Scaramouche - Sabatini Rafael 28 стр.


De pronto, el se?or de La Tour d'Azyr sinti? que una duda perturbaba sus esperanzas con respecto a Aline. Una duda originada en la intimidad de aquel Moreau con el se?or de Kercadiou. Sab?a cu?l hab?a sido antes esa relaci?n y c?mo luego se interrumpi? a causa de la ingratitud de Moreau al volverse contra la clase a la que pertenec?a su benefactor. Lo que no sab?a era que se hab?an reconciliado. Durante el ?ltimo mes -puesto que las circunstancias le hab?an llevado a romper su promesa de evitar cualquier contacto con los pol?ticos-, el joven no se hab?a aventurado a pasar por Meudon, y su nombre nunca sali? a relucir en presencia del marqu?s en el transcurso de sus visitas. Por eso, y s?lo ahora, el marqu?s se enteraba de aquella reconciliaci?n, pero al mismo tiempo, se enteraba de que la ruptura entre padrino y ahijado se reiteraba, haciendo que el abismo entre ellos fuera mayor que nunca. As? que no vacil? en revelar su verdadera situaci?n.

– Hay una ley. La ley que ese joven imprudente invoca: la ley de la espada -dijo el marqu?s muy serio, casi triste, pues sab?a que era un tema delicado-. No se puede permitir que contin?e indefinidamente su carrera de maldad y asesinatos. Tarde o temprano se encontrar? con una espada que vengar? a las otras. Como sabr?is, mi primo Chabrillanne est? entre sus v?ctimas, pues lo mat? el martes pasado.

– Si no os he dado mi p?same -dijo el caballero de Kercadiou-, es porque la indignaci?n ahoga en m? cualquier otro sentimiento. ?El muy canalla! ?Dec?s que tarde o temprano encontrar? una espada que vengar? las otras! ?Quiera Dios que sea pronto!

– Creo que vuestra oraci?n no tardar? en ser escuchada -contest? el marqu?s-. Ese maldito joven tiene otro duelo ma?ana, y puede que le ajusten definitivamente las cuentas.

Hablaba con tanta calma y convicci?n que sus palabras sonaron a sentencia de muerte. S?bitamente desapareci? la rabia del se?or de Kercadiou. Su rostro purp?reo se torn? p?lido, y el miedo se reflej? en sus ojos desorbitados y en el temblor de sus labios. El marqu?s comprendi? que la furia del se?or de Kercadiou contra Andr?-Louis no era m?s que un enfado irreflexivo, y que su deseo de que alguien castigara pronto a su ahijado hab?a sido inconscientemente falso. Enfrentado ahora a la posibilidad de que tuviera un justo castigo, la bondad, que era la esencia de su car?cter, triunf? sobre su enojo convirti?ndolo en terror. El cari?o que sent?a por Andr?-Louis surgi? a la superficie haciendo que el pecado de su ahijado pareciera poca cosa comparado con el castigo que le amenazaba.

El se?or de Kercadiou se humedeci? los labios.

– ?Con qui?n es el duelo? -pregunt? esforz?ndose por aparentar serenidad.

– Conmigo -contest? el se?or de La Tour d'Azyr bajando los ojos, consciente de que su respuesta causar?a una pena profunda. Enseguida, advirti? el d?bil grito de Aline y vio que el se?or de Kercadiou daba un paso atr?s. Entonces procedi? a dar la explicaci?n que consider? necesaria:

– En vista de sus relaciones con vos, se?or de Kercadiou, y a causa del profundo respeto que os profeso, trat? de impedirlo, aunque, como comprender?is, la muerte de mi amigo y primo Chabrillanne exig?a una respuesta de mi parte. Eso sin contar que mi circunspecci?n ya empezaba a suscitar las cr?ticas de mis amigos. Pero ayer ese temerario joven hizo lo imposible por sacarme de mis casillas. Me provoc? deliberadamente y en p?blico. Me insult? groseramente, y… ma?ana por la ma?ana… nos batiremos en el Bois.

Al final vacil? un poco, consciente de la atm?sfera hostil que de pronto le rodeaba. La hostilidad del se?or de Kercadiou ya la esperaba, pues hab?a visto el cambio repentino que se hab?a producido en ?l; pero la hostilidad de Aline le cogi? por sorpresa.

El marqu?s empez? a vislumbrar un c?mulo de dificultades. Un nuevo obst?culo surg?a en su camino. Pero su orgullo herido y su sentido de la justicia no admit?an ninguna debilidad.

Amargamente se daba cuenta, tanto si miraba al t?o como a la sobrina, de que aunque ma?ana lo matara, incluso despu?s de muerto Andr?-Louis se vengar?a de ?l. No hab?a exagerado al decirse que aquel joven era la pesadilla de su vida. Ahora ve?a claramente que, hiciera lo que hiciere, jam?s podr?a vencerlo. Andr?-Louis siempre dir?a la ?ltima palabra. Su amargura, su rabia y su humillaci?n -algo casi desconocido para ?l- revelaban su impotencia, y eso mismo hizo que su prop?sito fuera a?n m?s firme.

Por eso ahora se mostraba sosegado e inflexible, dando a entender que aceptaba lo ineluctable. No hab?a en su actitud nada que pudiera reprocharse, nada que hiciera pensar que renunciar?a al funesto encuentro. As? lo advirti? el se?or de Kercadiou, quien suspir?:

– ?Dios m?o!

Como siempre, el se?or de La Tour d'Azyr hizo lo que era de rigor. Se despidi?, pues permanecer m?s tiempo en un sitio donde sus palabras provocaban tal efecto hubiera sido impropio. De modo que se fue con una amargura s?lo comparable a su anterior optimismo; la miel de la esperanza se hab?a transformado en hiel nada m?s llev?rsela a los labios. ?Oh, s?, la ?ltima palabra siempre la ten?a Andr?-Louis Moreau!

T?o y sobrina se miraron cuando el caballero sali?, y en los ojos de ambos se reflejaba el horror. La lividez de Aline era casi cadav?rica y no dejaba de retorcerse las manos angustiada.

– ?Por qu? no le pediste… por qu? no le rogaste…? -exclam?.

– ?Para qu?? -contest? su t?o-. ?l tiene raz?n, y… y… hay cosas que no se pueden pedir, cosas que ser?a humillante pedir -y se sent? suspirando-. ?Oh, pobre muchacho… pobre muchacho descarriado!

Ninguno de los dos ten?a la m?s m?nima duda acerca del desenlace de aquel duelo. El aplomo con que hab?a hablado el marqu?s no auguraba nada bueno. El se?or de La Tour d'Azyr nunca fanfarroneaba, y ellos sab?an que era muy diestro con la espada.

– ?Qu? importa humillarse cuando la vida de Andr?-Louis est? en peligro? -protest? Aline.

– Lo s?… ?Dios m?o! Y yo mismo me humillar?a si supiera que as? puedo evitar ese duelo. Pero el marqu?s es un hombre duro, inflexible y…

Ella le dej?, y sali? bruscamente al jard?n. Corri? hasta alcanzar al marqu?s cuando iba a subir al carruaje. Al o?r su voz, ?l se volvi? y se inclin?.

– ?Se?orita?…

Enseguida adivin? su prop?sito, saboreando anticipadamente la amargura de tener que decirle que no. Pero Aline insisti? tanto que volvi? con ella al vest?bulo de suelo ajedrezado en blanco y negro. ?l se apoy? en una mesa de roble y ella se sent? en el sill?n tapizado con seda carmes? que estaba al lado.

– Se?or, no puedo permitir que part?is as?. No pod?is imaginar el golpe que ser?a para mi t?o si… si ma?ana tiene lugar ese funesto encuentro. Las expresiones que ?l us? al principio…

– Se?orita, me he dado cuenta de lo que en realidad significaban esas expresiones. Creedme, me siento profundamente desolado ante lo inesperado de las circunstancias. Es preciso que me cre?is. Es todo cuanto os puedo decir.

– ?Eso es realmente todo? ?Mi t?o quiere tanto a Andr?! -exclam? ella.

El tono suplicante de Aline hiri? al marqu?s como un cuchillo, y s?bitamente surgi? en su alma otra emoci?n, una emoci?n absolutamente indigna del orgullo de su linaje, que casi parec?a mancharle, pero que no pudo reprimir. Vacil? ante la posibilidad de exteriorizar semejante sospecha, vacil? ante la idea de sugerir ni remotamente que un hombre de tan innoble ascendencia pudiera ser su rival. Pero aquel repentino ataque de celos fue m?s fuerte que su orgullo.

– ?Y vos, se?orita? ?Vos tambi?n quer?is a ese Andr?-Louis Moreau? Os pido perd?n por la pregunta, pero necesito saberlo con claridad.

Entonces vio que la joven se ruborizaba. Primero vio en su rostro confusi?n, y luego el brillo de los ojos azules de Aline le anunci? que era m?s bien enojo. Eso le consol?, pues al fin y al cabo la hab?a insultado. No se le ocurri? pensar que aquel enojo pudiera tener otro origen.

– Andr?-Louis y yo fuimos compa?eros de juegos en la infancia. Tambi?n yo le quiero mucho; casi le considero un hermano. Si yo necesitara algo y mi t?o no estuviese a mi lado, Andr?-Louis ser?a el ?nico hombre a quien ir?a en busca de ayuda. ?Basta con esta respuesta, caballero? ?O quer?is saber algo m?s?

?l se mordi? los labios. Pens? que estaba nervioso aquella ma?ana; de otro modo, no se le hubiera ocurrido hacer aquella est?pida pregunta con que la hab?a ofendido. Hizo una profunda reverencia.

– Se?orita, perdonad que os haya molestado con mi pregunta. Hab?is dicho m?s de lo que yo hubiera podido esperar.

Y no dijo nada m?s d?ndole a ella la posibilidad de seguir hablando. Pero Aline no sab?a qu? palabras emplear. Se qued? callada, frunciendo las cejas y tamborileando nerviosamente con los dedos en la mesa, hasta que al fin entr? precipitadamente en el tema que le interesaba.

– Se?or, os ruego que suspend?is ese duelo.

Vio c?mo el marqu?s arqueaba ligeramente las cejas, vio su ef?mera sonrisa apenada, y prosigui?:

– ?Qu? honor pod?is satisfacer en semejante encuentro?

Astutamente ella apelaba a su arrogancia, pues sab?a que era el sentimiento dominante en el marqu?s, un sentimiento que no le hab?a sido muy provechoso.

– No busco satisfacer ning?n honor, se?orita, sino justicia. El encuentro, como ya expliqu? antes, no lo he buscado yo. Me ha sido impuesto, y mi honor no me permite retroceder.

– ?Qu? deshonra puede haber en perdonarle? ?Acaso alguien osar?a poner en duda vuestro valor? Nadie podr?a mal interpretar vuestros motivos.

– Os equivoc?is, se?orita. Sin duda mis motivos ser?an mal interpretados. Olvid?is que ese joven ha adquirido en la ?ltima semana cierta reputaci?n capaz de hacer vacilar a cualquiera que vaya a enfrentarse con ?l.

Ella contest? casi desde?osamente, como si eso fuera algo sin importancia.

– A cualquiera menos a vos, se?or marqu?s.

Se sinti? halagado por la dulzura de su confianza. Pero detr?s de aquella dulzura hab?a un gran amargor.

– A m? tambi?n, se?orita, puedo asegurarlo. Y hay algo m?s. Ese desaf?o al cual el se?or Moreau me ha forzado no es ninguna novedad. Es la culminaci?n de la larga persecuci?n de que me ha hecho v?ctima.

– Persecuci?n que os hab?is buscado -dijo ella-. ?sa es la verdad, se?or marqu?s.

– Nada m?s lejos de mi intenci?n, se?orita.

– Vos matasteis a su mejor amigo.

– En ese sentido no tengo nada que reprocharme. Mi justificaci?n est? en las circunstancias, como ha quedado confirmado tras los disturbios que han estremecido este desdichado pa?s.

– Y… -Aline titube?, apartando por primera vez la mirada-. Y vos… vos le… ?Y qu? hay de la se?orita Binet, con la que ?l pensaba casarse?

?l la mir? sorprendido.

– ?Con la que pensaba casarse? -repiti? incr?dulo, casi consternado.

– ?No lo sab?ais?

– Pero ?y c?mo lo sab?is vos?

– ?No os dije que somos casi como hermanos? ?l me lo dijo antes… antes de que vos lo hicieseis imposible.

?l desvi? la mirada, pensativo y cabizbajo, casi aturdido.

– Hay -dijo quedamente- una singular fatalidad entre ese hombre y yo que hace que nuestros caminos se crucen constantemente…

Tras suspirar, volvi? a mirarla frente a frente, y habl? m?s en?rgicamente.

– Se?orita, hasta ahora yo no ten?a conocimiento… no ten?a ni la menor sospecha de eso. Pero… -se interrumpi?, pens? un instante y se encogi? de hombros-: Pero si le hice da?o fue inconscientemente. Ser?a injusto acusarme de lo contrario. La intenci?n es lo que cuenta en nuestros actos.

– Pero el da?o sigue siendo el mismo.

– Eso no me obliga a negarme a lo que irrevocablemente he de hacer. Por otra parte, ninguna justificaci?n podr?a ser mayor que la pena que esto le ocasiona a mi buen amigo, vuestro t?o, y tal vez a vos misma, se?orita.

Ella se levant? de pronto, desesperada, dispuesta a jugar su ?nica carta.

– Se?or -dijo-, hoy me hicisteis el honor de hablarme en ciertos t?rminos, de… de aludir a ciertas esperanzas con las que me honr?is.

?l la mir? casi asustado. En silencio, esper? a que ella continuara.

– Yo… yo… Por favor, comprended, se?or marqu?s, que si persist?s en ese asunto, si… no anul?is ese compromiso de ma?ana en el Bois, no deb?is conservar ninguna esperanza, pues jam?s podr?is volver a acercaros a m?.

Era lo ?ltimo que pod?a hacer. A ?l correspond?a ahora aprovechar la puerta que ella le abr?a de par en par.

– Se?orita, vos no pod?is…

– S? puedo hacerlo, se?or, irrevocablemente… Por favor, os ruego que lo comprend?is.

?l se puso p?lido y la mir? con l?stima. La mano que el marqu?s antes hab?a levantado en se?al de protesta empez? a temblar. La dej? caer para que Aline no advirtiese aquel temblor. As? permaneci? un breve instante, mientras en su interior se libraba una batalla, la lucha entre su deseo y lo que le dictaba su sentido del deber, sin percibir c?mo aquel sentido del honor se transformaba en implacable sed de venganza. Suspender el duelo, se dijo, equivaldr?a a caer en la m?s abyecta verg?enza, y eso era inconcebible. Aline ped?a demasiado. No pod?a saber lo que estaba pidiendo, porque si lo supiera no ser?a tan injusta, tan poco razonable. Al mismo tiempo, sab?a que era in?til tratar de que lo comprendiera.

Era el fin. Aunque a la ma?ana siguiente matara a Andr?-Louis Moreau, como esperaba hacer, la victoria siempre ser?a para aquel intr?pido joven. El marqu?s se inclin? profundamente, con la pena que inundaba su coraz?n reflejada en el rostro.

– Se?orita, os presento mis respetos -murmur? y se volvi? para irse.

Azorada, atolondrada, ella se levant? llev?ndose una mano al coraz?n. Entonces grit? aterrada:

– Pero… ?si a?n no me hab?is contestado!

?l se detuvo en el umbral y se volvi?, y desde la sombra del vest?bulo Aline vio su graciosa silueta recort?ndose contra el resplandor del sol. Esa imagen suya la perseguir?a obstinadamente como algo siniestro y amenazador a lo largo de las horas de pavor que seguir?an.

– ?Qu? quer?is que haga, se?orita? He querido evitarme y evitaros el dolor de una negativa.

Y se fue, dej?ndola acongojada y furiosa.

Aline se dej? caer de nuevo en el gran sill?n carmes? y all? permaneci?, acodada en la mesa y cubri?ndose el rostro con las manos.

Un rostro ardiente de verg?enza y de pasi?n.

?Se hab?a ofrecido y la hab?an rechazado! Aquello era inconcebible. Le parec?a que semejante humillaci?n era una m?cula imborrable en su conciencia.

CAP?TULO XI El regreso de la calesa

Aquel d?a el se?or de Kercadiou escribi? una carta:

Ahijado -empezaba sin ning?n adjetivo que indicara afecto-, he sabido, con pena e indignaci?n, que otra vez has faltado a la palabra que me diste de abstenerte de toda actividad pol?tica. Con mayor pena e indignaci?n todav?a, me he enterado de que, de un tiempo a esta parte, te has convertido en alguien que abusa de la destreza adquirida en la esgrima contra los de mi clase, contra los de la clase a la cual debes todo lo que eres. Tambi?n s? que ma?ana tendr?s un encuentro con mi buen amigo, el se?or de La Tour d'Azyr. Un caballero de su alcurnia y abolengo tiene ciertas obligaciones que, por su nacimiento, le impiden suspender un compromiso de esa naturaleza. Pero t? no tienes esa desventaja. Un hombre de tu clase puede negarse a cumplir un compromiso de honor, o bien dejar de asistir a ?l sin que eso entra?e un sacrificio. Los partidarios de tus ideas opinar?n que puedes hacer uso de una justificada prudencia. Por consiguiente, te suplico -y creo que por los favores que has recibido de m?, podr?a orden?rtelo- que te abstengas de asistir a la cita de ma?ana. Si mi autoridad no basta, como se deduce de tu pasada conducta en la que ahora has reincidido, si tampoco puedo esperar de ti un justo sentimiento de gratitud hacia m?, entonces debes saber que en caso de sobrevivir a ese duelo, no quiero volver a verte, pues para m? habr?s muerto. Si todav?a te queda una chispa del afecto que alguna vez me demostraste, o si para ti significa algo mi afecto que, a pesar de los pesares, me hace escribir esta carta, no te negar?s a hacer lo que te pido.

Ciertamente no era una carta diplom?tica. El se?or de Kercadiou carec?a de tacto. Cuando Andr?-Louis la ley? el domingo por la tarde, s?lo vio en aquella carta preocupaci?n por la posible muerte del se?or de La Tour d'Azyr, su

Creyendo que su padrino estaba angustiado por su predestinada v?ctima, se sinti? irritado al leer su carta; del mismo modo que ahora la visita de Aline le enfurec?a. Sospechaba que la joven no hab?a sido franca con ?l; que la ambici?n la impulsaba a considerar como un honor casarse con el se?or de La Tour d'Azyr. Y eso -aparte de vengar el pasado- era lo que m?s le acicateaba para batirse con el marqu?s: salvarla de caer en sus garras.

La joven le contempl? boquiabierta, asombrada de su serenidad en aquel momento.

– ?Qu? tranquilo est?s, Andr?! -exclam?.

– Yo nunca pierdo la calma, de lo cual me enorgullezco.

– Pero… ?Oh, Andr?! Ese duelo no debe tener lugar -dijo acerc?ndose a ?l y poni?ndole las manos en los hombros mientras le sosten?a la mirada.

– ?Conoces alguna raz?n de peso para que no tenga lugar? -dijo ?l.

– Podr?as morir -contest? ella y sus pupilas se dilataron.

Aquello era tan distinto de lo que ?l esperaba que, por un momento, s?lo atin? a mirarla asombrado. Entonces crey? comprender. Se ech? a re?r mientras apartaba las manos de la joven de sus hombros y retroced?a un paso. Aquello no era m?s que una trivial estratagema, una ni?er?a indigna de ella.

– ?Realmente pens?is, tanto t? como mi padrino, que conseguir?is vuestro prop?sito tratando de asustarme? -y se ech? a re?r burlonamente.

– ?Oh! ?Est?s loco de atar! Todo el mundo sabe que el marqu?s de La Tour d'Azyr es el espadach?n m?s peligroso de Francia.

– Esa fama, como sucede en la mayor?a de las ocasiones, es injustificada. Chabrillanne era tambi?n un espadach?n peligroso, y est? bajo tierra. La Motte -Royau era todav?a m?s diestro con la espada, y est? en manos de un cirujano. Y as? son todos esos espadachines, que no son m?s que matarifes que sue?an con descuartizar a este abogado de provincia como si fuera un carnero. Hoy le toca el turno al jefe de todos ellos, ese mat?n de capa y espada. Tenemos que arreglar una vieja cuenta pendiente. Y, ahora, si no tienes otra cosa que decir…

Era el sarcasmo de Andr?-Louis lo que la dejaba perpleja. ?C?mo pod?a estar tan seguro de que saldr?a ileso de aquel duelo? Al desconocer su maestr?a como espadach?n, Aline lleg? a la conclusi?n de que toda aquella entereza no era m?s que otra de sus comedias. Y en cierto modo era verdad que Andr?-Louis estaba actuando.

– ?Recibiste la carta de mi t?o? -le pregunt? ella cambiando de t?ctica.

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