Pero sobre todo, mientras evalúan este fenómeno en sus casas provistas de energía-Y, consideren el actual brote de sentimientos irracionales hacia los "insomnes" a partir de la publicación de los descubrimientos conjuntos del Instituto Biotech y la Escuela Médica de Chicago sobre regeneración de tejidos en los insomnes.
La mayoría de los insomnes son inteligentes. La mayoría son calmos, si se entiende este término tan maltratado como la capacidad de dirigir las energías a resolver problemas más que a emocionarse con ellos. (Aún la ganadora del Premio Pulitzer Carolyn Rizzolo nos brindó un asombroso juego de ideas, no de pasiones desencadenadas.) Todos ellos muestran una tendencia natural a realizar logros, decididamente respaldada por tener un tercio de tiempo más al día para alcanzarlos. Sus logros residen, en su mayor parte, en campos lógicos más que emocionales: computadoras, ley, finanzas, física, investigación médica. Son racionales, ordenados, calmos, inteligentes, alegres, jóvenes, y posiblemente longevos.
Y, en nuestros Estados Unidos de prosperidad sin precedentes, crecientemente odiados.
El odio que hemos visto florecer tan acabadamente en los últimos meses, ¿brota, realmente, de la "ventaja desleal" que tienen los insomnes sobre el resto de nosotros para conseguir trabajo, ascensos, dinero, éxito? ¿Es realmente envidia por la buena suerte de los insomnes? ¿O proviene de algo más pernicioso, enraizado en nuestra tradición de acción del "pistolero más rápido" americano: odio por el que es lógico, calmo, considerado; un odio, de hecho, hacia la mente superior?
Si es así, tal vez debamos pensar en los fundadores de esta nación: Jefferson, Washington, Paine, Adams… todos habitantes de la Edad de la Razón. Estos hombres crearon nuestro sistema de leyes, ordenado y equilibrado, precisamente para proteger la propiedad y los logros creados por los esfuerzos individuales de mentes equilibradas y racionales. Los insomnes pueden ser la prueba interna más severa de nuestra sensata creencia en la ley y el orden. No, los insomnes
VII
Leisha pasó los exámenes finales en julio. No le parecieron difíciles. A la salida tres compañeros, dos hombres y una mujer, siguieron charlando con Leisha, como por casualidad, hasta que subió a salvo a un taxi cuyo conductor no la reconoció, o no dio muestras de ello. Los tres eran durmientes. Un par de estudiantes, unos rubios prolijamente rasurados con las caras largas y la arrogancia sin motivo de los tontos con dinero, vieron a Leisha y le hicieron muecas.
La compañera de Leisha les respondió.
Leisha debía volar a Chicago la mañana siguiente. Se encontraría allí con Alicia, para ordenar la gran casa sobre el lago, disponer de los efectos personales de Roger Camden y poner la propiedad en venta. No había tenido tiempo hasta entonces.
Recordaba a su padre en el invernadero, con un sombrero de copa chata que había encontrado al algún sitio, plantando orquídeas, jazmines y pasionarias.
Cuando sonó el timbre de la puerta se sobresaltó; casi nunca tenía visitantes.
Se apresuró a encender la cámara exterior -puede que fueran Jonathan o Martha, de vuelta en Boston para sorprenderla, para celebrar-, ¿por qué no había pensado antes en algún tipo de celebración?
Richard contemplaba la cámara. Había estado llorando.
Abrió de un tirón la puerta.
Richard no hizo el menor intento de entrar. Leisha vio que lo que por la cámara había registrado como pena era en realidad algo más: lágrimas de bronca.
– Tony murió.
Leisha extendió ciegamente la mano. Él no la tomó.
– Lo mataron en prisión. No las autoridades… los otros prisioneros. En el patio. Asesinos, violadores, saqueadores, la escoria de la tierra… y pensaron que tenían derecho a matarlo a