Anaconda - Quiroga Horacio 11 стр.


EL VAMPIRO

– Si -dijo el abogado Rhode. Yo tuve esa causa. Es un caso, bastante raro por aqui, de vampirismo. Rogelio Castelar, un hombre hasta entonces normal fuera de algunas fantasias, fue sorprendido una noche en el cementerio arrastrando el cadaver recien enterrado de una mujer. El individuo tenia las manos destrozadas porque habia removido un metro cubico de tierra con las unas. En el borde de la fosa yacian los restos del ataud, recien quemado. Y como complemento macabro, un gato, sin duda forastero, yacia por alli con los rinones rotos. Como ven, nada faltaba al cuadro.

En la primera entrevista con el hombre vi que tenia que habermelas con un funebre loco. Al principio se obstino en no responderme, aunque sin dejar un instante de asentir con la cabeza a mis razonamientos. Por fin parecio hallar en mi al hombre digno de oirle. La boca le temblaba por la ansiedad de comunicarse.

?Ah! ?Usted me entiende! -exclamo, fijando en mi sus ojos de fiebre. Y continuo con un vertigo de que apenas puede dar idea lo que recuerdo-: ?A usted le dire todo! ?Si! ?Que como fue eso del ga… de la gata? ?Yo! ?Solamente yo! Oigame: cuando yo llegue… alla, mi mujer…

?Donde alla? -le interrumpi.

Alla… ?La gata o no? ?Entonces?… Cuando yo llegue mi mujer corrio como una loca a abrazarme. Y en senguida se desmayo. Todos se precipitaron entonces sobre mi, mirandome con ojos de locos.

?Mi casa! ?Se habia quemado, derrumbado, hundido con todo lo que tenia dentro! ?Esa, esa era mi casa! ?Pero ella no, mi mujer mia!

Entonces un miserable devorado por la locura me sacudio el hombro, gritandome:

– ?Que hace? ?Conteste! Y yo le conteste:

– ?Es mi mujer! ?Mi mujer mia que se ha salvado! Entonces se levanto un clamor:

– ?No es ella! ?Esa no es!

Senti que mis ojos, al bajarse a mirar lo que yo tenia entre mis brazos, querian saltarse de las orbitas. ?No era esa Maria, la Maria de mi, y desmayada? Un golpe de sangre me encendio los ojos y de mis brazos cayo una mujer que no era Maria. Entonces salte sobre una barrica y domine a todos los trabajadores. Y grite con la voz ronca:

– ?Por que! ?Por que!

Ni uno solo estaba peinado porque el viento les echaba a todos el pelo de costado. Y los ojos de fuera mirandome.

Entonces comence a oir de todas partes:

– Murio.

– Murio aplastada.

– Murio.

– Grito.

– Grito una sola vez.

– Yo senti que gritaba.

– Yo tambien.

– Murio.

– La mujer de el murio aplastada.

?Por todos los santos! -grite yo entonces retorciendome las manos-. ?Salvemosla, companeros! ?Es un deber nuestro salvarla!

Y corrimos todos. Todos corrimos con silenciosa furia a los escombros. Los ladrillos volaban, los marcos caian desescuadrados y la remocion avanzaba a saltos.

A las cuatro yo solo trabajaba. No me quedaba una una sana, ni en mis dedos habia otra cosa que escarbar. ?Pero en mi pecho! ?Angustia y furor de tremebunda desgracia que temblaste en mi pecho al buscar a mi Maria!

No quedaba sino el piano por remover. Habia alli un silencio de epidemia, una enagua caida y ratas muertas. Bajo el piano tumbado, sobre el piso granate de sangre y carbon, estaba aplastada la sirvienta.

Yo la saque al patio, donde no quedaban sino cuatro paredes silenciosas, viscosas de alquitran y agua. El suelo resbaladizo reflejaba el cielo oscuro. Entonces cogi a la sirvienta y comence a arrastrarla alrededor del patio. Eran mios esos pasos. ?Y que pasos! ?Un paso, otro paso, otro paso!

En el hueco de una puerta -carbon y agujero, nada mas- estaba acurrucada la gata de casa, que habia escapado al desastre, aunque estropeada. La cuarta vez que la sirvienta y yo pasamos frente a ella, la gata lanzo un aullido de colera.

?Ah! ?No era yo, entonces?, grite desesperado. ?No fui yo el que busco entre los escombros, la ruina y la mortaja de los marcos, un solo pedazo de mi Maria?

La sexta vez que pasamos delante de la gata, el animal se erizo. La septima vez se levanto, llevando a la rastra las patas de atras. Y nos siguio entonces asi, esforzandose por mojar la lengua en el pelo engrasado de la sirvienta -?de ella, de Maria, no maldito rebuscador de cadaveres!

– ?Rebuscador de cadaveres! -repeti yo mirandolo- ?Pero entonces eso fue en el cementerio!

El vampiro se aplasto entonces el pelo mientras me miraba con sus inmensos ojos de loco.

?Conque sabias entonces! -articulo- ?Conque todos lo saben y me dejan hablar una hora! ?Ah! -rugio en un sollozo echando la cabeza atras y deslizandose por la pared hasta caer sentado-: ?Pero quien me dice al miserable yo, aqui, por que en mi casa me arranque las unas para no salvar del alquitran ni el pelo colgante de mi Maria!

No necesitaba mas, como ustedes comprenden -concluyo el abogado-, para orientarme totalmente respecto del individuo. Fue internado en seguida. Hace ya dos anos de esto, y anoche ha salido, perfectamente curado…

– ?Anoche? -exclamo un hombre joven de riguroso luto- ?Y de noche se da de alta a los locos?

?Por que no? El individuo esta curado, tan sano como usted y como yo. Por lo demas, si reincide, lo que es de regla en estos vampiros, a estas horas debe de estar ya en funciones. Pero estos no son asuntos mios. Buenas noches, senores.

LA MANCHA HIPTALMICA

– ?Que tiene esa pared?

Levante tambien la vista y mire. No habia nada. La pared estaba lisa, fria y totalmente blanca. Solo arriba, cerca del techo, estaba oscurecida por falta de luz.

Otro a su vez alzo los ojos y los mantuvo un momento inmoviles y bien abiertos, como cuando se desea decir algo que no se acierta a expresar.

– ?P… pared? -formulo al rato.

Esto si; torpeza y sonambulismo de las ideas, cuanto es posible. -No es nada -conteste-. Es la mancha hiptalmica. ?Mancha?

– …hiptalmica. La mancha hiptalmica. Este es mi dormitorio. Mi mujer dormia de aquel lado… ?Que dolor de cabeza…! Bueno. Estabamos casados desde hacia siete meses y anteayer murio. ?No es esto…? Es la mancha hiptalmica. Una noche mi mujer se desperto sobresaltada.

– ?Que dices? -le pregunte inquieto.

– ?Que sueno mas raro! -me respondio, angustiada aun.

– ?Que era?

– No se, tampoco… Se que era un drama; un asunto de drama… Una cosa oscura y honda… ?Que lastima!

?Trata de acordarte, por Dios! -la inste, vivamente interesado. Ustedes me conocen como hombre de teatro…

Mi mujer hizo un esfuerzo.

No puedo… No me acuerdo mas que del titulo: La mancha tele… hita… ?hiptalmica! Y la cara atada con un panuelo blanco.

– ?Que…?

– Un panuelo blanco en la cara… La mancha hiptalmica.

– ?Raro! -murmure, sin detenerme un segundo mas a pensar en aquello.

Pero dias despues mi mujer salio una manana del dormitorio con la cara atada. Apenas la vi, recorde bruscamente y vi en sus ojos que ella tambien se habia acordado. Ambos soltamos la carcajada.

– ?Si…, si! -se reia- En cuanto me puse el panuelo, me acorde…

– ?Un diente?

– No se; creo que si…

Durante el dia bromeamos aun con aquello, y de noche, mientras mi mujer se desnudaba, le grite de pronto desde el comedor:

– A que no…

– ?Si! ?La mancha hiptalmica! -me contesto riendo. Me eche a reir a mi vez, y durante quince dias vivimos en plena locura de amor. Despues de este lapso de aturdimiento sobrevino un periodo de amorosa inquietud, el sordo y mutuo acecho de un disgusto que no llegaba y que se ahogo por fin en explosiones de radiante y furioso amor. Una tarde, tres o cuatro horas despues de almorzar, mi mujer, no encontrandome, entro en su cuarto y quedo sorprendida al ver los postigos cerrados. Me vio en la cama, extendido como un muerto.

?Federico! -grito corriendo a mi.

No conteste una palabra, ni me movi. ?Y era ella, mi mujer! ?Entienden ustedes?

– ?Dejame! -me desasi con rabia, volviendome a la pared.

Durante un rato no oi nada. Despues, si: los sollozos de mi mujer, el panuelo hundido hasta la mitad en la boca.

Esa noche cenamos en silencio. No nos dijimos una palabra, hasta que a las diez mi mujer me sorprendio en cuclillas delante del ropero, doblando con extremo cuidado, y pliegue por pliegue, un panuelo blanco.

?Pero desgraciado! -exclamo desesperada, alzandome la cabeza-.?Que haces!

?Era ella, mi mujer! Le devolvi el abrazo, en plena e intima boca.

– ?Que hacia? -le respondi-. Buscaba una explicacion justa a lo que nos esta pasando.

– Federico… amor mio… -murmuro. Y la ola de locura nos envolvio de nuevo.

Desde el comedor oi que ella -aqui mismo- se desvestia. Y aulle con amor:

– ?A que no?…

– ?Hiptalmica, hiptalmica! -respondio riendo y desnudandose a toda prisa.

Cuando entre, me sorprendio el silencio considerable de este dormitorio. Me acerque sin hacer ruido y mire. Mi mujer estaba acostada, el rostro completamente hinchado y blanco. Tenia atada la cara con un panuelo.

Corri suavemente la colcha sobre la sabana, me acoste en el borde de la cama, y cruce las manos bajo la nuca.

No habia aqui ni un crujido de ropa ni una trepidacion lejana. Nada. La llama de la vela ascendia como aspirada por el inmenso silencio. Pasaron horas y horas. Las paredes, blancas y frias, se oscurecian progresivamente hacia el techo… ?Que es eso? No se…

Y alce de nuevo los ojos. Los otros hicieron lo mismo y los mantuvieron en la pared por dos o tres siglos. Al fin los senti pesadamente fijos en mi.

– ?Usted nunca ha estado en el manicomio? -me dijo uno.

– No que yo sepa… -respondi…

– ?Y en presidio?

– Tampoco, hasta ahora…

– Pues tenga cuidado, porque va a concluir en uno u otro.

– Es posible… perfectamente posible… -repuse procurando dominar mi confusion de ideas.

Salieron.

Estoy seguro de que han ido a denunciarme, y acabo de tenderme en el divan: como el dolor de cabeza continua, me he atado la cara con un panuelo blanco.

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