Andrei vio a Van en la entrada de su edificio. El chino estaba sentado sobre un pedestal, encorvado, con aire de tristeza, con las manos cansadas entre las rodillas.
—?Perdieron los bidones? —pregunto, sin levantar la cabeza—. Mira que cosas pasan...
Andrei echo un vistazo por la entrada del patio y se asusto. La basura lo cubria todo, hasta la altura de la farola. Un estrecho caminito permitia llegar hasta la oficina del conserje.
—?Dios mio! —dijo Andrei, y empezo a agitarse—. Ahora mismo yo... espera... ahora voy... —Intento recordar las calles por las que el y Donald habian pasado de madrugada y en que lugar los fugitivos habian tirado los bidones del camion.
—No es necesario —dijo Van con desesperacion—. Ya paso por aqui una comision. Anoto los numeros de los bidones y prometio que por la noche los traerian de vuelta. Por supuesto, no traeran nada esta noche, pero quiza lo hagan por la manana, ?eh?
—Van, date cuenta de que todo aquello fue un infierno, me da hasta verguenza acordarme...
—Lo se. Donald me ha contado como fue todo.
—?Ya esta en casa? —pregunto Andrei, mas animado.
—Si. Dijo que no le pasara a nadie, que le dolian las muelas. Le di una botella de vodka y se fue.
—Vaya... —mascullo Andrei, que contemplaba de nuevo los montones de basura.
Y de repente sintio unos deseos locos, insoportables, casi histericos, de banarse, de tirar el hediondo mono de trabajo, de olvidarse de que manana tendria que palear toda aquella porqueria... A su alrededor, el mundo se volvio pegajoso y maloliente. Andrei, sin decir una palabra mas, atraveso corriendo el patio en direccion a su escalera, subio los peldanos de tres en tres temblando de impaciencia, llego a su piso, busco la llave bajo la alfombrilla, abrio la puerta y un aire fresco, perfumado con agua de colonia, lo acogio entre sus amantes brazos.
Tras lavar toda la vajilla, agarro la fregona. Trabajo con dedicacion y entusiasmo, como si estuviera limpiando la suciedad de su cuerpo. Pero no alcanzo a limpiar las cinco habitaciones. Se limito a la cocina, el comedor y el dormitorio. En el resto, solo echo un vistazo con cierta perplejidad: aun no se acostumbraba, y no podia comprender para que una persona sola necesitaba tantos cuartos, sobre todo tan innecesariamente grandes y que olian a moho. Cerro bien las puertas de aquellas habitaciones y puso sillas delante.
Tenia que bajar al quiosco a comprar algo para la noche. Llegaria Davidov, y seguramente pasaria por alli alguien de la panda habitual. Pero decidio darse un bano antes que nada. El agua estaba ya casi fria, pero de todos modos era maravilloso. Despues, vistio la cama de limpio. Y cuando vio la cama con sabanas impolutas y fundas almidonadas, cuando percibio el olor a frescura que salia de ellas, tuvo unas ganas repentinas y locas de acostarse sobre aquella limpieza olvidada con el cuerpo limpio, y se dejo caer con tal fuerza que los muelles defectuosos chirriaron y la vieja madera pulida crujio.
?Si, aquello era maravilloso! Era algo fresco, perfumado, crujiente... A la derecha, al alcance de su mano, habia un paquete de cigarrillos y cerillas, y a la izquierda, tambien a su alcance, habia una balda con novelas policiacas escogidas. Lo unico que faltaba era un cenicero que estuviera a la misma distancia, y ademas, se le habia olvidado limpiar el polvo de la balda, pero se trataba de algo sin la menor importancia. Selecciono
—?Voooy! —grito, se levanto de un salto y se puso a buscar los pantalones. Encontro unos a rayas, de pijama, que los anteriores inquilinos habian dejado olvidados, y se los puso con precipitacion. La goma estaba pasada y tenia que aguantarse los pantalones por un lado.
En contra de lo que esperaba, al otro lado de la puerta principal nadie soltaba tacos con alegria, no relinchaban los caballos y no se oia agitarse ningun liquido. Sonriendo con anticipacion, Andrei quito el pestillo, abrio la puerta, dio un grito y retrocedio un paso mientras se agarraba la maldita goma con las dos manos. Ante el se encontraba la mismisima Selma Nagel, la nueva del numero dieciocho.
—?No tendra usted un cigarrillo por casualidad? —pregunto la chica, sin que mediara un saludo.
—Si... por favor... entre... —balbuceo Andrei, retrocediendo unos pasos.
La chica entro y paso por delante de el, envolviendolo en el vaho de un perfume desconocido. Llego hasta el comedor, mientras el cerraba la puerta de un golpe.
—?Un momento, espere, ahora voy! —grito con desesperacion corriendo al dormitorio.
«Ay, ay, ay —se dijo—. Ay, ay, ay, como es posible que yo...»
En realidad no sentia la menor verguenza, incluso se sentia alegre de estar tan limpio, recien banado, con sus hombros anchos, su piel lisa, sus biceps y triceps bien desarrollados: le daba lastima tener que vestirse. Sin embargo, no le quedaba mas remedio que hacerlo, abrio la maleta, rebusco y encontro los pantalones de un chandal y una chaqueta deportiva, lavada y descolorida, con las letras LU entrelazadas en el pecho y la espalda. Asi se presento ante la hermosa Selma Nagel, sacando el pecho, con los hombros echados para atras, caminando con ligereza y llevando un paquete de cigarrillos en la mano extendida.
La hermosa Selma Nagel cogio un cigarrillo con indiferencia, saco un mechero y lo encendio. Ni siquiera miro a Andrei, y su aspecto parecia decir que nada en el mundo le interesaba. En realidad, no parecia tan hermosa a la luz del dia. Su rostro no era completamente simetrico sino mas bien basto: la nariz era corta y respingona, los pomulos demasiado anchos, y la boca grande estaba excesivamente pintada. Pero sus piernas, totalmente desnudas, estaban mas alla de cualquier alabanza. Por desgracia, el resto no se dejaba ver, alguien le habia ensenado a llevar ese tipo de ropa que mas bien parece un saco. Un jersey. Y con semejante cuello. Como el de un buzo.
Estaba sentada en un sillon, con una bella pierna encima de la otra, tambien bella, y miraba a su alrededor sin emocion mientras sostenia el cigarrillo como los soldados, protegiendo el fuego dentro de la mano. Andrei se sento con cierto desparpajo, pero con elegancia, en el borde de la mesa, y tambien encendio un cigarrillo.
—Me llamo Andrei —dijo el.
Ella le dirigio una mirada indiferente. Sus ojos no eran lo que le habian parecido la noche anterior. Eran unos ojos grandes, pero no de color negro sino azul palido, casi transparentes.
—Andrei —repitio la chica—. ?Polaco?
—No, ruso. Y usted se llama Selma Nagel y es de Suecia.
—De Suecia —asintio ella—. ?Asi que era usted a quien zurraban en la comisaria?
—?En que comisaria? —Andrei la miraba, perplejo—. Nadie me ha zurrado.
—Oye, Andrei, dime. ?por que no me funciona aqui este aparato? —De repente, se coloco sobre la rodilla una pequena cajita laqueada, algo mas grande que una caja de cerillas—. En todas las bandas solo oigo pitidos y crujidos, nada de musica.
Andrei torno la cajita con cuidado y descubrio asombrado que se trataba de un receptor de radio.
—?Que maravilla! —musito—. ?Con sintonia automatica?
—?Y que se yo! —Le quito el receptor, se oyo un ruido ronco, el chasquido de una descarga y un zumbido monotono—. No funciona. ?Que, nunca has visto uno asi?
Andrei nego con la cabeza.
—En general, no debe funcionar —explico—. Aqui solo hay una estacion de radio, y transmite directamente a la red urbana.
—?Dios mio! ?Y que puede hacer uno en este sitio? Tampoco hay caja tonta...
—?Caja tonta?
—La tele... ?La te-ve!
—Ah, no creo que lo tengan planificado para un futuro proximo.
—?Que aburrimiento!
—Puedes conseguir un fonografo —propuso Andrei, avergonzado: en realidad, que mundo era aquel, sin radio, sin television, sin cine...
—?Fonografo? ?Y que es eso?
—?No sabes que es un fonografo? —se asombro Andrei—. Pues un gramofono. Pones un disco...
—Ah, un tocadiscos... —dijo Selma, sin el menor entusiasmo—. ?Y hay grabadoras?
—Vaya pregunta. ?Que crees que soy, un vendedor de equipos electricos?
—Eres como un salvaje —declaro Selma Nagel—. En una palabra, un ruso. Bien, escuchas el gramofono, seguramente bebes vodka y ?que mas sabes hacer? ?Corres en moto? ?O resulta que tampoco tienes una moto?
—No he venido a este sitio para correr en moto —dijo Andrei, enojado—. Vine a trabajar. Y tu, por ejemplo, ?que te dispones a hacer aqui?
—Vaya, ha venido a trabajar... —dijo Selma—. Cuentame por que te zurraban en la comisaria.
—?Que no me zurraban en la comisaria! ?De donde has sacado eso? En general, aqui no golpean a nadie en las comisarias. No estamos en Suecia.
Selma solto un silbido.
—Vaya, vaya —dijo, burlona—. Eso quiere decir que solo ha sido un sueno. —Aplasto el cigarrillo en el cenicero, encendio otro, se levanto y dio unos graciosos pasos de baile por la habitacion—. ?Y quien vivia aqui antes que tu? —pregunto, parandose delante del enorme retrato ovalado de una dama con traje lila que tenia un caniche sobre las rodillas—. Por ejemplo, el que vivia en mi piso era un maniaco sexual, sin la menor duda. Hay pornografia por todos los rincones, las paredes estan llenas de preservativos usados, y en el armario encontre una coleccion de ligas para medias de mujer. No se si se trata de un fetichista o de un lamedor.
—Eso es mentira —dijo Andrei, que se habia quedado pasmado—. Todo eso es mentira, Selma Nagel.
—?Y que razon tendria para mentir? —se asombro Selma—. ?Quien vivia ahi? ?Lo sabes?
—?El alcalde! ?El alcalde actual era el que vivia ahi! ?Entiendes?
—Ah —dijo Selma, con indiferencia—. Entendido.
—?Que has entendido? —dijo Andrei—. ?Que es lo que tu has entendido? —grito, cada vez mas airado—. ?Que puedes entender aqui? —Y callo de repente. De eso no se podia hablar. Era algo que se sufria por dentro.
—Con toda seguridad tiene casi cincuenta anos —anuncio Selma con aire de conocedora—. Esta a un paso de la vejez, pierde los estribos. Esta en la menopausia. —Sonrio y clavo de nuevo la mirada en el retrato con el caniche.
Se hizo el silencio. Andrei sufria por el alcalde, apretando los dientes. El alcalde era corpulento, imponente, totalmente canoso y de rostro muy atractivo. En las reuniones de los representantes de la ciudad hablaba muy bien: sobre la contencion, la fuerza de espiritu, la capacidad interior de sacrificio, la moral... Y cuando te lo tropezabas en el descansillo de la escalera, siempre tendia una mano grande, calida y seca, que uno apretaba con placer, y preguntaba, siempre cortes y atento, si el sonido de su maquina de escribir no le causaba molestias a el, Andrei, por las noches.
—?No me crees! —dijo Selma de repente. Ya no contemplaba el retrato, sino observaba a Andrei con una mezcla de enojo y curiosidad—. Pues no necesito que me creas. Lo que pasa es que me da asco limpiar todo eso. ?Aqui no se podria contratar a alguien para que lo haga?
—Contratar a alguien —repitio Andrei, con expresion estupida—. ?Vete al diablo! —exclamo, iracundo—. Limpialo tu misma. Aqui no hay lugar para las que no quieren mancharse las manos.
Se miraron el uno al otro durante un rato, con mutua antipatia. Despues, Selma aparto la vista a un lado.
—?No se por que demonios vine aqui! ?Que hago yo en este lugar?
—Nada de particular —dijo Andrei, sobreponiendose a su antipatia. Habia que ayudar a las personas. Habia visto a demasiados novatos de todo tipo—. Haras lo que hacemos todos. Iras a la bolsa, llenaras una tarjeta, la echaras en el buzon de recepcion... Alli tenemos una maquina distribuidora. ?Que eras en el otro mundo?
—Hetaira —dijo Selma.
—?Que?
—?Como explicarte...? Uno, dos, y abres las piernas...
Andrei volvio a quedarse pasmado.
«Miente —penso—. Todo el tiempo miente, la maldita. Se burla de mi como si fuera idiota.»
—?Y ganabas mucho dinero? —pregunto, sarcastico.
—Tonto —dijo ella, con voz casi carinosa—. No se trataba de ganar dinero. Era solo para divertirme. Para no aburrirme...
—?Como eras capaz...? —dijo Andrei con amargura—. ?En que estaban pensando tus padres? Eres joven, tendrias que haberte dedicado a estudiar...