Cuando llegó, la Casa de las Armas estaba casi tan quieta como el resto de la ciudad. Había un vigilante en la puerta, pero conocía a Devin de vista y estaba acostumbrado a que él entrara a horas extrañas. Devin pasó saludándolo con la cabeza y luego se dirigió hacia adentro. Tomó la espada con la que había estado trabajando recientemente, sólida y fiable, adecuada para la mano de un verdadero soldado. Terminó de envolver la empuñadura y la llevó para arriba.
Este espacio no tenía el hedor de la forja, ni la mugre. Era un lugar con madera limpia y aserrín para atrapar sangre suelta, en donde había soportes con armas y armaduras y un espacio de doce caras en el medio, rodeado de algunos bancos para que los que esperaban por su clase se sentaran. Allí había postes y fardos para cortar, todos dispuestos para que los estudiantes de la nobleza pudieran practicar.
Devin se acercó a un estafermo para maestros de armas, un poste más alto que él sobre una base con pértigas de metal que hacían las veces de armas y podían girar en respuesta a los golpes de los espadachines. La destreza consistía en atacar y luego moverse o rebatir, atravesarlo sin que el arma quedara atrapada y golpearlo sin ser golpeado. Devin adoptó una postura defensiva y luego atacó.
Sus primeros golpes fueron constantes, metiéndose en la actividad y probando la espada. Bloqueó los primeros giros de respuesta de los postes y luego esquivó los siguientes, acostumbrándose lentamente a la espada. Empezó a aumentar el ritmo y a ajustar el juego de piernas, moviéndose de una posición a otra con sus golpes: del buey al espectro, luego al largo y volver a empezar.
En algún momento en medio del ajetreo dejó de pensar en los movimientos individuales; los golpes, los bloqueos y las estocadas empezaron a fluir en un todo en donde el acero sonaba contra el acero y su hoja se movía rápidamente para cortar y apuñalar. Practicó hasta transpirar, cuando el poste se movía a una velocidad que podía magullarlo o herirlo si incluso calculaba mal una sola vez.
Finalmente, retrocedió e hizo el saludo que había visto que hacían los espadachines a sus oponentes, antes de revisar el daño de su espada. No tenía cortes ni rajaduras. Eso era algo bueno.
–Tienes una buena técnica —dijo una voz, y Devin se volteó.
Frente a él vio a un hombre de unos treinta años, con pantalones cortos y una camisa ajustada al cuerpo para evitar que la tela se enredara en la trayectoria de una espada. Tenía el cabello largo y oscuro, atado con trenzas difíciles de deshacer en una pelea y rasgos aguileños que culminaban en unos ojos grises penetrantes. Caminaba con una leve cojera, como si fuera de una herida vieja.
–Pero deberías quitarle el peso a los talones cuando te volteas; hace que sea más difícil estabilizarte hasta que completas el movimiento.
–Tú…Tú eres Wendros, el maestro espadachín —dijo Devin.
En la Casa había muchos maestros espadachines, pero los nobles pagaban más por aprender con Wendros, algunos incluso después de años de espera.
–¿Lo soy? —Se tomó un momento para observar su reflejo en una armadura de placas—. Pues, sí lo soy. Hum, entonces si fuera tú, yo prestaría atención a lo que dije. Dicen que yo sé todo lo que hay que saber acerca de la espada, como si eso fuera mucho.
–Ahora, escucha otro consejo —agregó el maestro espadachín Wendros—. Abandónalo.
–¿Qué? —Dijo Devin con asombro.
–Abandona tu intento de convertirte en un espadachín —le dijo—. Los soldados solo tienen que saber cómo parase en línea. Ser un guerrero implica más —Se acercó—. Mucho más.
Devin no sabía qué decir. Sabía que se refería a algo más importante, algo que superaba su sabiduría; pero no tenía idea de qué podía ser.
Devin quería decir algo, pero no le salían las palabras.
Y de repente, Wendros se volteó y marchó hacia la salida del sol.
Devin se encontró pensando en el sueño que había tenido. No podía evitar sentir que estaban relacionados.
No podía evitar sentir como si hoy fuese el día que cambiaría todo.
CAPÍTULO TRES
La princesa Lenore apenas daba crédito a la belleza del castillo, mientras los criados lo transformaban durante los preparativos para la boda. Había pasado de ser una cosa de piedra gris a estar revestido con seda azul y tapices elegantes, cadenas de promesas tejidas y abalorios colgantes. Alrededor de ella, una decena de doncellas se mantenían ocupadas con elementos de vestidos y decoraciones, yendo de un lado para otro como un enjambre de abejas obreras.
Lo hacían por ella, y Lenore estaba realmente agradecida por ello, aún sabiendo que, como princesa, debía esperarlo. A Lenore siempre le había parecido increíble que los demás estuviesen preparados para hacer mucho por ella, simplemente por quién era ella. Valoraba la belleza casi más que a cualquier otra cosa, y allí estaban ellos, arreglando el castillo con seda y encaje para que luciera magnífico…
–Estás perfecta —dijo su madre.
La reina Aethe estaba dando instrucciones en el centro de todo, luciendo resplandeciente en terciopelo oscuro y alhajas brillantes mientras lo hacía.
–¿Lo crees?—preguntó Lenore.
Su madre la llevó a pararse en frente del enorme espejo que las criadas habían colocado. En él, Lenore pudo ver las similitudes entres ellas, desde el cabello casi negro a la complexión alta y delgada. Excepto Greave, todos sus hermanos se parecían a su padre, pero Lenore era definitivamente la hija de su madre.
Gracias al esfuerzo de las criadas, brillaba entre sedas y diamantes, su cabello estaba trenzado con hilo azul y su vestido bordado en plata. Su madre hizo cambios mínimos y luego la besó en la mejilla.
–Estás perfecta, exactamente como debe estar una princesa.
Viniendo de su madre, ese era el mayor halago que podía recibir. Siempre le había dicho a Lenore que como la hermana mayor, su deber era ser la princesa que el reino necesitaba y verse y actuar como tal en todo momento. Lenore hacía lo mejor que podía, con la esperanza de que fuese suficiente. Nunca parecía serlo, pero aún así Lenore intentaba estar a la altura de todo lo que debía ser.
Por supuesto, eso también permitía que sus hermanas menores fueran… otras cosas. Lenore deseaba que Nerra y Erin también estuviesen allí. Oh, Erin se estaría quejando de que le confeccionaran un vestido y Nerra probablemente tendría que detenerse a medio camino por sentirse indispuesta, pero Lenore quería verlas allí más que a nadie.
Bueno, había UNA persona.
–¿Cuándo llega él? —le preguntó Lenore a su madre.
–Dicen que el séquito del duque Viris llegó a la ciudad esta mañana —le dijo su madre—. Su hijo debería estar entre ellos.
–¿De veras?
Lenore corrió inmediatamente hacia la ventana y el balcón más cercanos, inclinándose sobre el balcón, como si estar un poco más cerca de la ciudad le permitiera ver a su prometido cuando llegara. Buscó sobre las islas conectadas por puentes constituían Royalsport, pero desde esa altura no era posible distinguir individuos, solo los círculos concéntricos que formaba el agua entre las islas, y los edificios que se erigían entre ellas. Podía ver las barracas de los guardias, de donde los hombres salían en masa cuando la marea estaba baja para dirigir el tráfico por los ríos, y las Casas de Armas y de Suspiros, del Conocimiento y de Mercaderes, cada una en el corazón de su distrito. Estaban las casas de la población más pobre en las islas hacia los límites de la ciudad, y las magníficas casas de los adinerados, cercanas a la ciudad, algunas incluso en su propia isla. Por supuesto que el castillo sobrepasaba todo eso, pero eso no quería decir que Lenore pudiera encontrar al hombre con quien se iba a casar.
–Estará aquí —le prometió su madre—. Tu padre ha organizado una caza para mañana como parte de las celebraciones, y el duque no se arriesgará a perdérsela.
–¿Su hijo vendrá para la caza de mi padre, pero no para verme a mí? —le preguntó Lenore.
Por un momento se sintió nerviosa como una niña, no como una mujer de dieciocho veranos. Era demasiado fácil imaginarse que él no la deseara ni la amara en un matrimonio arreglado como este.
–Él te verá, y te amará—le prometió su madre—. ¿Cómo podría no hacerlo?
–No lo sé, madre… Ni siquiera me conoce—dijo Lenore, sintiendo que los nervios la amenazaban con agobiarla.
–Te conocerá muy pronto, y… —Su madre hizo una pausa al sentir que golpeaban la puerta de la cámara—. Adelante.
Entró otra doncella, esta con vestimenta menos elaborada que las otras; una criada del castillo más que de la princesa.
–Su majestad, su alteza —dijo con una reverencia—. Me han enviado para informarles que el hijo del duque Viris, Finnal, ha llegado, y está esperando en la antecámara mayor si tienen tiempo de conocerlo antes del banquete.
Ah, el banquete. Su padre había declarado una semana de banquete y más, lleno de entretenimientos y abierto para todos.
–¿Si tengo tiempo? —dijo Lenore, y luego recordó cómo se hacían las cosas en la corte.
Después de todo, era una princesa.
–Por supuesto. Por favor, dile a Finnal que bajaré inmediatamente —se volvió hacia su madre— ¿Padre puede permitirse ser tan generoso con el banquete? —le preguntó—. No soy… No merezco una semana entera y más, y esto consumirá nuestras reservas de dinero y alimentos.
–Tu padre quiere ser generoso —dijo la madre de Lenore—. Él dice que la caza de mañana traerá suficientes presas para compensarlo —se rió—. Mi esposo aún se cree el gran cazador.
–Y es una Buena oportunidad para organizar las cosas mientras la gente está ocupada con el banquete —supuso Lenore.
–Eso también —dijo su madre—. Bueno, si va a haber un banquete debemos asegurarnos de que tengas la apariencia adecuada, Lenore.
Siguió inquieta alrededor de Lenore por unos instantes más, y Lenore esperaba verse lo suficientemente bien.
–Ahora, ¿vamos a conocer a tu futuro esposo?
Lenore asintió sin poder calmar el entusiasmo que prácticamente explotaba de su pecho. Caminó con su madre y con su grupito de doncellas a lo largo del castillo hacia la antecámara que conducía al salón principal.
Había mucha gente en el castillo, todos trabajando en los preparativos para la boda, y también muchos de ellos en dirección al salón principal. El castillo era un lugar de esquinas zigzagueantes y de salas que conducían a otras salas; toda la distribución formaba un espiral al igual que la disposición de la ciudad, para que cualquier atacante tuviese que enfrentar capa tras capa de defensa. Aunque sus ancestros habían hecho del Castillo más que algo con defensas de piedra gris, cada sala estaba pintada con colores tan vivos que parecían traer al mundo exterior hacia adentro. Bueno, quizás no la ciudad, demasiado apagada por la lluvia, el barro, el humo y los vapores sofocantes.
Lenore se dirigió por una galería con pinturas de sus ancestros en una pared, cada uno parecía más fuerte y refinado que el anterior. Desde allí tomó las escaleras serpenteantes que llevaban a una serie de salas de recepción hacia un área en donde había una antecámara previa al salón principal. Se detuvo frente a la puerta con su madre, esperando que los criados la abrieran y la anunciaran.
–La princesa Lenore del Reino del Norte y su madre, la reina Aethe.
Entraron, y allí estaba él.
Era…perfecto. No había otra palabra para describirlo mientras se volteaba hacia Lenore, inclinándose en la reverencia más elegante que había visto en mucho tiempo. Tenía el cabello oscuro con rizos cortos y espléndidos, sus rasgos eran refinados, casi hermosos, y una silueta que parecía esbelta y atlética, vestida con un jubón rojo y calzas grises. Parecía ser uno o dos años mayor a Lenore, pero eso la entusiasmaba más que asustarla.
–Su majestad —dijo él mirando a la madre de Lenore—Princesa Lenore. Soy Finnal de la Casa Viris. Solo diré que he estado esperando este momento por mucho tiempo. Eres aún más bonita de lo que pensaba.
Lenore se avergonzó, pero no se ruborizó. Su madre siempre le decía que era impropio. Cuando Finnal extendió la mano, ella la tomó lo más elegantemente posible, sintiendo la fuerza de esas manos, imaginándose como sería si la empujaran hacia él para poder besarse, o más que besarse…
–A tu lado, difícilmente me siento bonita —dijo ella.
–Si yo brillo es solo con el reflejo de tu luz —le respondió él.
Tan apuesto, ¿y también podía elogiar de forma tan poética?
–Me cuesta creer que en una semana estaremos casados —dijo Lenore.
–Quizás sea porque nosotros no tuvimos que negociar el matrimonio durante largos meses —respondió Finnal, y sonrió hermosamente—. Pero me alegra que nuestros padres lo hayan hecho —. Miró alrededor de la sala, a su madre y a las criadas que estaban allí —. Es casi una lástima no tenerte aquí para mí solo, princesa, pero quizás sea mejor así. Me temo que me perdería en tu mirada, y luego tu padre se enojaría conmigo por perderme la mayor parte del banquete.
–¿Siempre haces cumplidos tan lindos? —le preguntó Lenore.
–Solo cuando son justificados —respondió él.
Lenore se quedó enganchada pensando en él mientras esperaba a su lado frente a la puerta que había entre la antecámara y el salón principal. Cuando los criados la abrieron, pudo ver el banquete en pleno movimiento; escuchó la música de los trovadores y vio a los acróbatas entreteniendo al final del salón, en donde se sentaban los plebeyos.
–Deberíamos entrar —dijo su madre—. Tu padre sin dudas querrá demostrar que aprueba este matrimonio, y estoy segura de que querrá ver lo feliz que estás. Porque ¿estás feliz, Lenore?
Lenore miró a los ojos a su prometido y solo pudo asentir.
–Sí —dijo ella.
–Y yo me esforzaré por que sigas sintiéndote así —dijo Finnal.
Le tomó la mano y la acercó a sus labios, y ese contacto intensificó el calor en Lenore. Se encontró imaginándose todos los lugares en donde él podría besarla, y Finnal volvió a sonreírle como si supiera el efecto que había causado.
–Muy pronto, mi amor.
¿Su amor? ¿Lenore ya lo amaba, aunque recién lo hubiese conocido? ¿Podía amarlo cuando solo habían tenido ese breve contacto? Lenore sabía que era ridículo pensar que podía, eran las cosas que decían las canciones de los bardos, pero en ese momento lo sentía. Oh, cómo lo sentía.
Se adelantó en perfecta sintonía con Finnal, sonriendo, consciente de que juntos deberían parecer como algo salido de una leyenda para aquellos que los observaban, moviéndose al unísono, unidos. Pronto lo estarían, y ese pensamiento era más que suficiente para Lenore mientras iban a sumarse al banquete.
Nada, pensó, podría arruinar este momento.
CAPÍTULO CUATRO
El príncipe Vars vació una jarra de ale, asegurándose de tener una buena vista de Lyril mientras lo hacía. Ella estaba sentada sobre su cama, aún desnuda, y observándolo con el mismo interés, con los moretones de la noche anterior apenas asomándose.
Como debería, pensó Vars. Después de todo, él era un príncipe de sangre, quizás no tan musculoso como su hermano mayor, pero a sus veintiún años aún era joven, aún apuesto. Ella debería mirarlo con interés, sumisión y quizás con miedo, si pudiese adivinar las cosas que él pensaba hacerle en ese momento.
No, por ahora era mejor no hacerlo. Ser violento con ella era una cosa, pero ella tenía la nobleza suficiente para que fuese importante. Sería mejor descargarse plenamente con alguien a quien nadie fuese a extrañar.