Scaramouche - Sabatini Rafael 16 стр.


As? las cosas, al salir a escena el jueves por la noche, la primera persona a quien vio fue a Aline, y la segunda, al marqu?s de La Tour d'Azyr. Ocupaban un palco a la derecha del proscenio, casi encima del escenario. Con ellos hab?a otras personas, entre otras una venerable anciana que Andr?-Louis supuso ser?a la condesa de Sautron. Pero ?l s?lo ten?a ojos para aquellas dos personas que tanto turbaban su esp?ritu ?ltimamente. Ver a cualquiera de los dos hubiera bastado para desconcertarle, pero verlos juntos estuvo a punto de hacerle olvidar lo que ten?a que hacer en escena. Por fin logr? reunir fuerzas y actuar. Y lo hizo con inusual maestr?a, por lo cual fue m?s aplaudido que nunca antes en su breve pero sensacional carrera teatral.

?sa fue su primera emoci?n de la noche. La otra vino despu?s del segundo acto. Al entrar en el camerino de Clim?ne se lo encontr? m?s lleno de admiradores que nunca, y entre ellos estaba el marqu?s de La Tour d'Azyr. Sentado al fondo, junto a la actriz, intercambiaba sonrisas con ella habl?ndole en voz baja. Estaban a solas, privilegio que Clim?ne no conced?a a ninguno de los que iban a felicitarla. Todos los otros caballeretes de menor jerarqu?a se hab?an retirado al ver al marqu?s, como hacen los chacales en presencia del le?n.

Andr?-Louis se qued? un rato muy confuso. Luego, recobr?ndose de su sorpresa, escudri?? al marqu?s con ojos inquisitivos. Ten?a que reconocer la belleza, la gracia y el esplendor de aquel noble, su aire cortesano y su absoluto dominio de s? mismo. M?s que nunca se fij? en aquellos ojos obscuros que devoraban el encantador rostro de Clim?ne, y tuvo que morderse los labios de rabia.

El se?or de La Tour d'Azyr no repar? en ?l. Pero de haberlo hecho, tampoco le hubiera reconocido detr?s de su m?scara de Scaramouche. Y de haberlo reconocido, eso no le hubiera perturbado en lo m?s m?nimo.

Andr?-Louis se sent? aparte con la cabeza d?ndole vueltas. En eso, un caballero le dirigi? la palabra, y ?l se volvi? para contestarle. Clim?ne estaba poco menos que secuestrada y a Colombina la asediaba un enjambre de galanteadores. As? pues, los visitantes menos importantes deb?an conformarse con Madame o con los miembros masculinos de la compa??a. El se?or Binet era el centro de un alegre corro que le re?a todos sus chistes. Parec?a haber emergido s?bitamente de la tristeza de los ?ltimos d?as, recobrando su buen humor. Scaramouche advirti? que constantemente los ojos de Pantalone, chispeantes de felicidad, contemplaban a su hija y a su espl?ndido admirador.

Aquella noche Clim?ne y Andr?-Louis discutieron. Cuando de nuevo ?l le aconsej? que no le diera motivos al marqu?s para que no se propasara, ella le contest? con injurias. Andr?-Louis qued? turbado por el tono violento que por primera vez ella empleaba con ?l. Trat? de mostrarse razonable, y entonces ella le contest?:

– Si te vas a convertir en un obst?culo para mi carrera, cuanto antes terminemos, mejor.

– Entonces ?no me amas?

– El amor no tiene nada que ver con esto. No tolerar? tus incesantes celos. Una actriz para triunfar tiene que aceptar todos los homenajes.

– Estoy de acuerdo, siempre y cuando la actriz no d? nada a cambio.

P?lida y con los ojos llameantes, se volvi? a ?l:

– ?Qu? est?s dando a entender?

– M?s claro ni el agua. Una muchacha en tu situaci?n puede aceptar todos los homenajes que le ofrezcan con tal que los reciba con una digna reserva que implique que no dar? en cambio otro favor que no sea el de sus sonrisas. Si es prudente, se las arreglar? para que esos homenajes sean colectivos y que ninguno de sus admiradores tenga jam?s el privilegio de estar a solas con ella. Si es juiciosa, no alentar? ninguna esperanza que m?s tarde no pueda dejar de cumplir.

– ?C?mo! ?Qu? insin?as…?

– Conozco este mundo. Y tambi?n al se?or de La Tour d'Azyr. Es un hombre despiadado, inhumano; que toma cuanto se le antoja, por las buenas o por las malas; sin importarle la desgracia que va sembrando a su paso; un hombre cuya ?nica ley es la fuerza. Pi?nsalo bien, Clim?ne, y dime si no es mi deber advertirte.

Entonces Andr?-Louis sali? de la posada, pues consider? denigrante seguir hablando del tema.

Los d?as que siguieron no s?lo fueron tristes para ?l, sino tambi?n para otro miembro de la compa??a, L?andre, que estaba profundamente deprimido al ver que el marqu?s no cesaba de hacerle la corte a Clim?ne. El se?or de La Tour d'Azyr no se perd?a una funci?n, reservaba siempre el mismo palco, y casi siempre iba solo o acompa?ado por su primo, el caballero de Chabrillanne.

El jueves de la semana siguiente, Andr?-Louis sali? a pasear solo por la ma?ana. Estaba disgustado, abrumado y humillado, y pens? que un paseo le aliviar?a. Al doblar en la esquina de la plaza de Bouffay, tropez? con un hombre delgado, vestido de negro y con una peluca bajo un sombrero redondo. El hombre dio un paso atr?s al verle, levant? sus lentes y le salud? asombrado: -?Moreau! ?D?nde demonios te hab?as metido todos estos meses? Era Le Chapelier, el abogado y l?der del Casino Literario de Rennes. -Detr?s del tel?n de Tespis -dijo Scaramouche.

– No te entiendo.

– No hace falta. Y t?, Isaac, ?c?mo est?s? ?Qu? tal andan las cosas de ese mundo que parece haberse parado?

– ?Parado? -se ech? a re?r Le Chapelier-. ?Pero de d?nde has salido? ?El mundo no est? parado! -y se?alando un caf? que hab?a a la sombra de una siniestra c?rcel, agreg?-: Vamos all? a beber algo mientras charlamos un poco. Eres el hombre que todos buscamos, te hemos buscado por todas partes. ?Qu? casualidad que nos hayamos encontrado! Cruzaron la plaza y entraron en el caf?. -?De verdad crees que el mundo se ha parado? ?Por Dios! Supongo que no est?s al tanto de la Real Orden convocando la Asamblea General, ni de los t?rminos en que se expresa, seg?n los cuales vamos a tener lo que pedimos, lo que t? pediste por nosotros en Nantes. ?No has sabido nada de las elecciones primarias? ?Ni del tumulto que hubo en Rennes hace un mes? La Real Orden dispon?a que los tres Estados celebrasen sesi?n conjuntamente en la Asamblea General, pero en la bail?a de Rennes los nobles se mostraron recalcitrantes. Acudieron a las armas, y con seiscientos de sus vasallos bajo el mando de tu viejo amigo, el marqu?s de La Tour d'Azyr, quisieron amedrentarnos a los miembros del Tercer Estado, quisieron pulverizarnos para poner fin a nuestra insolencia -se ech? a re?r burlonamente, y prosigui?-: Pero te juro por Dios que nosotros tambi?n nos enfrentamos a ellos con las armas. Seguimos el consejo que nos diste en Nantes en noviembre. Dimos una batalla campal en las calles, guiados por tu tocayo Moreau, el preboste, y les perseguimos oblig?ndolos a refugiarse en un convento franciscano. Aqu?l fue el final de su resistencia a la autoridad del rey y a la del pueblo.

Le Chapelier le cont? en detalle todo lo acontecido y, finalmente, lleg? al asunto que, como le hab?a dicho, le hab?a movido a buscarlo desesperadamente por todas partes.

Nantes iba a enviar cincuenta delegados a la Asamblea de Rennes, donde deb?an elegir a los diputados del Tercer Estado, quienes presentar?an su pliego de demandas. Rennes estaba bien representada, pero pueblos como Gavrillac s?lo enviaban dos delegados por cada doscientos habitantes, o incluso menos. Tres regiones hab?an pedido que Andr?-Louis fuera uno de sus delegados. Gavrillac lo quer?a porque era de all? y se sab?a cu?ntos sacrificios hab?a hecho por la causa del pueblo. Rennes lo quer?a porque hab?a escuchado su discurso el d?a que mataron a los dos estudiantes, y Nantes, que ignoraba su verdadera identidad, le reclamaba porque era el hombre que se hab?a dirigido al pueblo bajo el seud?nimo de

Scaramouche qued? meditabundo, sonriendo para sus adentros. En el ?ltimo momento hab?a visto al marqu?s de La Tour d'Azyr asomando la cabeza entre las sombras de su palco: en su rostro hab?a c?lera y desped?a fuego por los ojos.

– ?Dios m?o! -exclam? Rhodomont recobrando el aplomo despu?s de su histri?nico terror-. Has tenido una ma?a incre?blemente fabulosa para sacar a relucir un tema tan delicado. Andr?-Louis le mir? sonriendo.

– Esa ma?a suele serme muy ?til algunas veces -dijo y se fue al camerino para cambiarse de ropa.

Asuntos relacionados con el argumento de una nueva obra que deb?a estrenarse la noche siguiente le retuvieron en el teatro, cuando el resto de la compa??a ya se hab?a ido. M?s tarde, llam? a unos hombres que llevaban una silla de mano y en ella lo condujeron a la posada. Era uno de los peque?os lujos que ahora pod?a permitirse.

Pero en la posada le esperaba una reprimenda. Al entrar en la habitaci?n del primer piso que hac?a las veces de sal?n de reuniones para los artistas, se encontr? a Binet discutiendo vehementemente con algunos actores. Nada m?s verlo entrar, Binet se encar? con Scaramouche.

– ?Al fin has venido! -saludo al que Scaramouche s?lo correspondi? con un leve gesto de sorpresa-. Espero tus explicaciones acerca de la infortunada escena que has provocado esta noche.

– ?Infortunada? ?Te parece un infortunio que el p?blico me aplauda?

– ?El p?blico? La chusma, querr?s decir. ?Quieres privarnos del mecenazgo de las personas de buena familia por culpa de tu apoyo a las m?s bajas pasiones del populacho?

Encogi?ndose de hombros, Andr?-Louis se dirigi? a la mesa. Pantalone estaba a punto de sacarlo de sus casillas.

– Est?s exagerando.

– No exagero. Soy el due?o de esta compa??a. ?sta es la Compa??a Binet, y aqu? todo debe hacerse seg?n mi criterio.

– ?Y qui?nes son esas personas de buena familia, cuyo mecenazgo mencionaste?

– ?Crees que no hay gente as? entre nuestro p?blico? Pues te equivocas. Despu?s de la funci?n de esta noche, vino a verme el marqu?s de La Tour d'Azyr y me habl? en los t?rminos m?s severos a prop?sito de tu escandaloso arranque pol?tico. Me vi obligado a disculparme, y…

– Porque eres un necio -dijo Andr?-Louis-. Un hombre que se respetase a s? mismo hubiera puesto a ese caballero de patitas en la calle. El se?or Binet se puso rojo. Pero Andr?-Louis sigui?:

– Dices que eres el due?o de la compa??a, pero te portas como un lacayo al recibir ?rdenes del primer insolente que viene a decirte que no le gust? un parlamento de uno de tus actores. Te repito que si realmente tuvieras una gota de respeto por ti mismo, le hubieras echado con cajas destempladas.

Un murmullo de aprobaci?n se dej? o?r entre varios miembros de la compa??a que hab?an sido testigos del tono arrogante que antes empleara el marqu?s, por lo cual se sent?an ofendidos en su condici?n de artistas.

– Es m?s -continu? Andr?-Louis-, un hombre digno, en otro terreno, se hubiera alegrado de poder darle una patada en los cuartos traseros a ese marqu?s.

– ?Qu? quieres decir? -vocifer? Binet y Andr?-Louis mir? a todos los comediantes sentados en torno a la mesa.

– ?D?nde est? Clim?ne? -pregunt? alarmado. L?andre se puso en pie de un salto y, casi temblando, dijo:

– Poco despu?s de acabada la funci?n, sali? del teatro con el marqu?s, y se fueron en su carruaje. Yo o? c?mo el se?or de La Tour d'Azyr la invitaba a traerla en coche hasta aqu?.

Andr?-Louis mir? el reloj que estaba en la repisa de la chimenea y que parec?a tardar una eternidad para avanzar un segundo.

– Eso fue hace una hora. Tal vez m?s. ?Y a?n no ha llegado?

Busc? la mirada de Binet. Los ojos de Pantalone elud?an los suyos. De nuevo fue L?andre quien le contest?:

– Todav?a no.

– ?Ah!

Andr?-Louis se sent? a la mesa y se sirvi? una copa de vino.

Se hizo un silencio embarazoso. L?andre miraba a Scaramouche esperando su reacci?n; Colombina le compadec?a en silencio. Hasta el se?or Pantalone parec?a esperar que dijera algo. Pero sus primeras palabras decepcionaron a todos: -?Me han dejado algo de comer?

Le acercaron los platos, y Andr?-Louis comi? tranquilamente, en silencio, y al parecer, con apetito. Binet se sent? tambi?n, frente a ?l, y empez? a beber una copa de vino. Al poco rato, trat? de iniciar alguna conversaci?n insustancial. Pero aquellos a quienes se dirig?a le contestaban lac?nicamente, o con monos?labos. Por lo visto, aquella noche el se?or Binet hab?a ca?do en desgracia con los de su compa??a.

Al fin se oy? en la calle el ruido de un carruaje y el piafar de unos caballos, y luego unas voces, y la sonora risa de Clim?ne. Andr?-Louis sigui? comiendo, como si aquello no tuviera nada que ver con ?l.

– ?Qu? magn?fico actor! -le susurr? Arlequ?n a Polichinela, quien asinti? tristemente.

La damisela entr? d?ndose aires de gran actriz, alzando la barbilla, los ojos risue?os, el gesto triunfal. Sus mejillas ard?an y su negra cabellera estaba un poco desordenada. Llevaba en la mano izquierda un ramo de flores y en su dedo anular luc?a un diamante cuyo brillo cautiv? inmediatamente a todos. Su padre se levant? apresuradamente para recibirla con inusitadas muestras de afecto: -?Al fin llegas, hija m?a!

La llev? hasta la mesa. Ella se dej? caer en una silla, demostrando estar algo cansada, un poco nerviosa, pero sin que la sonrisa desapareciera de sus labios ni siquiera al ver a Scaramouche al otro lado de la mesa. S?lo L?andre, que la observaba anhelante, descubri? algo parecido al miedo en sus pupilas, algo que el r?pido movimiento de sus azulados p?rpados ocult? enseguida.

Andr?-Louis sigui? comiendo tranquilamente sin mirar siquiera a Clim?ne. Pronto los miembros de la compa??a comprendieron que amenazaba tormenta, pero que no estallar?a hasta que todos se hubieran retirado. Polichinela dio la se?al levant?ndose, y todos salieron de la habitaci?n. En menos de dos minutos no quedaba all? nadie salvo el se?or Binet, su hija y Andr?-Louis. Entonces Scaramouche dej? cuchillo y tenedor, bebi? una copa de vino de Borgo?a y se arrellan? en la silla para contemplar a Clim?ne.

– Creo -dijo- que vuestro paseo en coche ha sido agradable.

– Muy agradable, se?or.

Imprudentemente, ella trataba de remedar la frialdad de Scaramouche, aunque sin conseguirlo.

– Y ha sido un paseo provechoso, a juzgar por la piedra preciosa que desde aqu? puedo ver. Debe de valer por lo menos doscientos luises, lo que es mucho dinero incluso para alguien tan rico como el marqu?s de La Tour d'Azyr. ?Ser?a impertinente que vuestro futuro esposo os preguntara, se?orita, qu? es lo que hab?is dado a cambio de esa sortija?

Pantalone se ech? a re?r con una mezcla de cinismo y enfado.

– Nada -dijo Clim?ne airada.

– Todo el mundo sabe que una joya es una especie de anticipo.

– ?En nombre de Dios! Lo que dices es indecente -protest? Binet.

– ?Indecente? -Andr?-Louis mir? a Binet con un desprecio tan fulminante que el muy sinverg?enza se removi? intranquilo en su asiento-. ?Has mencionado la palabra decencia, Binet? No me hagas perder la paciencia, que es lo que m?s detesto en la vida -y volvi? a mirar a Clim?ne, que estaba con los codos apoyados en la mesa y la barbilla en la palma de las manos, mir?ndole entre indiferente y desafiante. Entonces dijo-: Se?orita, por vuestro bien os aconsejo que pens?is un poco adonde conducen vuestros pasos.

– No necesito vuestros consejos para saberlo.

– Ya tienes la respuesta que te mereces -dijo Binet riendo-. Espero que haya sido de tu agrado.

El rostro de Andr?-Louis hab?a palidecido ligeramente y sus ojos, que no se apartaron un momento de su prometida, reflejaban una gran incredulidad. Ni siquiera oy? el comentario de Binet.

– No quisiera equivocarme ?pero est?is diciendo que, conscientemente, quer?is cambiar el honrado estado de esposa que os he ofrecido por… por lo que un hombre como el marqu?s de La Tour d'Azyr puede ofreceros?

El se?or Binet hizo un gesto de fastidio volvi?ndose a su hija.

– Ya oyes lo que dice este gazmo?o. Ahora ver?s con claridad que casarte con ?l ser?a tu ruina. Siempre estar?a atravesado en tu camino. Ser?a el peor de los maridos, te quitar?a todas las oportunidades que se te presenten, hija m?a.

Ella asinti? sacudiendo su linda cabeza.

– Empiezo a aburrirme de sus est?pidos celos -confes? mirando a su padre-. A decir verdad, me temo que como marido Scaramouche es imposible.

A Andr?-Louis se le encogi? el coraz?n. Pero, siempre actor, no dej? traslucir nada. Se ri? un poco forzadamente y se levant?.

– Es vuestra decisi?n, se?orita. Espero que no teng?is que arrepentiros.

– ?Arrepentirse? -exclam? Binet sin dejar de re?r, aliviado al ver que su hija al fin romp?a con un novio que ?l nunca hab?a aprobado, exceptuando las pocas horas en que crey? de verdad que era un exc?ntrico arist?crata de inc?gnito-. ?Y por qu? habr?a de arrepentirse? ?Porque acepta la protecci?n de un noble tan poderoso que puede regalarle una joya tan valiosa que una actriz consagrada en la Comedia Francesa no podr?a comprarse con el trabajo de todo un a?o? -Binet se hab?a levantado y avanz? hacia Andr?-Louis de forma conciliadora-. Vamos, vamos, amigo m?o, no seas rencoroso. ?Qu? diablos! No te interpondr?s en el camino de mi hija, ?verdad? Realmente no puedes reprocharle su elecci?n. ?Sabes lo que significa para ella? ?No te has parado a pensar que con el mecenazgo de un caballero as? puede llegar muy alto y muy lejos? ?No ves la suerte maravillosa que ha tenido? Si la quisieras tanto como demuestra tu temperamento celoso, no podr?as desearle nada mejor.

Andr?-Louis le mir? en silencio largo rato y luego se tuvo que re?r.

– ?Eres absurdo! -dijo con desprecio-. Eres un ser absolutamente irreal -le dio la espalda y se dirigi? a la puerta.

La actitud de Andr?-Louis, su mirada de asco, su risa y sus palabras, hicieron estallar la ira del se?or Binet por encima de su ?nimo conciliador.

– ?Absurdo yo? Irreal, ?eh? -grit? siguiendo a Scaramouche y mir?ndolo con sus peque?os ojos donde ahora brillaba la maldad-. ?Soy absurdo porque prefiero para mi hija la poderosa protecci?n de ese noble caballero antes que casarla con un bastardo don nadie como t??

Andr?-Louis se volvi?, ya con la mano en el picaporte.

– No -dijo-, me equivoqu?. No eres absurdo, simplemente eres un canalla, al igual que tu hija, pues ambos est?is envilecidos.

Y sali?.

CAP?TULO X Contrici?n

La se?orita de Kercadiou paseaba al sol de un domingo de marzo, en compa??a de su t?a, por la terraza del castillo de Sautron.

A pesar de su dulzura, de un tiempo a esta parte Aline estaba bastante irritable, rezumando cinismo. Lo cual hizo pensar a la se?ora de Sautron que su hermano Quint?n hab?a descuidado un poco su educaci?n. Parec?a que estaba muy instruida acerca de todo lo que una muchacha deb?a ignorar e ignoraba todo lo que una se?orita deb?a conocer. Al menos eso pensaba la se?ora Sautron.

Назад Дальше