Hizo una pausa y lo pensó un poco más. —La verdad y los eventos lo confirmarán a medida que se desarrollen, cuanto peor sea el desastre, mejor será nuestra posición.
CAPÍTULO NUEVE
23:05 horas, Hora de Alaska (4 de septiembre)
Campamento Helado de la Armada de EE.UU.
Seis kilómetros al norte del Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico
Dos kilómetros al oeste de la plataforma petrolera Martin Frobisher
Mar de Beaufort
Océano Ártico
—De ninguna manera, tío. No puedo hacerlo.
La noche era negra. Fuera de la pequeña cúpula modular, el viento aullaba. Fuera caía una lluvia helada. La visibilidad se estaba deteriorando. En poco tiempo, iba a estar cerca de cero.
Luke estaba cansado. Se había tomado una Dexi cuando el avión aterrizó y otra hace unos momentos, pero ninguna le había hecho efecto.
Todo el asunto parecía un despropósito. Habían viajado por el continente en una carrera loca, a velocidades supersónicas, la misión estaba a punto de comenzar y ahora uno de sus hombres se estaba echando atrás.
–Esto no pinta bien en absoluto.
Era Murphy quien hablaba, por supuesto.
Murphy no quería ir a este emocionante paseo.
El campamento temporal en el hielo, básicamente una docena de cúpulas modulares impermeables sobre una capa de hielo flotante, había surgido como hongos después de una lluvia de primavera, aparentemente en las últimas dos horas. Era uno de varios campamentos como este, que rodeaba la plataforma petrolera a una distancia segura. El establecimiento de varios campamentos en la periferia se hizo para el caso de que los terroristas estuvieran vigilando. La actividad fue diseñada para dificultarles saber de dónde vendría el contraataque.
Dentro de cada una de las cúpulas, un agujero rectangular había sido cortado a través del hielo, aproximadamente del tamaño y forma de un ataúd. El hielo en esta zona tenía casi un metro de espesor. Una plataforma, hecha de un material sintético similar a la madera, se había colocado alrededor de cada agujero. Se habían colocado bajo el agua unas luces de buceo, que le daban al agujero un color azul misterioso. Ya se estaba formando hielo nuevo en la superficie del agua.
Luke y Ed estaban vestidos con sus trajes secos de neopreno, sentados en sillas cerca del agujero. Brooks Donaldson estaba haciendo lo mismo. Cada uno estaba siendo ayudado por dos asistentes, hombres con chaquetas de invierno de la Marina de los EE. UU., que se afanaban en ponerles el equipo. Luke se quedó quieto mientras un hombre montaba un compensador de flotabilidad alrededor de su torso.
–¿Cómo lo siente? —dijo el chico.
–Voluminoso, a decir verdad.
–Perfecto, es voluminoso.
Las manos de Luke aún no llevaban guantes. Tiró de la cremallera impermeable a través de su pecho. Estaba apretado y era difícil de tirar, como debería ser. Allí abajo había agua fría. La cremallera hacía un sello firme. Pero eso significaba que iba a ser difícil abrirla cuando llegaran al destino.
–¿Cómo se supone que abriré esta cosa? —preguntó.
–Adrenalina —dijo uno de los asistentes. —Cuando la mierda comienza a volar, los muchachos prácticamente se arrancan estos trajes con sus propias manos.
Ed rio, mirando a Luke. Sus ojos decían que no era tan gracioso.
–Oh, tío —dijo.
Murphy no se estaba riendo en absoluto. Había venido con ellos desde Deadhorse, pero ni siquiera comenzó el proceso de ponerse el traje.
–Esto es una trampa mortal, Stone —dijo—, como la última vez.
–No tienes nada que demostrar —dijo Luke—, ni a mí ni a nadie. Nadie está obligado a ir. No es como la última vez en absoluto.
La última vez.
La época en que ambos estaban en las Fuerzas Delta, destinados en el este de Afganistán. Luke era el líder del escuadrón y no había neutralizado a un teniente coronel, ansioso de gloria, que los había llevado a todos, a todos menos a Luke y Murphy, a la muerte.
Eso era cierto, podía haber abortado la misión. Eran sus muchachos; no sentían ninguna lealtad en absoluto hacia el teniente coronel. Si Luke les hubiera ordenado detenerse, la misión se habría detenido. Pero se habría enfrentado a un consejo de guerra por insubordinación. Habría arriesgado toda su carrera militar, una carrera que, curiosamente, terminó aquella noche de todos modos.
Murphy miró a Ed. —¿Por qué vas?
Ed se encogió de hombros. —Me gusta la emoción.
Murphy sacudió la cabeza. —Mira ese agujero, tío. Es como si alguien hubiera cavado tu tumba. Deja caer un ataúd ahí y estarás listo.
Murphy no era un cobarde, Luke lo sabía. Luke había participado en al menos una docena de tiroteos con él en las Fuerzas Delta. Había estado con él en el tiroteo de Montreal, en el que salvaron la vida de Lawrence Keller y llevaron a los asesinos del Presidente David Barrett ante la justicia. Incluso había tenido una pelea con Murphy encima de la llama eterna de la tumba de John F. Kennedy. Murphy era un tipo difícil.
Pero Murphy no quería ir. Luke podía ver que estaba asustado. Eso podría ser porque Murphy no estaba entrenado, pero podía ser porque…
–Está bien, chicos, ¡escuchad!
Un hombre corpulento, con un forro polar, había entrado en la cúpula. Durante una fracción de segundo, mientras empujaba las pesadas cortinas de vinilo que formaban la esclusa hacia el exterior, el viento chilló. El rostro del hombre estaba rojo brillante por el frío.
–Según tengo entendido, todos fuisteis informados en Deadhorse.
El chico se detuvo. Miró el asiento vacío donde Murphy debería estar sentado. Luego miró a Murphy.
Murphy sacudió la cabeza.
–No voy a ir.
El chico se encogió de hombros. —Haz lo que quieras. Pero esta es una operación clasificada. Si no vas, no puedes escuchar lo que voy a decir.
–Soy parte del equipo de supervisión civil —dijo Murphy.
El chico sacudió la cabeza. —Mis órdenes son que dos miembros del equipo de supervisión civil se quedan en el centro de mando en Deadhorse y el resto del equipo está preparado para entrar con los SEAL.
Levantó las manos, como diciendo: Es lo que hay.
–Si no estás en el centro de mando y no estás preparado, no creo que estés en el equipo.
Murphy sacudió la cabeza y suspiró. —Ah, demonios.
Se echó sobre los hombros una pesada parka verde, encima de toda su gruesa ropa.
–Murph —dijo Luke. Llama a Swann y Trudy. Te llevarán en un helicóptero.
El chico nuevo sacudió la cabeza. —Los helicópteros están en tierra. La tormenta viene con fuerza y no queremos ningún accidente por ahí. La misión ya es suficientemente mala.
Murphy maldijo por lo bajo y salió por donde acababa de entrar el hombre. El vinilo se agitó y el viento volvió a chillar. El hombre vio irse a Murphy, luego miró a los tres buzos restantes.
–Está bien —dijo. —Esta es una inmersión en hielo, por la noche, en medio de una tormenta, en un entorno elevado. No se me ocurre una misión más peligrosa. Hace un año, perdimos a dos buzos experimentados en un entorno similar de hielo, pero fue una inmersión de entrenamiento durante el día, no había tormenta y estaban atados a su base de operaciones. ¿De acuerdo? Deberíais saberlo.
¿Nadaban hacia un tiroteo? dijo Ed.
El hombre solo lo miró. No estaba de humor para chistes. Luke sintió lo mismo. No había nada gracioso en esto.
–Como probablemente hayas notado, esta no es una inmersión atada. Durante gran parte de la natación, el hielo sobre vuestras cabezas será muy compacto. No querrás tener contacto con él. Deberás ir cinco metros por debajo, mantener una flotabilidad neutral y un buen nivel de ajuste.
Había cuatro propulsores de natación a sus pies. Eran, básicamente, pequeños torpedos eléctricos, alimentados por baterías. Cada buzo sostendría el mango de un vehículo con una mano y la propulsión lo llevaría a su destino mucho más rápido y con mucho menos esfuerzo de lo que podría nadar solo.
El hombre cogió uno con ambos brazos. —¿Quién de vosotros ha usado uno de estos?
Las tres manos se levantaron.
El hombre asintió con la cabeza. —Bien. Normalmente, usaríamos vehículos submarinos Mark 8, cada uno con dos o cuatro hombres, pero no pudimos traerlos a tiempo y el entorno es difícil para desplegarlos. Así que vamos con los propulsores de mano. ¿De acuerdo?
Él se detuvo, pero nadie dijo una palabra. Era lo que había, no importaba si estaban de acuerdo o no.
–Vigilad vuestra brújula. Os dirigís hacia el este. Hay otros diecisiete tipos… Miró de nuevo a la silla vacía de Murphy. —Dieciséis hombres más allá abajo. Moveos con el flujo del tráfico. Este grupo es el de supervisión, por lo que estáis en la retaguardia. Si os confundís u os perdéis, el camino de regreso es hacia el oeste. Este campamento está iluminado como un árbol de Navidad allí abajo, así que dirigíos a las luces.
Levantó un casco impermeable, con visera y máscara.
–Vuestro casco tiene comunicación bidireccional por radio. Mantened la charla al mínimo. Escuchad a los líderes delanteros. La visibilidad va a ser baja, vuestros oídos pueden salvaros, vuestras bocas pueden mataros.
Los miró fijamente a todos.
–No hay apoyo, ni aéreo ni anfibio. La cosa podría ponerse fea. Mantened un ojo hacia arriba. Cuando notéis el aire libre, ya casi estáis allí. Cuando lleguéis al borde del hielo, apagad los faros delanteros. La idea, caballeros, es pillarlos por sorpresa.
El hombre levantó una ametralladora MP5 con un cargador pre-montado. El arma estaba envuelta en plástico grueso y translúcido. Levantó un paquete de tres granadas, envuelto de la misma manera.
–Estas cosas están fuera de su elemento en este momento. Es un embalaje cien por cien resistente al agua. Cuando lleguéis a tierra, usad vuestros cuchillos para abrirlo.
Él sonrió, luego sacudió la cabeza. —Si es necesario, usad los cuchillos para cortar también esos trajes.
Luke miró a Ed. Ed hizo una mueca, una divertida expresión facial que Luke nunca lo había visto hacer antes. Parecía un niño en la escuela primaria, cuando la maestra sugería que la clase cantara algunos villancicos.
Los asistentes detrás de Ed levantaron su casco y luego dejaron que se acomodara en su cabeza. Su aliento empañó la visera.
Los asistentes detrás de Luke estaban a punto de hacer lo mismo.
–¿Alguna pregunta? —dijo el hombre del frente.
¿Que estamos haciendo?, le vino a la mente.
–Bueno. Entonces vamos allá.
* * *
Murphy estaba de mal humor.
–Estoy harto de esta misión, Swann. Nunca me agradó la gente de la Marina y ahora realmente no me gustan.
Las comunicaciones estaban bien, a pesar de la tormenta. Swann se lo había explicado, pero Murphy no lo había escuchado todo. Algo sobre las antenas integradas en estas cúpulas, más las señales de satélite que penetraron la cubierta de nubes en rápido movimiento y la precipitación, más el cifrado irrompible por el que Swann era conocido…
Lo que fuera.
Esperó la demora, mientras la señal rebotaba, para que los terroristas no pudieran rastrear y escuchar.
Murphy estaba harto, irritado. Él no era un buzo y Stone y Newsam, tampoco. Los SEAL habían estado entrenando con equipos de buceo de élite en las aguas heladas de Noruega y Suecia durante los últimos años. Mientras tanto, el Equipo de Respuesta Especial, que no estaba preparado, había sido agregado a esta misión como una especie de adorno llamativo.
La forma en que ese tipo grande había mirado la silla vacía… luego a Murphy… luego otra vez a la silla. Tenía suerte de que ambos estuvieran en el mismo equipo. Murphy con gusto habría remodelado la cara del chico con esa silla.
–Sí, no lo entiendo —dijo finalmente Swann. —Estamos más o menos como escaparates aquí, en el control de la misión. Nadie quiere supervisión civil sobre esto, quieren un sello de goma. Nos han puesto en nuestra propia oficina, lejos de todos los demás, con un par de ordenadores y una máquina de café.
Murphy sonrió. Podía imaginarse a los endurecidos oficiales SEAL y de Operaciones Especiales recibiendo una carga de Swann, el monstruo informático alto, desgarbado, de pelo largo y con gafas y el joven y tierno bocado Trudy Wellington y pensando…
Nada. Los motores que alimentan el típico cerebro militar se detendrían. La sola vista de Swann sería suficiente para verter azúcar en el depósito de gasolina.
Ponedlos en otra habitación, en algún lugar fuera de la vista.
–Esos tipos se van a matar allí abajo. Traté de decírselo a Stone, pero luego un tonto de la Armada me echó porque la sesión informativa estaba clasificada.
–¿Dónde estás ahora? —dijo Swann.
Murphy miró a su alrededor. Estaba dentro de una cúpula vacía, sentado en una silla donde hasta hace poco debía haber habido un Navy SEAL. El agujero en el hielo brillaba azul. Había una cúpula de mando por aquí, en algún lugar y después de que entraron los SEAL, el personal de soporte debía haber ido allí para ver las señales de radar moviéndose debajo de la capa de hielo.
–Estoy en el infierno —dijo Murphy. —Un infierno helado.
Se oyó la voz de Trudy. Era musical, como dedos que acarician ligeramente las teclas de un piano.
–¿Qué quieres hacer? —dijo ella.
La respuesta era bastante fácil: Murphy quería desaparecer, quería abandonar este páramo ártico, esta atrocidad terrorista sin sentido, fuera lo que fuera, ir a Gran Caimán, coger sus dos millones y medio de dólares en efectivo y simplemente evaporarse.
Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo. Iba a necesitar planificación y tiempo para diseñar una desaparición como esa, un tiempo que no tenía. Don todavía quería que pasara seis meses en Leavenworth, a cambio de una baja honorable. Mientras tanto, Wallace Speck estaba bajo custodia, fuera del alcance de Murphy y podía comenzar a decir cosas comprometedoras en cualquier momento.
El peor de los escenarios sería que Murphy llegara a Leavenworth en el momento exacto en que Speck mencionara su nombre.
Naturalmente, estas no eran cosas de las que Murphy pudiera hablar con Mark Swann y Trudy Wellington. Pero había cosas de las que sí podía hablar. Swann y Trudy podrían ayudarlo, no a salir de aquí, sino a adentrarse más.
Stone estaba equivocado. Murphy sí tenía algo que demostrar, siempre tenía algo que demostrar. Tal vez no a Stone y tal vez no a ese entrenador SEAL con cerebro de Cromañón, sino a sí mismo. Esta misión lo había llevado por el camino equivocado. Se habían catapultado por todo el país a gran velocidad, ¿para qué? Una operación a medio cocer que era un desastre, incluso antes de comenzar. ¿Quién soñó esto, Wile E. Coyote? Era la operación de rescate de la embajada de Irán, segunda parte, esta vez con hielo en lugar de arena.
Que pareciera tan mal y apresuradamente diseñada irritaba a Murphy. El hecho de que Stone lo hubiera aceptado lo irritaba aún más. El hecho de que Newsam lo acompañara elevaba su irritación por las nubes.
El hecho de que él, Murphy, no pudiera meterse en ese traje de buceo claustrofóbico y escalar a través de esa tumba en el hielo añadía un poco de humillación a la mezcla. Y la forma en que ese descerebrado miró su silla…
Las manos de Murphy se apretaron y aflojaron. Había llegado a la conclusión hace mucho tiempo de que, en parte, el motivo de unirse al ejército y luego a las Fuerzas Delta, era hacer algo constructivo con su ira.
Él conocía su historia. Había estudiado a asesinos hábiles y prolíficos de guerras pasadas. Audie Murphy en la Segunda Guerra Mundial. Bloody Bill Anderson durante la Guerra Civil Americana. Gran parte de lo que impulsaba a esos tipos era la ira.