El pequeño caparazón que me he creado es el remanso de paz indispensable para mi salud mental, si es que me queda un poco. Algunos lo encuentran demasiado colorido, incluso abigarrado, pero quienes me conocen, que son únicamente los miembros de mi equipo, comprenden las razones y aprueban mis heterodoxas elecciones. Mi salón es de color azul celeste, como los días soleados y sin nubes que tanto me gustan, con cuadros de tulipanes multicolor, junquillos y hasta resplandecientes lotos azul y rosa. Frente al televisor de pantalla gigante, donde solo miro películas románticas pues mi trabajo ya me ofrece suficientes horrores, mi canapé blanco con cojines de colores estridentes desentona en esta decoración campestre, pero es muy cómodo. Tanto que mis amigos tienden a ponerse a sus anchas un poco más de lo necesario. Y la cocina abierta de blanco y azul con una isla central de mármol y cuarzo es, literalmente, una invitación a las comidas entre amigos, lo que me gusta mucho porque me encanta cocinar. Lástima que sin tiempo de sentarme para tomar un café ya suene el teléfono. Grrr, mi padre. Ya resoplo solo con la idea de oír su voz. Si hubiera sido cualquier otro me habría hecho la sorda. Pero con mi progenitor sería inútil. Mejor responder pues me machacará hasta que descuelgue. Y si apago mi móvil enviará al instante a uno de sus subordinados a llamar a mi puerta. Ni pensarlo. Detesto que un desconocido entre en mi guarida y husmee en mis asuntos. Así que descuelgo, sin ningún entusiasmo.
– ¿Diga?
– Dakota, reunión de retorno de misión en 15 minutos.
Y cuelga sin dar tiempo para ninguna excusa. Nada de "¿cómo te va?" ni "te he echado de menos". El general ha hablado, manos a la obra. Es exactamente mi sensación en este momento. No tengo un padre sino un general cuyas órdenes debo seguir sin discutir, sin reflexionar y, por encima de todo, sin mostrar emoción alguna. Debo presentarme inmediatamente en el Cuartel General de los RD o me ganaré una reprimenda.
Los Rastreadores de Demonios, nuestro nombre completo, es la unidad que creó mi padre cuando descubrió mi particularidad. Hace siglos que se conoce el infierno. La Biblia lo menciona a menudo. Como ya dije, existe un paso entre nuestro mundo y ese mundo subterráneo abominable. Pero contrariamente a la idea de que se envía a los humanos al Infierno para castigarles después de su muerte, son los demonios quienes vienen a la Tierra. Y no para castigar a quienes lo merecen, sino para vivir aquí y hacer el mal, conforme a su naturaleza. Podría decirse que inicialmente el ejército combatía a los demonios cuando había suerte. Los mataba cuando caía sobre ellos por casualidad, después de muchas bajas evidentemente, pues no todo el mundo va por ahí llevando siempre consigo una hoja de titanio. Ahora, gracias a mí, nuestros ataques están dirigidos y solo la unidad de la que formo parte se dedica a combatir a los demonios y matarlos si es necesario. En este sentido me mantuve muy firme frente a mi padre. Igual que entre los humanos, hay demonios buenos y demonios malos. Me niego a matar a una criatura que no hace daño a nadie. El serpendión de hoy es un ejemplo perfecto. No iba a acabar con su vida porque se alimenta de animales. Si lo hiciera, también podría matar a la gente que come cerdo. Esas bestezuelas sonrosadas con su colita en forma de tirabuzón. Tengo claro que mi padre cedió a mi reivindicación con el único objeto de que entrara en la unidad, pero esto carece de importancia. Lo importante es que salí victoriosa y que, demonio o no, los inocentes son absueltos. Llamarles al orden o trasladarlos, según cual sea el problema, pero dejarles vivir en paz. Lo que no impide que el general critique mis elecciones y mis acciones en cada reunión. Para él solo represento una decepción y me lo recuerda siempre que se presenta la ocasión. Nuestra misión ha sido un éxito, pero él le encontrará algún fallo, como siempre.
Así que me voy sin entusiasmo al superprotegido CG de los RD, formado por un despacho, una gran sala de reuniones y un laboratorio subterráneo al que no tengo acceso. Lo que no me supone ningún problema. No soy nada morbosa y el laboratorio recoge los demonios muertos para su autopsia. Y no tengo ninguna necesidad de verlo. Ni la más mínima. Ya veo suficientes horrores durante las investigaciones como para añadirles las imágenes de demonios cortados con el escalpelo y disecados. Pero el personal de la morgue es sin duda indispensable para nuestro trabajo. Nos permite aumentar nuestro conocimiento sobre las especies de los infiernos y la forma de matarlos más rápido sin resultar heridos. Esquematiza y enumera todos los puntos fuertes y débiles de las distintas especies que hemos combatido en el pasado. Sea como sea, a cada uno su sitio y yo prefiero afrontar el peligro y pelear que manosear la muerte durante todo el día.
Cuando llego el equipo ya está allí al completo, charlando tranquilamente mientras esperan que el general nos honre con su presencia. Me gustan todas las personas presentes en esta sala. Estos hombres se han convertido en mi familia desde que entré en el programa y arriesgaría mi vida por ellos sin pensarlo igual que ellos harían por mí. George, nuestro jefe de equipo, es el mayor de nosotros. Con la autoridad de sus 45 años y sus sienes que imagino entrecanas, aunque no le veo ninguna cana, es como un padre para mí desde la formación del equipo. Yo tenía solo 18 años y mi padre le puso al cargo de mi aprendizaje. Fue entonces cuando conocí a Luke, el benjamín del equipo después de mí. Dos años mayor que yo, acababa de salir de la escuela militar y lo confiaron a los cuidados de George para seguir la formación junto a mí. A lo largo de los combates, técnicas de camuflaje, manejos de armas y demasiados gritos de George, no nos mostramos como unos alumnos muy disciplinados, pero nos acercamos hasta ser como hermanos. Luke es el gemelo en el que yo soñaba durante mis peores momentos de soledad. Un hermano que fuera como yo y que me comprendiera siempre a pesar de mis rarezas. Por otro lado, Luke no es como yo, yo soy única, pero él me comprende mejor que nadie y siempre sabe qué me ronda por la cabeza. Como ahora.
– Calma, Dakota. Asistimos a la reunión y te llevo a casa al instante para que puedas instalarte en el sofá a mirar algún bodrio en la tele.
Le obsequio con mi mejor sonrisa. Acaba de describir mi jornada ideal, mi sueño. Mi canapé, un café y una película romántica que me transporte hacia un mundo ideal y armonioso.
– ¿Seguro que no prefieres pasar la velada conmigo, encanto? Te ayudaré a relajarte, te lo prometo.
Jared, el ligón irreductible. Un buen conversador treintañero con el cuerpo de un dios, esculpido por años de musculación. Lástima que este bello ejemplar, desde lo alto de su metro noventa, usa las chicas como pañuelos: usar y tirar. Por otro lado, debe admitirse que el carácter secreto de nuestras misiones y su peligrosidad no nos permite establecer lazos profundos como nadie de fuera del equipo. Así que ha elegido disfrutar de la vida. Lo respeto, pero tendrá que hacerlo sin mí y él lo sabe. Aún así, le encanta pincharme y, sobre todo, despertar el lado protector de nuestros colegas. No he tenido tiempo para responder cuando Russel lo hace por mí.
– No te atrevas a tocarla, pervertido.
Russel, el chico amable y defensor de las causas perdidas. Y yo soy su última obra de caridad. Lo adoro, siempre se pone de mi lado y fue el primero en apoyarme cuando me opuse a las masacres sistemáticas de demonios, pero no soy ni mucho menos la frágil florecilla que él insinúa. Soy perfectamente capaz de defenderme de los patéticos intentos de Jared. Especialmente porque se trata en esencia de palabras al viento. No soy en absoluto su tipo. Para gustarle se tiene que ser una boba pechugona que se abre de piernas cuando él chasquea los dedos. Por mi parte soy una morena menuda, con curvas pero no demasiadas, perfectamente capaz de defenderme si me busca las pulgas o me falta al respeto. Jasper añade una barrera.
– Ella nunca acabará en tu cama tío, es demasiado inteligente para que la engañes con tu cara bonita.
– Gracias por el cumplido.
Jasper, el último en llegar al equipo. Un amigo fiel y valioso. La persona a quien acudo cuando estoy muy apesadumbrada y tengo verdadera necesidad de reír un poco. Falso. En realidad es Luke quien lo llama al rescate cuando nota que tengo la moral por los suelos. En nuestro negocio es peligroso deprimirse. Cualquier despiste puede costarte la vida. Jasper me permite soltar lastre con su humor y sus payasadas y salir de misión concentrada y alerta.
– Ya basta chicos. El general está a punto de llegar. Estad tranquilos o nos pegará una bronca.
El comentario me sale solo.
– Como si quedarme tranquila en mi silla le fuera a impedir que me salte encima.
– Es un mal trago que hemos de pasar Dakota. Luego podrás volver a tu casa hasta la próxima investigación.
No añado nada. Sin duda, papá George tiene razón. Probablemente lo mejor es callarse y asentir a todas las chorradas que soltará el general. Pero cada vez llevo peor eso de mantener mi papel de buen soldadito cuando mi corazón grita que por encima de todo soy su hija y que después de veinticinco años el Sr. Jones podría haberse dado cuenta. Aprieto los puños y la mandíbula, rechinando los dientes y me instalo en una silla libre. Luke se coloca a mi izquierda y Jasper a mi derecha, ambos tomándome la mano y acariciándome la palma con su pulgar. Un gesto simple, insignificante en apariencia, pero que echo de menos inmediatamente cuando por el pasillo se oyen los pasos del general, obligando a mis amigos a soltarme para evitar la ira de quien ha prohibido cualquier intimidad en el seno de la unidad. Para él, incluso una muestra de afecto amistoso es inaceptable. Somos compañeros de trabajo y nuestras relaciones no pueden salir de lo profesional. Claramente el pensamiento de un oficial que nunca mueve el culo de su despacho. ¿Qué persona sensata confiaría su vida a un desconocido? Porque un compañero de trabajo con el que no estableces ningún afecto acaba siendo un extraño.
Capítulo 3
Dakota
No tengo mucho en común con el general. Al menos, físicamente, no puede decirse que el parecido sea sorprendente. El aspecto de Robert Jones es tan austero como su carácter. Sus facciones son bruscas, con trazos rectos y angulados y sin rastro de barba. El pelo cortado a cepillo, corto y si un solo cabello que sobresalga, tal como debe ser en un militar de alto rango. Por lo que hace a su atuendo, evidentemente, luce el uniforme militar que corresponde a un general, un uniforme sin arruga alguna. Podría creerse que lo han almidonado para ser superrígido, como su porte. Me gustaría decir que me parezco a mi madre, pero no tengo ninguna foto de ella y mi padre rechaza tocar el tema. Tras dos intentos infructuosos, que acabaron en humillación, lo dejé correr. Conservo la esperanza de haber sido adoptada y que algún día mis verdaderos padres vendrán a buscarme. Supongo que es la niña que hay en mí que sigue esperando tener unos padres que la quieran.
De todos modos, en este momento es la adulta la que está en esta habitación, cuadrando los hombros a la espera de la reprimenda que no se hará esperar. El general nos observa con su mirada severa que, apoyada en unos ojos oscuros sin fondo, me provoca escalofríos en la espalda. Aunque parezca mentira, en su presencia estoy más a la defensiva que en medio de demonios capaces de cortarme a trocitos. ¿Por qué será?
– Dakota, has llegado tarde, como de costumbre. Pensaba que te había educado mejor. La puntualidad es una virtud y tu apellido no debe darte ningún privilegio.
Empezamos bien. ¿Cuánto me he retrasado? ¿Medio minuto? Y además estaba en la sala de reuniones antes de que él llegara, me parece, ¿dónde está el problema? Ya lo sé: existo. Ese es el problema. Contra todo pronóstico, me necesita y lo detesta, porque no me soporta. Además, nunca me mira a los ojos. Dicen que los ojos son el reflejo del alma. ¿Qué teme encontrar en los míos para rechazar sistemáticamente el contacto?
– Lo siento mucho, mi general.
Aprieto los dientes al llamarle así. Sé que es la norma en el ejército, se llama a la gente por su rango y si solo fuera en público tampoco me molestaría mucho. Pero resulta que exige que le llame general desde que yo recuerdo. Siempre ha rechazado que le llamara papá, como si no me considerara su hija, lo que me deja un regusto amargo cuando reivindica mi educación. La primera vez que llamé papá a un hombre fue para burlarme de George después de un enésimo sermón. Es patético.
– Bueno, que no vuelva a suceder. Y ahora veamos el informe. ¿Comandante?
George se aclara la garganta y relata nuestra misión, omitiendo algunos detalles que sin duda me habrían supuesto más reproches, una vez más.
– ¿Nada más que indicar?
Entorna los ojos, con suspicacia. Se diría que sospecha que el relato tiene algunas omisiones. Pero, en contra de lo que podría esperarse, nadie abre la boca. Algo que desagrada a ojos vista al general, que empieza a tamborilear los dedos sobre la mesa, su tic nervioso cuando los acontecimientos no siguen el curso que ha previsto.
– He analizado el vídeo de las gafas de vigilancia antes de convocarles. He observado las imágenes con la mayor atención.
Afortunadamente, las gafas son solo unos ojos y no unas orejas y mi auricular solo sirve para comunicarnos, sin grabar nada, si no lo tendría crudo.
– Debo indicarles que llegado este momento me esperaba tener el cadáver de un serpendión en la morgue. Explíquenme porqué no es así.
Russel toma la palabra.
– El demonio no representaba una amenaza para la población. No había atacado a ningún humano.
– ¿No era una amenaza? Pues yo he visto a ese monstruo coger a Dakota por los pies. Incluso sin sonido, puedo asegurarles que no era su manera de saludarla cordialmente. Así que explícame porqué no has reducido a esa criatura, Dakota. ¿De qué te sirven tus armas? ¿De adorno?
Los hechos están claros, para el general, lo he hecho mal. Le diga lo que le diga considerará que me he equivocado. La mirada compasiva de Luke me indica que ha llegado a la misma conclusión que yo. Es muy reconfortante. Pongo una mirada neutra, la que he trabajado durante toda mi infancia para ocultarle mis emociones, para exponerle las razones de mi clemencia, aunque en realidad me hierve la sangre.
– Al serpendión no le ha encantado mi intrusión en su territorio, lo que es una reacción normal, instintiva, pero he sido muy rápida explicándome y ha colaborado sin más objeciones.
El general frunce las cejas mientras yo siento que la situación empeora con cada una de sus observaciones.
– ¿Y cómo le has hecho entrar en razón?
Me resisto a responder esta pregunta. No soporto las mentiras, es algo visceral, me horrorizan… pero tampoco me hago ilusiones, si le informo de que le he dicho mi nombre a un demonio me tratará de inconsciente y ordenará que eliminen a dicho demonio, supuestamente para protegernos a todos. Es verdad que darle tu identidad a un demonio de los infiernos es darle el poder de hacerte mucho daño. Entonces puede rastrearte con solo murmurar tu nombre y pensar en ti, lo que le permitiría penetrar en lugares infranqueables, como la base de Fort Benning por citar uno, y de golpe matarnos mientras dormimos para aprovechar la ocasión. Este asunto es una marca de confianza entre un humano y un demonio. El serpendión, a su vez, me ha correspondido dándome una de sus escamas, pero no pienso proporcionar esta información a mi progenitor, que también la volvería contra mí. Mi silencio obstinado no le entusiasma.