Ong dijo ácidamente:
– Entonces tal vez deberíamos comenzar por una breve presentación de la doctora Melling.
Susan hubiera preferido contestar preguntas, para ver qué preguntaba Camden. Pero ya había disgustado a Ong lo suficiente por una sesión, y se levantó obediente.
– Permítanme comenzar por una breve descripción del sueño. Los investigadores saben desde hace tiempo que existen en realidad tres tipos de sueño. Uno es el "sueño de ondas lentas", caracterizado en el Electroencefalograma por ondas delta. Otro es el de "movimientos oculares rápidos", o sueño REM1, que es mucho más ligero y abarca la mayor parte de los sueños. Juntos forman el "núcleo del sueño". El tercer tipo es el "opcional", así llamado porque la gente puede pasarse sin él sin efectos dañinos, y algunos durmientes prescinden totalmente de éste, durmiendo naturalmente tres o cuatro horas por día.
– Como yo -dijo Camden-. Me entrené para ello. ¿No puede hacer eso todo el mundo?
Por lo visto, serían preguntas y respuestas después de todo.
– No. El mecanismo del sueño tiene cierta flexibilidad, pero no es la misma para todos. El núcleo rafe del cerebro…
Ong intervino:
– No creo que necesitemos ese nivel de detalle, Susan. Atengámonos a lo básico.
– El núcleo rafe regula el balance entre los neurotransmisores y los péptidos que empuja al sueño, ¿no?
Susan no pudo evitar un gesto de diversión. Camden, el agudo y despiadado financiero, estaba allí tratando de parecer solemne, como un alumno de escuela esperando que elogien su tarea para el hogar. Ong se veía agrio. La señora Camden miraba a lo lejos por la ventana.
– Correcto, señor Camden. Ha hecho sus investigaciones.
– Se trata de mi hija -dijo Camden, y Susan contuvo el aliento. ¿Cuándo había sido la última vez que oyera ese tono de adoración en la voz de alguien?
Pero nadie pareció notarlo.
– Bien, entonces -dijo Susan-, ya sabe que la razón por la que la gente duerme es porque se crea en el cerebro una presión hacia el sueño. Durante los últimos treinta años, la investigación ha determinado que esa es la
– Se lo dije, seguridad ante los predadores. Aunque cuando ataca un predador moderno -digamos, un inversor cuasi fraudulento de
Camden no miró a su esposa.
Arrojó una nube de humo de su cigarrillo y dijo:
– Todo tiene su costo, doctora Melling.
Le gustó la forma en que decía su nombre.
– Habitualmente, sí. Especialmente en modificación genética. Pero honestamente no pudimos encontrar ninguno aquí, aunque lo buscamos. -Sonrió directamente a Camden, mirándolo a los ojos-. ¿Es demasiado bueno para creerlo, que alguna vez el universo nos dé algo todo positivo, todo progreso, todo beneficio, sin penalidades ocultas?
– No es el universo. Es la inteligencia de gente como usted -dijo Camden, sorprendiéndola más que todo lo que sucediera antes. Sus ojos le sostenían la mirada. Se le encogió el pecho.
– Creo -dijo secamente el doctor Ong-, que la filosofía del universo está más allá de lo que nos ocupa ahora. Señor Camden, si no tiene más preguntas médicas, tal vez podamos volver a los puntos legales que plantearon los doctores Sullivan y Jaworski. Gracias, doctora Melling.
Susan asintió con la cabeza.
No volvió a mirar a Camden. Pero supo lo que decía, cómo se veía, que estaba allí.
La casa era aproximadamente lo que esperaba, una enorme imitación Tudor sobre el Lago Michigan al norte de Chicago. Espeso bosque entre el acceso y la casa, terreno abierto entre la casa y el agua. Parches de nieve cubrían el dormido césped. Aunque hacía cuatro meses que Biotech trabajaba con los Camden, esa era la primera vez que Susan los visitaba.
Mientras avanzaba hacia la casa, detrás entró otro auto.
No, un camión, que siguió por la curva del camino de acceso hacia una entrada de servicio al costado de la casa. Un hombre llamó a la puerta de servicio, mientras otro comenzaba a descargar un corralito envuelto en plástico. Blanco, con conejitos rosados y amarillos. Susan cerró un momento los ojos.
Camden abrió él mismo la puerta. Se le notaba el esfuerzo por no parecer preocupado:
– ¡No necesitaba venir, Susan, yo hubiera ido a la ciudad!
– No es lo que yo quería, Roger. ¿Está la señora Camden?
– En la sala.
Camden la guió hasta una amplia habitación con chimenea de piedra. Muebles rústicos ingleses, grabados de perros y barcos, todos colgados cincuenta centímetros demasiado altos; debía de haber decorado Elizabeth Camden. No se levantó de su sillón de orejas al entrar Susan.
– Si me disculpan, seré rápida y concisa -dijo Susan-, porque no quiero que esto sea para ustedes más difícil de lo necesario. Tenemos los resultados de todas las pruebas de amniocentesis, ultrasonido y Langston. El feto está bien, desarrollándose como corresponde para dos semanas, sin problemas de implantación en la pared uterina. Pero surgió una complicación.
– ¿Cuál? -dijo Camden. Sacó un cigarrillo, miró a su mujer y lo guardó sin encender.
Susan dijo serenamente:
– Señora Camden, por casualidad, sus dos ovarios produjeron óvulos el mes pasado. Sacamos uno para la cirugía genética.
Por una casualidad aún mayor el segundo quedó fertilizado y se implantó. Lleva dos fetos.
Elizabeth Camden se quedó dura:
– ¿Mellizos?
– No -dijo Susan. Luego se dio cuenta de lo que había dicho-. Quiero decir sí. Son mellizos pero no idénticos. Sólo uno ha sido alterado genéticamente. El otro no se le parecerá más que dos hermanos cualesquiera. Es lo que se llama un bebé normal. Y tengo entendido que no deseaban lo que se llama un bebé normal.
– No. Yo no -dijo Camden.
– Yo sí -dijo Elizabeth Camden.
Camden le dirigió una fiera mirada que Susan no pudo entender. Volvió a sacar el cigarrillo y lo encendió. Estaba de perfil, concentrado en sus pensamientos, y Susan dudó que supiera que el cigarrillo estaba allí o que lo estaba encendiendo.
– ¿Afecta al bebé que el otro esté allí?
– No -dijo Susan-. Por supuesto que no. Simplemente… coexisten.
– ¿Puede abortarlo?
– No sin correr el riesgo de abortarlos a ambos. Remover el feto no alterado puede producir cambios en el revestimiento uterino que lleven a malograr espontáneamente el otro -inspiró profundamente-. Por supuesto, la opción existe. Podemos reiniciar todo el proceso. Pero ya les dije oportunamente que tuvieron suerte en que la fertilización
– Oh sí, Doctora. Él es así.
Susan no dijo nada.
– Absolutamente dominante.
Pero esta vez no -rió suavemente, excitada-. Dos. ¿Sabe…
sabe el sexo del otro?
– Ambos fetos son femeninos.
– Yo quería una niña, sabe usted. Ahora la tendré.
– Entonces seguirá con el embarazo.
– ¡Oh, sí! Gracias por venir, Doctora.
La despedían. Nadie la acompañó a la puerta. Pero cuando estaba por subir a su auto, Camden salió corriendo, sin abrigo.
– ¡Susan, quería agradecerte!
Por venir hasta aquí a decírnoslo personalmente.
– Ya lo has hecho.
– Sí, bueno. ¿Seguro que el segundo feto no puede perjudicar a mi hija?