Mendigos En España - Кресс Нэнси (Ненси) 3 стр.


Susan contestó, deliberadamente:

– Ni el feto genéticamente alterado puede perjudicar al concebido naturalmente.

Él sonrió. Su voz era baja y ansiosa:

– Y tú piensas que eso debería preocuparme en igual medida.

Pero no es así. ¿Y por qué debería disimular lo que siento, especialmente contigo?

Susan abrió la puerta del auto. No estaba preparada para esto, o había cambiado de idea, o algo. Pero entonces Camden se inclinó a cerrar la puerta del auto, sin trazas de flirteo ni de intenciones de congraciarse:

– Mejor que encargue otro corralito.

– Sí.

– Y un segundo cochecito.

– Sí.

– Pero no otra niñera nocturna.

– Eso queda de tu cuenta.

– Y de la tuya.

Se inclinó, abruptamente, y la besó; un beso tan cortés y respetuoso que chocó a Susan.

Una actitud conquistadora o anhelante no le hubiera chocado; esto sí. Camden no le dio oportunidad de reaccionar; cerró la puerta del auto y se volvió a la casa. Susan manejó hacia la salida, con las manos temblorosas en el volante hasta que la diversión reemplazó a la sorpresa: había sido un beso deliberadamente distante, respetuoso, un enigma preparado. Y nada podía garantizar mejor que debería haber sido de otro modo.

Se preguntó qué nombre pondría Camden a sus hijas.

El Doctor Ong recorrió el corredor del hospital, sumergido en una media luz. De la guardia de Maternidad salió una enfermera dispuesta a detenerlo -era medianoche, había pasado la hora de visitas-, lo reconoció y volvió a su sitio. A la vuelta estaba la ventana de observación de la nursery. Para sorpresa de Ong, Susan Melling estaba parada contra el vidrio. Para más sorpresa de su parte, estaba llorando.

Ong se dio cuenta de que nunca le había gustado esa mujer; y tal vez ninguna otra. Aún las dotadas de mentes superiores parecían no poder evitar volverse tontas por sus emociones.

– Mire -dijo Susan con una risita y tapándose un poco la cara-.

– Alice, querida, ¿cómo dormiste?

– Bien, Mamá.

– ¿Tuviste lindos sueños?

Por mucho tiempo Alice dijo que no. Luego un día dijo:

– Soñé con un caballo. Yo lo montaba.

Mamá aplaudió, besó a Alice y le dio un buñuelo dulce extra.

Después de esto Alice siempre tuvo un sueño para contarle a Mamá.

Una vez Leisha dijo:

– Yo también tuve un sueño.

Soñé que la luz entraba por la ventana y me envolvía toda como una sábana, y entonces me besó en los ojos.

Mamá dejó su taza tan bruscamente que el café se volcó.

– No me mientas, Leisha. No tuviste un sueño.

– Sí que lo tuve -dijo Leisha.

– Sólo los niños que duermen pueden tener sueños. No me mientas, no tuviste un sueño.

– ¡Sí, lo tuve, lo tuve!

– gritó Leisha. Casi podía verlo: la luz fluyendo por la ventana y envolviéndola como una sábana dorada.

– ¡No toleraré una niña mentirosa!, ¿me oyes, Leisha? ¡No lo toleraré!

– ¡Tú eres mentirosa! -gritó Leisha, sabiendo que no era verdad lo que decía, odiándose por ello pero odiando a Mamá mucho más y eso también estaba mal, y allí estaba Alice, dura y como congelada; Alice estaba espantada y todo por culpa de Leisha.

Mamá dio un grito agudo:

– ¡Nana, Nana! ¡Lleve inmediatamente a Leisha a su habitación! ¡No puede sentarse con gente civilizada si no es capaz de dejar de decir mentiras!

Leisha comenzó a llorar. La Nana la llevó a su habitación.

Ni siquiera había tomado el desayuno, pero eso no le importaba; mientras lloraba lo único que veía eran los ojos azorados de Alice, con sus quebrados reflejos de luz.

Pero Leisha no lloró mucho tiempo. La Nana le leyó una historia, y luego jugó con ella al Salto de Datos, y luego subió Alice y la Nana las llevó a las dos a Chicago, al Zoo, donde había maravillosos animales que ver, animales que Leisha ni soñaba… ni

– No entiendo, Papá.

– Algún día lo entenderás.

– Pero yo quiero entender

– Sí -dijo alegremente Papá.

– Entonces, ¿nadie más puede hacer plata, como sólo ese árbol puede hacer esa flor?

– Nadie más puede hacerla de la forma en que yo lo hago.

– ¿Y qué haces con la plata?

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