Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис 7 стр.


—Eso no guarda relacion alguna con este asunto —pronuncio con sequedad—. Tenga la bondad de seguirme.

—?Dejelo usted en paz, Geiger! —dijo el de la voz de bajo—. Esta claro que es un granjero. ?A que nos dedicamos ahora, a molestar a los granjeros?

Y todos asintieron y comenzaron a murmurar: si, por supuesto, es un granjero, se ira y se llevara su ametralladora, no es un gangster, claro que no.

—Nuestra mision es espantar a los babuinos y aqui estamos, jugando a los policias —agrego el que intentaba razonar.

La tension desaparecio al momento. Habian olvidado a los babuinos, que de nuevo se paseaban por donde querian, comportandose como si estuvieran en la selva. Ademas, la poblacion local parecia aburrida de esperar acciones decididas por parte del destacamento de autodefensa. Con seguridad habian llegado a la conclusion de que de alli no saldria nada bueno y que ellos mismos tenian que acomodarse a la situacion. Y ya se veia a las mujeres, con aire diligente y labios apretados, con monederos en las manos, haciendo sus labores matutinas. Algunas llevaban en las manos escobas y palos de fregonas para espantar a los monos mas descarados. Ya comenzaban a quitar las persianas del escaparate de la tienda, y el dueno del tenderete caminaba en torno a su quiosco semidestruido, se agachaba, se rascaba la espalda y, obviamente, calculaba algo mentalmente. Habia cola en la parada del autobus, y ya se veia a lo lejos el primer transporte publico, que toco con fuerza el claxon, espantando a los babuinos que desconocian las reglas del transito e infringian las disposiciones del consistorio de la ciudad.

—Si, senores mios —dijo una voz—. Parece que tendremos que habituarnos a todo esto. ?Nos vamos a casa, jefe?

Fritz examinaba la calle con aire sombrio, mirando de reojo.

—Pues si... —dijo, con voz sencillamente humana—. Vamonos todos a casa.

Giro sobre si mismo, se metio las manos en los bolsillos y echo a andar hacia el camion. El destacamento lo siguio. Se encendieron cerillas y mecheros, alguien preguntaba, intranquilo, que hacer con la llegada tarde al trabajo, si no seria bueno que les dieran una justificacion por escrito... El que intentaba razonar tambien tenia algo que decir al respecto: ese dia todos llegarian tarde al trabajo, no hacia falta justificacion alguna. La multitud que rodeaba el carreton se disperso. Solo quedaron alli Andrei y el biologo de gafas, que se habia jurado a si mismo no irse de alli sin averiguar quien tenia el celo en las cienagas.

El barbudo, mientras desarmaba y guardaba de nuevo la ametralladora, explico con condescendencia que quienes tenian el celo en las cienagas eran los rojigatores, y los rojigatores, hermanos, eran algo asi como cocodrilos. ?Has visto a los cocodrilos? Pues igualitos, solo que lanudos. Cubiertos de una lana roja y dura. Y cuando estan en celo, hermanito, es mejor estar lo mas lejos posible. En primer lugar, son mas grandes que un buey, y en segundo, cuando estan asi no perciben nada, les da lo mismo una casa que un cobertizo, lo destrozan todo...

Los ojos del intelectual ardian de interes, escuchaba ansioso, arreglandose las gafas a cada momento con los dedos muy abiertos.

—?Vais a venir o no? —los llamo Fritz desde el camion—. ?Andrei!

El intelectual miro hacia el camion, despues miro su reloj, solto un gemido lastimero y se puso a balbucear excusas y agradecimientos. Despues, apreto y sacudio con todas sus fuerzas la mano del barbudo y se marcho corriendo. Pero Andrei decidio quedarse.

Ni el mismo sabia por que se habia quedado. Habia sufrido algo asi como un ataque de nostalgia. No se trataba de que anorara hablar en ruso, pues a su alrededor todos hablaban en ruso. Tampoco porque aquel barbudo le pareciera la encarnacion de la patria, nada de eso. Pero habia en el algo que no podia percibir en el caustico Donald, en el alegre y ardiente, pero de todos modos algo ajeno Kensi, ni en Van, siempre bondadoso, siempre cortes, pero siempre asustado. Y mucho menos en Fritz, un hombre sobresaliente a su manera, pero enemigo mortal hasta el dia anterior... Andrei no sospechaba cuanto anoraba aquel algo misterioso.

—?Que, compatriota? —pregunto el barbudo mirandolo de reojo.

—De Leningrado —dijo Andrei, sintiendose incomodo, y para ocultar aquella incomodidad, saco el tabaco y convido al barbudo.

—Vaya, vaya... —dijo el hombre, sacando un cigarrillo del paquete—. Asi que eres un compatriota. Yo, hermanito, soy de Vologda. ?Has oido hablar de Cherepoviets? Pues de ahi mismo soy, de Cherepoviets.

—?Por supuesto! —replico Andrei con alegria—. Ahora mismo acaban de inaugurar un enorme combinado metalurgico, una planta gigantesca.

—?No me digas! —dijo el barbudo, con notable indiferencia—. Asi que hasta alli han llegado. Esta bien. ?Y a que te dedicas aqui? ?Como te llamas? —Andrei se presento. El barbudo siguio—: Como ves, soy campesino. Granjero, como dicen aqui. Me llamo Yuri Konstantinovich Davidov. ?Quieres beber algo?

—Es demasiado temprano —dijo, dubitativo.

—Si, puede ser —acepto Yuri Konstantinovich—. Todavia tengo que ir al mercado. Yo llegue anoche y me fui directamente a los talleres, alli me habian prometido una ametralladora hace tiempo. Dimos unas vueltas, la probamos y les entregue un jamon, una garrafa de aguardiente, y cuando me di cuenta, habian desconectado el sol...

Mientras contaba aquello, Davidov habia terminado de empaquetar toda su carga, habia tomado las riendas, se habia montado de lado en el carreton y los caballos habian echado a andar. Andrei caminaba a su lado.

—Si —continuo Yuri Konstantinovich—. Habian desconectado el sol. Uno me dijo: «Vamos a un lugar que conozco». Fuimos alli, bebimos y comimos. Ya sabes que es dificil conseguir vodka en la ciudad, pero yo traigo aguardiente casero. Ellos ponian la musica y yo la bebida. Por supuesto, habia chicas... —Los recuerdos hicieron a Davidov sacudir la barba. Continuo, bajando la voz—: Hermanito, en las cienagas hay muy pocas hembras. Hay una viuda, ?entiendes?, y vamos a verla... su marido se ahogo el ano antepasado... Y ya sabes que pasa: vas a verla, que otra cosa puedes hacer, pero despues tienes que arreglarle la cosechadora, o ayudarla a recoger la cosecha, o vaya usted a saber que... ?Menudo fastidio! —Espanto con el latigo a un babuino que seguia el carreton—. En general, hermanito, vivimos alli como si estuvieramos en combate. No es posible sobrevivir sin armas. ?Y el rubio ese, quien era? ?Un aleman?

—Si, un aleman —respondio Andrei—. Antiguo suboficial, fue hecho prisionero en Konigsberg, y de alli vino para aca...

—Ya me parecia que tenia una jeta repugnante —explico Davidov—. Esas malditas lombrices me hicieron retroceder hasta el mismo Moscu, termine en el hospital de campana, me volaron medio trasero. Pero despues me desquite. Era tanquista, ?entiendes? La ultima vez, ardi en las afueras de Praga... —Se retorcio la barba—. ?Mira que casualidad! ?Y nos hemos encontrado aqui!

—No es mala persona, es un tipo eficiente —dijo Andrei—. Y valiente. De vez en cuando monta un numerito, pero trabaja bien, con energias. En mi opinion, es una persona excelente para el Experimento. Un organizador.

Davidov se quedo callado un rato, chasqueando la lengua a los caballos.

—La semana pasada vino a las cienagas uno de esos sujetos —comenzo a contar, tras la pausa—. Nos reunimos en casa de Kowalski, un granjero polaco que vive a diez kilometros de mi granja; tiene una buena casa, amplia... Nos reunimos alli. Y el tio comienza a marearnos: que si entendemos bien las tareas del Experimento. Venia del ayuntamiento, del departamento agricola. Y nos ibamos dando cuenta, claro, de que todo aquello llevaba a que si lo entendiamos bien, seria adecuado subir los impuestos... ?Y tu, estas casado? —pregunto de repente.

—No.

—Te lo preguntaba porque hoy tendre que pasar la noche en alguna parte. Tengo un asuntito aqui manana por la manana.

—?Ni una palabra mas! —respondio Andrei—. Mi piso esta a su disposicion. Venga, pase la noche alli, tengo mucho espacio, eso me alegra...

—Y a mi tambien me alegra —dijo Davidov, sonriendo—. Somos compatriotas.

—Anote la direccion. ?Tiene donde escribir?

—Simplemente dimela, la recordare.

—Es muy sencilla: calle Mayor, numero ciento cinco, piso dieciseis. La entrada es por el patio. Si por casualidad resulta que no estoy, busque al conserje, es un chino llamado Van, le dejare la llave.

Davidov le caia muy bien a Andrei, aunque al parecer sus ideas no coincidian.

—?En que ano naciste? —pregunto el granjero.

—En el veintiocho.

—?Y cuando saliste de Rusia?

—En el cincuenta y uno. Hace solo cuatro meses.

—Aja. Yo vine de Rusia en el cuarenta y siete... Dime. Andriuja. ?que tal les va en el campo, ha mejorado algo?

—?Por supuesto! —dijo Andrei—. Lo han reconstruido todo, los precios bajan de ano en ano... Es verdad que no he estado en el campo tras la guerra, pero a juzgar por el cine y por los libros, ahora se vive bien alli.

—Hum... el cine —pronuncio Davidov, dubitativo—. El cine, ?te das cuenta?, es algo que...

—Pues no. En la ciudad, en las tiendas hay de todo. Abolieron las cartillas de racionamiento hace tiempo. ?De donde sale todo? Esta claro que de la aldea...

—Eso, sin la menor duda. De la aldea... —Davidov quedo pensativo un instante—. Cuando regrese del frente, mi mujer habia muerto. Mi hijo habia desaparecido. La aldea estaba desierta. Bueno, eso lo podemos arreglar, pense. ?Quien ha ganado la guerra? ?Nosotros! O sea, ahora tenemos fuerza. Me propusieron como presidente del koljos. Acepte. En la aldea solo habia mujeres, asi que no tenia necesidad de casarme. Pasamos el cuarenta y seis de cualquier manera, me dije que todo seria mas facil despues de eso... —De repente callo y se mantuvo asi un largo rato, como si se hubiera olvidado de la existencia de Andrei—. Felicidad para toda la humanidad —mascullo de pronto—. ?Tu crees en eso?

—Por supuesto.

—Yo tambien creia. No, pense, en la aldea eso no va a funcionar. Seguro que se trata de un error, pense. Antes de la guerra nos tenian atados por la cintura, despues de la guerra, por la garganta. No, pense, de esa manera nos van a ahogar. La vida era opaca, como las charreteras de un general. Yo comence a beber, y de repente, el Experimento. —Suspiro pesadamente—. Entonces, que crees, ?les saldra el Experimento?

—?Que es eso de «les saldra»? ?«Nos» saldra!

—Esta bien, ?nos saldra? ?Si o no?

—Debe salir —repuso Andrei con firmeza—. Eso depende solo de nosotros.

—Lo que depende de nosotros, lo hacemos. Alla, aqui... En general, no hay de que quejarse, por supuesto. La vida, aunque dura, es mucho mejor. Lo fundamental es que dependes de ti. Y si viene alguien, lo tiras a la letrina y se acabo. ?Eres militante del partido?

—De la Juventud Comunista. Usted. Yuri Konstantinovich, tiene un punto de vista demasiado lugubre. El Experimento es el Experimento. Es dificil, hay muchos errores, pero seguro que no puede ser de otra manera. Cada cual en su puesto, cada cual hace todo lo que puede.

—?Y en que puesto estas tu?

—Recogedor de basuras —dijo Andrei con orgullo.

—Un puesto importante —replico Davidov—. ?Eres especialista en algo?

—Mi especialidad es muy particular. Astronomo. —Lo pronuncio con cierto reparo y miro de reojo a Davidov, aguardando una burla, pero el granjero, por el contrario, se intereso.

—?De veras que eres astronomo? Entonces, hermanito, tu debes saber donde estamos metidos. ?Es un planeta cualquiera o, digamos, una estrella? En las cienagas, donde yo vivo, todos los dias discuten eso, llegan hasta las manos, ?te lo juro! Se hartan de aguardiente y cada cual comienza a soltar sus ideas... Hay quien dice que estamos como en un acuario, en la misma Tierra. Un acuario gigantesco, y en lugar de peces hay personas. ?De verdad! Y, desde un punto de vista cientifico, ?que piensas tu de eso?

Andrei se rasco la coronilla y se echo a reir. En su piso esa discusion a veces se convertia casi en una pelea a punetazos, sin que hiciera falta aguardiente. Y sobre aquello del acuario, Izya Katzman repetia las mismas palabras, riendose y salpicando saliva.

—Como explicarselo... —comenzo—. Es algo complicado. Incomprensible. Pero, desde un punto de vista cientifico, solo puedo decirle una cosa: es dificil que se trate de otro planeta. Y menos todavia de una estrella. En mi opinion, todo lo que hay aqui es artificial, y no guarda relacion alguna con la astronomia.

—Un acuario —asintio Davidov con conviccion—. Y el sol aqui es como una bombilla. Ademas, la pared amarilla que llega al cielo... Oye, dime, si sigo por este callejon, ?llegare al mercado o no?

—Llegara al mercado —respondio Andrei—. ?Recuerda mi direccion?

—La recuerdo, esperame a la noche.

Davidov azoto levemente a los caballos, solto un silbido y el carreton desaparecio con estrepito por la calleja. Andrei se encamino a su casa.

«Vaya buen tio —penso, emocionado—. ?Un soldado! Seguramente no se brindo voluntario para el Experimento, sino que huia de las privaciones, pero no soy quien para juzgarlo. Estaba herido, la economia andaba por los suelos, es logico que vacilara. Y por lo que se ve, su vida aqui tampoco es un paseo. Y no es el unico que vacila, aqui hay muchos que dudan...»

Los babuinos estaban a sus anchas en la calle Mayor. Seria porque Andrei ya se habia acostumbrado a ellos, o porque se trataba de otros monos, pero ya no parecian tan descarados ni amenazadores como horas antes. Tomaban el sol en grupos, intercambiaban sonidos, se buscaban y cuando la gente pasaba a su lado, tendian sus manos peludas de palmas negras, y con expresion mendicante pestaneaban con ojos llorosos. Era como si hubiera aparecido de repente en la ciudad una enorme cantidad de mendigos.

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