Anaconda - Quiroga Horacio 3 стр.


– Resultado -concluyo-: dos hombres fuera de combate, y de los mas peligrosos. Ahora no nos resta mas que eliminar a los que quedan. -?O a los caballos! -dijo Hamadrias.

– ?O al perro! -agrego la Nacanina.

– Yo creo que a los caballos -insistio la cobra real-. Y me fundo en esto: mientras queden vivos los caballos, un solo hombre puede preparar miles de tubos de suero, con los cuales se inmunizaran contra nosotras. Raras veces -ustedes lo saben bien- se presenta la ocasion de morder una vena… como ayer. Insisto, pues, en que debemos dirigir todo nuestro ataque contra los caballos. ?Despues veremos! En cuanto al perro -concluyo con una mirada de reojo a la Nacanina, me parece despreciable.

Era evidente que desde el primer momento la serpiente asiatica y la Nacanina indigena habianse disgustado mutuamente. Si la una, en su caracter de animal venenoso, representaba un tipo inferior para la Cazadora, esta ultima, a fuer de fuerte y agil, provocaba el odio y los celos de Hamadrias…

De modo que la vieja y tenaz rivalidad entre serpientes venenosas y no venenosas llevaba miras de exasperarse aun mas en aquel ultimo Congreso. -Por mi parte -contesto Nacanina-, creo que caballos y hombres son secundarios en esta lucha. Por gran facilidad que podamos tener para eliminar a unos y otros, no es nada esta facilidad comparada con la que puede tener el perro el primer dia que se les ocurra dar una batida en forma, y la daran, esten bien seguras, antes de veinticuatro horas. Un perro inmunizado contra cualquier mordedura, aun la de esta senora con sombrero en el cuello agrego senalando de costado a la cobra real-, es el enemigo mas temible que podamos tener, y sobre todo si se recuerda que ese enemigo ha sido adiestrado a seguir nuestro rastro. ?Que opinas, Cruzada?

No se ignoraba tampoco en el Congreso la amistad singular que unia a la vibora y la culebra; posiblemente, mas que amistad, era aquello una estimacion reciproca de su mutua inteligencia.

– Yo opino como Nacanina -repuso-. Si el perro se pone a trabajar, estamos perdidas.

– ?Pero adelantemonos! -replico Hamadrias.

– ?No podriamos adelantarnos tanto…! Me inclino decididamente por la prima.

– Estaba segura -dijo esta tranquilamente.

Era esto mas de lo que podia oir la cobra real sin que la ira subiera a inundarle los colmillos de veneno.

– No se hasta que punto puede tener valor la opinion de esta senorita conversadora -dijo, devolviendo a la Nacanina su mirada de reojo-.El peligro real en esta circunstancia es para nosotras, las Venenosas, que tenemos por negro pabellon a la Muerte. Las culebras saben bien que el hombre no las teme, porque son completamente incapaces de hacerse temer. -?He aqui una cosa bien dicha! -dijo una voz que no habia sonado aun.

Hamadrias se volvio vivamente, porque en el tono tranquilo de la voz habia creido notar una vaguisima.ironia, y vio dos grandes ojos brillantes que la miraban apaciblemente.

?A mi me hablas? -pregunto con desden.

– Si, a ti -repuso mansamente la interruptora-. Lo que has dicho esta empapado en profunda verdad.

La cobra real volvio a sentir la ironia anterior, y como por un presentimiento, midio a la ligera con la vista el cuerpo de su interlocutora, arrollada en la sombra.

?Tu eres Anaconda!

?Tu lo has dicho! -repuso aquella inclinandose. Pero la Nacanina queria de una vez por todas aclarar las cosas.

– ?Un instante! -exclamo.

– ?No! -interrumpio Anaconda- Permiteme, Nacanina. Cuando un ser es bien formado, agil, fuerte y veloz, se apodera de su enemigo con la energia de nervios y musculos que constituye su honor, como lo es el de todos los luchadores de la creacion. Asi cazan el gavilan, el gato onza, el tigre, nosotras, todos los seres de noble estructura. Pero cuando se es torpe, pesado, poco inteligente e incapaz, por lo tanto, de luchar francamente por la vida, entonces se tiene un par de colmillos para asesinar a traicion, ?como esa dama importada que nos quiere deslumbrar con su gran sombrero!

En efecto, la cobra real, fuera de si, habia dilatado el monstruoso cuello para lanzarse sobre la insolente. Pero tambien el Congreso entero se habia erguido amenazador al ver esto.

– ?Cuidado! -gritaron varias a un tiempo-. ?El Congreso es inviolable!

– ?Abajo el capuchon! -alzose Atroz, con los ojos hechos ascua. Hamadrias se volvio a ella con un silbido de rabia.

– ?Abajo el capuchon! -se adelantaron Urutu Dorado y Lanceolada. Hamadrias tuvo un instante de loca rebelion, pensando en la facilidad con que hubiera destrozado una tras otra a cada una de sus contrincantes. Pero ante la actitud de combate del Congreso entero, bajo el capuchon lentamente.

– ?Esta bien! -silbo-. Respeto al Congreso. Pero pido que cuando se concluya…, ?no me provoquen!

– Nadie te provocara -dijo Anaconda.

La cobra se volvio a ella con reconcentrado odio:

– ?Y tu menos que nadie, porque me tienes miedo! -?Miedo yo! -contesto Anaconda, avanzando.

– ?Paz, paz! -clamaron todas de nuevo-. ?Estamos dando un pesimo ejemplo! ?Decidamos de una vez lo que debemos hacer!

– Si, ya es tiempo de esto -dijo Terrifica-. Tenemos dos planes a seguir: el propuesto por Nacanina, y el de nuestra aliada. ?Comenzamos el ataque por el perro, o bien lanzamos todas nuestras fuerzas contra los caballos?

Ahora bien, aunque la mayoria se inclinaba acaso a adoptar el plan de la culebra, el aspecto, tamano e inteligencia demostrados por la serpiente asiatica habian impresionado favorablemente al Congreso en su favor. Estaba aun viva su magnifica combinacion contra el personal del Instituto; y fuera lo que pudiere ser su nuevo plan, es lo cierto que se le debia ya la eliminacion de dos hombres. Agreguese que, salvo la Nacanina y Cruzada, que habian estado ya en campana, ninguna se habia dado cuenta del terrible enemigo que habia en un perro inmunizado y rastreador de viboras. Se comprendera asi que el plan de la cobra real triunfara al fin.

Aunque era ya muy tarde, era tambien cuestion de vida o muerte llevar el ataque en seguida, y se decidio partir sobre la marcha.

– ?Adelante, pues! -concluyo la de cascabel-. ?Nadie tiene nada mas que decir?

– ?Nada…! -grito Nacanina-. ?Sino que nos arrepentiremos!

Y las viboras y culebras, inmensamente aumentadas por los individuos de las especies cuyos representantes salian de la caverna, lanzaronse hacia el Instituto.

– ?Una palabra! -advirtio aun Terrifica-. ?Mientras dure la campana estamos en Congreso y somos inviolables las unas para las otras! ?Entendido?

– ?Si, si, basta de palabras! -silbaron todas.

La cobra real, a cuyo lado pasaba Anaconda, le dijo mirandola sombriamente:

– Despues…

– ?Ya lo creo! -la corto alegremente Anaconda, lanzandose como una flecha a la vanguardia.

X

El personal del Instituto velaba al pie de la cama del peon mordido por la yarara. Pronto debia amanecer. Un empleado se asomo a la ventana por donde entraba la noche caliente y creyo oir ruido en uno de los galpones. Presto oido un rato y dijo:

– Me parece que es en la caballeriza… Vaya a ver, Fragoso.

El aludido encendio el farol de viento y salio, en tanto que los demas quedaban atentos, con el oido alerta.

No habia transcurrido medio minuto cuando sintieron pasos precipitados en el patio y Fragoso aparecia, palido de sorpresa.

– ?La caballeriza esta llena de viboras! -dijo.

– ?Llena? pregunto el nuevo jefe-. ?Que es eso? ?Que pasa…?

– No se…

– Vayamos.

Y se lanzaron afuera.

– ?Daboy! ?Daboy! -llamo el jefe al perro que gemia sonando bajo la cama del enfermo. Y corriendo todos entraron en la caballeriza.

Alli, a la luz del farol de viento, pudieron ver al caballo y a la mula debatiendose a patadas contra sesenta u ochenta viboras que inundaban la caballeriza. Los animales relinchaban y hacian volar a coces los pesebres; pero las viboras, como si las dirigiera una inteligencia superior, esquivaban los golpes y mordian con furia.

Los hombres, con el impulso de la llegada, habian caido entre ellas. Ante el brusco golpe de luz, las invasoras se detuvieron un instante, para lanzarse en seguida silbando a un nuevo asalto, que dada la confusion de caballos y hombres no se sabia contra quien iba dirigido.

El personal del Instituto se vio asi rodeado por todas partes de viboras. Fragoso sintio un golpe de colmillos en el borde de las botas, a medio centimetro de su rodilla, y descargo su vara -vara dura y flexible que nunca falta en una casa de bosque- sobre el atacante. El nuevo director partio en dos a otra, y el otro empleado tuvo tiempo de aplastar la cabeza, sobre el cuello mismo del perro, a una gran vibora que acababa de arrollarse con pasmosa velocidad al pescuezo del animal.

Esto paso en menos de diez segundos. Las varas caian con furioso vigor sobre las viboras que avanzaban siempre, mordian las botas, pretendian trepar por las piernas. Y en medio del relinchar de los caballos, los gritos de los hombres, los ladridos del perro y el silbido de las viboras, el asalto ejercia cada vez mas presion sobre los defensores, cuando Fragoso, al precipitarse sobre una inmensa vibora que creyera reconocer, piso sobre un cuerpo a toda velocidad y cayo, mientras el farol, roto en mil pedazos, se apagaba. -?Atras! -grito el nuevo director-. ?Daboy, aqui!

Y salieron atras, al patio, seguidos por el perro, que felizmente habia podido desenredarse de entre la madeja de viboras.

Palidos y jadeantes, se miraron.

Parece cosa del diablo… -murmuro el jefe-. Jamas he visto cosa igual… ?Que tienen las viboras de este pais? Ayer, aquella doble mordedura, como matematicamente combinada… Hoy… Por suerte ignoran que nos han salvado a los caballos con sus mordeduras… Pronto amanecera, y entonces sera otra cosa.

– Me parecio que alli andaba la cobra real -dejo caer Fragoso, mientras se ligaba los musculos doloridos de la muneca.

– Si -agrego el otro empleado-. Yo la vi bien… Y Daboy, ?no tiene nada?

– No; muy mordido… Felizmente puede resistir cuanto quieran. Volvieron los hombres otra vez al enfermo, cuya respiracion era mejor. Estaba ahora inundado en copiosa transpiracion.

– Comienza a aclarar -dijo el nuevo director, asomandose a la ventana-. Usted, Antonio, podra quedarse aqui. Fragoso y yo vamos a salir.

– ?Llevamos los lazos? -pregunto Fragoso.

– ?Oh, no! -repuso el jefe, sacudiendo la cabeza- Con otras viboras, las hubieramos cazado a todas en un segundo. Estas son demasiado singulares… Las varas y, a todo evento, el machete.

XI

No singulares, sino viboras, que ante un inmenso peligro sumaban la inteligencia reunida de la especie, era el enemigo que habia asaltado el Instituto Seroterapico.

La subita oscuridad que siguiera al farol roto habia advertido a las combatientes el peligro de mayor luz y mayor resistencia. Ademas, comenzaban a sentir ya en la humedad de la atmosfera la inminencia del dia.

– Si nos quedamos un momento mas exclamo Cruzada-, nos cortan la retirada. ?Atras!

– ?Atras, atras! -gritaron todas. Y atropellandose, pasandose las unas sobre las otras, se lanzaron al campo. Marchaban en tropel, espantadas, derrotadas, viendo con consternacion que el dia comenzaba a romper a lo lejos.

Llevaban ya veinte minutos de fuga, cuando un ladrido claro y agudo, pero distante aun detuvo a la columna jadeante.

– ?Un instante! -grito Urutu Dorado- Veamos cuantas somos, y que podemos hacer.

A la luz aun incierta de la madrugada examinaron sus fuerzas. Entre las patas de los caballos habian quedado dieciocho serpientes muertas, entre ellas las dos culebras de coral. Atroz habia sido partida en dos por Fragoso, y Drimobia yacia alla con el craneo roto, mientras estrangulaba al perro. Faltaban ademas Coatiarita, Radinea y Boipeva. En total, veintitres combatientes aniquilados. Pero las restantes, sin excepcion de una sola, estaban todas magulladas, pisadas, pateadas, llenas de polvo y sangre entre las escamas rotas.

– He aqui el exito de nuestra campana -dijo amargamente Nacani-na, deteniendose un instante a restregar contra una piedra su cabeza- ?Te felicito, Hamadrias!

Pero para si sola se guardaba lo que habia oido tras la puerta cerrada de la caballeriza, pues habia salido la ultima. ?En vez de matar, habian salvado la vida a los caballos, que se extenuaban precisamente por falta de veneno!

Sabido es que para un caballo que se esta inmunizando, el veneno le es tan indispensable para su vida diaria como el agua misma y muere si le llega a faltar.

Un segundo ladrido de perro sobre el rastro sono tras ellas.

?Estamos en inminente peligro! -grito Terrifica-. ?Que hacemos?

– ?A la gruta! -clamaron todas, deslizandose a toda velocidad. -?Pero estan locas! -grito la Nacanina, mientras corria-. ?Las van

a aplastar a todas! ?Van a la muerte! Oiganme: ?desbandemonos!

Las fugitivas se detuvieron, irresolutas. A pesar de su panico, algo les decia que el desbande era la unica medida salvadora, y miraron alocadas a todas partes. Una sola voz de apoyo, una sola, y se decidian.

Pero la cobra real, humillada, vencida en su segundo esfuerzo de dominacion, repleta de odio para un pais que en adelante debia serle eminentemente hostil, prefirio hundirse del todo, arrastrando con ella a las demas especies.

– ?Esta loca Nacanina! -exclamo-. Separandonos nos mataran una a una sin que podamos defendernos… Alla es distinto. ?A la caverna!

– ?Si, a la caverna! -respondio la columna despavorida, huyendo-. ?A la caverna!

La Nacanina vio aquello y comprendio que iban a la muerte. Pero viles, derrotadas, locas de panico, las viboras iban a sacrificarse, a pesar de todo. Y con una altiva sacudida de lengua, ella, que podia ponerse impunemente a salvo por su velocidad, se dirigio como las otras directamente a la muerte.

Sintio asi un cuerpo a su lado, y se alegro al reconocer a Anaconda.

– Ya ves -le dijo con una sonrisa- a lo que nos ha traido la asiatica.

– Si, es un mal bicho… -murmuro Anaconda, mientras corrian una junto a otra.

– ?Y ahora las lleva a hacerse masacrar todas juntas…!

– Ella, por lo menos -advirtio Anaconda con voz sombria-, no va a tener ese gusto…

Y ambas, con un esfuerzo de velocidad, alcanzaron a la columna. Ya habian llegado.

– ?Un momento! -se adelanto Anaconda, cuyos ojos brillaban-. Ustedes lo ignoran, pero yo lo se con certeza, que dentro de diez minutos no va a quedar viva una de nosotras. El Congreso y sus leyes estan, pues, ya concluidos. ?No es eso, Terrifica?

Se hizo un largo silencio.

– Si -murmuro abrumada Terrifica-. Esta concluido…

– Entonces -prosiguio Anaconda volviendo la cabeza a todos lados-, antes de morir quisiera… ?Ah, mejor asi! -concluyo satisfecha al ver a la cobra real que avanzaba lentamente hacia ella.

No era aquel probablemente el momento ideal para un combate. Pero desde que el mundo es mundo, nada, ni la presencia del Hombre sobre ellas, podra evitar que una Venenosa y una Cazadora solucionen sus asuntos particulares.

El primer choque fue favorable a la cobra real: sus colmillos se hundieron hasta la encia en el cuello de Anaconda. Esta, con la maravillosa maniobra de las boas de devolver en ataque una cogida casi mortal, lanzo su cuerpo adelante como un latigo y envolvio en el a la Hamadrias, que en un instante se sintio ahogada. La boa, concentrando toda su vida en aquel abrazo, cerraba progresivamente sus anillos de acero, pero la cobra real no soltaba presa. Hubo aun un instante en que Anaconda sintio crujir su cabeza entre los dientes de la Hamadrias. Pero logro hacer un supremo esfuerzo, y este postrer relampago de voluntad decidio la balanza a su favor. La boca de la cobra semiasfixiada se desprendio babeando, mientras la cabeza libre de Anaconda hacia presa en el cuerpo de la Hamadrias.

Poco a poco, segura del terrible abrazo con que inmovilizaba a su rival, su boca fue subiendo a lo largo del cuello, con cortas y bruscas dentelladas, en tanto que la cobra sacudia desesperada la cabeza. Los noventa y seis agudos dientes de Anaconda subian siempre, llegaron al capuchon, treparon, alcanzaron la garganta, subieron aun, hasta que se clavaron por fin en la cabeza de su enemiga, con un sordo y larguisimo crujido de huesos masticados.

Ya estaba concluido. La boa abrio sus anillos, y el macizo cuerpo de la cobra real se escurrio pesadamente a tierra, muerta.

– Por lo menos estoy contenta… -murmuro Anaconda, cayendo a su vez exanime sobre el cuerpo de la asiatica.

Fue en ese instante cuando las viboras oyeron a menos de cien metros el ladrido agudo del perro.

Y ellas, que diez minutos antes atropellaban aterradas la entrada de la caverna, sintieron subir a sus ojos la llamarada salvaje de la lucha a muerte por la selva entera.

– ?Entremos! -agregaron, sin embargo, algunas.

– ?No, aqui! ?Muramos aqui! -ahogaron todas con sus silbidos. Y contra el murallon de piedra que les cortaba toda retirada, el cuello y la cabeza erguidos sobre el cuerpo arrollado, los ojos hechos ascua, esperaron.

No fue larga su espera. En el dia aun livido y contra el fondo negro del monte, vieron surgir ante ellas las dos altas siluetas del nuevo director y de Fragoso, reteniendo en trailla al perro, que, loco de rabia, se abalanzaba adelante.

– ?Se acabo! ?Y esta vez definitivamente! -murmuro Nacanina, despidiendose con esas seis palabras de una vida bastante feliz, cuyo sacrificio acababa de decidir. Y con un violento empuje se lanzo al encuentro del perro, que, suelto y con la boca blanca de espuma, llegaba sobre ellas. El animal esquivo el golpe y cayo furioso sobre Terrifica, que hundio los colmillos en el hocico del perro. Daboy agito furiosamente la cabeza, sacudiendo en el aire a la de cascabel; pero esta no soltaba.

Neuwied aprovecho el instante para hundir los colmillos en el vientre del animal; mas tambien en ese momento llegaban los hombres. En un segundo, Terrifica y Neuwied cayeron muertas, con los rinones quebrados.

Urutu Dorado fue partida en dos, y lo mismo Cipo. Lanceolada logro hacer presa en la lengua del perro; pero dos segundos despues caia tronchada en tres pedazos por el doble golpe de vara, al lado de Esculapia.

El combate, o mas bien exterminio, continuaba furioso, entre silbidos y roncos ladridos de Daboy, que estaba en todas partes. Cayeron una tras otra, sin perdon -que tampoco pedian-, con el craneo triturado entre las mandibulas del perro o aplastadas por los hombres. Fueron quedando masacradas frente a la caverna de su ultimo Congreso. Y de las ultimas, cayeron Cruzada y Nacanina.

No quedaba una ya. Los hombres se sentaron, mirando aquella total masacre de las especies, triunfantes un dia. Daboy, jadeando a sus pies, acusaba algunos sintomas de envenenamiento, a pesar de estar poderosamente inmunizado. Habia sido mordido sesenta y cuatro veces.

Cuando los hombres se levantaban para irse se fijaron por primera vez en Anaconda, que comenzaba a revivir.

– ?Que hace esta boa por aqui? -dijo el nuevo director-. No es este su pais… A lo que parece, ha trabado relacion con la cobra real…, y nos ha vengado a su manera. Si logramos salvarla haremos una gran cosa, porque parece terriblemente envenenada. Llevemosla. Acaso un dia nos salve a nosotros de toda esta chusma venenosa.

Y se fueron, llevando de un palo que cargaban en los hombros, a Anaconda, que herida y exhausta de fuerzas, iba pensando en Nacanina, cuyo destino, con un poco menos de altivez, podia haber sido semejante al suyo.

Anaconda no murio. Vivio un ano con los hombres, curioseando y observandolo todo, hasta que una noche se fue. Pero la historia de este viaje remontando por largos meses el Parana hasta mas alla del Guayra, mas alla todavia del golfo letal donde el Parana toma el nombre de rio Muerto; la vida extrana que llevo Anaconda y el segundo viaje que emprendio por fin con sus hermanos sobre las aguas sucias de una gran inundacion -toda esta historia de rebelion y asalto de camalotes, pertenece a otro relato.

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