mano. —Creo que va a ser bastante ruidoso.

Se apoyó contra un viejo Lada Sedan negro, fabricado en Hungría. El pequeño coche cuadrado le recordaba a un viejo Fiat o Yugo, pero no tan elegante. Parecía estar hecho de chapas de chatarra soldadas. Emitía un ligero olor a aceite quemado. Cuanto más rápido iba, más parecía vibrar, como si se estuviera desgarrando por los contornos. Afortunadamente, no era el coche que utilizarían para escapar.

Cerca, su conductor, un corpulento checheno llamado Aslan, se estaba fumando un cigarrillo y orinando a través de una línea de vallas de tela metálica. Aslan prefería que lo llamasen Franchute. Esto se debía a que, cuando Chechenia cayó, había escapado de los rusos desapareciendo en París durante unos años. Sus tres hermanos y su padre habían muerto en la guerra. Ahora, Franchute había vuelto y odiaba a los rusos.

Estaban en una zona de aparcamiento vacía, cerca de la desembocadura del río Mzymta. Un olor húmedo y penetrante a alcantarilla emergía del agua. Desde aquí, un sombrío bulevar de almacenes corría a lo largo de la costa hasta un pequeño puerto de carga, custodiado por una caseta de vigilancia y una alambrada electrificada. Bajo el resplandor de las débiles y amarillas lámparas de arco de sodio, podía ver hombres moviéndose por la puerta.

Las grandes y antiguas casas del Partido Comunista, los nuevos hoteles y restaurantes y las brillantes playas de Sochi en el Mar Negro, se encontraban a sólo ocho kilómetros de la carretera. Pero Adler era tan inconexo y deprimente como un puerto ruso debería ser.

Había un retraso, desde que la voz aguda de Mark Swann irrumpía por todas partes, desde las redes cifradas en los satélites negros, hasta finalmente el teléfono de Luke. La voz de Swann temblaba con excitación nerviosa.

Luke sacudió la cabeza y sonrió. Swann estaba en una suite del ático con la bella Trudy Wellington, en un hotel de cinco estrellas en Trabzon, Turquía. Supuestamente, eran una rica pareja de recién casados ​​de California. Si las balas comenzaran a volar, Swann lo vería en la pantalla del ordenador, casi pero no en directo, vía satélite. Ese era el motivo de que le temblara la voz.

—Tenemos luz verde, —dijo Swann. —Entienden que podríamos recibir algunas quejas de los vecinos.

—¿Y la bola de discoteca?

— Justo donde dijimos que estaría.

Luke contempló un viejo y oxidado buque de carga mediano, el Yuri Andropov II, que descansaba en el muelle. Pensó que un viejo especialista en tortura de la KGB como Andropov debía estar removiéndose en su tumba al ver que esta cosa llevaba su nombre. A alguien debió parecerle gracioso.

La bola de discoteca, por supuesto, era el sumergible perdido, Nereus. Su chip GPS seguía sonando desde el interior de una de las bodegas de ese barco.

—¿Y los instrumentos? —los instrumentos eran la tripulación del Nereus.

—Arriba, en el vestuario, por lo que sabemos.

—¿Y Aretha? ¿Qué tiene ella que decir?

La voz de Trudy Wellington entró, sólo por un segundo.

—Tus amigos ya están de fiesta en la playa.

Luke asintió. Justo al sur de aquí estaba la frontera con la ex República Soviética de Georgia. Los georgianos y los rusos actualmente se mostraban hostiles entre sí. Trudy sospechaba que iban a tener un incidente de fuego uno de estos días, pero con suerte no se iniciaría esta noche.

La ciudad costera georgiana de Kheivani estaba justo al otro lado de esa frontera. Era un lugar tranquilo y sosegado, en comparación con Sochi. Había un equipo de recuperación en una playa oscura de allí, esperando recibir a los prisioneros rescatados, si llegaban tan lejos.

Desde la playa, los prisioneros serían trasladados lejos de la frontera, a lo más profundo de Georgia y luego fuera del país. Eventualmente, cuando llegaran a un lugar seguro, serían informados sobre todo este desastre.

Nada de eso era asunto de Luke. Intencionadamente, no sabía nada sobre cómo iría. Don y Papá Cronin se habían encargado de esa parte. Luke ni siquiera sabía quién estaba involucrado. Podrías cortarle los dedos y sacarle los ojos y no podía dicirte nada al respecto.

—¿Se ha unido el tipo grande a la banda? —dijo Luke.

La voz de Ed Newsam apareció. El aullido del viento y el rugido de los motores ​​casi la ahogaban. —Está en el camerino, listo para subir al escenario. Cuanto antes, mejor, por lo que a él concierne.

Luke suspiro. —Está bien, —dijo, y el peso de la decisión se apoderó de sus hombros como una roca. La gente probablemente estaba a punto de morir. Sabías eso cuando te metías. Sólo que no sabías quién.

—Vamos allá.

—Nos vemos en Las Vegas, —dijo Swann.

—Asegúrate de ver el espectáculo de fuegos artificiales, —gritó Ed. —Me han dicho que va a estar bien.

La llamada se cortó. Luke dejó caer el teléfono satelital en el asfalto desgastado del aparcamiento. Levantó la bota y la dejó caer con fuerza sobre el teléfono, rompiendo la carcasa de plástico. Lo hizo de nuevo, otra vez y otra vez. Luego le dio una patada a los restos destrozados y los lanzó a través de un desagüe abierto hacia el agua.

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