Samarcanda - Maalouf Amin 3 стр.


Pero Abu Taher respira profundamente y da a sus hombres una orden tajante. Se alejan. En cuanto cierran la puerta se dirige hacia un rincon del

, levanta un pano del tapiz y luego la tapa de un cofre de madera damasquinada. Saca de el un libro que ofrece a Omar con un gesto ceremonioso, verdad es que suavizado por una sonrisa protectora.

Ahora bien, ese libro es el mismo que yo, Benjamin O. Lesage, iba un dia a sostener en mis propias manos. Supongo que al tacto fue siempre igual. Un grueso, aspero, repujado con dibujos en forma de semicirculo, bordes de las hojas irregulares, mellados. Pero cuando Jayyam lo abre, en esa inolvidable noche de verano, solo contempla doscientas cincuenta y seis paginas en blanco, sin poemas aun, ni pinturas, ni comentarios en el margen, ni iluminaciones.

Para ocultar su emocion, Abu Taher adopta un tono de charlatan.

– Es

III

– Muchas ciudades pretenden ser las mas hospitalarias de todas las tierras del Islam, pero solo los habitantes de Samarcanda merecen semejante titulo. Que yo sepa, jamas ningun viajero ha tenido que pagar para alojarse o alimentarse, y conozco a familias enteras que se han arruinado para honrar a los visitantes o a los necesitados. Sin embargo, nunca las oiras enorgullecerse y vanagloriarse por ello. Como has podido observar, en esta ciudad hay mas de dos mil fuentes colocadas en cada esquina de una calle, hechas de barro cocido, cobre o porcelana y constantemente llenas de agua fresca para apagar la sed de los transeuntes. Todas ellas han sido regaladas por los habitantes de Samarcanda. ?Crees que algun hombre grabaria alli su nombre para granjearse el agradecimiento de alguien?

– Lo reconozco, en ningun sitio he encontrado semejante generosidad. Sin embargo, ?me permitiriais formular una pregunta que me obsesiona?

El cadi le quita la palabra:

– Ya se lo que vas a preguntarme. ?Como una gente que aprecia tanto las virtudes de la hospitalidad puede ser culpable de violencias contra un forastero como tu?

– O contra un infortunado anciano como Jaber el Largo.

– Voy a darte la respuesta. Se resume en una sola palabra: miedo. Aqui toda violencia es hija del miedo. Nuestra fe se ve acosada por todas partes: por los karmates de Bahrein, los imanies de Qom, que esperan la hora del desquite, las setenta y dos sectas, los rum de Constantinopla, los infieles de todas denominaciones y, sobre todo, los ismaelies de Egipto, cuyos adeptos son una multitud hasta en el pleno corazon de Bagdad e incluso aqui en Samarcanda. No olvides jamas lo que son nuestras ciudades del Islam. La Meca, Medina, Ispahan, Bagdad, Damasco, Bujara, Merv, El Cairo, Samarcanda: nada mas que oasis que un momento de abandono devolveria al desierto. ?Constantemente a merced de un vendaval de arena!

Por una ventana a su izquierda, el cadi, con una mirada experta, evalua la trayectoria del sol y se levanta.

– Es hora de ir al encuentro de nuestro soberano -dice.

Da unas palmadas.

– ?Que nos traigan algo para el viaje!

Porque suele llevar uvas pasas que va comiscando por el camino, costumbre que sus allegados y visitantes imitan. De ahi la inmensa bandeja de cobre que le traen, rematada por una pequena montana de esas golosinas color miel, de la cual cada uno se abastece hasta atiborrarse los bolsillos.

Cuando llega su turno, el estudiante de la cicatriz coge algunas, que tiende a Jayyam con estas palabras:

– Seguramente habrias preferido que te ofrecieran uva bajo la forma de vino.

No ha hablado en voz muy alta pero, como por encanto, toda la asistencia se ha callado, conteniendo la respiracion, aguzando el oido y observando los labios de Omar, que deja caer:

– Cuando se quiere beber vino, se escoge con cuidado al escanciador y al companero de placer.

La voz del de la cicatriz se eleva un poco:

– Por mi parte no bebere ni una gota. Quiero tener un sitio en el paraiso. No pareces deseoso de unirte a mi alli.

– ?La eternidad entera en compania de ulemas sentenciosos? No, gracias. Dios nos ha prometido otra cosa.

El intercambio de palabras se detiene ahi. Omar apresura el paso para unirse al cadi que le esta llamando.

– Es necesario que la gente de la ciudad te vea cabalgar a mi lado. Eso barrera las impresiones de ayer tarde.

Entre el gentio apelotonado en las inmediaciones de la resistencia, Omar cree reconocer a la ladrona de almendras disimulada a la sombra de un peral. Aminora el paso y la busca con los ojos, pero Abu Taher le hostiga:

– Mas deprisa. ?Ay de tus huesos si el kan llega antes que nosotros!

IV

– 

– Entre el soberano y los hombres de religion – explica el cadi-, la guerra es ininterrumpida, de vez en cuando abierta, sangrienta, la mayoria de las veces sorda e insidiosa. Se contaba incluso que los ulemas habrian mantenido contactos con numerosos oficiales exasperados por el comportamiento del principe. Sus antepasados, se decia, comian con la tropa y no perdian ninguna ocasion de recordar que su poder reposaba en la bravura de los guerreros de su pueblo. Pero de una generacion a otra los kanes turcos habian adquirido las desagradables manias de los monarcas persas. Se consideraban semidioses y se rodeaban de un ceremonial cada vez mas complejo, incomprensible e incluso humillante para sus oficiales, con lo que muchos de estos estaban en tratos con los jefes religiosos. No sin placer, les escuchaban vilipendiar a Nasr, acusarle de haberse alejado de los caminos del Islam. Para intimidar a los militares, el soberano reaccionaba con extrema dureza contra los ulemas. Su padre, un hombre piadoso sin embargo, ?no habia inaugurado su reino cortando una cabeza tocada con un gran turbante?

En este ano de 1072, Abu Taher es uno de los escasos dignatarios religiosos que mantiene una estrecha relacion con el principe, lo visita a menudo en la ciudadela de Bujara, su residencia principal, y lo recibe con solemnidad cada vez que se detiene en Samarcanda. Algunos ulemas ven con malos ojos su actitud conciliadora, pero la mayoria aprecia la presencia de ese intermediario entre ellos y el monarca.

Una vez mas, el cadi va a desempenar habilmente ese papel de conciliador, evitando contradecir a Nasr y aprovechando la minima mejoria de su humor para inducirle a sentimientos mas bondadosos. Espera, deja que transcurran los minutos dificiles y cuando el soberano se ha sentado en el trono, cuando al fin lo ve con los rinones bien arrellanados en un mullido almohadon, comienza sutil e imperceptiblemente a enderezar la situacion, observado con alivio por Omar. A una senal del cadi, el chambelan hace venir a una joven esclava que recoge los vestidos tirados por el suelo como cadaveres despues de la batalla. De entrada, el aire se hace menos irrespirable, los presentes se desentumecen discretamente piernas y brazos y algunos se arriesgan a susurrar algunas palabras al oido del mas proximo.

Entonces, adelantandose hacia el espacio despejado en el centro de la habitacion, el cadi se coloca frente al monarca y baja la cabeza sin pronunciar una sola palabra. Tanto es asi que al cabo de un largo minuto de silencio, cuando Nasr termina por lanzar, con un vigor tenido de hastio: «Ve a decir a todos los ulemas de esta ciudad que vengan al alba a prosternarse a mis pies; la cabeza que no se incline sera cercenada; y que nadie trate de huir, porque no existe tierra fuera del alcance de mi colera», todos comprenden que la tempestad ha pasado, que una solucion esta a la vista y que basta con que los religiosos se enmienden para que el monarca renuncie a castigar con rigor.

Por eso, al dia siguiente, cuando Omar acompana de nuevo al cadi a la corte, la atmosfera es irreconocible. Nasr esta sentado en el trono, una especie de cama-divan, en alto, cubierto con un tapiz oscuro, cerca del cual un esclavo sostiene una bandeja con petalos de rosa confitados. El soberano escoge uno, se lo pone sobre la lengua y lo deja deshacerse contra el paladar antes de tender la mano indolentemente hacia otro esclavo que le rocia los dedos con agua perfumada y se los seca con diligencia. El ritual se repite veinte, treinta veces mientras las delegaciones desfilan. Representan a los barrios de la ciudad, principalmente Asfizan, Panijin, Zagrimax, Maturid, las corporaciones de los bazares y las de los oficios, caldereros, comerciantes de papel, sericultores o aguadores, asi como las comunidades protegidas, judios, guebros y cristianos nestorianos.

Todos comienzan por besar el suelo, luego se levantan, saludan de nuevo con una prolongada zalema hasta que el monarca les da la senal de incorporarse. Entonces su portavoz pronuncia algunas frases y se retiran todos andando hacia atras; en efecto, esta prohibido volver la espalda al soberano antes de haber salido de la habitacion. Una curiosa practica. ?La habria introducido un monarca demasiado cuidadoso de su respetabilidad? ?Algun visitante particularmente desconfiado?

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