– ?Exactamente! -apoyo Nacanina
– No se trata sino de esto.
Para la Nacanina, el peligro previsto era mucho menor. ?Que le importaba a ella y sus hermanas las cazadoras -a ellas, que cazaban a diente limpio, a fuerza de musculos- que los animales estuvieran o no inmunizados? Un solo punto oscuro veia ella, y es el excesivo parecido de una culebra con una vibora % que favorecia confusiones mortales. Be aqui el interes de la culebra en suprimir el Instituto.
– Yo me ofrezco a empezar la campana -dijo Cruzada.
– ?Tienes un plan? -pregunto ansiosa Terrifica, siempre falta de ideas.
– Ninguno. Ire sencillamente manana de tarde a tropezar con alguien.
– ?Ten cuidado! -le dijo Nacanina, con voz persuasiva-, Hay varias jaulas vacias… ?Ah, me olvidaba! -agrego, dirigiendose a Cruzada-. Hace un rato, cuando sali de alli… Hay un perro negro muy peludo… Creo que sigue el rastro de una vibora… ?Ten cuidado!
– ?Alla veremos! Pero pido que se llame a Congreso pleno para manana de noche. Si yo no puedo asistir tanto peor…
Mas la asamblea habia caido en nueva sorpresa. -?Perro que sigue nuestro rastro…? ?Estas segura?
– Casi. ?Ojo con ese perro, porque puede hacernos mas dano que todos los hombres juntos!
– Yo me encargo de el -exclamo Terrifica, contenta de (sin mayor esfuerzo mental) poder poner en juego sus glandulas de veneno, que a la menor contraccion nerviosa se escurria por el canal de los colmillos.
Pero ya cada vibora se disponia a hacer correr la palabra en su distrito, y a Nacanina, gran trepadora, se le encomendo especialmente llevar la voz de alerta a los arboles, reino preferido de las culebras.
A las tres de la manana la asamblea se disolvio. Las viboras, vueltas a la vida normal, se alejaron en distintas direcciones, desconocidas ya las unas para las otras, silenciosas, sombrias, mientras en el fondo de la caverna la serpiente de cascabel quedaba arrollada e inmovil, fijando sus duros ojos de vidrio en un ensueno de mil perros paralizados.
VII
Era la una de la tarde. Por el campo de fuego, al resguardo de las matas de espartillo, se arrastraba Cruzada hacia la Casa. No llevaba otra idea, ni creia necesario tener otra, que matar al primer hombre que se pusiera a su encuentro. Llego al corredor y se arrollo alli, esperando. Paso asi media hora. El calor sofocante que reinaba desde tres dias atras comenzaba a pesar sobre los ojos de la yarara, cuando un temblor sordo avanzo desde la pieza. La puerta estaba abierta, y ante la vibora, a treinta centimetros de su cabeza, aparecio el perro, el perro negro y peludo, con los ojos entornados de sueno.
?Maldita bestia…! -se dijo Cruzada-. Hubiera preferido un hombre…
En ese instante el perro se detuvo husmeando, y volvio la cabeza… ?Tarde ya! Ahogo un aullido de sorpresa y movio desesperadamente el hocico mordido.
– Ya tiene este su asunto listo… -murmuro Cruzada, replegandose de nuevo. Pero cuando el perro iba a lanzarse sobre la vibora, sintio los pasos de su amo y se arqueo ladrando a la yarara. El hombre de los lentes ahumados aparecio junto a Cruzada.
– ?Que pasa? -preguntaron desde el otro corredor.
– Una alternatus… Buen ejemplar -respondio el hombre. Y antes de que hubiera podido defenderse, la vibora se sintio estrangulada en una especie de prensa afirmada al extremo de un palo.
La yarara crujio de orgullo al verse asi; lanzo su cuerpo a todos lados, trato en vano de recoger el cuerpo y arrollarlo en el palo. Imposible; le faltaba el punto de apoyo en la cola, el famoso punto de apoyo sin el cual una poderosa boa se encuentra reducida a la mas vergonzosa impotencia. El hombre la llevo asi colgando, y fue arrojada en el Serpentario. Constituialo este un simple espacio de tierra cercado con chapas de cinc liso, provisto de algunas jaulas, y que albergaba a treinta o cuarenta viboras. Cruzada cayo en tierra y se mantuvo un momento arrollada y congestionada bajo el sol de fuego.
La instalacion era evidentemente provisoria; grandes y chatos cajones alquitranados servian de banadera a las viboras, y varias casillas y piedras amontonadas ofrecian reparo a los huespedes de ese paraiso improvisado.
Un instante despues la yarara se veia rodeada y pasada por encima por cinco o seis companeras que iban a reconocer su especie.
Cruzada las conocia a todas; pero no asi a una gran vibora que se banaba en una jaula cerrada con tejido de alambre. ?Quien era? Era absolutamente desconocida para la yarara. Curiosa a su vez se acerco lentamente.
Se acerco tanto, que la otra se irguio. Cruzada ahogo un silbido de estupor, mientras caia en guardia, arrollada. La gran vibora acababa de hinchar el cuello, pero monstruosamente, como jamas habia visto hacerlo a nadie. Quedaba realmente extraordinaria asi.
– ?Quien eres? -murmuro Cruzada-. ?Eres de las nuestras?
Es decir, venenosa. La otra, convencida de que no habia habido intencion de ataque en la aproximacion de la yarara, aplasto sus dos grandes orejas.
– Si -repuso- Pero no de aqui; de muy lejos… de la India.
– ?Como te llamas?
– Hamadrias… o cobra capelo real ".
– Yo soy Cruzada.
– Si, no necesitas decirlo. He visto muchas hermanas tuyas ya… ?Cuando te cazaron?
– Hace un rato. No pude matar.
– Mejor hubiera sido para ti que te hubieran muerto… -Pero mate al perro.
– ?Que perro? ?El de aqui?
– Si.
La cobra real se echo a reir, a tiempo que Cruzada tenia una nueva sacudida: el perro lanudo que creia haber matado estaba ladrando…
– ?Te sorprende, eh? -agrego Hamadrias-. A muchas les ha pasado lo mismo.
– Pero es que mordi en la cabeza… -contesto Cruzada, cada vez mas aturdida-. ?No me queda una gota de veneno! -concluyo. Es patrimonio de las yararas vaciar casi en una mordida sus glandulas.
– Para el es lo mismo que te hayas vaciado o no… -?No puede morir?
– Si, pero no por cuenta nuestra… Esta inmunizado. Pero tu no sabes lo que es esto…
– ?Se! -repuso vivamente Cruzada-. ?Nacanina nos conto…! La cobra real la considero entonces atentamente.
– Tu me pareces inteligente…
– ?Tanto como tu…, por lo menos! -replico Cruzada.
El cuello de la asiatica se expandio bruscamente de nuevo, y de nuevo la yarara cayo en guardia.
Ambas viboras se miraron largo rato, y el capuchon de la cobra bajo lentamente.
– Inteligente y valiente -murmuro Hamadrias-. A ti se te puede hablar… ?Conoces el nombre de mi especie?
– Hamadrias, supongo.
– O Naja bungaro… o Cobra capelo real. Nosotras somos respecto de la vulgar cobra capelo de la India, lo que tu respecto de una de esas coatiaritas… ?Y sabes de que nos alimentamos?
– No.
– De viboras americanas…, entre otras cosas -concluyo balanceando la cabeza ante Cruzada.
Esta aprecio rapidamente el tamano de la extranjera ofiofaga.
– ?Dos metros cincuenta? -pregunto.
– Sesenta… dos sesenta, pequena Cruzada -repuso la otra, que habia seguido su mirada.
– Es un buen tamano… Mas o menos, el largo de Anaconda, una prima mia. ?Sabes de que se alimenta?
– -Supongo…
– Si, de viboras asiaticas -y miro a su vez a Hamadrias.
– ?Bien contestado! -repuso esta, balanceandose de nuevo. Y despues de refrescarse la cabeza en el agua, agrego perezosamente:
– ?Prima tuya, dijiste?
– Si.
– ?Sin veneno, entonces?
– Asi es… Y por esto justamente tiene gran debilidad por las extranjeras venenosas.
Pero la asiatica no la escuchaba ya, absorta en sus pensamientos.
– ?Oyeme! -dijo de pronto-. ?Estoy harta de hombres, perros, caballos y de todo este infierno de estupidez y crueldad! Tu me puedes entender, porque lo que es esas… Llevo ano y medio encerrada en una jaula como si fuera una rata, maltratada, torturada periodicamente. Y, lo que es peor, despreciada, manejada como un trapo por viles hombres… Y yo, que tengo valor, fuerza y veneno suficiente para concluir con todos ellos, estoy condenada a entregar mi veneno para la preparacion de sueros antivenenosos. ?No te puedes dar cuenta de lo que esto supone para mi orgullo! ?Me entiendes? -concluyo mirando en los ojos a la yarara.
Si -repuso la otra-. ?Que debo hacer?
– Una sola cosa; un solo medio tenemos de vengarnos hasta las heces… Acercate, que no nos oigan… Tu sabes la necesidad absoluta de un punto de apoyo para poder desplegar nuestra fuerza… Toda nuestra salvacion depende de esto. Solamente…
– ?Que?
La cobra real miro otra vez fijamente a Cruzada.
– Solamente que puedes morir…
– ?Sola?
– ?Oh, no! Ellos, algunos de los hombres tambien moriran…
– ?Es lo unico que deseo! Continua.
– Pero acercate aun… ?Mas cerca!
El dialogo continuo un rato en voz tan baja, que el cuerpo de la yarara frotaba, descarnandose, contra las mallas de alambre. De pronto, la cobra se abalanzo y mordio por tres veces a Cruzada. Las viboras, que habian seguido de lejos el incidente, gritaron:
– ?Ya esta! ?Ya la mato! ?Es una traicionera!
Cruzada, mordida por tres veces en el cuello, se arrastro pesadamente por el pasto. Muy pronto quedo inmovil, y fue a ella a quien encontro el empleado del Instituto cuando, tres horas despues, entro en el Serpentario.
El hombre vio a la yarara, y empujandola con el pie, le hizo dar vuelta como a una soga y miro su vientre blanco.
– Esta muerta, bien muerta… -murmuro- Pero ?de que? -Y se agacho a observar a la vibora. No fue largo su examen: en el cuello y en la misma base de la cabeza noto huellas inequivocas de colmillos venenosos.
– ?Hum! se dijo el hombre- Esta no puede ser mas que la hamadrias… Alli esta, arrodillada y mirandome como si yo fuera otra alternatus… Veinte veces le he dicho al director que las mallas del tejido son demasiado grandes. Ahi esta la prueba… En fin -concluyo, cogiendo a Cruzada por la cola y lanzandola por encima de la barrera de cinc-. ?Un bicho menos que vigilar!
Fue a ver al director:
– La hamadrias ha mordido a la yarara que introdujimos hace un rato. Vamos a extraerle muy poco veneno.
– Es un fastidio grande -repuso aquel-. Pero necesitamos para hoy el veneno… No nos queda mas que un solo tubo de suero… ?Murio la alternatus?
– Si; la tire afuera… ?Traigo a la hamadrias?
– No hay mas remedio… Pero para la segunda recoleccion, de aqui a dos o tres horas.
VIII
…
…Se hallaba quebrantada, exhausta de fuerzas. Sentia la boca llena de tierra y sangre. ?Donde estaba?
El velo denso de sus ojos comenzaba a desvanecerse, y Cruzada alcanzo a distinguir el contorno. Vio -y reconocio- el muro de cinc, y subitamente recordo todo: el perro negro, el lazo, la inmensa serpiente asiatica
y el plan de batalla de esta en que ella misma, Cruzada, iba jugando su vida. Recordaba todo, ahora que la paralisis provocada por el veneno comenzaba a abandonarla. Con el recuerdo, tuvo conciencia plena de lo que debia hacer. ?Seria tiempo todavia?
Intento arrastrarse, mas en vano; su cuerpo ondulaba, pero en el mismo sitio, sin avanzar. Paso un rato aun y su inquietud crecia.
– ?Y no estoy sino a treinta metros! -murmuraba-. ?Dos minutos, un solo minuto de vida, y llego a tiempo!
Y tras nuevo esfuerzo consiguio deslizarse, arrastrarse desesperadamente hacia el laboratorio.
Atraveso el patio, llego a la puerta en el momento en que el empleado, con las dos manos sostenia, colgando en el aire, la Hamadrias, mientras el hombre de los lentes ahumados le introducia el vidrio de reloj en la boca. La mano se dirigia a oprimir las glandulas, y Cruzada estaba aun en el umbral.
– ?No tendre tiempo! se dijo desesperada. Y arrastrandose en un supremo esfuerzo, tendio adelante los blanquisimos colmillos. El peon, al sentir su pie descalzo abrasado por los dientes de la yarara, lanzo un grito
y bailo. No mucho; pero lo suficiente para que el cuerpo colgante de la cobra real oscilara y alcanzase a la pata de la mesa, donde se arrollo velozmente. Y con ese punto de apoyo, arranco su cabeza de entre las manos del peon y fue a clavar hasta la raiz los colmillos en la muneca izquierda del hombre de lentes negros, justamente en una vena.
?Ya estaba! Con los primeros gritos, ambas, la cobra asiatica y la varara, huian sin ser perseguidas.
– ?Un punto de apoyo! murmuraba la cobra volando a escape por el campo-. Nada mas que eso me faltaba. ?Ya lo consegui, por fin!
– Si -corria la yarara a su lado, muy dolorida aun-. Pero no volveria a repetir el juego…
Alla, de la muneca del hombre pendian dos negros hilos de sangre pegajosa. La inyeccion de una hamadrias en una vena es cosa demasiado seria para que un mortal pueda resistirla largo rato con los ojos abiertos -y los del herido se cerraban para siempre a los cuatro minutos.
IX
El Congreso estaba en pleno. Fuera de Terrifica y Nacanina, y las vararas Urutu Dorado, Coatiarita, Neuwied, Atroz y Lanceolada, habia acudido Coralina -de cabeza estupida, segun Nacanina-, lo que no obsta para que su mordedura sea de las mas dolorosas. Ademas es hermosa, incontestablemente hermosa con sus anillos rojos y negros.
Siendo, como es sabido, muy fuerte la vanidad de las viboras en punto de belleza, Coralina se alegraba bastante de la ausencia de su hermana Frontal", cuyos triples anillos negros y blancos sobre fondo de purpura colocan a esta vibora de coral en el mas alto escalon de la belleza ofidica.
Las Cazadoras estaban representadas esa noche por Drimobia, cuyo destino 'es ser llamada yararacusu del monte, aunque su aspecto sea bien distinto. Asistian Cipo ", de un hermoso verde y gran cazadora de pajaros; Radinea, pequena y oscura, que no abandona jamas los charcos; Boipeva, cuya caracteristica es achatarse completamente contra el suelo, apenas se siente amenazada. Trigemina, culebra de coral, muy fina de cuerpo, como sus companeras arboricolas; y por ultimo Esculap?a 23, tambien de coral, cuya entrada, por razones que se vera enseguida, fue acogida con generales miradas de desconfianza.
Faltaban asimismo varias especies de las venenosas y las cazadoras, ausencia esta que requiere una aclaracion.
Al decir Congreso pleno, hemos hecho referencia a la gran mayoria de las especies, y sobre todo de las que se podrian llamar reales por su importancia. Desde el primer Congreso de las Viboras se acordo que las especies numerosas, estando en mayoria, podian dar caracter de absoluta fuerza a sus decisiones. De aqui la plenitud del Congreso actual, bien que fuera lamentable la ausencia de la yarara Surucusu`, a quien no habia sido posible hallar por ninguna parte; hecho tanto mas de sentir cuanto que esta vibora, que puede alcanzar a tres metros, es, a la vez la que reina en America, viceemperatriz del Imperio Mundial de las Viboras, pues solo una la aventaja en tamano y potencia de veneno: la hamadrias asiatica.
Alguna faltaba -fuera de Cruzada-; pero las viboras todas afectaban no darse cuenta de su ausencia.
A pesar de todo, se vieron forzadas a volverse al ver asomar por entre los helechos una cabeza de grandes ojos vivos.
– ?Se puede? -decia la visitante alegremente.
Como si una chispa electrica hubiera recorrido todos los cuerpos, las viboras irguieron la cabeza al oir aquella voz.
– ?Que quieres aqui? -grito Lanceolada con profunda irritacion. -?Este no es tu lugar! -exclamo Urutu Dorado, dando por primera vez senales de vivacidad.
– ?Fuera! ?Fuera! -gritaron varias con intenso desasosiego.
Pero Terrifica, con silbido claro, aunque tremulo, logro hacerse oir.
– ?Companeras! No olviden que estamos en Congreso, y todas conocemos sus leyes; nadie, mientras dure, puede ejercer acto alguno de violencia. ?Entra, Anaconda!
– ?Bien dicho! -exclamo Nacanina con sorda ironia-. Las nobles palabras de nuestra reina nos aseguran. ?Entra, Anaconda!
Y la cabeza viva y simpatica de Anaconda avanzo, arrastrando tras de si dos metros cincuenta de cuerpo oscuro y elastico. Paso ante todas, cruzando una mirada de inteligencia con la Nacanina, y fue a arrollarse, con leves silbidos de satisfaccion, junto a Terrifica, quien no pudo menos de estremecerse.
– ?Te incomodo? -le pregunto cortesmente Anaconda.
– ?No, de ninguna manera! -contesto Terrifica-. Son las glandulas de veneno que me incomodan, de hinchadas…
Anaconda y Nacanina tornaron a cruzar una mirada ironica, y prestaron atencion.
La hostilidad bien evidente de la asamblea hacia la recien llegada tenia un cierto fundamento, que no se dejara de apreciar. La Anaconda es la reina de todas las serpientes habidas y por haber, sin exceptuar al piton malayo. Su fuerza es extraordinaria, y no hay animal de carne y hueso capaz de resistir un abrazo suyo. Cuando comienza a dejar caer del follaje sus diez metros de cuerpo liso con grandes manchas de terciopelo negro, la selva entera se crispa y encoge. Pero la Anaconda es demasiado fuerte para odiar a sea quien fuere -con una sola excepcion-, y esta conciencia de su valor le hace conservar siempre buena amistad con el hombre. Si a alguien detesta, es, naturalmente, a las serpientes venenosas; y de aqui la conmocion de las viboras ante la cortes Anaconda.
Anaconda no es, sin embargo, hija de la region. Vagabundeando en las aguas espumosas del Parana habia llegado hasta alli con una gran creciente, y continuaba en la region muy contenta del pais, en buena relacion con todos, y en particular con la Nacanina, con quien habia trabado viva amistad. Era, por lo demas, aquel ejemplar una joven Anaconda que distaba aun mucho de alcanzar a los diez metros de sus felices abuelos. Pero los dos metros cincuenta que media ya valian por el doble, si se considera la fuerza de esta magnifica boa, que por divertirse, al crepusculo, atraviesa el Amazonas entero con la mitad del cuerpo erguido fuera del agua.
Pero Atroz acaba de tomar la palabra ante la asamblea, ya distraida.
– Creo que podriamos comenzar ya -dijo-. Ante todo, es menester saber algo de Cruzada. Prometio estar aqui en seguida.
Lo que prometio -intervino la Nacanina- es estar aqui cuando pudiera. Debemos esperarla.
– ?Para que? -replico Lanceolada; sin dignarse volver la cabeza a la culebra.
– ?Como para que? -exclamo esta, irguiendose-. Se necesita toda la estupidez de una Lanceolada para decir esto… ?Estoy cansada ya de oir en este Congreso disparate tras disparate! ?No parece sino que las Venenosas representaran a la Familia entera! Nadie, menos esa -senalo con la cola a Lanceolada, ignora que precisamente de las noticias que traiga Cruzada depende nuestro plan… ?Que para que esperarla…? ?Estamos frescas si las inteligencias capaces de preguntar esto dominan en este Congreso!
– No insultes -le reprocho gravemente Coatiarita. La Nacanina se volvio a ella:
– ?Y a ti, quien te mete en esto?
– No insultes -repitio la pequena, dignamente.
Nacanina considero al pundonoroso benjamin y cambio de voz.
– Tiene razon la minuscula prima -concluyo tranquila-; Lanceolada, te pido disculpa.
– ?No es nada! -replico con rabia la yarara.
– ?No importa!; pero vuelvo a pedirte disculpa.
Felizmente, Coralina, que acechaba a la entrada de la caverna, entro silbando:
?Ahi viene Cruzada!
– ?Por fin! -exclamaron los congresales, alegres. Pero su alegria transformose en estupefaccion cuando, detras de la yarara, vieron entrar a una inmensa vibora, totalmente desconocida de ellas.
Mientras Cruzada iba a tenderse al lado de Atroz, la intrusa se arrollo lenta y paulatinamente en el centro de la caverna y se mantuvo inmovil. -?Terrifica! -dijo Cruzada-. Dale la bienvenida. Es de las nuestras. -?Somos hermanas! -se apresuro la de cascabel, observandola inquieta.
Todas las viboras, muertas de curiosidad, se arrastraron hacia la recien llegada.
– Parece una prima sin veneno -decia una, con un tanto de desden.
– Si -agrego otra-. Tiene ojos redondos.
– Y cola larga.
– Y ademas…
Pero de pronto quedaron mudas, porque la desconocida acababa de hinchar monstruosamente el cuello. No duro aquello mas que un segundo; el capuchon se replego, mientras la recien llegada se volvia a su amiga, con la voz alterada.
– Cruzada: diles que no se acerquen tanto… No puedo dominarme.
– Si, ?dejenla tranquila! -exclamo Cruzada-. Tanto mas -agrego- cuanto que acaba de salvarme la vida, y tal vez la de todas nosotras. No era menester mas. El Congreso quedo un instante pendiente de la narracion de Cruzada, que tuvo que contarlo todo: el encuentro con el perro, el lazo del hombre de lentes ahumados, el magnifico plan de Hamadrias, con la catastrofe final, y el profundo sueno que acometio luego a la yarara hasta una hora antes de llegar.