El Hobbit - Tolkien John Ronald reuel 6 стр.


—¿Será esto de alguna utilidad? —preguntó Bilbo cuando ya se estaban cansando y enfadando—. Lo encontré en el suelo donde los trolls tuvieron la discusión. —Y extrajo una llave bastante grande, aunque Guille la hubiese considerado pequeña y secreta. Por fortuna se le había caído del bolsillo antes de quedar convertido en piedra.

—Pero ¿por qué no lo dijiste antes? —le gritaron. Gandalf arrebató la llave y la introdujo en la cerradura. Entonces la puerta se abrió hacia atrás con un solo empellón, y todos entraron. Había huesos esparcidos por el suelo, y un olor nauseabundo en el aire, pero había también una buena cantidad de comida mezclada al descuido en unos estantes y sobre el suelo, entre un cúmulo de cosas tiradas en desorden, producto de muchos saqueos, desde botones de estaño a ollas colmadas de monedas de oro apiladas en un rincón. Había también montones de vestidos que colgaban de las paredes —demasiado pequeños para los trolls; me temo que pertenecían a las víctimas—, y entre ellos muchas espadas de diversa factura, forma y tamaño. Dos les llamaron particularmente la atención, por sus hermosas vainas y empuñaduras enjoyadas. Gandalf y Thorin tomaron una cada uno, y Bilbo un cuchillo con vaina de cuero. Para un troll no habría sido más que un pequeño cortaplumas, pero al hobbit le servía como espada corta.

—Las hojas parecen buenas —dijo el mago desenvainando una a medias y observándola con curiosidad—. No han sido forjadas por ningún troll ni herrero humano de estos lugares y días, pero cuando podamos leer las runas que hay en ellas, sabremos más.

—Salgamos de este hedor horrible —dijo Fili. Y así sacaron las ollas de monedas y todos los alimentos que parecían limpios y adecuados para comer, así como un barril de cerveza del país todavía lleno. Sintieron ganas de desayunar, y hambrientos como estaban no hicieron ascos a lo que habían sacado de las despensas de los trolls. De las provisiones que habían traído quedaba ya poco, pero ahora tenían pan, queso, gran cantidad de cerveza y panceta para asar a las brasas.

Luego se durmieron, pues la noche no había sido tranquila, y no hicieron nada hasta la tarde. Entonces trajeron los poneys y se llevaron las ollas del oro y las enterraron con mucho secreto no lejos del sendero que bordea el río, echándoles numerosos encantamientos, por si alguna vez tenían oportunidad de regresar y recobrarlas. En seguida, volvieron a montar, y trotaron otra vez por el camino hacia el Este.

—¿Dónde has ido, si puedo preguntártelo? —dijo Thorin a Gandalf mientras cabalgaban.

—A mirar adelante —respondió Gandalf.

—¿Y qué te hizo volver en el momento preciso?

—Mirar hacia atrás.

—De acuerdo, pero ¿no podrías ser más explícito?

—Me adelanté a explorar el camino. Pronto se hará peligroso y difícil. Deseaba también acrecentar nuestras reservas de alimentos. Sin embargo, no había ido muy lejos cuando me encontré con un par de amigos de Rivendel.

—¿Dónde queda eso? —preguntó Bilbo.

—No interrumpas —dijo Gandalf—. Llegarás allí en pocos días, si tenemos suerte, y lo sabrás todo. Como estaba diciendo, encontré dos de los hombres de Elrond. Huían asustados de los trolls. Por ellos supe que tres trolls habían bajado de las montañas y se habían asentado en el bosque, no lejos del camino. Habían espantado a toda la gente del distrito y tendían celadas a los extraños. En seguida tuve el presentimiento de que yo hacía falta. Mirando atrás, vi fuego a lo lejos y me vine. Así que ya lo sabes ahora. Por favor, ten más cuidado la próxima vez; ¡o no llegaremos a ninguna parte!

—¡Gracias! —dijo Thorin.

Era tan noble y de facciones tan hermosas como un señor de los elfos, fuerte como un guerrero, sabio como un mago, venerable como un rey de los enanos, y benévolo como el estío. Aparece en muchos relatos, pero la parte que desempeña en la historia de la aventura de Bilbo es pequeña, aunque importante, como veréis, si alguna vez llegamos a acabarla. La casa era perfecta tanto para comer o dormir como para trabajar, o contar historias, o cantar, o simplemente sentarse y pensar mejor, o una agradable mezcla de todo esto. La perversidad no tenía cabida en aquel valle.