La Joven De Las Rosas - Kretser Michelle de 11 стр.


El reloj de la repisa de la chimenea da la hora. Pronto Jacques llegara con su

7

El chico que hacia recados a Joseph le trajo la noticia de que Luzac habia sido elegido alcalde y Ricard tenia un cargo en el ayuntamiento. Despues de dias lloviznando, la combinacion de la buena noticia y el sol de junio fue irresistible. Por una vez, la sala de espera estaba vacia. ?Por que no?, penso, y cerro con llave la puerta antes de cambiar de opinion.

Se sentia alegre y lleno de buena voluntad; exactamente igual que aquella ocasion en que habia salido a dar una vuelta en barca en lugar de quedarse estudiando para un examen. ?Como se llamaba ese estudiante suizo con la mancha de nacimiento roja en el cuello que se habia caido al agua y despues casi murio de fiebres?

Un gato rayado que dormitaba en un muro al sol ronroneo cuando le hizo cosquillas en las orejas. Pensaba en una chica que olia a violetas y cebollas, como habia apagado de un soplo la vela de su mesilla de noche. Silbo de forma poco melodiosa y un canario en un balcon le devolvio el silbido.

La charcuteria de Ricard estaba en una de las pocas calles respetables de Lacapelle, un vecindario donde vivian y hacian compras los artesanos y comerciantes. Joseph paso por delante de una ferreteria y una confiteria, ambas cerradas porque era mediodia, descanso que duraba hasta las tres y media. Dos ninas, con vestidos identicos, jugaban con un aro en la calle. En sus miembros solidos y el color de su tez y su pelo no vio rastro de Lisette; aunque tal vez los cabellos color zanahoria de la mas pequena tenian tendencia a ensortijarse. Les sonrio y ellas se quedaron mirandole con los ojos azul mate de su padre. La charcuteria tambien seguia cerrada. Pero la joven sentada en el escalon, vigilando con apatia a las ninas mientras desvainaba guisantes en un cuenco de esmalte azul, le aseguro que la familia hacia rato que habia terminado de comer y fue a buscar a su senora. Fue Ricard, sin embargo, quien aparecio en el callejon cubierto que corria paralelo a la tienda, llenando el estrecho espacio con sus anchos hombros. Recibio la enhorabuena de Joseph con una amplia sonrisa e insistiendo en que pasara y brindara por la ocasion.

Dentro, el olor a guiso era abrumador. Se hizo aun mas intenso cuando siguio a Ricard por un estrecho pasillo de baldosas verdes y blancas hasta la trastienda. Pero la habitacion en si era bastante agradable: habia un jarron verde con flores amarillas en la mesa, cubierta con un hule marron oscuro; las paredes estaban empapeladas, como se habia puesto de moda recientemente, a rayas amarillas y verdes. En una esquina relucia un busto de yeso… ?de Casio?, uno de esos republicanos de la Antiguedad que volvian a estar de moda. El entarimado del suelo, el hule y el aparador de nogal brillaban. Si la familia habia almorzado alli, no habia rastro de comida: ni una miga o mancha en la mesa.

Ricard le contaba con despreocupado orgullo que la mayor parte de la comida que vendian en la tienda la producian ellos. Se acerco cojeando a otra puerta abierta y se hizo a un lado para que Joseph echara un vistazo dentro. La pared del fondo de la enorme cocina estaba ocupada por un enorme fogon de hierro forjado. Vio tenedores de mango largo, cuchillos, una coleccion de sartenes, una palangana llena hasta el borde de un liquido oscuro, la superficie de una mesa enorme cubierta de marcas, un tarro de grasa dorada, baldosas del color de la sangre seca, dos cubos junto a la puerta que daba al patio. Un muchacho alto con fuerte acne estaba de pie ante la mesa metiendo mantequilla salpicada de perejil en el caparazon de un caracol.

Ricard cortaba en lonchas una salchicha seca de grano grueso y las dejaba en un plato. La habia hecho el, dijo, con cerdo, beicon, sal y pimienta verde, todo embutido a mano en la piel de la salchicha; Joseph tenia que probarla. Tambien tenia un jamon cocinado

courtbouillon.

La cocina estaba todo lo impecable que podia estar un lugar, y por la puerta del patio entraba aire fresco. Sin embargo, el calor era terrible y el olor insoportable. Joseph entonces creyo entender por que Lisette estaba tan delgada; el mismo perderia el apetito si se sentara cada dia a comer con ese olor en las fosas nasales. No era de extranar que fregase las habitaciones como quien elimina el rastro de un crimen. Murmuro las palabras de admiracion que se esperaban de el y, aceptando el plato que le ofrecia, se alegro cuando por fin se cerro la puerta de ese lugar infernal.

El carnicero saco dos vasos y una botella de un liquido incoloro del aparador. Licor de ciruela, dijo, hecho por su madre, que vivia con su hija casada en un pueblo una legua al sur. Tenia la camisa arremangada, dejando al descubierto unos antebrazos musculosos que terminaban en manos delgadas y bien moldeadas, como si se hubiera despertado con prisas y puesto en las munecas el par que no debia.

Entrechocaron los vasos y bebieron por la Revolucion. Joseph bebio de un trago el licor y jugueteo con sus lentes mientras Ricard volvia a llenarle el vaso. Pero el carnicero solo comento que tenian bastantes motivos para estar de celebracion.

– No hace ni dos meses que yo estaba en prision y Castelnau pertenecia a Caussade.

Bebieron cada uno a la salud del otro. Esta vez Joseph lo hizo circunspecto, luego senalo con el vaso la cicatriz roja que su amigo tenia sobre el ojo izquierdo.

– ?Estas totalmente recuperado? ?No tienes dolores de cabeza? -Pregunto seguro de la respuesta, pero queriendo oirla de todos modos.

Ricard se llevo una mano a la cicatriz.

– Me olvido de que esta ahi. -Sacando la pipa y el tabaco, sonrio a Joseph-. Por lo que tengo que estarte agradecido.

– Olvidalo -dijo, encantado-, era una herida poco profunda. Se habria cerrado de todos modos. -Movio en sentido circular el contenido de su copa-. Lo de Luzac si que fue por poco. El hueso se hizo anicos, y si la gangrena se hubiera extendido… -Comio algo de jamon; era realmente delicioso.

Al cabo de un rato, Ricard dijo:

– Luzac habra perdido en brazos, pero ha logrado enriquecerse en otros sentidos. -Y ante la mirada de incomprension de Joseph-: ?No lo sabes? Ha comprado las granjas y todas las tierras que pertenecian al convento. ?Por que crees que recriminaba furioso a Caussade que pospusiera la venta?

– Bueno… porque es contrarrevolucionario.

– La gente como Luzac solo ve la Revolucion como una oportunidad unica para hacer negocios. Tambien esta comprando las tierras de Caussade.

– Pero yo creia que Luzac estaba de nuestra parte -solto Joseph. Se bebio su licor de ciruela desafiante cuando Ricard sonrio.

El carnicero se inclino hacia delante.

– Tienes toda la razon, y no esta bien que me ria. Es el licor, ?sabes?, no tengo cabeza para el, y menos al mediodia.

Siguio un rato de silencio. Luego Joseph dijo:

– Todo era mas sencillo hace dos anos, ?verdad? -Preguntandose si eso tambien era ingenuo, se arriesgo a mirar los ojos azules de Ricard.

– Si, pero el ochenta y nueve solo fue el comienzo. Cuando las cosas se ponen dificiles es facil que un hombre se extravie. Si el objetivo a conseguir merece la pena, la lucha tiene que ser forzosamente larga y complicada. -Ricard hablaba a menudo en voz baja, incluyendote en la intimidad de sus pensamientos.

Una tabla del suelo crujio en el piso de arriba.

– Mi mujer esta indispuesta -dijo el carnicero.

Joseph habia dado por hecho que habia salido. Pero deberia haber preguntado por ella, de todos modos. Siempre metia la pata en cosas tan sencillas como esa. Se paso la lengua por los labios.

– Si puedo hacer algo…

– Gracias, pero… -Ricard hizo un ademan-. Las molestias propias de las mujeres. -Y al cabo de un momento anadio-: He oido decir que te van mejor las cosas profesionalmente. Luzac me dice que su nuera no habla mas que de lo listo que es el nuevo medico que le quito la tos y te esta recomendando a todas sus amistades.

– Un diagnostico afortunado. -Joseph hizo un dibujo invisible en el hule-. A veces creo que me paso el dia diciendo a la gente lo que quiere oir: prescribiendo carne picada en las casas ricas, cebolla en las pobres, oraciones a los devotos, brandy a los pecadores.

– Si eso es cierto, y estoy seguro de que estas subestimando tu talento, no tienes de que avergonzarte. No hay arte mas grande que leer el pensamiento de los hombres.

En todo el intrincado mundo, ?quien mas se molestaba en hablarle asi?

Comio trozo tras trozo de excelente salchicha, observando el fragante humo azulado de la pipa que se elevaba en espiral en un rayo de luz, y todo volvio a estar bien.

– Dime -dijo el carnicero-, ?que piensas de Saint-Pierre? ?Crees que esta cuerdo?

– ?Saint-Pierre? Por supuesto que si. Estuvo en el tribunal, ?recuerdas? Sentencio a muerte a ese oficial por matar al chico del puente. -Joseph se agito al pensar en su ruidosa caida al agua, la pistola apuntandolo, los ojos castano claro mirandolo de arriba abajo-. Asisti al juicio, tuve que testificar. Por supuesto que Saint-Pierre esta cuerdo.

– Yo tambien lo creo -dijo Ricard con calma-. Pero tu tienes buen ojo para la gente. Y en realidad estaba pensando en su familia.

– ?Sophie? ?Mathilde? Son…

8

Finales de octubre y el cielo nacarado de primera hora de la manana.

Sophie procuraba andar por el centro del sendero, esquivando el rocio que seguia aferrado a la larga hierba. Tenia la mente ocupada en parte por el recado que se disponia a hacer, en parte por el vestido verde y amarillo que llevaba por segunda vez. Se lo habia dado Clarie, que habia decidido que el color no le favorecia; siempre se encargaba los vestidos con generosos dobladillos que podian alargarse para Sophie. Pero ?este no dejaba ver las botas demasiado? ?Era demasiado tarde para acortarlo para Mathilde?

El sendero se curvaba hacia la izquierda y la torre de la iglesia aparecio ante ella. En primer plano, un caballo gris pacia en la zanja verde. Cerca, un hombre desplomado en la humeda hierba.

– ?Doctor Morel?

El se puso de pie como si no recordara muy bien como hacerlo. Ella advirtio que no se habia afeitado y que tenia el cabello mojado, y se le ocurrio que tal vez estaba borracho. El sol, que salio detras de una nube, puso la parte superior de sus orejas de un tono naranja rosado.

– Felix Morin ha muerto -dijo.

– ?Felix? Pero si yo iba a su casa -dijo ella, como si eso lo hiciera imposible.

El miro la cesta que ella sostenia.

– Puede ahorrarse el jabon… ?o era una botella de brandy? Lo que sea, ya no lo necesitara.

Ella no le habia creido capaz de ser tan brusco. Sus modales, asi como la noticia, la impresionaron tanto que solto una perogrullada.

– Pasan cosas tan horribles…

El se quedo mirandole las botas. Pregunto con brusquedad:

– ?Me acompana? -Y dio media vuelta antes de que Sophie pudiera responder.

Ella dejo la cesta detras del seto y corrio tras el; lo alcanzo cuando se adentraba en un sendero que cruzaba los campos marrones y pelados. Por unos instantes anduvieron en silencio, Sophie esforzandose por seguirle el ritmo, mientras las puntas de sus botas se ennegrecian por la hierba.

Rodearon un grupo de jovenes robles y salieron a la soleada falda de una colina, donde el sendero corria paralelo a una estrecha canada verde oscuro. Como un rio de hierba, penso ella, deteniendose para recuperar el aliento.

El se detuvo cuando ella lo hizo.

– Casi no hay una casa en Lacapelle donde no haya muerto un nino en las pasadas semanas. Con el primer frio aparece la fiebre y se propaga como el fuego. Los he visto morir noche tras noche. Felix fue a visitar a sus primos de la ciudad y volvio con tos. Hace dos dias se quejo de dolor de garganta. Su padre me llamo anoche… esta madrugada. En cuanto vi al nino supe que llegaba demasiado tarde. Toda la parte posterior de la garganta era como terciopelo blanco. La enfermedad habia invadido la laringe. De todos modos, tense la piel de encima de la traquea, tenia que intentarlo. Pero me temblaba demasiado la mano para hacer la incision. El dejo de respirar. Su padre maldijo y me grito que salvara a su hijo. De modo que efectue un corte en la traquea del nino e inserte el tubo. Le alivio un poco, durante un par de horas. Pero las falsas membranas siguieron formandose, cada vez mas profundas, hasta donde no llegaba el tubo. De pronto se atraganto y murio. Saque el tubo y sali. El cielo empezaba a palidecer. Recorri la calle hasta el pozo y meti la cabeza en un cubo de agua. Cuando volvi, Morin estaba sentado en una silla con el nino en su regazo. La lampara seguia encendida.

Se quito los anteojos y Sophie vio sus grandes ojos grises, del color del rio en invierno.

– Tenia seis anos. -Se cubrio la cara con las manos.

Ella le cogio los anteojos, se los limpio con la manga y dijo con toda la ternura de que fue capaz:

– Esta agotado. Tiene que dormir y comer algo. Por favor, venga a casa conmigo.

El dejo caer las manos. Luego se acerco un paso mas a ella. No puede ser… Debo de estar imaginandolo… me esta mirando como si… Sophie se apresuro a decir:

– Los Morin tienen mas hijos, y Agnes todavia es joven, tendran otros. Es terrible pero pasara, ya lo vera. -Se referia a su angustia, asi como a todo lo demas.

El le arrebato los anteojos y se los puso bruscamente. La manana se lleno al instante de espeso e implacable vidrio.

– Eso es muy tipico de los de su clase -dijo-. Supongo que le conviene creer que en el fondo a los pobres nos les importan mucho sus hijos. Les tranquiliza la conciencia respecto a las condiciones en que viven… y mueren.

– No he dicho eso -protesto ella-. No crei… pero no era mi intencion… No…

Ese vestido… que color tan vil. Como pus, penso Joseph. Paso por su lado sin decir palabra y regreso, a paso rapido, al pueblo.

9

Su mirada amarilla nunca se aparta del rostro de ella. Con la cabeza ladeada, escucha con atencion.

– «?Cuanto habeis cambiado vos, y solo vos, en estos dos meses! -entona Mathilde-. ?Donde estan vuestra languidez, vuestro disgusto, vuestra expresion de desaliento! Las Gracias han vuelto a ocupar sus puestos; todos vuestros encantos os han sido devueltos; la rosa recien abierta no esta mas fresca y radiante…», etcetera… Este trozo es bueno: «?Oh, cuan infinitamente mas amable os mostrabais cuando no erais tan hermosa! ?Cuanto echo de menos esa lastimosa palidez, precioso aval de la felicidad del amante, y detesto esa briosa salud que habeis recuperado a expensas de mi reposo!».

El libro se le resbala del regazo y cae en la alfombra.

– «?Cuanto detesto esa briosa salud!» -dice ella, rascandole detras de las orejas.

El perro le lame la barbilla.

– «Esos ojos brillantes, esa tez radiante…» Pero ahora tienes que bajarte… -

El suspira y cierra los ojos.

– «Estoy cansado de sufrir en vano…» -Ella cambia de postura, como si fuera a ponerse en pie.

Aterrizando pesadamente a los pies de ella,

La llave esta guardada en la caja de madera labrada, junto con sus lazos, el broche con una piedra azul que era de su madre, una cucharita de plata, una concha a rayas lilas de erizo de mar (regalo de Rinaldi) y un trozo de roca grisacea (que el habia jurado que habia formado parte de la Bastilla). Abre el escritorio y saca su diario.

Jueves

Tarde lluviosa. Otra vez pato para comer, con este son tres dias seguidos.

Viernes

Manana lluviosa. Sophie acorto el vestido amarillo de Claire para mi. El color me recuerda a cuando

Sabado

No me acuerdo.

Domingo

El doctor Ducroix e Isabelle vinieron a comer. Me puse el vestido nuevo; ningun exito. Ahora que el rey ha aceptado la Constitucion, padre y el doctor Ducroix creen que la Revolucion ya no es necesaria y que deberian darla por terminada. Sophie dice que que se ha conseguido cuando los ninos siguen muriendo por falta de agua potable. Lamentare no tener la Revolucion cuando sea mayor. Pato asado.

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