– Comprendo -dijo ella poni?ndose m?s seria.
– ?Qu? es lo que comprendes?
– La extra?a fascinaci?n que ejerce la se?orita Binet. Es natural que estuvieras anoche en el teatro. Tu tono de voz te ha delatado. Me decepcionas, Andr?. Tal vez sea est?pido de mi parte, pues revela el poco conocimiento que tengo de los hombres. Sin embargo, no ignoro que la mayor?a de los j?venes modernos encuentran un irresistible atractivo en ese tipo de mujer. Pero no lo esperaba de ti. Fui lo bastante tonta para imaginar que eras distinto, que estabas por encima de esos amor?os triviales. Cre?a que eras un idealista.
– Pura lisonja.
– Ya lo veo. Pero eso me hiciste creer. Hablabas tanto de moral, siempre filosofando con tanta naturalidad, que me enga?aste. Tu hipocres?a era tan perfecta que jam?s sospech? de ti. Y eres tan buen actor que me sorprende que no te hayas unido a la compa??a de la se?orita Binet.
– En realidad, formo parte de ella.
Eligiendo de dos males el menor, Andr?-Louis sinti? la necesidad de confesar. Al principio, Aline se mostr? incr?dula, luego consternada, y por ?ltimo, disgustada.
– Por supuesto -dijo Aline al cabo de una pausa-. As? tienes la ventaja de estar siempre cerca de ella.
– ?sa fue s?lo una de las razones. Hubo otra. Obligado a elegir entre el teatro y la horca, comet? la incre?ble debilidad de preferir el tablado del teatro antes que el del cadalso. Te parecer? indigno de un hombre de mis altos ideales. Pero ?qu? quer?as que hiciera? Al igual que otros ide?logos, me he convencido de que es m?s f?cil predicar que dar ejemplo. ?Quieres que me baje del carruaje para que no te contamines con mi abyecta persona? ?O quieres que te cuente todo lo que ocurri??
– Cu?ntamelo todo primero. Despu?s decidiremos.
?l le cont? c?mo hab?a encontrado la Compa??a Binet y c?mo la aparici?n de los soldados le hab?a impulsado a ver en ella un refugio donde ocultarse hasta que la situaci?n se calmara. Esta explicaci?n deshizo la actitud glacial de la joven.
– ?Pobre Andr?-Louis! ?Por qu? no me lo dijiste antes?
– Porque no me diste tiempo y, adem?s, porque tem? molestarte con el espect?culo de mi denigraci?n.
– Pero ?por qu? no nos mandaste aviso de tu paradero? -protest? ella en tono severo.
– Ayer fue que pens? en hacerlo. Antes vacil? por varios e importantes motivos.
– ?Cre?ste que tu nueva profesi?n podr?a ofendernos?
– Cre? que ser?a mejor sorprenderos con la magnitud de mi ?xito final.
– ?Eso quiere decir que piensas convertirte en un gran actor? -pregunt? Aline casi con desprecio.
– Es muy posible. Pero me interesa m?s llegar a ser un gran autor. No hagas esa mueca de asco. Es un oficio muy honrado. Todo el mundo se enorgullece de conocer a hombres como Beaumarchais y Ch?nier.
– ?Piensas igualarlos?
– Pienso superarlos, aunque reconozco que fueron ellos quienes me trazaron el camino. ?Qu? te pareci? la funci?n de anoche?
– Muy divertida y muy bien concebida.
– Pues te presento al autor.
– ?T?? ?Pero no es una compa??a de improvisadores?
– Hasta los que improvisan necesitan un autor que trace el argumento, un resumen de las situaciones, de los di?logos, las entradas y salidas de actores. Eso es lo que hasta ahora me limito a escribir. Pero no tardar? en crear obras de un estilo m?s moderno.
– Te enga?as, mi pobre Andr?. La obra de anoche no hubiera sido nada sin los actores. Ten?is la suerte de contar con vuestro Scaramouche.
– Confidencialmente, te lo presento.
– ?T?? ?Tambi?n eres Scaramouche?
La joven se volvi? para mirarlo de frente. ?l sonri? levemente y asinti? con un gesto.
– ?Y c?mo no fui capaz de reconocerte!
– Te agradezco el elogio. Supongo que imaginaste que mi empleo en la compa??a ser?a de tramoyista. Y, ahora que lo sabes todo, ?qu? pasa en Gavrillac? ?C?mo est? mi padrino?
Estaba bien, seg?n ella le cont?, y aunque profundamente indignado por su fuga, en el fondo, lo que m?s le preocupaba era su suerte.
– Hoy le escribir? que te he visto -agreg? Aline.
– Dile que estoy bien y que prospero. Pero no le digas nada m?s. Ni tampoco en qu? me gano la vida. Tambi?n ?l tiene sus prejuicios y hay que ser prudente. Y ahora, una pregunta que quiero hacerte desde que sub? a tu carruaje. ?Por qu? est?s en Nantes, Aline?
– Estoy de visita en casa de mi t?a, la se?ora de Sautron. Con ella fui anoche al teatro. Nos aburr?amos en el castillo, pero ahora todo ser? diferente. Mi t?a recibir? hoy, entre otras, la visita de La Tour d'Azyr.
Andr?-Louis suspir? fastidiado.
– Aline, ?te han contado alguna vez c?mo mataron a Philippe de Vilmorin?
– S?. Primero me lo cont? mi t?o, y luego el propio marqu?s.
– ?Y eso no te decidi? a poner en duda el proyecto matrimonial?
– ?Qu? pod?a hacer yo? Olvidas que no soy m?s que una mujer. ?Esperabas que juzgara asuntos de esa naturaleza que son propios de los hombres?
– ?Por qu? no? Puedes hacerlo perfectamente, sobre todo porque has o?do a las dos partes. Lo que te cont? mi padrino es la verdad. Si no juzgas es porque no quieres -su tono se volvi? duro-. Cierras los ojos a la justicia, que ser?a lo ?nico que podr?a detenerte en tu enfermiza y artificial ambici?n.
– ?Excelente! -exclam? ella mir?ndolo burlonamente-. ?Sabes que eres pat?tico? No te averg?enza que te encuentre entre la vulgar far?ndula, y del brazo de una fulana de teatro, y ahora me echas un serm?n.
– Aunque mis compa?eros fueran vulgares, aun as? podr?a aconsejarte desde el respeto y la devoci?n que te tengo -dijo Andr?-Louis con austeridad-. Pero no estoy entre personas vulgares. Una actriz puede ser honrada y virtuosa, cosa imposible en una dama que se ofrece en matrimonio por ambici?n, para alcanzar posici?n, riqueza y t?tulos nobiliarios.
Ella se puso p?lida de c?lera, y se dispuso a tirar del cord?n de la campanilla.
– Creo que lo mejor ser? que bajes del coche y vayas a practicar la virtud en la alegre compa??a de esa mujerzuela de teatro.
– No permitir? que hables de ella en esos t?rminos.
– Vaya, ahora resulta que vamos a enfadarnos por su culpa. ?Te he parecido poco delicada al hablar de ella? ?C?mo debo nombrarla, como una…?
– Si quieres nombrarla de alg?n modo -interrumpi? ?l con osad?a-, hazlo con el respeto que deber?as a mi esposa.
El asombro suaviz? la c?lera de la joven, pero su palidez aument?.
– ?Oh, Dios m?o! -dijo mir?ndole horrorizada-. ?Te has casado con… con esa…?
– Todav?a no, pero lo har? muy pronto. Y d?jame decirte que esa joven a quien, en tu ignorante desd?n, insultas, es tan buena y tan pura como t?, Aline. Su talento la ha colocado en el lugar que ocupa y la llevar? mucho m?s lejos. Y es una perfecta mujer que se gu?a ?nicamente por su instinto natural a la hora de elegir a su c?nyuge.
Temblando de ira, Aline tir? del cord?n.
– ?Baja ahora mismo del coche! -dijo en?rgica-. ?C?mo te atreves a compararme con esa…?
– … con esa mujer que muy pronto ser? mi esposa -complet? ?l antes de que ella pudiera rematar su insulto. Acto seguido abri? la portezuela, sin esperar al lacayo, y salt? a la calle, desde donde le dijo:
– Saluda de mi parte al asesino con el que te vas a casar. ?Hala, hala! -le grit? al cochero tras cerrar de golpe la portezuela.
Y el carruaje se alej? por el Faubourg Gigan dejando atr?s a Andr?-Louis temblando de rabia. Gradualmente, a medida que se acercaba a la posada, su furor fue aplac?ndose. Y as? hasta que acab? perdonando a su amiga. Ella no ten?a la culpa de pensar como pensaba. Su educaci?n hac?a que viera a todas las actrices como mujerzuelas, del mismo modo que ve?a como un acto honrado el monstruoso matrimonio de conveniencia al que la induc?an.
Cuando lleg? a la posada encontr? a toda la compa??a sentada a la mesa. No m?s entrar se hizo un repentino silencio, as? que sospech? que hab?an estado hablando de ?l. Arlequ?n y Colombina hab?an hecho correr de boca en boca el cuento de un pr?ncipe disfrazado, recogido por el carruaje de una princesa, y la fant?stica historia no hac?a m?s que crecer a medida que la contaban una y otra vez.
Clim?ne hab?a permanecido callada y pensativa, cavilando acerca de lo que Colombina llamaba su novela rom?ntica. Evidentemente su Scaramouche no era lo que parec?a, pues de otro modo no hubiera tratado con tanta familiaridad a aquella gran se?ora, ni ella a ?l. Ella lo hab?a amado tal como cre?a que era, y ahora iba a recibir la recompensa por su desinteresado afecto.
Hasta la secreta hostilidad del viejo Binet contra Andr?-Louis se hab?a extinguido ante aquella revelaci?n y le pellizc? cari?osamente el l?bulo de la oreja a su hija, dici?ndole:
– ?Aja! As? que fuiste capaz de descubrirlo a pesar de su disfraz.
El comentario la ofendi?.
– De ninguna manera -dijo-. Siempre cre? que era lo que aparentaba ser.
Su padre le gui?? un ojo con picard?a y se ech? a re?r.
– S?, por supuesto. Pero siendo hija de tu padre, que es tambi?n un caballero y conoce sus modales, descubriste una sutil diferencia entre ese joven y los que hasta ahora, por desgracia, te hab?an rodeado. T? sabes tan bien como yo que ese aire altanero, esa capacidad de mandar que ?l posee, no se adquieren en un mohoso bufete de abogados, y que su forma de hablar y sus ideas no son las del burgu?s que ?l pretende ser. Eres muy sagaz, Clim?ne. Estoy orgulloso de ti.
Ella le volvi? la espalda d?ndole la callada por respuesta. Las palabras de su padre la ofend?an. Obviamente Scaramouche era un gran caballero, un poco exc?ntrico si se quiere, pero de ilustre cuna. Y cuando ella fuera su esposa, su padre tendr?a que tratarla de otro modo.
Cuando Andr?-Louis entr? en el comedor del hotel, por primera vez ella le mir? t?midamente. S?lo entonces advirti? el garbo que desplegaba al andar y esa gentileza en los ademanes que s?lo poseen los que en su adolescencia tuvieron profesores de baile y maestros de esgrima.
Y casi le irrit? verle tratar a Arlequ?n como a un igual, y mucho m?s ver c?mo Arlequ?n trataba con la misma confianza de siempre a aquel caballero, m?xime ahora que sab?a qui?n era.
CAP?TULO IX El despertar
– Todav?a estoy esperando la explicaci?n que me debes -le dijo Clim?ne cuando se quedaron solos en la sobremesa de aquella comida a la que Andr?-Louis hab?a llegado tan tarde. ?l llenaba su pipa, pues desde que era actor se hab?a acostumbrado a fumar. Los dem?s c?micos hab?an salido, unos para tomar el aire, otros, como Binet y Madame, para que Andr?-Louis pudiera explicarle a solas a Clim?ne algo que a ?l no le parec?a tan importante. Con toda su santa paciencia, encendi? la pipa y frunci? el ce?o:
– ?Explicar qu??
– Explicar el secreto que ocultas a todos, incluy?ndome a m?.
– ?Qu? secreto?
– ?Acaso no es un secreto ocultar a tu futura esposa tu verdadera identidad? ?No lo es hacerte pasar por un abogaducho de provincia, cosa que se ve a la legua que no eres? Me parece muy rom?ntico, pero… en fin, ?te quieres explicar?
– Entiendo -dijo ?l soltando la pipa-. Si hay alg?n secreto en mi vida que no te haya contado ya, es porque no lo considero importante. Pero est?s equivocada, jam?s he pretendido ser lo que no soy. Y no soy ni m?s ni menos que lo que parezco ser.
Esta persistencia empez? a enojar a Clim?ne, alter?ndole la voz y enrojeci?ndole el rostro.
– Y esa fina dama de la nobleza a la que tratas con tanta confianza y que te ha llevado en su coche, mostrando por cierto muy poca consideraci?n para conmigo, ?qui?n es?
– Es como una hermana para m? -dijo ?l.
– ?Como una hermana! -Clim?ne estaba indignada-. ?Arlequ?n nos dijo que dir?as eso, y le divert?a mucho, pero yo no le veo la gracia! Supongo que esa especie de hermana tendr? alg?n nombre…
– Claro. Es la se?orita Aline de Kercadiou, sobrina de Quint?n de Kercadiou, se?or de Gavrillac.
– ?Oh! Un nombre de mucha alcurnia y abolengo para ser una especie de hermana tuya.
Por primera vez desde que se conoc?an, Andr?-Louis not? en la joven actriz un matiz de vulgaridad que no le gust? nada.
– Para ser m?s exactos, tal vez deb? decir que es una supuesta prima.
– ?Una supuesta prima! ?Y me puedes explicar qu? clase de parentesco es ?se?
– Eso exige una explicaci?n.
– Eso es exactamente lo que te pido, aunque pareces reacio a dar explicaciones.
– ?Oh, no se trata de eso! Simplemente es que no veo qu? importancia pueda tener. Pero, en fin, el t?o de esa dama, el se?or de Kercadiou, es padrino m?o, por lo cual ella y yo crecimos juntos. En el pueblo aseguran que ese caballero es mi padre. Lo cierto es que ?l cuid? de mi educaci?n desde ni?o y a ?l debo el haber estudiado en Louis Le Grand. Le debo todo cuanto tengo, mejor dicho, cuanto ten?a, pues por mi propia voluntad me separ? de ?l tras una discrepancia, y hoy s?lo poseo lo que puedo ganarme en el teatro, o en cualquier otra parte.
Frustrada en su orgullo, Clim?ne se qued? aturdida y palideci?. Si aquello ?l se lo hubiera contado un d?a antes, no le habr?a impresionado, no le habr?a dado la menor importancia. Pero ahora, despu?s de haberlo imaginado como un noble, despu?s de las fantasiosas suposiciones de Arlequ?n y Colombina, que la hab?an convertido en la envidia de toda la compa??a; despu?s de que todos la creyeran destinada a convertirse en una gran se?ora, aquello era como echarle un jarro de agua fr?a. ?Su pr?ncipe de inc?gnito no era m?s que el desheredado bastardo de un caballero provinciano! Esa revelaci?n la convertir?a en el hazmerre?r de toda la compa??a, de todos aquellos que hasta hac?a unos minutos hab?an envidiado su suerte de hero?na de novela rom?ntica.
– Deber?as hab?rmelo dicho antes -le reproch? con voz ahogada en un esfuerzo por aparentar serenidad.
– Tal vez tengas raz?n. Pero ?qu? importa todo eso?
– ?Que qu? importa? -dijo Clim?ne reprimiendo su furia-. ?No dices que la gente asegura que ese se?or de Kercadiou es tu padre? ?Y eso qu? significa exactamente?
– Exactamente lo que te he dicho. Porque es un rumor al que no doy cr?dito. Una corazonada me dice que no debo creer en esa hablilla. Adem?s, una vez se lo pregunt? al se?or de Kercadiou, y me dijo que no era ?l. El se?or de Kercadiou es hombre de honor y yo creo en su palabra. Sobre todo cuando coincide, como en este caso, con mis intuiciones. Me asegur? que no sab?a qui?n era mi padre.
– Y tu madre, ?tampoco sab?a qui?n era? -pregunt? Clim?ne con un desd?n que ?l no advirti?, pues en ese momento ella estaba de espaldas a la luz.
– No quiso decirme su nombre. Pero s? me confes? que era muy amiga suya.
La muchacha contest? a estas palabras con una risita desagradable que hiri? a Andr?-Louis.
– Una amiga muy ?ntima, puedes estar seguro, bobalic?n. Y ?cu?l es entonces tu apellido?
Andr?-Louis reprimi? la indignaci?n que empezaba a arderle en las venas para contestar tranquilamente:
– Moreau. Es el nombre del pueblo donde nac?. En verdad no me lo merezco. De hecho, mi ?nico nombre es Scaramouche, pues me lo he ganado. De modo que ya ves, querida -concluy?-, nunca te ocult? ning?n secreto.
– Ya lo veo -replic? la joven ri?ndose mientras se dispon?a a levantarse-. Estoy muy cansada…
Al instante ?l se puso en pie para ayudarla, pero ella le rechaz? con un gesto.
– Voy a descansar hasta que empiece la funci?n -dijo.
Y avanz? hacia la puerta, que ?l corri? a abrirle. Clim?ne pas? por su lado sin dignarse a mirarlo siquiera.
El rom?ntico sue?o de Clim?ne hab?a terminado. El glorioso mundo que poco antes hab?a imaginado estaba hecho a?icos, a sus pies, y lo peor de todo era que aquellos escombros se alzaban como obst?culos que le imped?an volver a aceptar a Scaramouche tal como en realidad era.
Andr?-Louis se qued? fumando junto a la ventana, con la mirada perdida en el r?o. Estaba intrigado. Era evidente que Clim?ne estaba disgustada con ?l, pero ?por qu?? Haber confesado que no ten?a padre, ni apellido, no pod?a perjudicarle a los ojos de una muchacha criada en aquel ambiente de artistas ambulantes. Y sin embargo, era obvio que aquella confesi?n le hab?a molestado.
Media hora despu?s la alegre Colombina lo encontr? en el mismo sitio, junto a la ventana.
– ?Aqu? solo, mi pr?ncipe? -le pregunt?, y aquel saludo tan ingenuo ilumin? de pronto las tinieblas que Andr?-Louis trataba de desentra?ar en vano. S?bitamente comprendi? que Clim?ne estaba decepcionada al desaparecer la esperanza que la loca imaginaci?n de los c?micos hab?a engendrado a ra?z de su encuentro con Aline. ?Pobre ni?a!, pens? sonriendo tristemente a Colombina.
– No ser? ya pr?ncipe por mucho tiempo, pues pronto todos sabr?n que no lo soy.
– ?No eres un pr?ncipe? ?Oh, entonces seguramente ser?s duque o, como m?nimo, marqu?s!
– Ni marqu?s ni duque, tan s?lo soy un caballero andante. No soy m?s que Scaramouche, y todos mis castillos est?n construidos en el aire.
La decepci?n invadi? el candoroso rostro de la comedianta. -Yo hab?a imaginado que eras…
– Ya lo s? -interrumpi? ?l-. Y eso es lo malo. Andr?-Louis pudo medir el da?o que aquella fantas?a hab?a causado en Clim?ne por su conducta de aquella noche, pues durante los entreactos los caballeretes entraban m?s que nunca en su camerino para manifestarle su admiraci?n. Hasta entonces ella siempre los hab?a recibido con grave circunspecci?n y sin dejarles pasar de la puerta. Sin embargo, ahora se mostraba cascabelera y casi provocativa.
Mientras regresaban juntos a la posada, Andr?-Louis, con mucho tacto, reprendi? a Clim?ne aconsej?ndole mayor prudencia en lo sucesivo.
– Todav?a no nos hemos casado -replic? ella con aspereza-. Espera a entonces para criticar mi conducta. -Espero que entonces no me des motivos -dijo ?l. -?Esperas? ?Pues s? que esperas t? cosas!
– Clim?ne, sin querer te he ofendido. Lo siento mucho.
– No importa -dijo ella-. T? eres as?.
Sin embargo, Andr?-Louis no estaba preocupado. Comprend?a la causa de su enfado, por bien que la deploraba, y por eso mismo la perdonaba. Muy pronto advirti? que tambi?n su padre se hab?a contagiado con el mal humor de la actriz, cosa que en el fondo le divert?a. Ante el enojo de Pantalone demostr? un tolerante desd?n. En cuanto al resto de los c?micos, eran muy cari?osos con Scaramouche. Tal vez porque le hab?an visto caer del alto pedestal donde su imaginaci?n lo hab?a colocado, o porque se daban cuenta del desencanto que aquella ficci?n pasajera hab?a provocado en Clim?ne.
La excepci?n era L?andre. Su habitual melancol?a parec?a por fin haber desaparecido, y ahora sus ojos reluc?an con maliciosa satisfacci?n cuando ve?a a Scaramouche, a quien sol?a llamar con sorna: «mi pr?ncipe».
Durante la ma?ana del d?a siguiente, Andr?-Louis casi no vio a Clim?ne. Lo cual no era extra?o, pues estaba muy ocupado preparando la puesta en escena del