EL DIVINO
Jamas en el confin aquel se habia tenido idea de un teodolito. Por esto cuando se vio a Howard asentar el sospechoso aparato en el suelo, mirar por los tubitos y correr tornillos, la gente tuvo por el, sus cintas metricas, niveles y banderitas, un respeto casi diabolico.
Howard habia ido al fondo de Misiones, sobre la frontera del Brasil, a medir cierta propiedad que su dueno queria vender con urgencia. El terreno no era grande, pero el trabajo era rudo por tratarse de bosque inextricable y quebradas a prueba de nivel. Howard desempenose del mejor de los modos posibles, y se hallaba en plena tarea cuando le acaecio su singular aventura.
El agrimensor habiase instalado en un claro del bosque, y sus trabajos marcharon a maravilla durante el resto del invierno que pudo aprovechar, pero llego el verano, y con tan humedo y sofocante principio que el
bosque entero zumbo de mosquitos y bariguis, a tal punto que a Howard le falto valor para afrontarlos. No siendo por lo demas urgente su trabajo, dispusose a descansar quince dias.
El rancho de Howard ocupaba la cuspide de una loma que descendia al oeste hasta la vera del bosque. Cuando el sol caia, la loma se doraba y el ambiente cobraba tal transparente frescura que un atardecer, en los treinta y ocho anos de Howard revivieron agudas sus grandes glorias de la infancia. ?Una pandorga! ?Una cometa! ?Que cosa mas bella que remontar a esa hora el cabeceador barrilete, la bomba ondulante o el inmovil lucero? A esa hora, cuando el sol desaparece y el viento cae con el, la pandorga se aquieta. La cola pende entonces inmovil y el hilo forma una honda curva. Y alla arriba, muy alto, fija en vaguisima tremulacion, la pandorga en equilibrio constela triunfalmente el cielo de nuestra industriosa infancia.
Ahora recordaba con sorprendente viveza toda la tecnica infantil que jamas desde entonces tornara a subir a su memoria. Y cuando en compania
de su ayudante corto las tacuaras, tuvo buen cuidado de afinarlas suficientemente en los extremos, y muy poco en el medio: "Una pandorga que se quiebra por el centro, deshonra para siempre a su ingeniero", meditaba el recelo infantil de Howard.
Y fue hecha. Dispusieron primero los dos cuadros que yuxtapuestos en cruz forman la estrella. Un pliego de seda roja que Howard tenia en su archivo revistio el armazon, y como cola, a falta del clasico orillo de casimir, el agrimensor transformo la pierna de un pantalon suyo en cientifica cola de pandorga. Y por ultimo los roncadores.
Al dia siguiente la ensayaron. Era un sencillo prodigio de estabilidad, tiro y ascension. El sol traspasaba la seda punzo en escarlata vivo, y al remontarla Howard, la vibrante estrella ascendia tirante aureolada de tremulo ronquido.
Fue al otro dia, y en pleno remonte de la cometa, cuando oyeron el redoble del tambor. En verdad, mas que redoble, aquello era un acompanamiento de comparsa: tan-tan-tan… ratatan… tan-tan…
– ?Que es eso?
– No se -repuso el ayudante mirando a todos lados-. Me parece que se acerca…
– Si, alla veo una comparsa -afirmo Howard.
En efecto, por el sendero que ascendia a la loma, una comitiva con estandarte al frente avanzaba.
– Viene aqui… ?Que puede ser eso? -se pregunto Howard, que vivia aislado del mundo.
Un momento despues lo supo. Aquello llego hasta su rancho, y el agrimensor pudo examinarlo detenidamente.
Primero que todo, el hombre del tambor, un indio descalzo y con un panuelo en bandolera; luego una negra gordisima con un mulatillo erizado en brazos, que venia levantando un estandarte. Era un verdadero estandarte de satine punzo y empenachado de cintas flotantes. En la cuspide, un roseton de papel calado. Luego seguian en fila: una vieja con un terrible cigarro; un hombre con el saco al hombro; una muchachita; otro hombre en calzoncillos y tirador de arpillera; otra mujer con un chico de pecho; otro hombre; otra mujer con cigarro, y un negro canoso.
Esta era la comitiva. Pero su significado resulto mas grave, segun fue enterado Howard. Aquello era El Divino, como podia verse por la palomita de cera forrada de trapo, atada en el extremo del estandarte. El Divino recorria la comarca en ciertas epocas curando los males. Si se daba dinero en recompensa, tanto mayor eficacia.
– ;Y el tambor? -pregunto Howard. -Es su musica -le respondieron. Aunque Howard y su ayudante gozaban de excelente salud, aceptaron
de buen grado la intervencion paliativa del Espiritu Santo. De este modo, fue menester que Howard sostuviera de pie al Divino, mientras el tambor comenzaba su piruetesco acompanamiento, y la comitiva cantaba:
…
Y asi por el estilo. Claro es que, aunque Howard estaba exento de toda senora, la cancion no variaba.
Pero a pesar de la uncion medicinal de que estaban poseidos los acolitos, Howard vio muy claramente que estos no pensaban sino en la pandorga que sostenia el ayudante. La devoraban con los ojos, de modo que sus loas al igual de sus bocas abiertas estaban rectamente dirigidas a la estrella.
Jamas habian visto eso; cosa no extrana en aquellas tenebrosidades, pues mucho mas al sur se desconoce tambien esa industria. Al final fue menester que Howard recogiera la estrella y que la remontara de nuevo. La comparsa no cabia en si de gozo y lirico asombro. Se fueron por fin con un par de pesos que la portaestandarte ato al cuello del pajaro.
Con lo cual las cosas hubieran proseguido su marcha de costumbre, si al caer del segundo dia, y mientras Howard remontaba su estrella, no hubiera llegado de nuevo la procesion.
Howard se asusto, pues casualmente ese dia estaba un poco indispuesto. Pensaba ya en echarlos, cuando los sujetos expusieron su pedido: querian la cometa para hacer un Divino; le atarian la paloma en la punta. Y el ruido de los roncadores.
La comparsa sonreia estupidamente de anticipado deleite. Moririan sin duda si no obtenian aquello.
?Su pandorga, convertida en Espiritu Santo! Howard hallo la circunstancia profundamente casuistica. ?Tendria el, aunque agrimensor y fabricante de su cometa, derecho de impedir aquella como transubstanciacion? Como no creyo tenerlo, entrego el ser sagrado, y en un momento la comitiva ato la paloma a la estrella, enarbolo esta en una tacuara, y presto la comparsa se fue, a gran acompanamiento de tambor, llevando triunfalmente en lo alto de una tacuara la cometa de Howard y sus roncadores vibrantes, transformada en Dios.
Aquello fue evidentemente el mas grande exito registrado en cien leguas a la redonda: aquel brillante Divino con ruido y cola, y que volaba, o mas bien que habia volado, pues nadie se atrevio a restituirle su antiguo proceder.
Howard vio pasar asi muchas veces, siempre triunfante y otorgadora de bienes, a su pandorga celestial que echaba melancolicamente de menos. No se atrevia a hacer otra por algo de mistica precaucion.
Mas pese a esto, un dia un viejo del lugar, algo leguleyo por haber vivido un tiempo en paises mas civilizados, se quejo vagamente a Howard de que este se hubiera burlado de aquella pobre gente dandoles la cometa. -De ningun modo -se disculpo Howard.
– Si, de ningun modo… si, si -repitio pensativo el viejo, tratando de recordar que querria decir de ningun modo. Pero no pudo conseguirlo, y Howard pudo concluir su mensura sin que el viejo ni nadie se atreviera a. afrontar su sabiduria.
EL CANTO DEL CISNE
Confieso tener antipatia a los cisnes blancos. Me han parecido siempre gansos griegos, pesados, patizambos y bastante malos. He visto asi morir el otro dia uno en Palermo sin el menor trastorno poetico. Estaba echado de costado en el ribazo, sin moverse. Cuando me acerque, trato de levantarse y picarme. Sacudio precipitadamente las patas, golpeandose dos o tres veces la cabeza contra el suelo y quedo rendido, abriendo desmesuradamente el pico. Al fin estiro rigidas las unas, bajo lentamente los parpados duros y murio.
No le oi canto alguno, aunque si una especie de ronquido sibilante. Pero yo soy hombre, verdad es, y ella tampoco estaba. ?Que hubiera dado por escuchar ese dialogo! Ella esta absolutamente segura de que oyo eso y de que jamas volvera a hallar en hombre alguno la expresion con que el la miro.
Mercedes, mi hermana, que vivio dos anos en Martinez, lo veia a menudo. Me ha dicho que mas de una vez le llamo la atencion su rareza, solo siempre e indiferente a todo, arqueado en una fina silueta desdenosa.
La historia es esta: en el lago de una quinta de Martinez habia varios cisnes blancos, uno de los cuales individualizabase en la insulsez generica por su modo de ser. Casi siempre estaba en tierra, con las alas pegadas y el cuello inmovil en honda curva. Nadaba poco, jamas peleaba con sus companeros. Vivia completamente apartado de la pesada familia, como un fino retono que hubiera roto ya para siempre con la estupidez natal. Cuando alguien pasaba a su lado, se apartaba unos pasos, volviendo a su vaga distraccion. Si alguno de sus companeros pretendia picarlo, se alejaba despacio y aburrido. Al caer la tarde, sobre todo, su silueta inmovil y distinta destacabase de lejos sobre el cesped sombrio, dando a la calma morosa del crepusculo una humeda quietud de vieja quinta.
Como la casa en que vivia mi hermana quedaba cerca de aquella, Mercedes lo vio muchas tardes en que salio a caminar con sus hijos. A fines de octubre una amabilidad de vecinos la puso en relacion con Celia, y de aqui los pormenores de su idilio.
Aun Mercedes se habia fijado en que el cisne parecia tener particular aversion a Celia. Esta bajaba todas las tardes al lago, cuyos cisnes la conocian bien en razon de las galletitas que les tiraba.
Unicamente aquel evitaba su aproximacion. Celia lo noto un dia, y fue decidida a su encuentro; pero el cisne se alejo mas aun. Ella quedo un rato mirandolo sorprendida, y repitio su deseo de familiaridad, con igual resultado. Desde entonces, aunque uso de toda malicia, no pudo nunca acercarse a el. Permanecia inmovil e indiferente cuando Celia bajaba al lago; pero si esta trataba de aproximarse oblicuamente, fingiendo ir a otra parte, el cisne se alejaba enseguida.
Una tarde, cansada ya, lo corrio hasta perder el aliento y dos pinchos. Fue en vano. Solo cuando Celia no se preocupaba de el, el la seguia con los ojos. -?Y sin embargo, estaba tan segura de que me odiaba! -le dijo la hermosa chica a mi hermana, despues que todo concluyo.
Y esto fue en un crepusculo apacible. Celia, que bajaba las escaleras, lo vio de lejos echado sobre el cesped a la orilla del lago. Sorprendida de esa poco habitual confianza en ella, avanzo incredula en su direccion; pero
el animal continuo tendido. Celia llego hasta el, y recien entonces penso que podria estar enfermo. Se agacho apresuradamente y le levanto la cabeza. Sus miradas se encontraron, y Celia abrio la boca de sorpresa, lo miro fijamente y se vio obligada a apartar los ojos. Posiblemente la expresion de esa mirada anticipo, amenguandola, la impresion de las palabras. El cisne cerro los ojos.
– Me muero -dijo.
Celia dio un grito y tiro violentamente lo que tenia en las manos. Yo no la odiaba -murmuro el lentamente, el cuello tendido en tierra.
Cosa rara, Celia le ha dicho a mi hermana que al verlo asi, por morir,
no se le ocurrio un momento preguntarle como hablaba. Los pocos momentos que duro la agonia se dirigio a el y lo escucho como a un simple cisne, aunque hablandole sin darse cuenta de usted, por su voz de hombre. Arrodillose y afirmo sobre su falda el largo cuello, acariciandolo.
– ?Sufre mucho? -le pregunto. Si, un poco…
– ?Por que no estaba con los demas?
– ?Para que? No podia…
Como se ve, Celia se acordaba de todo.
– ?Por que no me queria?
El cisne cerro los ojos:
– No, no es eso… Mejor era que me apartara… Sufrir mas…
Tuvo una convulsion y una de sus grandes alas desplegadas rodeo las rodillas de Celia.
– Y sin embargo, la causa de todo y sobre todo de esto -concluyo el cisne, mirandola por ultima vez y muriendo en el crepusculo, a que el lago, la humedad y la ligera belleza de la joven daban viejo encanto de mitologia-:… Ha sido mi amor a ti…