Libro primero. POETAS Y AMANTES
I
Un nombre de los mas comunes, Abu Ali, pero cuando un letrado lo menciona asi, con un tono de familiar deferencia, tanto en Bujara como en Cordoba, en Bali o en Bagdad, no cabe confusion alguna sobre el personaje: se trata de Abu Ali lbn-Sina, famoso en Occidente por el nombre de Avicena. Omar no llego a conocerlo, ya que nacio once anos despues de su muerte, pero lo venera como al maestro indiscutible de su generacion, el poseedor de todas las ciencias, el apostol de la Razon.
Jayyam murmura de nuevo: «?Jaber, el discipulo preferido de Abu Ali!» Porque, aunque lo ve por primera vez, no ignora nada acerca de su patetico y ejemplar destino. Avicena veia en el al continuador de su medicina y de su metafisica y admiraba la fuerza de sus argumentos; unicamente le reprochaba que profesara demasiado alto y demasiado brutalmente sus ideas. Este defecto le habia valido a Jaber varias temporadas en la carcel y tres flagelaciones publicas, la ultima en la Plaza Mayor de Samarcanda. Ciento cincuenta vergajazos en presencia de todos sus allegados. No se habia repuesto jamas de esa humillacion. ?En que momento paso de la temeridad a la demencia? Sin duda a la muerte de su esposa. Desde ese momento se le vio errar en harapos, tambaleandose y voceando locuras impias. Pisandole los talones, manadas de chiquillos, riendose a carcajadas, daban palmadas y le tiraban puntiagudas piedras que le herian hasta arrancarle lagrimas.
Mientras observa la escena, Omar no puede dejar de pensar: «Si no tengo cuidado, un dia sere esta piltrafa.» No es la embriaguez lo que mas teme, sabe que no se abandonara a ella; el vino y el han aprendido a respetarse y jamas se tiraran mutuamente por tierra. Lo que mas le asusta es la multitud y que derribe en el el muro de la respetabilidad. Se siente amenazado por el espectaculo de ese hombre en decadencia, dominado; quisiera apartarse de el, alejarse. Pero sabe que no abandonara a la turba a un companero de Avicena. Da tres pasos despacio y dignamente y finge la mayor indiferencia para decir con voz firme acompanada de un gesto soberano.
– ?Dejad marchar a ese desgraciado!
El cabecilla del grupo se inclina entonces sobre Jaber, luego se incorpora y va a plantarse con firmeza ante el intruso. Una profunda cicatriz le cruza la barba desde la oreja derecha hasta la punta del menton y es ese lado, ese lado hundido, el que muestra a su interlocutor, pronunciando como una sentencia:
– ?Este hombre es un borracho, un impio, un
Acabas de romper mi cantaro de vino, Senor.
Me has cerrado el camino del placer, Senor.
Has derramado por el suelo mi vino granate.
Dios me perdone, ?estarias borracho, Senor?
Jayyam escucha indignado, inquieto. Tal provocacion es un llamamiento al asesinato, en el acto. Sin perder un segundo lanza su respuesta en voz alta y clara, a fin de que nadie entre el gentio se deje enganar.
– Desconocido, es la primera vez que oigo esa cuarteta que sale de tu boca. Pero escucha una que he compuesto realmente:
Nada, no saben nada, no quieren saber nada.
Ya ves, esos ignorantes dominan el mundo.
Si no eres de los suyos te llaman incredulo.
Ignoralos, Jayyam, sigue tu propio camino.
Sin duda, Omar cometio un error al acompanar su «ya ves» con un gesto de desprecio en direccion a sus adversarios. Unas manos se tienden y le tiran del traje, que comienza a desgarrarse. Se tambalea. Su espalda choca contra una rodilla y luego contra una losa plana. Aplastado bajo la turba no se digna forcejear, esta resignado a que destrocen su traje y despedacen su cuerpo, se abandona ya al languido embotamiento de la victima inmolada, no siente nada, no oye nada, esta encerrado en si mismo, amurallado, impenetrable.
Y contempla como a intrusos a los diez hombres armados que vienen a interrumpir el sacrificio. Sobre gorros de fieltro ostentan la insignia verde palido los
II
En el gran
del juez, los lejanos candelabros dan a Jayyam un color de marfil. En cuanto entro, dos guardias de cierta edad lo agarraron por los hombros como si fuera un loco peligroso. Y en esta postura espera cerca de la puerta.
Sentado al otro extremo de la habitacion, el cadi no se ha dado cuenta de su presencia; esta terminando de resolver un asunto y discute con los demandantes razonando a uno y reprendiendo al otro. Una antigua disputa entre vecinos, parece ser, rencores redundantes, argucias irrisorias. Abu Taher termina por manifestar ruidosamente su cansancio y ordena a los dos jefes de familia que se abracen, ahi, ante el, como si nada los hubiera separado jamas. Uno de ellos da un paso; el otro, un coloso de frente estrecha, se resiste. El cadi lo abofetea al vuelo, haciendo temblar a la concurrencia. El gigante contempla un momento a ese personaje rechoncho, colerico y vivaracho que ha tenido que empinarse para alcanzarle, luego baja la cabeza, se acaricia la mejilla y cumple lo que le ordenan.
Una vez despedida toda esa gente, Abu Taher indica a los milicianos que se acerquen. Estos recitan su informe, responden a algunas preguntas y se esfuerzan por explicar por que han dejado que se formara en las calles tal aglomeracion. A continuacion le llega el turno al de la cicatriz. Se inclina hacia el cadi, que parece conocerlo desde hace mucho tiempo, y se lanza a un animado monologo. Abu Taher lo escucha atentamente sin dejar traslucir sus sentimientos. Despues de concederse algunos instantes de reflexion, ordena:
– Decid a la gente que se disperse, que cada uno vuelva a su casa por el camino mas corto y -dirigiendose a los agresores- ?todos vosotros os ireis tambien a casa! No decidire nada hasta manana. El acusado permanecera aqui esta noche y mis guardias, y nadie mas, lo vigilaran.
Sorprendido al verse tan rapidamente invitado a eclipsarse, el de la cicatriz esboza una protesta, pero cambia al momento de opinion. Prudente, se recoge los faldones de su vestido y se retira con una zalema.
Cuando Abu Taher se encuentra frente a Omar con sus propios hombres de confianza como unicos testigos, pronuncia esta enigmatica frase de acogida.
– Es un honor recibir en este lugar al ilustre Omar Jayyam de Nisapur.
Ni ironico ni expresivo, el cadi. Ni la menor apariencia de emocion. Tono neutro, voz sin inflexiones, turbante en pico, cejas enmaranadas, barba gris sin bigote e interminable y escrutadora mirada.
El recibimiento es tanto mas ambiguo cuanto que Omar estaba alli desde hacia una hora, de pie, andrajoso, expuesto a todas las miradas, las sonrisas y los murmullos.
Despues de algunos segundos sabiamente destilados, Abu Taher anade:
– Omar, tu no eres un desconocido en Samarcanda. A pesar de tu juventud, tu ciencia es ya proverbial y tus proezas se relatan en las escuelas. ?No es verdad que leiste siete veces en Ispahan una voluminosa obra de Ibn Sina y que de regreso a Nisapur la reprodujiste de memoria, palabra por palabra?
Jayyam se siente halagado de que su hazana, autentica, fuera conocida en Transoxiana, pero no por eso se disipan sus preocupaciones. La referencia a Avicena en loca de un cadi de rito chafeita no resulta nada tranquilizadora; por otra parte, todavia no le han invitado a sentarse. Abu Taher prosigue:
– No son solamente tus hazanas las que se transmiten de boca en boca; se te atribuyen unas sorprendentes cuartetas.
La declaracion es comedida, no acusa; tampoco exculpa, no interroga mas que indirectamente. Omar estima que ha llegado el momento de romper el silencio:
– La cuarteta que repite el de la cicatriz no es mia.
Con un manotazo impaciente, el juez desestima la protesta. Por primera vez su tono es severo:
– Poco importa que hayas compuesto ese verso o cualquier otro. Me han transmitido unas palabras de una impiedad tan grande que si las citara me sentiria tan culpable como el que las ha proferido. No estoy tratando de hacerte confesar, no busco infligirte un castigo. Esas acusaciones de alquimista me entraron por un oido para salir por el otro. Estamos solos, somos dos hombres sabios y quiero unicamente saber la verdad.
Omar no se siente en modo alguno tranquilo, teme una trampa y duda de responder. Ya se ve entregado al verdugo para ser desfigurado, emasculado, crucificado. Abu Taher alza la voz, grita casi:
– Omar, hijo de Ibrahim, fabricante de tiendas de Nisapur, ?sabes reconocer a un amigo?
Hay en esa frase un acento de sinceridad que fustiga a Jayyam. «?Reconocer a un amigo?» Considera la pregunta con gravedad, contempla el rostro del cadi, examina sus rictus, los estremecimientos de su barba. Lentamente se deja ganar por la confianza. Sus rasgos se distienden, se relajan. Se libera de sus guardias, que a un gesto del cadi dejan de sujetarlo. Luego va a sentarse sin que le hayan invitado a ello. El juez sonrie con benevolencia, pero reanuda sin tregua su interrogatorio:
– ?Eres el impio que algunos describen?
Mas que una pregunta es un grito de angustia que Jayyam no desoye:
– Desconfio del celo de los devotos, pero nunca he dicho que el Uno fuera dos.
– ?Lo has pensado alguna vez?
– Jamas, Dios es testigo.
– Para mi es suficiente y pienso que para el Creador tambien, pero no para la multitud. Acecha tus palabras, tus menores gestos, y los mios tambien, asi como los de los principes. Te han oido decir: «A veces acudo a las mezquitas, donde la oscuridad es propicia al sueno…»
– Unicamente un hombre en paz con su Creador podria conciliar el sueno en un lugar de culto.
A pesar de la mueca dubitativa de Abu Taher, Omar se excita e insiste:
– No soy de aquellos cuya fe solo es terror al juicio, cuya oracion solo es prosternacion. ?Mi forma de rezar? Contemplo una rosa, cuento las estrellas, me deslumbra la belleza de la creacion, la perfeccion de su orden, el hombre, la obra mas bella del Creador, su cerebro sediento de sabiduria, su corazon sediento de amor, sus sentidos, todos sus sentidos, despiertos o satisfechos.
Con los ojos pensativos, el cadi se levanta, va a sentarse al lado de Jayyam y apoya sobre su hombro una mano paternal. Los guardias intercambian miradas de asombro.
– Escucha, joven amigo, el Altisimo te ha dado lo mas valioso que un hijo de Adan puede obtener, la inteligencia, el arte de la palabra, la salud, la belleza, el deseo de saber, de gozar de la existencia, la admiracion de los hombres y, lo sospecho, los suspiros de las mujeres. Espero que no te haya privado de la prudencia, la prudencia del silencio, sin la cual nada de todo eso puede apreciarse ni conservarse.
– ?Tendre que esperar a ser viejo para expresar lo que pienso?
– El dia en que puedas expresar todo lo que piensas, los descendientes de tus descendientes habran tenido tiempo de envejecer. Estamos en la edad del secreto y del miedo, debes tener dos caras y mostrar una de ellas a la multitud y la otra a ti mismo y a tu Creador. Si quieres conservar tus ojos, tus oidos y tu lengua, olvida que tienes ojos, oidos y lengua.
El cadi se calla, su silencio es hosco. No es de esos silencios que llaman a las palabras del otro, sino de los que retumban y llenan el espacio. Omar espera con la mirada baja, dejando escoger al cadi entre las palabras que se atropellan en su mente.