Cassie asintió, agradecida por la contribución a sus nuevas obligaciones.
–Aquí está tu dormitorio. Dejemos las maletas.
El pequeño dormitorio tenía una hermosa vista al mar. Estaba decorado en turquesa y blanco, y parecía ordenado y acogedor. Ryan colocó su maleta más grande a los pies de la cama y la más pequeña sobre una butaca a rayas.
–El baño de huéspedes está al final del corredor. El dormitorio de Madison está a la derecha, el de Dylan a la izquierda, y al final el mío. Hay un lugar más que debo mostrarte.
La acompañó hasta el vestíbulo y se dirigieron a la sala de estar. A través de las puertas de vidrio Cassie vio un balcón cubierto, con muebles de hierro forjado.
–¡Vaya! —susurró.
La vista al mar desde este punto panorámico era bellísima. Había una caída espectacular hacia el océano y podía escuchar a las olas romper sobre las rocas.
–Este es mi espacio de tranquilidad. Todas las noches, después de la cena, me siento aquí para relajarme, habitualmente con una copa de vino. Eres bienvenida a hacerme compañía cualquier noche que elijas. El vino es opcional, pero la ropa abrigada a prueba de viento es obligatoria. El balcón tiene un techo sólido pero no es acristalado. Pensé en hacerlo, pero me di cuenta de que no podía. Ahí afuera, con el sonido del mar e incluso con las ráfagas de espuma en las noches de tormenta, te sientes tan conectado con el océano. Echa un vistazo.
Abrió la puerta corrediza.
Cassie salió al balcón y se dirigió al borde, tomada de la baranda de acero.
Mientras lo hacía, un mareo la inundó, y de pronto no estaba mirando a una playa en Devon.
Estaba inclinada sobre un parapeto de piedra, observando con horror al cuerpo arrugado allí abajo, llena de pánico y confusión.
Podía sentir la piedra fría en los dedos.
Recordó el aroma a perfume que persistía en el opulento dormitorio, y que había sentido que hervía de náuseas y que sus piernas estaban tan débiles que se iba a desmoronar. Recordó también que no había podido rememorar de qué manera se habían desarrollado los hechos de la noche anterior. Sus pesadillas, siempre terribles, habían empeorado y se habían vuelto más vívidas luego de aquel panorama estremecedor, lo que le había impedido determinar exactamente en dónde terminaban los sueños, y comenzaban los recuerdos.
Cassie pensaba que había dejado atrás a esa persona aterrorizada, pero ahora, mientras la oscuridad se apresuraba a tragarla, entendía que los recuerdos y el miedo se habían convertido en una parte de ella.
–No —intentó gritar, pero su voz parecía venir de un lugar distante y lejano, y todo lo que emitió fue un susurro desgarrado e inaudible.
CAPÍTULO CUATRO
—Así, tranquila. Solo respira. Inhala, exhala, inhala, exhala.
Cassie abrió los ojos y se encontró mirando a los sólidos tablones de madera de la plataforma.
Estaba sentada sobre el suave almohadón de una de las sillas de hierro forjado, con la cabeza sobre las rodillas. Unas manos firmes le sujetaban los hombros, dándole apoyo.
Era Ryan, su nuevo jefe. Sus manos, su voz.
¿Qué había hecho? Había entrado en pánico y había hecho el ridículo. Rápidamente, se esforzó para erguirse.
–Con calma, lentamente.
Cassie respiró con dificultad. La cabeza le daba vueltas y sentía como si estuviera teniendo una experiencia extracorporal.
–Acabas de tener un importante ataque de vértigo. Por un momento, pensé que te caerías de la baranda —dijo Ryan—. Logré atraparte antes de que te desmayaras. ¿Cómo te sientes?
¿Cómo se sentía?
Helada, aturdida y avergonzada por lo que había ocurrido. Había estado desesperada por causar una buena impresión y por estar a la altura de los halagos de Ryan. En cambio, lo había arruinado y tendría que explicar por qué.
Aunque, ¿cómo podría hacerlo? Si él supiera los horrores por los que había pasado, y que su exjefe estaba por a ir a juicio por homicidio en este preciso momento, quizás él cambiara de opinión acerca de ella y creyera que era demasiado inestable para cuidar de sus hijos, en un momento en el que ellos necesitan estabilidad. Incluso un ataque de pánico podía ser causa de preocupación.
Era mejor seguirle la corriente con lo que él había asumido: que había tenido un ataque de vértigo.
–Me siento mucho mejor —le respondió—. Lo siento mucho. Debí haber recordado que tengo vértigo severo luego de pasar un tiempo sin estar en las alturas. Suele mejorar. En un día o dos estaré bien aquí afuera.
–Es bueno saberlo, pero mientras tanto debes tener cuidado. ¿Estás bien como para ponerte de pie ahora? Mantente aferrada a mi brazo.
Cassie se levantó, apoyándose en Ryan hasta que estuvo segura de que sus piernas la sostendrían, y luego él la guió lentamente hacia la sala de estar.
–Ahora estoy bien.
–¿Estás segura?
Sostuvo su brazo por un tiempo más antes de soltarlo.
–Ahora tómate un tiempo para desempacar, descansar, instalarte, y tendré la cena pronta antes de las seis y media.
*
Cassie se tomó su tiempo para desempacar, asegurándose de guardar sus pertenencias de forma ordenada en el singular armario, y de que su medicación estuviese escondida al fondo del cajón del escritorio. No creía que la familia fuese a revisar sus cosas cuando ella no estuviese allí, pero no quería responder preguntas incómodas acerca de la medicación que tomaba para la ansiedad, especialmente después del ataque de pánico que había tenido más temprano.
Al menos se había recuperado del ataque rápidamente y eso debía ser una señal de que su ansiedad estaba bajo control. Hizo una nota mental para tomar las pastillas de la noche antes de ir a cenar con la familia, por si acaso.
El delicioso aroma a ajo y carne cocida flotaba por la casa mucho antes de las seis y media. Cassie esperó hasta las seis y cuarto, y luego se puso una de sus blusas más bonitas, con cuentas en el cuello, brillo labial y un poco de máscara de pestañas. Quería que Ryan la viera en su mejor versión. Se dijo a sí misma que era importante dar una buena impresión por el ataque de pánico de más temprano, pero cuando recordó el momento en el porche, se dio cuenta de que lo que recordaba más claramente era la sensación de los brazos tonificados y musculosos de Ryan cuando la sostenían.
Se volvió a marear al recordar lo fuerte, pero también amable, que había sido con ella.
Al salir de su habitación, Cassie se topó con Madison, quien se dirigía a la cocina con entusiasmo.
–La comida tiene un aroma exquisito —le dijo Madison a Cassie.
–¿Es tu comida favorita?
–Bueno, me encantan los espa-bol que hace papá, pero no los de los restaurantes. No los hacen igual. Así que creo que esta es mi comida casera favorita, y la segunda favorita es pollo al horno, y la tercera es pastel de salchichas. Cuando salimos a cenar, me encanta el pescado y papas fritas, que aquí lo hacen en todos lados, y me encanta la pizza, y odio las hamburguesas, que son la comida favorita de Dylan, pero creo que las hamburguesas de restaurante son un asco.
–¿Qué es pastel de salchichas? —preguntó Cassie con curiosidad, adivinando que debía tratarse de un plato tradicional inglés.
–¿Nunca lo probaste? Son salchichas horneadas en una especie de pastel hecho con huevos, harina y leche. Tienes que comerlo con un montón de salsa de carne. O sea, un montón. Y con arvejas y zanahorias.
Conversaron hasta llegar a la cocina. La mesa de madera estaba servida para cuatro y Dylan ya estaba sentado en su lugar, sirviéndose un vaso de jugo de naranja.
–Las hamburguesas no son un asco. Son el alimento de los dioses —argumentó.
–En la escuela, la maestra dice que están hechas más que nada con cereales y partes de animales que no comerías normalmente, finamente triturados.
–Tu maestra está equivocada.
–¿Cómo puede estar equivocada? Eres un estúpido por decirlo.
Cassie estuvo a punto de intervenir al pensar que el insulto de Madison era demasiado personal, pero Dylan replicó primero.
–Oye, Maddie —le advirtió Dylan, apuntándola con el dedo—. Estás conmigo o estás en mi contra.
Cassie no pudo descifrar lo que quería decir con eso, pero Madison puso los ojos en blanco y le sacó la lengua antes de sentarse.
–¿Necesitas ayuda, Ryan?
Cassie se acercó al horno, en donde Ryan estaba retirando del fuego una cacerola de pasta hirviendo.
La miró y sonrió.
–Está todo bajo control, o eso espero. La cena estará lista en treinta segundos. Vamos, niños. Tomen sus platos y comencemos a servir.
–Me gusta tu blusa, Cassie —dijo Madison.
–Gracias. Me la compré en Nueva York.
–Nueva York. Guau, me encantaría ir allí —dijo Madison con los ojos grandes.
–Los estudiantes de bachillerato de economía viajaron en junio en un viaje escolar —dijo Dylan—. Estudia economía y quizás tú también vayas.
–¿Incluye matemáticas? —preguntó Madison.
Dylan asintió.
–Odio las matemáticas. Son aburridas y difíciles.
–Bueno, entonces no irás.
Dylan volvió su atención al plato llenándolo de comida, mientras Ryan enjuagaba los utensilios de cocina en la pileta.
Al ver que Madison parecía soliviantada, Cassie cambió de tema.
–Tu padre me dijo que te encantan los deportes. ¿Cuál es tu preferido?
–Correr y hace gimnasia. Me gusta mucho el tenis, comenzamos este verano.
–¿Y tú eres ciclista? —le preguntó Cassie a Dylan.
Él asintió, agregando queso rallado a su comida.
–Dylan quiere ser profesional y un día ganar el Tour de Francia —dijo Madison.
Ryan se sentó en la mesa.
–Lo más probable es que descubras una complicada fórmula matemática y obtengas una beca completa para la Universidad de Cambridge —dijo él, mirando a su hijo con afecto.
Dylan sacudió la cabeza.
–Tour de Francia hasta el final, papá —insistió.
–Primero la universidad —replicó Ryan con voz firme, y Dylan respondió con un gruñido.
Madison interrumpió y pidió más jugo, y Cassie le sirvió mientras pasaba el breve momento de discordia.
Cassie dejó que la conversación le resbalara y comió su comida que estaba deliciosa. Decidió que nunca había conocido a alguien como Ryan. Era muy hábil y cariñoso. Se preguntó si los niños sabrían lo afortunados que eran al tener a un padre que cocinaba para su familia.
Luego de la cena se ofreció a limpiar, lo que principalmente implicaba llenar el enorme lavavajillas de última generación. Ryan le explicó que los niños tenían permitido una hora de televisión después de la cena si habían terminado sus tareas, y que apagaba el Wi-Fi a la hora de irse a la cama.
–Es perjudicial para estos e-dolescentes estar mandando mensajes de texto toda la noche —dijo él—. Y lo harán si tienen la oportunidad. La hora de irse a la cama es la hora de irse a dormir.
A las ocho treinta, los niños se fueron obedientemente a la cama.
Dylan le dijo brevemente “Buenas noches”, y que se levantaría muy temprano para andar en bicicleta por el pueblo con sus amigos.
–¿Quieres que te despierte? —le preguntó Cassie.
Él sacudió la cabeza.
–No es necesario, gracias —dijo, antes de cerrar la puerta de su dormitorio.
Madison estaba más parlanchina, y Cassie pasó un rato sentada en su cama escuchando sus ideas de lo que podían hacer mañana y de cómo estaría el clima.
–Hay una tienda de dulces en el pueblo, en donde venden los bastones dulces a rayas más deliciosos. Son como pequeños bastones y tienen gusto a menta. Papá no nos deja ir muy seguido, pero quizás nos deje mañana.
–Le preguntaré —prometió Cassie, antes de asegurarse de que la niña estuviese cómoda para dormir, traerle un vaso de agua y apagarle la luz.
Mientras cerraba suavemente la puerta del dormitorio de Madison, recordó la primera noche en su trabajo anterior. El agotamiento la había sumido en un sueño profundo y había tardado en atender a la niña más pequeña cuando esta había tenido una pesadilla. Aún podía sentir el dolor y la sorpresa de la bofetada que había recibido como resultado. Debería haberse marchado inmediatamente, pero no lo hizo.
Cassie estaba segura de que Ryan nunca le haría algo así. Ni siquiera podía imaginarlo dando una reprimenda verbal.
Al pensar en Ryan, recordó la copa de vino en el porche, y titubeó. Estaba tentada a pasar más tiempo con él, pero no sabía si debía.
¿Era verdad lo que él le había dicho, que era bienvenida a acompañarlo? ¿O se lo había ofrecido solo por cortesía?
Con la indecisión aún agitándose en su mente, se encontró poniéndose su chaqueta más gruesa. Podría tantear el terreno, ver cómo respondía él. Si parecía que él no quería compañía, se podía quedar a tomar algo rápido y luego irse a la cama.
Se dirigió por el pasillo, aún agonizando por su decisión. Como empleada, no estaba bien tomar una copa de vino con su jefe después del trabajo, ¿o sí? Si quería ser totalmente profesional, debía irse a la cama. Sin embargo, Ryan había sido muy complaciente ante su falta de visa y había prometido pagarle en efectivo, por lo que los límites del profesionalismo ya estaban borrosos.
Ella era una amiga de la familia, era lo que Ryan había dicho. Y tomar una copa de vino después de la cena es exactamente lo que hacen los amigos.
Ryan parecía encantado de verla. Alivio y entusiasmo se desataron en su interior al ver su sonrisa cálida y genuina.
Se levantó, la tomó del brazo y la ayudó a caminar al otro lado del porche, asegurándose de que estuviera cómoda y segura en una silla.
El corazón le dio un vuelco al ver que él había colocado una copa de vino extra sobre la bandeja.
–¿Te gusta el Chardonnay?
Cassie asintió.
–Me encanta.
–A decir verdad, no tengo un buen paladar para el vino y mi preferido es el tinto común y áspero, pero un cliente agradecido me regaló esta caja maravillosa luego de un viaje de pesca exitoso. Lo estoy disfrutando de a poco. Salud.
Se inclinó y tocó su copa con la de él.
–Cuéntame más acerca de tu negocio —dijo Cassie.
–Fundé South Winds Sailing hace doce años, después de que nació Dylan. Que él viniera al mundo hizo que repensara mi propósito y qué podía ofrecerles a mis hijos. Estuve tres años en la Marina Real después de la secundaria y con el tiempo llegué a ser oficial de cubierta de la marina mercante. El mar está en mi sangre y nunca me imaginé viviendo o trabajando tierra adentro.
Cassie asintió mientras él continuaba.
–Cuando nació Dylan, el turismo en la zona estaba en auge, así que presenté mi renuncia. En ese momento era jefe de obra en un astillero en Cornwall. Compré mi primer bote y el segundo poco tiempo después, y hoy soy dueño de una flota de dieciséis botes de varios tamaños y formas. Lanchas, veleros, paddle boards, y el tesoro más valioso es un yate de alquiler nuevo que es muy popular entre los clientes corporativos.
–Eso es sorprendente —dijo Cassie.
–Ha sido un viaje fantástico. El negocio me ha dado mucho. Un buen ingreso, una vida maravillosa y un hermoso hogar que diseñé en base a un sueño que tenía, aunque afortunadamente el arquitecto suavizó los elementos más alocados, si no la casa probablemente ya se hubiera caído por el acantilado.
Cassie se rió.
–Tu negocio debe requerir mucho trabajo —observó ella.
–Ah sí —Ryan dejó su copa y observó el mar—. Como propietario de un negocio, haces sacrificios constantemente. Trabajas muchísimas horas. Pocas veces tengo un fin de semana libre. Hoy le pedí al supervisor que me reemplazara porque venías tú. Creo que esa fue la razón…
Se volvió hacia ella y la miró a los ojos con seriedad.
–Creo que esa fue la razón por la que mi matrimonio finalmente fracasó.