Scaramouche - Sabatini Rafael 19 стр.


A la cabeza de los arist?cratas avanzaba Binet, corriendo como nunca nadie hubiera podido imaginarlo, y esgrimiendo el largo bast?n inseparable de Pantalone.

– ?Infame sinverg?enza! -ladraba-. Me has arruinado, pero juro por Dios que me las pagar?s.

Andr?-Louis se volvi? a ?l.

– Confundes la causa con el efecto -le grit?.

Pero no dijo m?s. De un certero golpe, el bast?n de Binet se astill? sobre su hombro. De no ser porque se apart? r?pidamente, el palo le hubiera roto la cabeza. Entonces Scaramouche se meti? la mano en el bolsillo y se oy? una detonaci?n. Era el pistoletazo con que Andr?-Louis replicaba al bastonazo.

– ?Ya te hab?a avisado, inmundo alcahuete! -grit? sin dejar de apuntarle.

Binet se desplom? gritando, mientras que el feroz Polichinela, ahora fiero de verdad, se acerc? a Andr?-Louis para susurrarle r?pidamente al o?do:

– ?Est?s loco! ?No era para tanto! Tienes que irte inmediatamente o dejar?s aqu? el pellejo. ?Vete ahora mismo!

Era un consejo sensato y Scaramouche lo acept? enseguida. Los caballeros que segu?an a Binet, en parte paralizados por las improvisadas armas de los actores y, en parte, por la pistola de Scaramouche, le dejaron escapar. Andr?-Louis lleg? a los bastidores, donde se top? de manos a boca con dos de los polic?as que ya invad?an el teatro para restablecer el orden. Tendr?a problemas con ellos por su osad?a de aquella noche y por el balazo que le hab?a incrustado a Binet en alguna parte de su obeso cuerpo. As? que blandi? su pistola, dici?ndoles:

– ?Dejadme pasar o juro que os levantar? la tapa de los sesos!

Cogidos por sorpresa, asustados, pues no ten?an armas de fuego, los gendarmes retrocedieron dej?ndolo escapar. Scaramouche pas? velozmente por delante del camerino donde las mujeres de la compa??a se hab?an atrancado hasta que pasara la tormenta, y gan? la callejuela que estaba detr?s del teatro. La calle estaba desierta. Corri? tratando de llegar a la posada para recoger su dinero y alguna ropa, pues ahora no pod?a permanecer en la calle vestido con el traje de Scaramouche.

LIBRO TERCERO La espada

CAP?TULO PRIMERO Transici?n

Es lamentable -escrib?a Andr?-Louis desde Par?s a Le Chapelier, en una carta que a?n se conserva- que me haya despojado definitivamente del ropaje de Scaramouche, puesto que no hay otro m?s adecuado para m?. Todo parece indicar que mi papel es provocar siempre la conflagraci?n y luego escapar antes de que me alcance el fuego. Es algo humillante. Y trato de consolarme con Epicteto -?lo has le?do?-, quien dec?a que no somos m?s que actores de una obra de teatro donde desempe?amos el papel que nos ha asignado el director. Sin embargo, no me consuela haber sido escogido para un papel tan despreciable que casi siempre consiste en el arte de escurrir el bulto. Pero si no soy valiente, al menos soy prudente, de modo que si me falta alguna virtud, puedo reivindicar otra con creces. En una ocasi?n fui condenado a la horca por sedici?n. ?Iba a quedarme de brazos cruzados para que me ahorcaran? Esta vez me ahorcar?an por varios motivos, incluyendo un asesinato, aunque en realidad no s? si el ignominioso Binet est? vivo o muerto a causa del plomo que le aloj? en su asquerosa panza. Me gustar?a que estuviera muerto. Y en el Infierno. Pero en realidad me da lo mismo. En el terreno personal, tengo problemas. He gastado lo poco que pude llevarme cuando hu? de Nantes aquella terrible noche, y las dos ?nicas profesiones que conozco -las leyes y el escenario- est?n cerradas para m?, ya que no puedo buscar empleo en ninguna de las dos sin delatarme y ponerme en manos del verdugo. As? las cosas, es posible que me muera de hambre, sobre todo tomando en cuenta el precio de los v?veres en esta fam?lica ciudad. Y otra vez busco consuelo en Epicteto: «Es mejor -dec?a-morir de hambre tras haber vivido sin aflicci?n ni miedo, que vivir en la abundancia pero con el esp?ritu turbado». Lo m?s probable es que muera en la forma que ?l considera tan envidiable. Que no me parezca tan envidiable no hace m?s que probar que como estoico no doy la talla.

Existe otra carta suya, fechada en la misma ?poca y dirigida al marqu?s de La Tour d'Azyr, que public? el se?or ?mile Quersac en su libro

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