El Hobbit - Tolkien John Ronald reuel 3 стр.


—¿Adónde vas? —le preguntó Thorin, en un tono que parecía querer mostrar que adivinaba los pensamientos contradictorios del hobbit.

—¿Qué os parece un poco de luz? —dijo Bilbo disculpándose.

—Nos gusta la oscuridad —dijeron todos los enanos—. ¡Oscuridad para asuntos oscuros! Faltan aún muchas horas hasta el alba.

—¡Por supuesto! —dijo Bilbo, y volvió a sentarse a toda prisa. No le acertó al taburete y se sentó en cambio en el guardafuegos, derribando con estrépito el atizador y la pala.

—¡Silencio! —dijo Gandalf—. ¡Que hable Thorin! —Y así fue como Thorin empezó.

—¡Gandalf, enanos y señor Bolsón! Nos hemos reunido en casa de nuestro amigo y compañero conspirador, este hobbit de lo más excelente y audaz. ¡Que nunca se le caiga el pelo de los pies! ¡Toda nuestra alabanza al vino y a la cerveza de la región!

Se detuvo a tomar un respiro y a esperar una cortés observación del hobbit, pero al pobre Bilbo se le habían agotado las cortesías, y movía la boca tratando de protestar porque lo habían llamado audaz, y peor que eso, compañero conspirador, aunque no emitió ningún sonido, se sentía de veras estupefacto. De modo que Thorin continuó:

—Nos hemos reunido aquí para discutir nuestros planes, medios, política y recursos. Emprenderemos ese largo viaje poco antes que rompa el día, un viaje que para algunos de nosotros, o quizá para todos (excepto para nuestro amigo y consejero, el ingenioso mago Gandalf) sea un viaje sin retorno. Éste es un momento solemne. Nuestro objetivo, supongo, todos lo conocemos bien. Para el estimable señor Bolsón, y quizá para uno o dos de los enanos más jóvenes (creo que acertaría si nombrara a Kili y a Fili, por ejemplo), la situación exacta y actual podría necesitar de una breve explicación...

Éste era el estilo de Thorin. Era un enano importante. Si se lo hubieran permitido, quizás habría seguido así hasta quedarse sin aliento, sin dejar de decir a cada uno algo ya sabido. Pero lo interrumpieron de mal modo. El pobre Bilbo no pudo soportarlo más. Cuando oyó quizá sea un viaje sin retornoempezó a sentir que un chillido le subía desde dentro, y muy pronto estalló como el silbido de una locomotora a la salida de un túnel. Todos los enanos se pusieron en pie de un salto derribando la mesa. Gandalf golpeó el extremo de la vara mágica, que emitió una luz azul, y en el resplandor se pudo ver al pobre hobbit de rodillas sobre la alfombra junto al hogar, temblando como una gelatina que se derrite. En seguida cayó de bruces al suelo, y se puso a gritar: —¡Alcanzado por un rayo, alcanzado por un rayo! —una y otra vez, y eso fue todo lo que pudieron sacarle durante largo tiempo. Así que lo levantaron y lo tumbaron en un sofá de la sala, con un trago a mano, y volvieron a sus oscuros asuntos.

—Excitable el compañerito —dijo Gandalf, mientras se sentaban de nuevo—. Tiene extraños y graciosos ataques, pero es uno de los mejores: tan fiero como un dragón en apuros.

Si habéis visto alguna vez un dragón en apuros, comprenderéis que esto sólo podía ser una exageración poética aplicada a cualquier hobbit, aun a Toro Bramador, el tío bisabuelo del Viejo Tuk, tan enorme (como hobbit) que hasta podía montar a caballo. En la batalla de los Campos Verdes había cargado contra las filas de trasgos del Monte Gram, y blandiendo una porra de madera le arrancó de cuajo la cabeza al rey Golfimbul. La cabeza salió disparada unas cien yardas por el aire y fue a dar a la madriguera de un conejo, y de esta forma, y a la vez, se ganó la batalla y se inventó el juego del golf.

Mientras tanto, sin embargo, el más gentil descendiente de Toro Bramador volvía a la vida en la sala de estar. Al cabo de un rato y luego de un trago se arrastró nervioso hacia la puerta. Esto fue lo que oyó; hablaba Gloin: —¡Hum! —o un bufido semejante—. ¿Creéis que servirá? Está muy bien que Gandalf diga que este hobbit es fiero, pero un chillido como ése en un momento de excitación bastaría para despertar al dragón y al resto de la parentela, y matarnos a todos. ¡Creo que sonaba más a miedo que a excitación! En verdad, si no fuese por la señal en la puerta, juraría que habíamos venido a una casa equivocada. Tan pronto como eché una ojeada a ese pequeñajo que se sacudía y resoplaba sobre el felpudo, tuve mis dudas. ¡Más parece un tendero que un saqueador!

En ese momento el señor Bolsón abrió la puerta y entró. La vena Tuk había ganado. De pronto sintió que si se quedaba sin cama ni desayuno podría parecer realmente fiero. En cuanto al pequeñajo que se sacudía sobre el felpudo, casi le hizo perder la cabeza. Más tarde, y a menudo, la parte Bolsón se lamentaría de lo que hizo entonces, y se diría: «Bilbo, fuiste un tonto; te decidiste a entrar y metiste la pata».

—Perdonadme —dijo—, si por casualidad he oído lo que estabais diciendo. No pretendo entender lo que habláis, ni esa referencia a saqueadores, pero no creo equivocarme si digo que sospecháis que no sirvo. —Esto es lo que él llamaba no perder la dignidad—. Lo demostraré. No hay señal alguna en mi puerta, se pintó la semana anterior, y estoy seguro de que habéis venido a la casa equivocada. Desde el momento en que vi vuestras extrañas caras en el umbral tuve mis dudas. Pero considerad que es la casa correcta. Decidme lo que queréis que haga y lo intentaré, aunque tuviera que ir desde aquí hasta el Este del Este y luchar con los hombres gusanos del Último Desierto. Tuve, una vez, un tío architatarabuelo, Toro Bramador Tuk, y...

—Sí, sí, pero eso fue hace mucho —dijo Gloin—. Estaba hablando de vos. Y os aseguro que hay una marca en esta puerta: la normal en el negocio, o la que hasta hace poco era normal. Saqueador nocturno busca un buen trabajo, con mucha Excitación y Remuneración razonable, así es como todo el mundo la entiende. Podéis decir Buscador Experto de Tesorosen vez de saqueadorsi lo preferís. Algunos lo hacen. Para nosotros es lo mismo. Gandalf nos dijo que había un hombre de esas características por estos lugares, que buscaba un trabajo inmediato, y que habían concertado una cita este miércoles, aquí y a la hora del té.

—Claro que hay una marca —dijo Gandalf—. La puse yo mismo. Por muy buenas razones. Me pedisteis que encontrara al hombre decimocuarto para vuestra expedición, y elegí al señor Bilbo. Basta que alguien diga que elegí al hombre o la casa equivocada y podéis quedaros en trece y tener toda la mala suerte que queráis, o volver a picar carbón.

Clavó la mirada con tal ira en Gloin que el enano se acurrucó en la silla; y cuando Bilbo intentó abrir la boca para hacer una pregunta, se volvió hacia él con el entrecejo fruncido, adelantando las cejas espesas, hasta que el hobbit cerró la boca de golpe. —Está bien —dijo Gandalf—. No discutamos más. He elegido al señor Bolsón y eso tendría que bastar a todos. Si digo que es un saqueador nocturno, lo es de veras, o lo será llegado el momento. Hay mucho más en él de lo que imagináis y mucho más de lo que él mismo se imagina. Tal vez (posiblemente) aún viváis todos para agradecérmelo. Ahora, Bilbo, muchacho, ¡vete a buscar la lámpara y pongamos un poco de luz a todo esto!

Sobre la mesa, a la luz de una gran lámpara de pantalla roja, Gandalf extendió un trozo de pergamino bastante parecido a un mapa.

—Esto lo hizo Thror, tu abuelo, Thorin —dijo respondiendo a las excitadas preguntas de los enanos—. Es un plano de la Montaña.

—No creo que nos sea de gran ayuda —dijo Thorin desilusionado, tras echar un vistazo—. Recuerdo la Montaña muy bien, así como las tierras que hay por allí. Y sé dónde está el Bosque Negro, y el Brezal Marchito, donde se crían los grandes dragones.

—Hay un dragón señalado en rojo sobre la Montaña —dijo Balin—, pero será bastante fácil encontrarlo sin eso, si alguna vez llegamos allí.

—Hay también un punto que no habéis advertido —dijo el mago—, y es la entrada secreta. ¿Veis esa runa en el lado oeste, y la mano que apunta hacia ella desde las otras runas? Eso indica un pasadizo oculto a los Salones Inferiores. —Mirad el mapa al principio de este libro, y allí veréis las runas.

—Puede que en otra época fuese secreto —dijo Thorin—, pero ¿cómo sabremos si todavía lo es? El Viejo Smaug ha vivido allí mucho tiempo y ha de conocer bien esas cuevas.

—Tal vez... pero no pudo haberlo utilizado desde hace años y años.

—¿Por qué?

—Porque es demasiado pequeño. Cinco pies de altura y tres pasan con holgura, dicen las runas, pero Smaug no podría arrastrarse por un agujero de ese tamaño, ni siquiera cuando era un dragón joven, y menos después de haber devorado tantos enanos y hombres de Valle.

—Pues a mí me parece un agujero bastante grande —chilló Bilbo, que nada sabía de dragones, y en cuanto a agujeros sólo conocía los de los hobbits. Se sentía otra vez excitado e interesado, y olvidó mantener la boca cerrada. Le encantaban los mapas, y en el vestíbulo colgaba uno enorme del País Redondo con todos sus caminos favoritos marcados en tinta roja—. ¿Cómo una puerta tan grande pudo haber sido un secreto para todo el mundo, aun sin tener en cuenta al dragón? —preguntó. Recordad que era sólo un pequeño hobbit.

—De muchos modos —dijo Gandalf—. Pero cómo ha quedado oculta, no lo sabremos sin antes ir a mirar. Por lo que dice el mapa, me imagino que hay una puerta cerrada que no se distingue del resto de la ladera. El método común entre los enanos, ¿no es cierto?

—Muy cierto —dijo Thorin.

—Además —prosiguió Gandalf—, olvidé mencionar que con el mapa venía una llave, una llave pequeña y rara. ¡Hela aquí! —dijo, y dio a Thorin una llave de plata, larga, de dientes intrincados—. ¡Guárdala bien!

—Así lo haré —dijo Thorin, y la enganchó en una cadenilla que le colgaba del cuello bajo la chaqueta—. Ahora las cosas parecen más prometedoras. Estas noticias les dan mejor aspecto. Hasta hoy no teníamos una idea demasiado clara de lo que podíamos hacer. Pensábamos marchar hacia el Este en silencio y con toda la cautela posible, hasta llegar a Lago Largo. Las dificultades empezarían después...

—Mucho antes, si algo sé de los caminos del Este —interrumpió Gandalf.

—Podríamos subir desde allí bordeando el Río Rápido —dijo Thorin sin prestar atención—, y luego hasta las ruinas de Valle, la vieja ciudad a la sombra de la Montaña. Pero a ninguno nos gustaba mucho la idea de la Puerta Principal. El río sale justo ahí atravesando el gran risco al sur de la Montaña, y de ahí sale también el dragón, muy a menudo desde hace tiempo, a menos que haya cambiado de costumbres.

—Eso no sería bueno —dijo el mago—, no sin un guerrero poderoso, o aun un héroe. Intenté conseguir uno; pero los guerreros están todos ocupados luchando entre ellos en tierras lejanas, y en esta vecindad los héroes son escasos, o al menos no se los encuentra. Las espadas están aquí casi todas embotadas, las hachas se utilizan para cortar árboles y los escudos como cunas o cubrefuentes; y para comodidad de todos, los dragones están muy lejos (y de ahí que sean legendarios). Por este motivo me dediqué a merodear de noche, sobre todo desde que recordé la existencia de una Puerta lateral. Y aquí tenemos a nuestro pequeño Bilbo Bolsón, elsaqueador, electo y selecto. Así que continuemos y hagamos planes.

—Muy bien —dijo Thorin—, supongamos entonces que el experto mismo nos da alguna idea o sugerencia. —Se volvió con una cortesía burlona hacia Bilbo.

—En primer lugar, me gustaría saber un poco más del asunto —dijo Bilbo, sintiéndose confuso y un poco agitado por dentro, pero bastante Tuk todavía y decidido a seguir adelante—. Me refiero al oro y al dragón, y todo eso, y cómo llegar allí y a quién pertenece, etcétera, etcétera.

—¡Bendita sea! —dijo Thorin—, ¿no tienes un mapa? ¿Y no has oído nuestro canto? ¿Y acaso no hemos estado hablando de esto durante horas?

—Aun así, me gustaría saberlo todo clara y llanamente —dijo Bilbo con obstinación, adoptando un aire de negocios (por lo común reservado para gente que trataba de pedirle dinero), y tratando por todos los medios de parecer sabio, prudente, profesional, y estar a la altura de la recomendación de Gandalf—. También me gustaría conocer los riesgos, los gastos, el tiempo requerido y la remuneración, etcétera. —Lo que quería decir: «¿Qué sacaré de esto? ¿Y regresaré con vida?».

—Oh, muy bien —dijo Thorin—. Hace mucho, en tiempos de mi abuelo Thror, nuestra familia fue expulsada del lejano Norte y vino con todos sus bienes y herramientas a esta Montaña del mapa. La había descubierto mi lejano antepasado, Thrain el Viejo, pero entonces abrieron minas, excavaron túneles y construyeron galerías y talleres más grandes... y creo además que encontraron gran cantidad de oro y también piedras preciosas. De cualquier modo, se hicieron inmensamente ricos, y mi abuelo fue de nuevo Rey bajo la Montaña y tratado con gran respeto por los mortales, que vivían al Sur y poco a poco se extendieron río arriba hasta el valle al pie de la Montaña. Allá, en aquellos días, levantaron la alegre ciudad de Valle. Los reyes mandaban buscar a nuestros herreros y recompensaban con largueza aun a los menos hábiles. Los padres nos rogaban que tomásemos a sus hijos como aprendices y nos pagaban bien, sobre todo con provisiones, pues nosotros nunca sembrábamos, ni buscábamos comida. Aquellos días sí que eran buenos, y aun el más pobre tenía dinero para gastar y prestar, y ocio para fabricar objetos hermosos sólo por diversión, para no mencionar los más maravillosos juguetes mágicos, que hoy ya no se encuentran en el mundo. Así los salones de mi abuelo se llenaron de armaduras, joyas, grabados y copas, y el mercado de juguetes de Valle fue el asombro de todo el Norte.

»Sin duda eso fue lo que atrajo al dragón. Los dragones, sabéis, roban oro y joyas a hombres, elfos y enanos dondequiera que puedan encontrarlos, y guardan el botín mientras viven (lo que en la práctica es para siempre, a menos que los maten), y ni siquiera disfrutan de un anillo de hojalata. En realidad apenas distinguen una pieza buena de una mala, aunque en general conocen bien el valor que tienen en el mercado; y no son capaces de hacer nada por sí mismos, ni siquiera arreglarse una escamita suelta en la armadura que llevan. Por aquellos días había muchos dragones en el Norte, y es posible que el oro empezara a escasear allá arriba, con enanos que huían al Sur o eran asesinados, y la devastación general y la destrucción que los dragones provocaban y que iba en aumento. Había un gusano que era muy ambicioso, fuerte y malvado, llamado Smaug. Un día echó a volar, y llegó al Sur. Lo primero que oímos fue un ruido como de un huracán que venía del Norte, y los pinos en la Montaña crujían y rechinaban con el viento. Algunos de los enanos que en ese momento estábamos fuera (yo era por fortuna uno de ellos, un muchacho apuesto y aventurero en aquellos días, siempre vagando por los alrededores, y eso me salvó entonces), bien, vimos desde bastante lejos al dragón que se posaba en nuestra montaña en un remolino de fuego. Luego bajó por las laderas, y los bosques empezaron a arder. Ya para entonces todas las campanas repicaban en Valle y los guerreros se armaban. Los enanos salieron corriendo por la puerta grande; pero allí estaba el dragón esperándolos. Nadie escapó por ese lado. El río se transformó en vapor y una niebla cayó sobre ellos y acabó con la mayoría de los guerreros: la triste historia de siempre, sólo que en aquellos días era demasiado común. Luego retrocedió, arrastrándose a través de la Puerta Principal, y destrozó todos los salones, aceras, túneles, callejuelas, bodegas, mansiones y pasadizos. Después de eso no quedó enano vivo dentro, y el dragón se apoderó de todas las riquezas. Quizá, pues es costumbre entre los dragones, haya apilado todo en un gran montón muy adentro y duerma sobre el tesoro utilizándolo como cama. Más tarde empezó a salir de vez en cuando arrastrándose por la puerta grande y llegaba a Valle de noche, y se llevaba gente, especialmente doncellas, para comerlas en la cueva, hasta que Valle quedó arruinada y toda la gente murió o huyó. Lo que pasa allí ahora no lo sé con certeza, pero no creo que nadie viva hoy entre la Montaña y la orilla opuesta del Lago Largo.

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