Ryker, el dueño de la granja, estaba en medio del ring con los oponentes de la noche encadenados a ambos lados. Malvado, gritón e ignorante, había descubierto cómo reunir a todos de la peor manera posible. Su pelo grasiento asomaba por debajo de su gorra de béisbol. Su ropa, cubierta de manchas, parecía el delantal de un carnicero. Me daba escalofríos cada vez que lo veía en el pueblo, y ahora sabía por qué.
El perro más pequeño cojeaba. Ryker le quitó la cadena el primero, pero no se movió. En vez de eso, se sacudió violentamente, mirando hacia los otros perros encadenados a lo largo de la pared. Ladraban frenéticamente, animándolo o dándole indicaciones. Era difícil de apreciar por el rugido de la multitud cuando el segundo perro fue liberado. Cargó contra el pequeño, y en cuestión de segundos le hincó el diente.
—¡Ya basta! —Empujé a Randy, que ya estaba fuera de su asiento, corriendo hacia el ring. Su cerveza falsa salió volando, empapando a los imbéciles que nos rodeaban. En las gradas, los policías corrieron escaleras abajo con las armas desenfundadas.
La multitud se dispersó. La cerveza llovía sobre nosotros, los bancos se movieron y la gente casi me tira al suelo empujándome fuera del camino. Nadie quería redimirse aquella noche.
Randy y sus hombres se habían centrado en capturar a Ryker y sus compinches. Tenían trabajo, ninguno de ellos caería sin luchar.
Nadie evitó que el perro del ring atacara al otro. El pequeño aulló, y su pelo gris se tiñó de rojo brillante.
Atravesé la multitud, golpeando a cualquiera que no se quitara de en medio. Necesitaba llegar al ring antes de que fuera demasiado tarde.
No vi a Kiera ni a Lyssie por ningún sitio en aquel caos. No había tiempo para buscarlas. Ese perro necesitaba ayuda.
Los perros que estaban al lado del ring estaban histéricos, aullando y ladrando junto con la multitud. Salté la barrera y corrí al centro del ring. El perro más grande no había soltado al pequeño, ni siquiera cuando me lancé a por ellos. Había que tener cuidado. Los dos perros estaban agresivos y hambrientos y era imposible anticipar su estado de salud. Ninguno parecía rabioso, pero en una noche como aquella no podía perder tiempo jugándomela.
Apartando a un perro del otro, cubrí al más pequeño con mi cuerpo para que el grande no pudiera atacarlo más.
Todavía respiraba, a duras penas. Sus grandes ojos azules me miraron y gimió.
—¡Trina! —gritó Kiera—. Nos empujaron hasta el aparcamiento. Hemos tenido que convencer a esos secretas de que trabajábamos contigo. —Mierda, olvidé darles las credenciales. Ese error nos costó un tiempo precioso—. ¿Está bien?
—Le han dado una paliza. —La respiración del perro se había calmado, con suerte porque se estaba tranquilizando y no se desangraba. Por si acaso, me quité la chaqueta y arranqué una tira de la camiseta para usarla como torniquete. Me importaba una mierda que me colgaran los michelines. Cosas peores se habían visto aquella noche. Envolví suavemente la tela alrededor del cuello del perro y apliqué la menor presión que pude para que fuese eficaz.
—¿Qué hacemos? —preguntó Lyssie.
—Llama a Control de Ganado. Están esperando la llamada. Y saca las jaulas del camión. Creo que había siete. ¿Cómo está el otro que peleó?
Se hizo un breve silencio.
—No está.
Tres
Shadow
Abandoné cualquier tipo de fe la noche que Ryker nos capturó. Ni cielo ni infierno, solo un purgatorio pasando hambre en la oscuridad que se prolongaba indefinidamente. Hasta esa noche, cuando la policía irrumpió en el ring de combate, arrestando a Ryker y a su banda. Y lo mejor: tres ángeles vinieron a sacarnos de nuestra prisión.
—Quédate con este —mandó uno de los ángeles a otro—. Tengo una cizalla en mi bolso. Espero que el collar no se le haya incrustado en el cuello a ninguno.
Tan fuertes y feroces nos preciábamos de ser, uno por uno todos lloramos y gimoteamos agradecidos cuando nos llegó el turno de ser liberados. El ángel se tomó un momento con cada uno, dándonos palmaditas en la cabeza y murmurando algo sobre que ya se había acabado.
Yo era el que estaba más lejos de ella, así que fui el último.
—Vamos a quitarte esta cosa horrible. —Sus palabras sonaban como un arrullo.
No estaba más orgulloso que mis hermanos o mis enemigos. Ser libre era demasiado bueno para pensar en eso. Esa era la única manera que tenía de agradecérselo. Pasó los dedos por mi pelaje mugriento y enmarañado. Era hermosa. Su pelo color miel estaba recogido; su cara, sin maquillar, y su sencilla ropa, rasgada. Sus ojos verdes estaban llorosos y sus mejillas, tan redondas como el resto de sus curvas y probablemente igual de dulces. Su pequeña boca me resultaba irresistible. Olía exactamente a lo contrario que la mierda y la desesperación que hasta ese momento habían inundado mis fosas nasales. Inhalé vainilla, canela, manzanas y todo lo bueno de ser humano. Se me hacía agua la boca con solo pensarlo.
Cualquiera que estuviera tan lleno de amor y compasión por un montón de animales sucios y vapuleados como los Channing e incluso los Lowe se había ganado mi lealtad eterna. Cualquier cosa que ella quisiera sería suyo.
—Todo va a estar bien —me susurró, y yo me apreté contra su pierna—. Te voy a sacar de aquí. Ahora estás a salvo. Te daré algo de comida y un baño.
Quedaban dos semanas para la luna llena. Entonces estaría más fuerte, pero no tenía forma de preparar a aquel ángel para nuestra transformación. Hacía tanto tiempo que ninguno de nosotros era humano, que la próxima metamorfosis podría ser… interesante.
—¿Estás bien, chico? —le pregunté a Archer. Seguía tumbado en medio del ring, con la garganta vendada. Mis hermanos se unieron a nosotros, dándole suaves toquecitos con sus hocicos. Mientras dos ángeles traían jaulas al ring, fantaseé sobre cómo sería tener a aquella mujer entre los brazos y agradecerle apropiadamente habernos salvado la vida.
—Lo estaré —dijo Archie, con la mirada desenfocada.
—No os acerquéis —les advertí a los Lowe cuando Major subió al ring—. Ahora no. Estábamos tan cerca de ser rescatados, que no quería arruinarlo todo machacándolos.
Todos volvimos al cautiverio voluntariamente. Los ángeles cargaron nuestras jaulas en el camión sin mucho esfuerzo. Nos moríamos porque llegara aquel momento y sobrevivíamos solo por él, pero estábamos demasiado débiles para disfrutarlo.
—Kiera, ¿puedes conducir? —preguntó mi hermoso ángel. Se sentó en el suelo con Archer, que apenas se había movido.
Vamos, chico, vive. Ya somos libres.
—Me voy a quedar atrás con este. No quiero dejarlo solo —prosiguió.
—Sí, claro —respondió Kiera, ajustando los cierres para que no nos deslizáramos por la parte trasera del camión. Mi ángel se subió con nosotros, con el cuerpo de mi hermano en brazos. Le goteaba sangre de la manta que había servido improvisadamente como vendaje. Ella se acomodó en medio de las cajas delicadamente, colocando a Archer a su lado.
No olía bien. Joder.
—Bueno, chicos. —Mi ángel miró hacia las jaulas, y me di cuenta de que nos hablaba a nosotros, no a sus compañeras de trabajo. ¿Sabía lo que éramos? Estaba bastante seguro de que había solo cinco jaulas. Mierda, no había visto a Shea desde que los policías interrumpieron la pelea. A él le habían prometido la libertad, y el cabrón se la había tomado.
Yo habría hecho exactamente lo mismo.
— Soy Trina, Kiera conduce y Lyssie monta una escopeta. Ellas creen que estoy loca por hablar con animales, pero sé que me entendéis. —Se detuvo y puso una cara hacia la parte delantera del camión. Si fuera humano, me habría reído—. Somos del Refugio de Animales Forever Home. Ahí es donde vamos. Os daremos comida caliente, mejor que la que os han dado en… —Se atragantó y no terminó la frase—. Os bañaremos a todos. Os cepillaremos el pelaje y vendaremos esas heridas. Os daremos camas cómodas para que durmáis. Nos vamos a asegurar de que no sufrís más, de que os recuperáis, y entonces os buscaremos un hogar. No habrá más peleas, ni más abusos. Se acabó.
Nos dejó sin palabras.
No podía apartar los ojos del bello ángel llamado Trina. Le dio una palmadita en la cabeza a Archer, murmurándole. Él cerró los ojos y suspiró.
—¡Mierda! ¡No! ¡No, no, no! —Trina se inclinó sobre el cuerpo de Archer. Me apreté contra la parte delantera de mi jaula y aullé. Mis hermanos se unieron, pero ningún lamento iba a cambiar nada.
No podía estar pasando. Mi hermano pequeño dependía de mí para mantenerlo a salvo. Lo dejé venir con nosotros la noche que nos capturaron porque pensé que se curtiría si salía a correr un par de veces con nosotros. Debí haber evitado a toda costa que peleara esa noche. Daba igual que estuviera encadenado. Lo dejé meterse en un combate que no podía ganar.
—¿Qué pasa? —Lyssie se arrastró a la parte trasera del camión.
—Lo perdimos —Trina estrechó el cuerpo sin vida de Archer contra ella.
Y todo por mi culpa.
Miré a Major.
—Será mejor que Shea corra mucho, y se vaya bien lejos de aquí. Porque como lo atrape, lo voy a tratar con la misma misericordia que ha tenido con Archer.
Cuatro
Trina
Ya les había fallado a esos perros. Uno estaba desaparecido y otro muerto.
—No te castigues por esto, Trina —dijo Kiera en voz baja—. No tenemos ni idea de en qué condiciones estaba ese perro antes de esta noche.
Los demás perros engulleron tazones enormes de comida. Volvería en un par de semanas para devolvérsela, ya me las apañaría. Siempre acababa haciéndolo. Mi norma era no hablar mal delante de los animales. Había quien me decía que estaba loca por pensar que podían entendernos. Pero yo nunca quise que la gente se rindiera conmigo cuando pasé por mi peor momento. Doctores y enfermeras decían cosas negativas sobre mi pronóstico, pensando que estaba vegetal. Incluso en el más profundo y oscuro agujero negro, donde no podía hacer nada al respecto, lo entendía. Y nunca cometería ese error con mis animales. Cualquier criatura con ojos y corazón podía captar las malas vibraciones.
—Tienes razón. —Me enjugué las mejillas con el dorso de la mano—. Pero aun así, menuda mierda. Salvamos a estos perros… Ojalá hubiéramos podido entrar antes, pero Randy dijo que necesitaba pruebas de las peleas.
—Acabo de recibir un mensaje de Control de Ganado. Dicen que los grandes estaban en buena forma. Todavía los están revisando. Las gallinas no tenían tanta suerte, demasiadas por jaula, pero creen que las pueden salvar. —Kiera dejó el teléfono—. Lo has hecho bien, T. De verdad.
No lo suficiente.
—Les ayudaremos a colocar los animales cuando estén listos para su nuevo hogar. —Estaba cabreada por lo de las gallinas. Los pájaros eran mis favoritos, y siempre los trataban fatal.
—Lys, ¿cómo van con la comida?
—Ya no queda. —Bostezó. Les dije que nos llevaría toda la noche, pero eran nuevas en el mundo del rescate de animales. Habían venido a trabajar al refugio como parte de su rehabilitación. Todas habíamos pasado por cosas jodidas, y acabamos en el mismo centro, CTAE, el Centro de Terapia para Ansiedad y Estrés, por ataques de pánico y trastornos relacionados. Nada funcionaba conmigo, y caí en una espiral destructiva sin escapatoria aparente, hasta que alguien me sugirió que fuera voluntaria en un refugio. Cuando los médicos vieron la paz que me producía estar con animales, trabajamos conjuntamente para crear un programa. Con suerte, los animales podían ayudar a otras mujeres a curarse como me ayudaron a mí.
Nadie se daba cuenta de lo difícil que era trabajar en un refugio. Las condiciones en que los animales nos llegaban, la falta de fondos, los que no encontraban hogar… todo eso afectaba hasta a los voluntarios más fuertes con el tiempo. Acudí a muchas personas. Forever Home era un refugio sin matadero, lo que significaba que si no había sitio para los animales, no podíamos llevárnoslos. Tenía pesadillas con los que había tenido que rechazar. Pero tenía que concentrarme en el bien que hacíamos desde Forever Home. Si me obsesionaba con lo malo que implicaba, todo el progreso que había conseguido podría desvanecerse. El refugio me daba un propósito. Esos animales necesitaban que yo mantuviera la compostura.
Hasta entonces, Kiera y Lyssie siempre habían trabajado bien. Esperaba que lo de aquella noche fuera lo más traumático que tuvieran que ver, pero aprendí hace mucho tiempo a nunca decir nunca. Ellas me preocupaban esa noche, pero fueron capaces de sobreponerse, sacar a los perros del ring y llevarlos al refugio. Por desgracia, tenía suficiente experiencia con los traumas para saber que había una especie de interruptor. Instinto de supervivencia. Y sus secuelas no siempre aparecían de inmediato.
—¿Listas para bañarlos? —pregunté. Las chicas asintieron, remangándose mientras me seguían al área común. Esa sería la verdadera prueba, cuando se acercaran a los perros y vieran realmente lo que les había pasado. Era imposible saber lo que encontraríamos debajo de ese pelaje enmarañado.
Kiera abrió la manguera y Lyssie se arrodilló, instando a dos de los perros a acercarse a las cubetas mientras se llenaban de agua caliente. Solo podíamos lavarlos de dos en dos.
Me arrodillé al lado del balde y ayudé al primer perro a entrar en el agua. Saltó, evitando usar una pata coja. Sus cabezas estaban inclinadas, pero eran confiados y agradecidos. Esperaba que tuvieran miedo y que posiblemente ofrecieran resistencia. No sabía cuánto tiempo habían vivido entre aquellas peleas. Querrían algo mejor. Pensé que eran huskies, pero de cerca parecían estar cruzados con alguna especie de pastor. Incluso medio muertos de hambre, eran grandes. Ya habían surgido del grupo dos líderes claros. Más grandes y seguros que los demás, fueron los primeros en moverse, como si hubieran decidido que podían confiar en Lyssie. Los otros iban en fila detrás de ellos.
El de ojos azules se separó de la manada y se vino directo hacia mí, dándome grandes y cariñosos lametazos. Consiguió hacerme reír en aquella noche terrible. Le froté las orejas, con cuidado de no ser demasiado brusca. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos. Aunque respetuosamente, me perseguían. Algo en ellos era demasiado humano.
El perro se metió en la bañera, temblando.
—No pasa nada, esto te va a sentar genial —le aseguré mientras cogía la manguera.
Gimió cuando el agua tibia alcanzó su cuerpo. Lo enjaboné suavemente, sin aplicar demasiada presión. La veterinaria no podía venir hasta la mañana siguiente y no quería agravar ninguna lesión. Con delicadeza, desenredé los nudos de su pelaje. Durante el baño, se presionaba contra mi cuerpo todo lo que podía. Incluso después de todo lo que le había pasado, todavía era capaz de confiar. Quería mi amor.
Esperaba Ryker estuviera en el suelo de una celda con el pie de Randy pisándole las pelotas. Ese tipo era un imbécil al que no le daría ni la hora. ¿Por qué me sorprendía que pudiera hacer algo así?
Por eso me gustaban los animales mucho más que las personas. Su amor era incondicional y siempre estaban dispuestos a correr el riesgo.
Lyssie me sustituyó para que pudiera examinar la piel de los perros ahora que los habíamos lavado. Tenían laceraciones de las cadenas y marcas de mordeduras. No vi signos de infección. Ya con el pelaje limpio, se podían apreciar los matices de marrón a gris y negro con rayas blancas, más oscuro en algunos lugares. Los de ojos marrones tenían un pelaje rojizo. Todos ellos tenían una mirada que me helaba el alma. Habían visto tanto.
El primer perro no se separaba de mí. Le quité la toalla y se apoyó en mí después de sacudirse enérgicamente. No asustado, sino territorial.