Anaconda - Quiroga Horacio 10 стр.


LAS RAYAS

"…En resumen, yo creo que las palabras valen tanto, materialmente, como la propia cosa significada, y son capaces de crearla por simple razon de eufonia. Se precisara un estado especial; es posible. Pero algo que yo he visto me ha hecho pensar en el peligro de que dos cosas distintas tengan el mismo nombre."

Como se ve, pocas veces es dado oir teorias tan maravillosas como la anterior. Lo curioso es que quien la exponia no era un viejo y sutil filosofo versado en la escolastica, sino un hombre espinado desde muchacho en los negocios, que trabajaba en Laboulaye acopiando granos. Con su promesa de contarnos la cosa, sorbimos rapidamente el cafe, nos sentamos de costado en la silla para oir largo rato, y fijamos los ojos en el de Cordoba.

– Les contare la historia -comenzo el hombre- porque es el mejor modo de darse cuenta. Como ustedes saben, hace mucho que estoy en Laboulaye. Mi socio corretea todo el ano por las colonias y yo, bastante inutil para eso, atiendo mas bien la barraca. Supondran que durante ocho meses, por lo menos, mi quehacer no es mayor en el escritorio, y dos empleados – uno conmigo en los libros y otro en la venta- nos bastan y sobran. Dado nuestro radio de accion, ni el Mayor ni el Diario" son engorrosos. Nos ha quedado, sin embargo, una vigilancia enfermiza de los libros, como si aquella cosa lugubre pudiera repetirse. ?Los libros…! En fin, hace cuatro anos de la aventura y nuestros dos empleados fueron los protagonistas.

El vendedor era un muchacho correntino, bajo y de pelo cortado al rape, que usaba siempre botines amarillos. El otro, encargado de los libros, era un hombre hecho ya, muy flaco y de cara color paja. Creo que nunca lo vi reirse, mudo y contraido en su Mayor con estricta prolijidad de rayas y tinta colorada. Se llamaba Figueroa; era de Catamarca.

Ambos, comenzando por salir juntos, trabaron estrecha amistad, y como ninguno tenia familia en Laboulaye, habian alquilado un caseron con sombrios corredores de boveda, obra de un escribano que murio loco alla.

Los dos primeros anos no tuvimos la menor queja de nuestros hombres. Poco despues comenzaron, cada uno a su modo, a cambiar de modo de ser.

El vendedor -se llamaba Tomas Aquino- llego cierta manana a la barraca con una verbosidad exuberante. Hablaba y reia sin cesar, buscando constantemente no se que en los bolsillos. Asi estuvo dos dias. Al tercero cayo con un fuerte ataque de gripe; pero volvio despues de almorzar, inesperadamente curado. Esa misma tarde, Figueroa tuvo que retirarse con desesperantes estornudos preliminares que lo habian invadido de golpe. Pero todo paso en horas, a pesar de los sintomas dramaticos. Poco despues se repitio lo mismo, y asi, por un mes: la charla delirante de Aquino, los estornudos de Figueroa, y cada dos dias un fulminante y frustrado ataque de gripe.

Esto era lo curioso. Les aconseje que se hicieran examinar atentamente, pues no se podia seguir asi. Por suerte todo paso, regresando ambos a la antigua y tranquila normalidad, el vendedor entre las tablas, y Figueroa con su pluma gotica.

Esto era en diciembre. El 14 de enero, al hojear de noche los libros, y con toda la sorpresa que imaginaran, vi que la ultima pagina del Mayor estaba cruzada en todos sentidos de rayas. Apenas llego Figueroa a la manana siguiente, le pregunte que demonio eran esas rayas. Me miro sorprendido, miro su obra, y se disculpo murmurando.

No fue solo esto. Al otro dia Aquino entrego el Diario, y en vez de las anotaciones de orden no habia mas que rayas: toda la pagina llena de rayas en todas direcciones. La cosa ya era fuerte; les hable malhumorado, rogandoles muy seriamente que no se repitieran esas gracias. Me miraron atentos pestaneando rapidamente, pero se retiraron sin decir una palabra. Desde entonces comenzaron a enflaquecer visiblemente. Cambiaron el modo de peinarse, echandose el pelo atras. Su amistad habia recrudecido; trataban de estar todo el dia juntos, pero no hablaban nunca entre ellos. Asi varios dias, hasta que una tarde halle a Figueroa doblado sobre la mesa, rayando el libro de Caja. Ya habia rayado todo el Mayor, hoja por hoja; todas las paginas llenas de rayas, rayas en el carton, en el cuero, en el metal, todo con rayas.

Lo despedimos en seguida; que continuara sus estupideces en otra parte. Llame a Aquino y tambien lo despedi. Al recorrer la barraca no vi mas que rayas en todas partes: tablas rayadas, planchuelas rayadas, barricas rayadas. Hasta una mancha de alquitran en el suelo, rayada…

No habia duda; estaban completamente locos, una terrible obsesion de rayas que con esa precipitacion productiva quien sabe a donde los iba a llevar.

Efectivamente, dos dias despues vino a verme el dueno de la Fonda Italiana donde aquellos comian. Muy preocupado, me pregunto si no sabia que se habian hecho Figueroa y Aquino; ya no iban a su casa.

– Estaran en casa de ellos -le dije.

– La puerta esta cerrada y no responden -contesto mirandome.

– ?Se habran ido! -argui sin embargo.

– No -replico en voz baja-. Anoche, durante la tormenta, se han oido gritos que salian de adentro.

Esta vez me cosquilleo la espalda y nos miramos un momento. Salimos apresuradamente y llevamos la denuncia. En el trayecto al caseron la fila se engroso, y al llegar a aquel, chapaleando en el agua, eramos. mas de quince. Ya empezaba a oscurecer. Como nadie respondia, echamos la puerta abajo y entramos. Recorrimos la casa en vano; no habia nadie. Pero el piso, las puertas, las paredes, los muebles, el techo mismo, todo estaba rayado, una irradiacion delirante de rayas en todo sentido.

Ya no era posible mas; habian llegado a un terrible frenesi de rayar, rayar a toda costa, como si las mas intimas celulas de sus vidas estuvieran sacudidas por esa obsesion de rayar. Aun en el patio mojado las rayas se cruzaban vertiginosamente, apretandose de tal modo al fin, que parecia ya haber hecho explosion la locura.

Terminaban en el albanal. Y doblandonos, vimos en el agua fangosa dos rayas negras que se revolvian pesadamente.

LA LENGUA

No se cuando acabara este infierno. Esto si, es muy posible que consigan lo que desean. ?Loco perseguido! ?Tendria que ver…! Yo propongo esto: ?A todo el que es lengualarga, que se pasa la vida mintiendo y calumniando, arranquesele la lengua, y se vera lo que pasa!

?Maldito sea el dia que yo tambien cai! El individuo no tuvo la mas elemental misericordia. Sabia como el que mas que un dentista sujeto a impulsividades de sangre podra tener todo, menos clientela. Y me atribuyo estos y aquellos arrebatos; que en el hospital habia estado a punto de degollar a un dependiente de fiambreria; que una sola gota de sangre me enloquecia… ?Arrancarle la lengua…! Quiero que alguien me diga que habia hecho yo a Felippone para que se ensanara de ese modo conmigo. ?Por hacer un chiste…? Con esas cosas no se juega, bien lo sabia el. Y eramos amigos. ?Su lengua…! Cualquier persona tiene derecho a vengarse cuando lo han herido. Supongase ahora lo que me pasaria a mi, con mi carrera rota a su principio, condenado a pasarme todo el dia por el estudio sin clientes, y con la pobreza que yo solo se…

Todo el mundo lo creyo. ?Por que no lo iban a creer? De modo que cuando me convenci claramente de que su lengua habia quebrado para siempre mi porvenir, resolvi una cosa muy sencilla: arrancarsela.

Nadie con mas facilidades que yo para atraerlo a casa. Lo encontre una tarde y lo cogi riendo de la cintura, mientras lo felicitaba por su broma que me atribuia no se que impulsos…

El hombre, un poco desconfiado al principio, se tranquilizo al ver mi falta de rencor de pobre diablo. Seguimos charlando una infinidad de cuadras, y de vez en cuando festejabamos alegremente la ocurrencia.

– Pero de veras me detenia a ratos-. ?Sabias que era yo el que habia inventado la cosa?

– ?Claro que lo sabia! -le respondia riendome.

Volvimos a vernos con frecuencia. Consegui que fuera al consultorio, donde confiaba en conquistarlo del todo. En efecto, se sorprendio mucho de un trabajo de puente que me vio ejecutar.

No me imaginaba -murmuro mirandome- que trabajaras tan bien…

Quedo un rato pensativo y de pronto, como quien se acuerda de algo que aunque ya muy pasado causa siempre gracia, se echo a reir.

– ?Y desde entonces viene poca gente, no?

– Casi nadie -le conteste sonriendo como un simple.

?Y sonriendo asi tuve la santa paciencia de esperar, esperar! Hasta que un dia vino a verme apurado, porque le dolia vivamente una muela.

?Ah, ah! ?Le dolia a el! ?Y a mi, nada, nada!

Examine largamente el raigon doloroso, manejandole las mejillas con una suavidad de amigo que le encanto. Lo emborrache luego de ciencia odontologica, haciendole ver en su raigon un peligro siempre de temer…

Felippone se entrego en mis brazos, aplazando la extraccion de la muela para el dia siguiente.

?Su lengua!… Veinticuatro horas pueden pasar como un siglo de esperanzas para el hombre que aguarda al final un segundo de dicha.

A las dos en punto llego Felippone. Pero tenia miedo. Se sento en el sillon sin apartar sus ojos de los mios.

– ?Pero hombre! -le dije paternalmente, mientras disimulaba en la mano el bisturi-. ?Se trata de un simple raigon! ?Que seria si…? ?Es curioso que les impresione mas el sillon del dentista que la mesa de operaciones! -conclui, bajandole el labio con el dedo.

– ?Y es verdad! -asintio con la voz gutural.

– ?Claro que lo es! -sonrei aun, introduciendo en su boca el bisturi para descarnar la encia.

Felippone apreto los ojos, pues era un individuo flojo.

– Abre mas la boca -le dije.

Felippone la abrio. Meti la mano izquierda, le sujete rapidamente la lengua y se la corte de raiz.

?Plum! ?Chismes y chismes y chismes, su lengua! Felippone mugio echando por la boca una ola de sangre y se desmayo.

Bueno. En la mano yo tenia su lengua. Y el diablo, la horrible locura de hacer lo que no tiene utilidad alguna, estaban en mis dos ojos. Con aquella podredumbre de chismes en la mano izquierda, ?que necesidad tenia yo de mirar alla?

Y mire, sin embargo. Le abri la boca a Felippone, acerque bien la cara, y mire en el fondo. ?Y vi que asomaba por entre la sangre una lenguita roja! ?Una lenguita que crecia rapidamente, que crecia y se hinchaba, como si yo no tuviera la otra en la mano!

Cogi una pinza, la hundi en el fondo de la garganta y arranque el maldito retono. Mire de nuevo, y vi otra vez -?maldicion!- que subian dos nuevas lenguitas moviendose…

Meti la pinza y arranque eso, con ellas una amigdala…

La sangre me impedia ver el resultado. Corri a la camilla, ajuste un tubo, y eche en el fondo de la garganta un chorro violento. Volvi a mirar: cuatro lenguitas crecian ya…

?Desesperacion! Inunde otra vez la garganta, hundi los ojos en la boca abierta, y vi una infinidad de lenguitas que retonaban vertiginosamente… Desde ese momento fue una locura de velocidad, una carrera furibunda, arrancando, echando el chorro, arrancando de nuevo, tornando a echar agua, sin poder dominar aquella monstruosa reproduccion. Al fin lance un grito y dispare. De la boca le salia un pulpo de lenguas que tanteaban a todos. ?Las lenguas! Ya comenzaban a pronunciar mi nombre…

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