El agresor de Ashley mira a su cómplice y señala con un movimiento de cabeza al paciente, inconsciente e indefenso sobre su cama de hospital, dándole una orden en silencio. Me dispongo a intervenir, pero el señor cicatriz me cierra el paso interponiéndose en mi camino sin quitarme los ojos de encima, de modo que no puedo ver al paciente. Me veo obligada a inclinar la cabeza hacia un lado para observar lo que ocurre a continuación. El hombre que identifico como el subordinado se dirige al metamorfo lobo y, sin dudar ni un segundo, como si todo esto fuera normal, le hunde la mano en el tórax oprimiendo lo que debe ser su corazón hasta que el electrocardiograma traza una línea recta. El pitido que advierte de que se ha producido un fallo me resulta ensordecedor y ahogo un grito ante el horror de la situación. Ahí estoy yo, presenciando impotente una verdadera ejecución. Una vez satisfecho con el trabajo de su secuaz, el señor músculos vuelve a clavar su mirada en mí e inspira profundamente para olerme, pues el olfato es un sentido fundamental para ellos. Sé que para los metamorfos es un acto reflejo, pero no por ello me incomoda menos. Siento como si me hubieran tocado sin pedir permiso. De repente, con la mirada desorbitada, se pone a gruñir contrayendo los labios y revelando unos colmillos largos y afilados. Mala señal. Supongo que el aroma de mi jabón no le gusta. Más que hablar, balbuceo.
–Lo siento, mi perfume es un poco fuerte.
–No deberías existir, fatel. Solucionaré este problema de inmediato. Mis ancestros no hicieron todo lo que hicieron para nada. La lucha no ha terminado.
¿Pero de qué habla? Está como un cencerro. Los fateles, efectivamente, desaparecieron. Lo estudié en clase de historia cuando era niña, pero nunca nos explicaron en qué circunstancias ocurrió todo. Lo único por lo que se menciona a los fateles a día de hoy son los avances científicos que hicieron posibles. No es que sea precisamente una historia de gloria, y tanto los humanos como los metamorfos prefieren ignorar la inacción que les caracterizó en su momento y sus consecuencias en el mundo actual. Yo era solo un bebé cuando mataron al último fatel y mis padres no podían ser más humanos. No obstante, habiendo captado su intención de asesinarme —aunque la razón aún se me escapa—, intento huir hacia la puerta, pero me agarra del brazo con una fuerza increíble. Mi hueso se rompe emitiendo un crujido espeluznante, pero antes de que me dé tiempo a gritar de dolor, me atraviesa los costados con unas garras afiladas como hojas de afeitar para inmovilizarme contra su torso. Entonces, hunde la nariz en mi pelo e inspira de nuevo.
–Hueles a magia. Vas a ser un verdadero deleite. No te muevas, será rápido. Más o menos.
Es entonces cuando el segundo hombre, más delgado, pero igualmente atlético, me olfatea el cuello antes de clavarme profundamente los colmillos.
–¿Cómo es posible? Creía que los fateles llevaban años desaparecidos.
–Y así es, porque esta está a punto de reunirse con los suyos en el más allá.
–En cuanto tengamos lo que queremos, ¿no?
–Evidentemente. Primero tomaremos nuestra dosis de fuerza.
No, por favor. Después de todo, no se van a conformar con un chichón. Un enorme nudo de angustia me obstruye la laringe. Me desgarran el vientre y me muerden varias veces a la altura de la clavícula para succionarme la sangre como lo haría un vampiro, salvo que los vampiros son ficticios y esta agresión es totalmente real. Diría que están disfrutando con mi tortura. Siento que me quedo sin fuerzas a medida que mi sangre se derrama por el suelo blanco, formando un contraste de lo más macabro. El dolor es insoportable. Rezo por desmayarme antes de exhalar mi último suspiro y por que termine ya este calvario, justo en el momento en que el personal de seguridad, armado y dispuesto a socorrerme, abre la puerta estrepitosamente.
Capítulo 2
Connor
Me bebo un café en la terraza de mi chalé, como todas las mañanas que me lo permite el trabajo. Paso mucho tiempo de viaje y este lugar se ha convertido en mi remanso de paz. Todo el exterior es de madera, desde el suelo hasta el tejado, y está acondicionado para recibir a la manada al completo, con mesas y sillas distribuidas por la parte delantera de la casa. Es un lugar tranquilo en medio del bosque, ideal para un metamorfo guepardo como yo. Resulta imposible adivinar, desde aquí, su función original. Necesito estar rodeado de vegetación y tener espacio suficiente para sentirme libre y relajado. Pero también necesito a mis congéneres para relacionarme. Por eso, aunque a veces me gustaría, mi casa no está aislada en mitad de la nada, sino rodeada de otros chalés del mismo estilo separados por una distancia prudente, lo que nos confiere cierta intimidad.
Escucho la actividad a mi alrededor, portazos y hojas que crujen bajo el peso de los transeúntes. Mis lugartenientes, así como mi beta, no tardarán en venir a verme para llevar a cabo nuestro ritual diario: carrera y combate en nuestra forma animal. En ocasiones, algunos miembros dominantes de la manada se unen a nosotros para mantenerse en forma. Es importante para la cohesión del equipo e indispensable para reforzar los lazos de la manada. Después de todo, no somos un clan corriente. La nuestra es la única manada que reúne a animorfos de especies diferentes. Adoro estos momentos en los que damos rienda suelta a nuestra parte animal.
–¿Cómo lo llevas, Connor?
– Nada mal, ¿y tú?
–Bah, otra mañana despertándome solo en mi cama.
Buff, Nate es incorregible. Si duerme solo, sin ninguna mujer que le caliente las sábanas, se pone de mal humor. Pero aquí las normas son estrictas e iguales para todos: ningún desconocido, o desconocida en este caso, en nuestro territorio. Es una cuestión de seguridad. Constituye un refugio para muchos de nosotros y no es posible acceder sin autorización. Y como no salimos desde hace unos días, en concreto desde que terminó nuestra última misión, Nate empieza a sentirse solo.
–Si quieres, salimos esta noche. Así podrás pillarte a una osa en celo.
–Nah, una osa no, son demasiado insistentes. Siempre quieren algo serio y paso. Prefiero esperar a la persona adecuada, mi media naranja.
Entiendo el punto de vista de Nate. Como metamorfos, sabemos que tenemos un alma gemela por ahí en alguna parte. Desgraciadamente, pocos la encuentran y no es raro que un metamorfo decida entablar una relación con otra persona que le haga feliz a pesar de no estar hecha para él. Yo, como Nate, espero a la mujer perfecta para mí. Estoy convencido de que si me lo gano, el destino la pondrá en mi camino. En ese momento llega mi beta e interviene en la conversación.
–Como todos, amigo. ¿O no, Connor?
–Exacto. Hola, Sean. ¿Cuándo llegan los demás?
–Liam y Owen han pasado la noche en la ciudad. Ya sabes cómo son, seguramente les habrá costado salir de la cama de su conquista del día. No creo que tarden.
Ya, eso está por ver. Deben seguir de resaca.
–Bueno. Pues venga, niñas, empecemos.
Me encanta pincharles. Los motiva. En realidad, son luchadores formidables, tan aguerridos como yo y amigos fieles. Pondría mi vida en sus manos sin dudarlo. Nos desvestimos rápidamente para no destrozarnos la ropa y adoptamos la forma de nuestro animal. El mío está deseando ponerse a cuatro patas y no pierde el tiempo, se abalanza sobre el león, que responde con un zarpazo mucho más fiero que el suyo. Impone bastante más que nosotros, pero mi animal es más ágil y rápido. Cada uno tiene lo suyo. Sean y yo nos damos la vuelta, buscando un punto débil en la defensa del otro, cuando el oso de Nate carga contra nosotros y nos lanza dando vueltas contra un árbol con su técnica favorita: la bola de demolición. Su punto fuerte no es la sutileza, pero es eficaz. Grrr, me va a salir un chichón. Este palurdo me las va a pagar. Contra un oso gris, lo más inteligente es correr hasta que se canse. Un mastodonte de más de trescientos kilos es mortal cuando arremete, pero no posee la resistencia de un felino. Mi animal es el más rápido del mundo, corriendo soy invencible. Solo necesito esperar al momento oportuno para lanzarme. Entonces me introduzco entre dos árboles, cuando suenan los crujidos de huesos característicos de una metamorfosis. Los rezagados deben haber despertado al fin de su coma etílico y, sin perder el tiempo, se unen a la fiesta. El juego se complica. Un inmenso lobo gris me embiste por el costado derecho sin darme tiempo a coger velocidad, mientras una espectacular pantera negra, tan elegante como astuta, me aferra la pata trasera izquierda para hacerme caer de lado. Liam y Owen acostumbran a trabajar en tándem y tienen sus propias técnicas de ataque. Por suerte, mi pareja de combate mide más de dos metros de alto. Nate salta y deja caer todo su peso sobre Liam, que gime. El oso no se caracteriza precisamente por su delicadeza. Me alegro de no ser su objetivo al contemplar un crep gris sepultado por una montaña de pelo marrón brillante. Aprovecho para coger a Owen por el pescuezo y lo obligo a retroceder. Entonces, Sean se lanza a la batalla rugiendo y formamos entre todos una enorme bola moteada de pelo amarillento, negro, marrón y gris. Resulta difícil distinguir quién rasguña qué o a quién. Peleamos, mordemos y corremos gran parte de la mañana, antes de recuperar la forma humana frente al chalé cubiertos de bolas de pelo, sangre y baba. A ojos de un desconocido, la escena que ofrecemos podría ser alarmante. En realidad, nuestras lesiones son superficiales. El objetivo del ejercicio no es herirnos, sino adquirir técnicas y reflejos nuevos, y hacernos mejores en el arte del combate. En unas horas estaremos como nuevos. Sin más preámbulos, nos damos un manguerazo. De todos modos, no somos muy sensibles al frío. Nuestra sangre, más caliente que la de los humanos, nos protege de las variaciones de temperatura. A continuación, nos sentamos fuera con una cerveza para comentar el entrenamiento.
–Buen trabajo, chicos. Liam, Owen, ¿se os hizo tarde ayer?
–Lo siento, Connor, es que estaba tremenda y…
–No necesito detalles, Owen, gracias. Vuestro rendimiento ha disminuido, estáis más lentos de lo habitual. La fuerza no lo es todo en caso de ataque. Cuidado con eso.
A veces me pongo duro, pero de eso depende nuestra supervivencia. Y aunque jamás lo admitiría, aprecio a cada uno de estos cretinos.
–Relájate, Connor. Ni siquiera estamos de misión ahora mismo.
Ya salió Nate el optimista. La fuerza tranquila del grupo y el defensor de los oprimidos. Como si alguno de estos necesitase que alguien lo defendiese.
–Lo sé, Nate, pero los descansos entre misión y misión nunca duran mucho.
Sean guarda silencio, sabe que tengo razón. Es mi beta, mi brazo derecho, y se ocupa de las misiones secundarias cuando yo no estoy disponible. Se divierte aún menos que yo y eso que yo me divierto poco. Al igual que para mí, este trabajo es su vida, su razón de ser. De hecho, es él quien nos ha reunido, a pesar de que todos tengamos nuestras propias razones personales para estar aquí. Los cinco juntos formamos la pequeña manada Ángeles Guardianes. Por supuesto, contamos con otros miembros, pero nosotros somos los más importantes y los más fuertes. Yo soy el jefe, el alfa. Soy el responsable de todos y me tomo mi papel muy en serio. Los otros tres presentes a mis lados son los defensores de la manada, los lugartenientes. Su función es tan fundamental como la mía. Sin nosotros cinco, la manada dejaría de existir. Se haría vulnerable y no tardaría en desaparecer. Gracias a generosas subvenciones, nuestro trabajo nos permite sustentar el clan y nos ha procurado este territorio, una antigua base militar humana altamente fortificada. Pero nada de eso tendrá ninguna utilidad si no nos mantenemos con vida para seguir trabajando. Sin embargo, nuestro trabajo implica ciertos riesgos. Cuando la policía humana se ve sobrepasada por los acontecimientos, nos ponemos al servicio del gobernador, pero solo para proteger a los testigos de investigaciones en las que hay metamorfos involucrados. Un humano no es rival para un animorfo enfadado y decidido. ¿De qué sirven los puños contra unas garras y unos colmillos que pueden hacer a una persona trizas en menos de un segundo? Así pues, tomando el relevo de los fateles desaparecidos, luchamos contra los nuestros con el fin de hacer prevalecer la justicia. Somos la especie más poderosa de la tierra y, al igual que mis compañeros, no creo que eso nos exima de cumplir la ley. Los testigos deben estar vivos para comparecer ante el tribunal, y ahí es donde entra mi equipo. La mayoría de los metamorfos que hemos salvado, a menudo de sus propias manadas o de ciertos alfas propensos al abuso y la opresión, se han instalado aquí, con nosotros. He ahí el origen de esta manada.
Capítulo 3
Connor
Vaya, ¿qué acabo de decirle a Nate? Cualquiera pensaría que soy adivino o que el gobernador me ha escuchado. Ya decía yo que hacía demasiado tiempo que no sonaba el teléfono.
–Buenos días, gobernador. ¿Qué tal?
–Bien, pero basta de cháchara. Tenemos un problema.
Como de costumbre, no me llamaría si no fuera así. Sus llamadas nunca traen buenas noticias, pero su tono me inquieta y pongo los cinco sentidos en alerta. El gobernador nunca está preocupado. Alguna vez se ha mostrado tenso o estresado, pero nunca angustiado. Y hoy, casi huelo su miedo a través del auricular. Mis amigos advierten inmediatamente mi cambio de actitud y enseguida recuperan la seriedad, a la espera de noticias sobre su próxima misión.
–Le escucho.
–Se ha producido un ataque en un hospital humano. Han asesinado a un lobo ingresado esta misma mañana.
Es bastante inusual encontrar a un animorfo en un hospital y mucho menos un hospital humano, pero aparte de eso…
–Vale, pero entonces ya no puedo hacer nada por él.
–Evidentemente. Hemos puesto en marcha una investigación para saber por qué estaba en tan mal estado cuando lo ingresaron. Pero podrían ayudar a una enfermera que se encontraba a su lado.
–Por supuesto. ¿Ella conocía al paciente? ¿A qué manada pertenece?
–Que yo sepa, no conocía a la víctima y no forma parte de ninguna manada. Es humana y está en coma. Los metamorfos que vinieron a acabar con el lobo la atacaron.
Me levanto de la silla y me pongo a dar vueltas. Esto no es ninguna tontería.
–¿Perdón? Lo normal es que los clanes ni siquiera se molesten en amenazar a los humanos, aprovechando el miedo a las represalias por testificar contra ellos, ¿y ahora los atacan? Hasta ahora solo hemos protegido a metamorfos. ¿Por qué han herido a esta mujer humana?
–Eso es lo que van a tener que descubrir ustedes, además de protegerla. Los animorfos no huyeron dándola por muerta hasta que llegaron los guardas de seguridad, que se vieron obligados a disparar en repetidas ocasiones para que al fin soltasen a la víctima. Por otra parte, desde la agresión de la señorita Slat hace una semana, han visto a varios metamorfos haciendo guardia en torno al hospital humano. Creemos que tratan de saber si está viva o si le queda poco para sucumbir a las lesiones. Y es probable que quieran terminar el trabajo cuando se enteren de que ha sobrevivido. De ninguna manera puede estallar una guerra entre humanos y metamorfos. Los humanos no se rendirán sin luchar si este asunto se filtra.
–De acuerdo. Envíeme la dirección. Saldremos en menos de una hora.
Qué caso tan raro. Nunca antes habíamos protegido a un humano. No es que me importe, para mí todas las vidas, humanas o metamorfas, son igualmente respetables. Al fin y al cabo, una vida es una vida, al menos para mí. Cada uno tiene un lugar en el mundo y un papel que desempeñar. ¿Por qué querrían los metamorfos ver muerta a una enfermera? ¿Qué la hace tan importante como para que deban cerciorarse de que muere, a riesgo de desatar una guerra? No tiene ningún sentido.
–¿Pasa algo, Connor?
–No sé, Sean. Esta misión es muy extraña. Debemos proteger a una humana que ha sido víctima de un intento de asesinato por unos metamorfos.
–¿Por qué se metería un clan en eso?
–La pregunta del millón de dólares. El gobernador teme que estalle una guerra, lo que no descartaría si una manada atacase un hospital humano. Puede que nosotros seamos físicamente más fuertes, pero no somos invencibles. Los humanos podrían asustarse y ponerse a disparar a matar a todos los animorfos de su alrededor. Sean, te dejo al cuidado de la manada. Los demás, salimos en una hora.
Corro al dormitorio para coger mi bolsa de viaje mientras sigo dándole vueltas al caso sin encontrarle sentido.