El Padrino - Mario Puzo 14 стр.


Dicho esto, salió de la casa.

Era ya de noche y el viento de diciembre azotaba la alameda. Sonny no sentía temor alguno, pues las ocho casas pertenecían a Don Corleone. En la entrada de la alameda, los dos edificios de cada lado estaban ocupados por asalariados de la familia, con sus esposas e hijos, y en los pisos bajos vivían hombres solteros. De las otras seis casas que formaban el resto del semicírculo, una estaba ocupada por Tom Hagen y su familia, otra por el mismo Sonny, y la más pequeña y modesta por el Don. Las otras tres casas habían sido alquiladas a amigos ya retirados del Don, con la condición de que las desocuparían en cuanto éste se lo pidiera. La inocente alameda era, en realidad, una fortaleza inexpugnable.

Las ocho casas estaban equipadas con potentes focos, que imposibilitaban que alguien pudiera ocultarse. Sonny atravesó la calle y entró en la casa de su padre, de la que tenía una llave.

Llamó a su madre, que salió de la cocina envuelta en un agradable olor de pimientos fritos. Antes de que su madre pudiera decir nada, Sonny la tomó del brazo y la hizo sentar.

– Acabo de recibir una llamada -dijo-. Ante todo, quiero que no te preocupes. Papá está en el hospital; ha sido herido. Vístete enseguida. Dentro de poco, un coche te llevará allí. ¿De acuerdo, mamá?

Su madre lo miró fijamente durante un breve instante.

– ¿Le han disparado? -le preguntó en italiano. Sonny hizo un gesto afirmativo. Su madre bajó la cabeza y regresó a la cocina. Sonny la siguió. Ella apagó el gas y a continuación se dirigió a su dormitorio. Sonny tomó dos trozos de pan y unos pimientos de la sartén, y se preparó un bocadillo. El aceite goteaba por entre sus dedos. Se dirigió al despacho de su padre y sacó de un armario el teléfono especial, inscrito bajo nombre y dirección falsos. La primera persona a quien llamó Sonny fue Luca Brasi, pero no recibió respuesta. Luego marcó el número del _caporegime_, el jefe de banda de Brooklyn, un hombre totalmente leal al Don llamado Tessio. Sonny le contó lo que había ocurrido y lo que quería de él. Tessio debía reclutar cincuenta hombres de absoluta confianza, enviar unos cuantos al hospital y los demás a Long Beach, donde habría trabajo para ellos.

– ¿Interviene también Clemenza? -preguntó Tessio.

– De momento no quiero que intervenga su gente -respondió Sonny.

Tessio comprendió al instante.

– Perdona lo que voy a decirte, que es lo mismo que te diría tu padre: no te precipites, Sonny. No puedo creer que Clemenza nos haya traicionado.

– Gracias -dijo Sonny-. Yo tampoco lo creo, pero debo ser cauteloso.

– Comprendo -comentó Tessio.

– Otra cosa, Tessio. Mi hermano menor, Mike, es t estudiando en Hanover, New Hampshire. Interesa que alguien de confianza, de Boston, vaya a buscarlo. Quiero que se quede aquí hasta que haya pasado todo esto. De todos modos, antes le llamaré para avisarle. Tampoco temo nada en cuanto a mi hermano, pero toda precaución es poca.

– Muy bien -dijo Tessio-. Estaré en casa de tu padre tan pronto como haya hecho lo preciso para que se cumplan tus órdenes. Conoces a mis muchachos ¿no?

– Sí -concluyó Sonny. Y colgó.

Se acercó a una pequeña caja fuerte disimulada en una pared, la abrió y de su interior sacó una libreta forrada de piel. Fue pasando páginas, hasta que encontró lo que buscaba. «Ray Farreli 5000 Nochebuena», leyó. Estas palabras iban seguidas de un teléfono. Sonny marcó el número y preguntó:

– ¿Farreli?

El hombre que estaba al otro lado del hilo respondió afirmativamente, y Sonny dijo:

– Soy Santino Corleone. Necesito que me haga un favor, y lo necesito rápido. Quiero que compruebe dos números de teléfono y que me pase nota de todas y cada una de las llamadas que hayan hecho y recibido durante los últimos tres meses.

Dio a Farreli el número de Paulie Gatto y el de Clemenza.

– Esto es muy importante -añadió Sonny-. Déme la información antes de medianoche y recibirá usted otra bonita felicitación navideña.

Antes de ponerse a considerar cuáles debían ser sus siguientes pasos, volvió a marcar el número de Luca Brasi. l esta vez hubo respuesta. Esto no le gustó, pero decidió no preocuparse. Luca se dejaría ver en cuanto se enterara de la noticia. Luego, se apoyó en la silla giratoria. Al cabo de una hora la casa estaría llena de gente de la Familia, y él tendría que decirles a todos lo que procedía hacer. En ese momento se dio cuenta de la gravedad de la Situación. Era la primera vez en los diez últimos años que alguien se había atrevido a atacar a la familia Corleone Sin duda, Sollozzo estaba detrás del asunto, pero aquel hombre nunca se hubiera atrevido a asestar el golpe de no contar con el apoyo de al menos una de las Cinco grandes Familias de Nueva York. Y ese apoyo procedía de los Tattaglia. Si eso era cierto, sólo quedaban dos alternativas: la guerra abierta o el sometimiento a la condiciones de Sollozo. Sonny Sonrió malévolamente El astuto Turco lo había planea do todo muy bien, pero no había tenido suerte. El viejo estaba vivo y la guerra era inevitable. Con Luca Brasi y los recursos de la familia Corleone el triunfo estaba fuera de duda. Pero ¿dónde estaba Luca Brasi?, se preguntó Sonny.

3

Hagen viajaba en un coche junto a otros cuatro hombres. Sollozzo estaba sentado delante. Obligaron a Tom a ocupar el asiento posterior, entre los dos que le habían sorprendido en la calle. Uno de ellos, el que estaba a su derecha, le tapaba el rostro con su propio sombrero para que no pudiera ver nada.

– No mueva ni un pelo -le advirtió.

El trayecto fue corto, de no más de veinte minutos, y cuando bajaron del coche, Hagen no reconoció el lugar donde se encontraban, pues era ya de noche.

Le condujeron a un apartamento situado en el piso bajo de una casa y le hicieron sentar en una silla de respaldo alto y recto. Sollozzo se sentó sobre una mesa. Su sombrío rostro mostraba una expresión aviesa.

No se asuste -le dijo-. Sé que no tiene usted el nervio de la Familia. Quiero que ayude a los Corleone… pero también quiero que me ayude a mí.

Las manos de Hagen temblaban mientras se ponía un cigarrillo en los labios. Uno de los hombres puso una botella. de aguardiente encima de la mesa y le sirvió

una buena dosis del fuerte licor en una taza de café de porcelana china.

El cuerpo de Hagen agradeció el trago. Sus manos dejaron de. temblar y la debilidad de sus piernas desapareció.

– Su jefe ha muerto -dijo Sollozzo.

Hizo una pausa para ver el efecto que sus palabras producían y se sorprendió al ver lágrimas en los ojos de Hagen.

– Lo cazamos cerca de su oficina, en la calle -prosiguió Sollozzo-. Tan pronto supe que el trabajo había sido realizado, me preocupé de usted. Su labor debe consistir en lograr que se firme la paz entre Sonny y yo. Hagen no contestó. Se sentía sorprendido ante el dolor qué le embargaba. Sus sentimientos eran una mezcla de desolación y de temor. Sollozzo estaba hablando de nuevo:

– A Sonny no le gustó mi oferta ¿verdad? Sin embargo, usted sabe que la razón está de mi parte. Los narcóticos es el asunto del futuro. En un par de años podremos conseguir más dinero del que queramos. El Don era un hombre anticuado; su época ya había pasado, pero él no supo darse cuenta de ello. Ahora ha muerto, y nada puede resucitarlo. Estoy dispuesto a hacer una nueva oferta, y quiero que convenza a Sonny para que la acepte.

– No existe la menor posibilidad de que acepte -dijo Hagen-. Sonny le perseguirá implacablemente.

– Esa será su primera reacción -replicó Sollozzo con impaciencia-. Precisamente, la misión de usted consiste en evitar que tome decisiones de las que luego podría arrepentirse. La familia Tattaglia y toda su gente me respalda. Las otras Familias de Nueva York aceptarán cualquier cosa que ponga fin a una guerra abierta entre nosotros. Saben que nuestro enfrentamiento sería perjudicial para ellos y sus negocios. Si Sonny acepta el trato, las otras Familias, incluso los mejores amigos del Don, considerarán el asunto como algo que no les concierne.

Hagen se miró las manos sin responder.

– El Don iba perdiendo su vigor -prosiguió Sollozzo en tono persuasivo-. Anos atrás me hubiera sido imposible cazarle, pero hoy… Las otras Familias vieron con muy malos ojos que le convirtiera a usted en su _consigliere_, a usted, que no solamente no es siciliano, sino que ni siquiera es italiano. Si se rompen las hostilidades, la familia Corleone será aplastada y todos perderemos, incluso yo. Necesito más los contactos políticos de la Familia que el dinero. Así pues, hable con Sonny, hable con los _caporegimi_; en sus manos está el evitar que se vierta mucha sangre.

Hagen pidió un poco más de licor.

– Haré lo que pueda -dijo-, pero Sonny es muy testarudo. Además, ni el mismo Sonny será capaz de controlar a Luca. No se olvide de Luca, como no voy a olvidarlo yo, si he de actuar de intermediario.

– Yo me encargaré de Luca -replicó Sollozzo sin alterarse-. Usted ocúpese únicamente de Sonny y de sus hermanos. Mire, puede decirles que Freddie hubiera podido ser eliminado al mismo tiempo que su padre, pero que mis hombres tenían órdenes estrictas de no disparar contra él. No quiero tener más remordimientos que los absolutamente necesarios. Dígales que Freddie está vivo gracias a mí.

Finalmente, el cerebro de Hagen se había puesto a trabajar. Acababa de darse cuenta de que Sollozzo no quería matarlo ni tenerlo prisionero. No pudo evitar avergonzarse por el alivio que experimentaba. Sollozzo le contemplaba con tranquila y amistosa sonrisa. Hagen empezó a considerar fríamente la situación. Si no se avenía a discutir el asunto con Sonny, quizá lo matarían. Luego comprendió que Sollozzo sólo quería que él presentara adecuadamente la oferta, como correspondía a un buen _consigliere_. Y ahora, al meditarlo, se dio cuenta de que Sollozzo tenía razón. La guerra abierta entre los Tattaglia y los Corleone debía ser evitada a toda costa. Los Corleone debían inclinar la cabeza y olvidar. Tenían que llegar a un acuerdo. Y después, en el momento preciso, podrían descargar toda su fuerza contra Sollozzo.

Al volver a mirar a Sollozzo, que sonreía abiertamente, se dio cuenta de que éste había adivinado sus pensamientos. Entonces, unas interrogantes comenzaron a martillear el cerebro de Hagen: ¿Qué había ocurrido con Luca Brasi para que Sollozzo se mostrara tan tranquilo? ¿Se había pasado a su bando? Recordó que la noche en que Don Corleone había rehusado la oferta de Sollozzo, Luca había sido citado a la oficina del Don para tener una entrevista privada con éste… Pero ése no era el momento de preocuparse por tales detalles. Lo más urgente era regresar cuanto antes a la seguridad de la fortaleza de la familia Corleone, en Long Beach.

– Haré lo que pueda -dijo a Sollozzo-. Creo que tiene usted razón. Es más, estoy seguro de que es lo que el Don hubiese querido que hiciéramos.

– Bien -dijo Sollozzo con expresión grave-. No me gusta el derramamiento de sangre. Soy un hombre de negocios, y la sangre cuesta mucho dinero.

En aquel momento sonó el teléfono. Uno de los hombres que permanecían sentados detrás de Hagen se levantó para contestar. Escuchó durante breves instantes y luego dijo:

– Muy bien, se lo diré.

Colgó el auricular, se acercó a Sollozzo y dijo algo en voz muy baja, con los labios pegados al oído del turco.

Hagen vio que Sollozzo palidecía, a la vez que sus ojos mostraban una expresión de rabia infinita. Sintió miedo; Sollozzo le observaba especulativamente. De pronto, comprendió que no iban a dejarlo en libertad. Adivinó que había sucedido algo que podía significar su propia muerte.

– El viejo sigue con vida -dijo Sollozzo-. Cinco balas en su cuerpo de siciliano y signe con vida

Seguidamente, tras una pausa, en tono fatalista y dirigiéndose a Tom, añadió:

– Mala suerte. Mala suerte para mí, mala suerte para usted…

4

Cuando Michael Corleone llegó a la casa de su padre en Long Beach, se encontró con que la angosta entrada a la alameda estaba interceptada por una cadena. Los potentes reflectores instalados en lo alto de las ocho casas iluminaban la explanada, y por lo menos había diez automóviles aparcados allí en medio.

Observó que dos hombres a los que no conocía estaban apoyados en la cadena.

– ¿Quién es usted? -le preguntó uno de ellos, con acento de Brooklyn.

Se identificó. De la casa más próxima salió otro hombre.

– Es el hijo del Don -dijo éste-. Lo acompañaré dentro.

Mike siguió al desconocido hasta el interior de la casa de su padre, donde otros dos hombres montaban guardia.

La casa parecía llena de desconocidos. Cuando llegó al salón vio a la esposa de Tom Hagen, Theresa, sentada en un sofá y fumando un cigarrillo. En una mesita frente a ella había un vaso de whisky. Junto a ella estaba el corpulento _caporegime_ Clemenza, cuyo rostro permanecía impasible. Sin embargo, sudaba profusamente, y el cigarrillo que sostenía entre los dedos se veía casi deformado.

Clemenza se levantó para estrechar la mano de Michael.

– Tu madre está en el hospital con tu padre -murmuró tristemente-. Todo irá bien, no te preocupes.

Paulie Gatto se levantó también para darle la mano. Michael le miró con curiosidad. Sabía que era guardaespaldas de su padre, pero ignoraba que aquel día se había quedado en casa, enfermo. En la delgada cara del hombre se adivinaba cierta tensión. Gatto era un hombre muy rápido y consciente de sus obligaciones, aunque ese día no había sabido cumplir con su deber. En la estancia estaban otros hombres, que Michael no reconoció. Desde luego, no eran hombres de Clemenza. No había que esforzarse mucho para comprender que Clemenza y Gatto eran sospechosos. Convencido de que Paulie había estado en el escenario del atentado, Mike preguntó al joven con cara de hurón:

– ¿Cómo está Freddie?

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