Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис 4 стр.


Lei dos veces la carta y al rato me descubri sonriendo con benevolencia y enrollandome el bigote con las dos manos. Sinceramente, no me acordaba para nada de aquel japones, pero de todos modos sentia ahora hacia el la mas viva simpatia y quiza, incluso, agradecimiento. Asi que mis cuentos infantiles habian llegado hasta Japon. Como se dice,

Camaradas oficiales,

Tendria que explicar por escrito a un japones el significado de expresiones tales como «quedar para el arrastre», «florecer, como rosa de mayo», «merienda de negros», «echarse un lingotazo» y cosas asi. Pero eso era solo la mitad del problema, y a fin de cuentas no resultaba tan dificil explicarle a un japones que «banana», en el argot de los escolares rusos, significaba «desaprobado como nota, entre parentesis calificacion», y que «mortal» unicamente queria decir «estupendo», «magnifico». Mas ?que hacer con expresiones como «le hizo la higa»? En primer lugar, es necesario establecer definitivamente la diferencia entre la higa y el fruto de la higuera, para que Takami no crea que las palabras «toma una higa» significa «te traigo como regalo un dulce higo maduro». Y en segundo lugar, para un japones la higa no significa lo mismo que para un europeo, o para un ruso al menos. Hubo una epoca en Japon en que las damas que hacian la calle mostraban aquel sencillo gesto a los clientes, indicando con ello que estaban disponibles para el servicio...

No me di cuenta de que aquella tarea me habia cautivado.

En general, no me gusta escribir cartas y me puse como norma responder solo aquellas que plantearan alguna pregunta. Pero la carta de Ryu Takami no se limitaba a plantear simples preguntas, sino preguntas importantes, relativas a temas en los que yo mismo estaba interesado. Por eso me levante del escritorio solo cuando termine la respuesta, la mecanografie (sacando de la maquina de escribir una pagina a medias de un guion), la meti en un sobre y escribi la direccion.

Ahora tenia al menos dos motivos para salir de casa.

Me vesti, subi la cremallera de las botas con cierto esfuerzo, meti cincuenta rublos en el bolsillo de mi chaqueta, y en ese momento sono el telefono.

Siempre me decia a mi mismo: no descuelgues el telefono cuando te dispones a salir de casa y ya te has vestido. Pero podia ser que Rita hubiera vuelto de su viaje de trabajo, ?como no responder al telefono? Lo hice, y en ese momento me arrepenti, pues no se trataba de Rita, sino de Lionia Barinov, apodado Jerbo.

Tengo varios amigos que se especializan en llamadas telefonicas inoportunas. Por ejemplo, Slava Krutoiarski me llama unicamente en el momento en que estoy tomando la sopa. Puede tratarse de un

—?Como estas? —me pregunto con su voz de ultratumba Lionia Barinov, apodado Jerbo.

—Salgo en este momento —dije con sequedad, pero fue una jugada erronea.

—?Adonde vas? —pregunto al instante.

—Lionia —ahora, mi tono era implorante—, ?no seria mejor que te llamara mas tarde? ?O se trata de algo importante?

Por supuesto, Lionia llamaba por un asunto importante. Se trataba de que hasta el habia llegado el rumor (hasta el siempre llegaba algun rumor) de que, a todos los escritores que no habian publicado nada en los dos ultimos anos, los iban a echar del gremio. ?Habia oido yo algo en este sentido? ?De verdad que no me habian comentado nada? ?Y no seria que no le habia prestado atencion? Porque yo nunca presto atencion, y por eso los acontecimientos me sorprenden... ?O quiza no expulsen a nadie, sino se limiten a retirar los pases de acceso al club? ?Que pensaba yo de eso?

Le dije que pensaba.

—No seas grosero —repuso Lionia, conciliador—. Esta bien. ?Y adonde vas?

Le dije que iba a echar un certificado al correo, y despues iria a la calle Bannaia. A Lionia no le intereso nada de aquello.

—?Y de ahi, adonde iras? —pregunto.

Le dije que, con toda seguridad, despues iria al club.

—?Y para que vas hoy al club?

A punto de estallar, le respondi que tenia cosas que hacer alli: cortar lena y limpiar los conductos de la calefaccion.

—Otra groseria —pronuncio Lionia con tristeza—. ?Por que sois todos tan groseros? Todos sois unos groseros. Bueno, si no quieres hablar por telefono, esta bien. Me lo cuentas en el club. Pero ten en cuenta que no tengo dinero...

Finalmente colgue y me quede mirando por la ventana. Se habia hecho de noche, ya era hora de encender la luz. Estaba sentado junto al escritorio, con abrigo y gorro de piel, con mis botas calidas y pesadas. Y ahora no tenia el menor deseo de ir a ninguna parte. A fin de cuentas, la carta para Japon no tenia por que certificarla, no se perderia, bastaba con ponerle mas sellos y echarla al buzon. Y la calle Bannaia estaria ahi manana, no iba a desaparecer... Se habia desencadenado una tormenta de nieve, apenas se veia nada. El edificio de enfrente se habia convertido en unas difusas luces amarillas. Pero quedarme aqui sentado, sin comer, con doscientos rublos en el bolsillo, era tambien una tonteria y un despilfarro. Bajaria un momento; de todos modos ya tenia puesto el abrigo.

Y baje a nuestra dulceria. A nuestra extrana dulceria, donde a la izquierda del mostrador florecen las tartas de crema, y a la derecha brillan las filas de botellas de licor. Alli, a la izquierda se amontonan las ancianas, las damas y los ninos, y a la derecha, en ordenada cola, estan los senores distinguidos, con portafolios o maletines, junto a otros hermanos de raciocinio, que hablan con excitacion, presintiendo inminentes placeres gustativos. De la izquierda no necesitaba nada, pero compre en la derecha una botella de conac y una botella de gaseosa Salyut.

Y mientras subia en el ascensor al piso dieciseis con la botella de licor entre el brazo y el costado, me secaba de la frente la nieve derretida, sabiendo ya como pasaria la velada. Quiza la causa de todo fuera la tormenta de la que acababa de salir, aquella nevada cegadora que habia devorado lo que quedaba de la jornada; o pudiera ser que yo, como todos mis hermanos de raciocinio, no fuera ajeno a los presentimientos agradables, pero tenia una cosa totalmente clara: si tenia que concluir aquel dia en casa y mi Rita no habia regresado aun, no telefonearia ni a Goga Chachua, ni a Slava Krutoiarski, sino que concluiria la velada de un modo especial, a solas, lejos de aquellos con quienes me reunia en las comisiones, en los seminarios, en las redacciones y en el restaurante del club, estaria solo con aquel a quien no conocian en ninguna parte.

Ahora, el y yo recogeriamos la mesa de la cocina, dispondriamos sobre manteles bordados las botellas y las fuentecillas de aluminio con mantequilla y carne en gelatina, traida del Hotel Progress, encenderiamos las luces de todo el piso, ?hagase la luz!, y traeriamos la lampara de pie del despacho, el y yo abririamos el unico cajon de la mesa que se cierra con llave, sacariamos la Carpeta Azul y, cuando llegara el momento, desatariamos las cintas verdes.

Mientras me sacudia la nieve de encima, mientras me quitaba el abrigo y me ponia un atuendo mas casero, mientras llevaba a cabo mi sencillo programa preliminar, pensaba constantemente que hacer con el telefono. De pronto, recorde que esta misma noche me podian llamar, peor aun, debian llamar muchos, incluso gente a quien necesitaba. Pero por otra parte, cuando media hora antes me disponia a pasar la velada en el club, no me habia acordado de aquello, y si lo hubiera hecho, no hubiera considerado necesarias aquellas llamadas. Inmerso en semejante combate interior, mi mano se movio y desconecto el telefono.

De repente, todo en casa se volvio comodo, acogedor y tranquilo, aunque al otro lado de la pared seguia sonando un piano aporreado por manos torpes, y del respiradero junto al techo llegaban los gemidos y borboteos de un bardo de grabadora.

Finalmente, llego el momento, pero no me apresure, permaneci unos instantes mas mirando la tormenta desencadenada que desde las tinieblas golpeaba los cristales de la ventana con un susurro seco. Y lamente que alli, en lo mio, no hubiera tormentas de nieve. A pesar de que alli ocurren muchas cosas. Sobre todo, de las que no suceden aqui.

Desate lentamente las cintas de la carpeta y levante la tapa. Por un instante pense con sentimiento y alegria que no me permitia aquello con frecuencia, y ese dia no me lo hubiera permitido a no ser... ?por que? ?La tormenta? ?Lionia Jerbo?

En la hoja titular no habia encabezamiento. Habia una cita:

En mi ciudad tengo diez mil seres humanos: tontos, entusiastas, fanaticos, desencantados, indiferentes, muchos funcionarios, lidercillos, burgueses bienpensantes, policias, chivatos. Ninos. Y me ha proporcionado un placer inenarrable dirigir sus destinos, hacer que chocaran entre si o con los siniestros milagros en los que he hecho que tomaran parte...

Hasta hace poco me parecia que los habia aniquilado. Cada cual habia recibido lo suyo, de cada cual dije lo que pensaba. Y seguramente fue ese determinismo lo que comenzo a ahogarme poco a poco, lo que genero dentro de mi insatisfaccion, junto con una inquietud asfixiante. Tenia necesidad de algo mas. Debia dibujar otro cuadro, el ultimo. Pero no sabia cual, y por momentos me consumia la angustia y el miedo al pensar que nunca lograria averiguarlo. Si, puede ser que nunca termine mi obra, pero meditare sobre ella hasta que caiga en el marasmo, y aun despues seguire meditando.

?Juras continuar pensando e inventando tu ciudad hasta que caigas en el marasmo total, y aun despues?

?Y que podia hacer? Si, por supuesto, lo juro, dije, y abri el manuscrito.

—?Lo ves? —dijo, con voz chillona—. Esa mocosa... ?Escoria! No respeta nada, cada palabra suya es una ofensa, como si yo no fuera su madre sino un trapo que sirve para limpiarse el fango de los zapatos. ?Me averguenza ante los vecinos! Canalla, miserable...

«Si —penso Viktor—, yo vivia con esta mujer, paseaba con ella por las montanas, le leia versos de Baudelaire, temblaba cuando tocaba su piel, recordaba su olor... Creo que hasta reni por ella. Incluso hoy no entiendo que pensaba ella cuando le leia a Baudelaire. Es simplemente asombroso que haya logrado escaparme de sus garras. No entiendo como me dejo ir. Seguramente yo tampoco era un regalo. Y ahora no lo soy, pero en aquella epoca yo bebia mas que ahora, y para colmo me consideraba un gran poeta.»

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