Ahora que la sede de la Asamblea Nacional estaba en Par?s, ve?a con m?s frecuencia a Le Chapelier, y la intimidad entre ambos aument?. Sol?an comer juntos en el Palais Royal o en otros sitios. Por medio de Le Chapelier, Andr?-Louis empez? a relacionarse, aunque procuraba declinar las frecuentes invitaciones a los salones donde reinaba el esp?ritu de los nuevos republicanos y los fil?sofos.
Sin embargo, una noche de la siguiente primavera asisti? a una funci?n de la Comedia Francesa. Representaban la tragedia
CAP?TULO V En Meudon
A Andr?-Louis e hicieron pasar sin anunciarlo, como era costumbre en Gavrillac, pues B?noit, el viejo ayuda de c?mara de Kercadiou, hab?a acompa?ado a su se?or en aquella aventura, y viv?a all? soportando las burlas de los criados que el otro Kercadiou hab?a dejado al emigrar. Cuando B?noit vio a Andr?-Louis se puso tan contento que casi brinc? a su alrededor como un perro fiel mientras le conduc?a al sal?n donde estaba el se?or de Gavrillac quien, seg?n asegur? el sirviente, tambi?n se alegrar?a de verlo.
– ?Se?or! ?Se?or! -grit? nerviosamente mientras entraba adelant?ndose un par de pasos al visitante-. Aqu? est? el se?orito Andr?… Vuestro ahijado, que viene a besaros la mano. ?Aqu? est?!… Y tan elegante que no lo vais a conocer. ?Aqu? est?, se?or! ?No est? guapo?
Y mientras dec?a esto, el viejo sirviente se frotaba las manos de alegr?a, convencido de que su amo compartir?a su emoci?n.
Andr?-Louis cruz? aquella gran habitaci?n alfombrada cuyos dorados deslumbraban. Las ventanas que daban al jard?n eran tan altas que casi llegaban al techo de la habitaci?n. Los adornos dorados abundaban en el mobiliario, como se estilaba en las casas de los nobles. En ninguna otra ?poca se us? tanto oro en la decoraci?n interior, a pesar de que acu?ado era tan dif?cil de encontrar que pusieron en circulaci?n el papel moneda para suplir su escasez. Andr?-Louis sol?a decir que si los arist?cratas se hubieran decidido a empapelar sus paredes con los billetes dejando el oro en sus bolsillos, las finanzas del reino se hubieran saneado r?pidamente.
El se?or de Kercadiou, de lo m?s emperifollado para armonizar con el entorno, se levant? sobresaltado al ver irrumpir a B?noit, quien estaba casi tan alica?do como su amo desde que hab?a llegado a Meudon.
– ?Qu? sucede? ?Eh? -sus ojos miopes descubrieron al fin al visitante-. ?Andr?! -dijo con tono entre sorprendido y severo. Y su cara, de suyo enrojecida, se puso m?s colorada a?n.
B?noit, de espaldas a su amo, le hac?a muecas y gui?os a Andr?-Louis para que no se desanimara ante la aparente hostilidad de su padrino. Cuando termin? sus gesticulaciones, el inteligente criado se retir? discretamente.
– ?Qu? vienes a buscar aqu?? -refunfu?? el se?or de Kercadiou.
– Como dijo B?noit, s?lo vengo a besar vuestra mano, padrino -sumiso, Andr?-Louis, inclin? la cabeza.
– Te las has ingeniado para pasar dos a?os sin besarla.
– Se?or, no me reproch?is ahora mi infortunio.
El se?or de Kercadiou estaba muy envarado. Echaba hacia atr?s la cabeza y su clara mirada se mostraba adusta.
– ?Ya olvidaste que me ofendiste escapando de un modo tan desconsiderado y sin darnos la menor noticia de si estabas vivo o muerto?
– Al principio era muy peligroso descubrir mi paradero. Luego, durante un tiempo, padec? necesidad, estaba casi en la miseria, pero, despu?s de lo que hab?a hecho y de la opini?n que deb?ais tener de m?, mi orgullo me imped?a apelar a vuestra ayuda. Despu?s…
– ?En la miseria? -le interrumpi? el se?or de Kercadiou.
Por un momento, sus labios temblaron. Despu?s recobr? su presencia de ?nimo y frunci? las cejas mientras observaba el esplendor del vestido de Andr?-Louis, las hebillas y los tacones rojos de su calzado, la espada con pu?o de plata incrustado de perlas, y el cabello -que ?l siempre hab?a visto despeinado- ahora cuidadosamente cortado y peinado.
– Pues ahora no pareces estar en la miseria -dijo mof?ndose de ?l.
– No lo estoy. He prosperado bastante desde entonces ac?. En eso me distingo del hijo pr?digo que vuelve s?lo para pedir ayuda. Yo he vuelto ?nicamente porque os amo, y para dec?roslo. He venido a veros en cuanto supe de vuestra presencia aqu?. ?Querido padrino! -exclam? avanzando con la mano tendida.
Pero el se?or de Kercadiou permaneci? inflexible, encastillado en su rencor, en su fr?a dignidad.
– Cualesquiera que hayan sido tus tribulaciones, no son nada comparadas con lo que merec?a tu conducta, y advierto que no han disminuido tu descaro. ?Crees que basta con llegar aqu? y exclamar «?querido padrino!» para que todo sea perdonado y olvidado? Est?s equivocado. Has hecho demasiado da?o, has atacado todo cuanto yo creo y sostengo, incluy?ndome a m?, pues traicionaste la confianza que hab?a depositado en ti. T? eres uno de los malditos granujas responsables de esta revoluci?n.
– ?Ay, ya veo que incurr?s en el error m?s com?n! Esos malditos granujas s?lo piden una Constituci?n, como les prometi? la Corona. Ellos no pod?an saber que la promesa era falsa o que su realizaci?n ser?a obstaculizada por las clases privilegiadas. Si alguien ha radicalizado esta revoluci?n son los nobles y los curas.
– ?A estas alturas todav?a te atreves a decir delante de m? tan abominables mentiras? ?Te atreves a decir que los nobles han hecho la revoluci?n cuando muchos de ellos, siguiendo el ejemplo del duque de Aiguillon, han dejado sus privilegios y hasta sus t?tulos en manos del pueblo? ?Acaso puedes negarlo?
– ?Oh, no! Despu?s de incendiar su casa, ahora tratan de apagar las llamas ech?ndole agua, y cuando fracasan le echan toda la culpa al fuego.
– Veo que has venido aqu? a hablar de pol?tica.
– Nada m?s lejos de mi intenci?n. He venido, si es posible, a explicarme. Comprender es siempre perdonar. Eso dijo Montaigne. Si yo pudiera haceros comprender…
– No puedes. Jam?s comprender? c?mo te convertiste en algo tan odioso para Breta?a.
– ?Odioso? Eso no.
– Digo odioso para los que importan. Dicen que eres