Leisha sintió una mano sobre su hombro. Kenzo Yagai la asió firmemente, apartándola de las cámaras. Inmediatamente, como por arte de magia, se formó una línea de japoneses ante Yagai, que se abrió solamente para que pasara Papá. Cubiertos por esa línea, los tres se dirigieron a un camarín y Kenzo Yagai cerró la puerta.
– No debes dejar que te molesten, Leisha -dijo con su maravilloso acento-. Nunca. Hay un viejo proverbio oriental que dice: "Los perros ladran pero la caravana avanza". No debes dejar que los ladridos de perros groseros o envidiosos retrasen tu caravana personal.
– No los dejaré -suspiró Leisha, no muy segura de qué querían decir sus palabras, pero sabiendo que luego habría tiempo de pensarlo, de charlarlo con Papá. Por ahora estaba encandilada por Kenzo Yagai, por ver en persona al hombre que estaba cambiando el mundo sin violencia, sin armas, intercambiando el resultado de su particular esfuerzo individual.
– Estudiamos su filosofía en mi escuela, señor Yagai.
Kenzo Yagai miró a Papá. Éste dijo:
– Una escuela privada. Pero la hermana de Leisha también la estudia, aunque superficialmente, en el sistema público. Despacio, Kenzo, pero llega.
Leisha notó que su padre no explicó por qué Alice no estaba con ellos allí.
Al volver a casa, Leisha se sentó por horas a pensar en todo lo que había sucedido. Cuando Alice volvió de casa de Julie a la mañana siguiente, Leisha corrió a su encuentro. Pero Alice parecía enojada por algo.
– Alice, ¿qué pasa?
– ¿No te parece que ya tengo bastante que soportar en la escuela? -gritó Alice-. ¡Todos lo saben, pero al menos cuando te estabas tranquila no importaba demasiado! ¡Habían dejado de molestarme! ¿Por qué tuviste que hacer eso?
– ¿Hacer qué? -preguntó Leisha, azorada.
Alice le arrojó algo: una copia en papel del periódico de la mañana, con un papel más fino que el del sistema que usaban los Camden. Cayó abierta a sus pies, y Leisha se quedó viendo su propia imagen, a tres columnas, junto a Kenzo Yagai. El titular decía:
YAGAI Y EL FUTURO:
¿QUEDA SITIO PARA LOS DEMAS? INVENTOR DE ENERGIA-Y CONFERENCIA CON HIJA "SIN SUEÑO" DEL MEGAFINANCISTA ROGER CAMDEN.
Alice pateó el papel:
– También estaba en la televisión anoche… por ¡
– Confirmada -dijo Roger.
– Bueno, gracias por al menos contestarme. ¿Iré yo?
– Si quieres.
– Quiero.
Susan salió. Leisha se puso de pie y se estiró, levantándose sobre las puntas de los pies.
Era agradable alzarse, estirarse, sentir que la luz del sol, entrando por los amplios ventanales, le bañaba la cara. Sonrió a su padre y se encontró con que la miraba con una expresión inesperada.
– Leisha…
– ¿Qué?
– Ve a Keller, pero sé prudente.
– ¿En qué?
Pero Camden no contestó.
La voz en el teléfono sonaba evasiva. -¿Leisha Camden? Sí, sé quién eres. ¿El jueves a las tres?
La casa era modesta, colonial de haría unos treinta años, en una tranquila calle suburbana en la que se podía vigilar desde la ventana a los niñitos que andaban en bicicleta. Pocos techos tenían más de una célula de energía-Y. Los árboles, enormes viejos arces, eran hermosos.
– Adelante -dijo Richard Keller.
No era más alto que ella, rechoncho, con un feo acné. Probablemente no tenía otras alteraciones genéticas aparte del sueño, supuso Leisha. Tenía un espeso cabello oscuro, la frente baja y gruesas cejas negras como cepillos. Antes de cerrar la puerta Leisha vio que miraba su coche con chófer, estacionado en la entrada junto a una oxidada bicicleta.
– Todavía no puedo manejar -dijo ella-. Sólo tengo quince.
– Es fácil aprender -dijo Keller-. ¿Me dices a qué has venido?
A Leisha le gustó que fuera tan directo. -A conocer a otro insomne.
– ¿Quieres decir que nunca te encontraste con ninguno de nosotros?
– ¿Quieres decir que todos los demás se conocen? -No se lo esperaba.
– Ven a mi habitación, Leisha.
Lo siguió hasta el fondo de la casa, en la que no parecía haber nadie más. Su habitación era amplia y aireada, llena de computadoras y archivadores. En un rincón había un aparato de remo. Parecía una versión zaparrastrosa del cuarto de cualquier compañero brillante de la Escuela Sauley, excepto porque había más espacio sin la cama.
Se dirigió a la pantalla de la computadora.
– ¡Vaya!… ¿trabajas en ecuaciones de Boesc?
– En una aplicación.
– ¿A qué?
– A patrones migratorios de peces.
Leisha sonrió: -Sí… funcionaría. Nunca lo había pensado.
Keller parecía no saber qué hacer con esa sonrisa. Miró primero a la pared, luego a su barbilla.
– ¿Estás interesada en modelos Gaea?, ¿en el ambiente?
– Bueno, no -confesó Leisha-. No particularmente. Estudiaré ciencias políticas en Harvard. Derecho. Pero por supuesto vimos modelos Gaea en la escuela.
Keller logró finalmente despegar la vista de ella. Se pasó la mano por el oscuro cabello y le dijo:
– Siéntate, si quieres.
Leisha se sentó, mirando apreciativamente las láminas de la pared, que mezclaban el verde con el azul, como corrientes oceánicas.
– Me gustan esos dibujos, ¿los programaste tú?
– No eres para nada como te imaginaba -fue la respuesta de Keller.
– ¿Cómo habías pensado que era?
Sin dudar, él contestó:
– Estirada. Engreída. Superficial, a pesar de tu cociente intelectual.
Se sintió más dolida de lo que hubiera esperado. Keller le espetó:
– Eres la única insomne realmente rica. Pero seguramente lo sabías.
– No, nunca me fijé en ese punto.
Tomó asiento a su lado, estirando sus piernas regordetas frente a sí, con una indolencia que no tenía nada que ver con relajarse.
– En realidad tiene sentido.
La gente rica no hace modificaciones genéticas a sus hijos para que sean superiores… piensan que por ser sus descendientes ya lo serán. Y los pobres no pueden pagárselo. Los insomnes somos de clase media alta, a lo sumo. Hijos de profesores, científicos, gente que valora el cerebro y el tiempo.
– Mi padre valora el cerebro y el tiempo -dijo Leisha-. Es el principal colaborador de Kenzo Yagai.
– ¡Leisha!, ¿piensas que no lo sé? ¿Quieres deslumbrarme o qué?
Ella contestó, intencionadamente: -Estoy
– ¿Quién es Susan? -dijo Keller.
El encanto estaba roto. Pero no del todo; Leisha pudo decir "Mi madrastra" sin sentirse muy incómoda respecto a lo que Susan había parecido ser y lo que resultó. Allí, muy cerca, estaba Keller, sonriendo tan alegremente, comprendiendo, y repentinamente la invadió un alivio tan grande que fue derecho hacia él y le rodeó el cuello con sus brazos, apretándolos recién cuando notó que se apartaba por la sorpresa. Comenzó a sollozar… ella, Leisha, que nunca lloraba.