Entonces la desenvainó. La espada brilló pálida y débil ante los ojos de Bilbo. «Así que es una hoja de los elfos, también», pensó, «y los trasgos no están muy cerca, aunque tampoco bastante lejos».
Pero de alguna manera se sintió reconfortado. Era bastante bueno llevar una hoja forjada en Gondolin para las guerras de los trasgos de las que había cantado tantas canciones; y también había notado que esas armas causaban gran impresión entre los trasgos que tropezaban con ellas de improviso.
«¿Volver?», pensó. «No sirve de nada. ¿Ir por algún camino lateral? ¡Imposible! ¿Ir hacia adelante? ¡No hay alternativa! ¡Adelante pues!» Y se incorporó y trotó llevando la espada alzada frente a él, una mano en la pared y el corazón palpitando.
Era evidente que Bilbo se encontraba en lo que puede llamarse un sitio estrecho. Pero recordad que no era tan estrecho para él como lo habría sido para vosotros o para mí. Los hobbits no se parecen mucho a la gente ordinaria, y aunque sus agujeros son unas viviendas muy agradables y acogedoras, adecuadamente ventiladas, muy distintas de los túneles de los trasgos, están más acostumbrados que nosotros a andar por galerías, y no pierden fácilmente el sentido de la orientación bajo tierra, no cuando ya se han recobrado de un golpe en el cráneo. También pueden moverse muy en silencio y esconderse con rapidez; se recuperan de un modo maravilloso de caídas y magulladuras, y tienen un fondo de prudencia y unos dichos juiciosos que la mayoría de los hombres no ha oído nunca o ha olvidado hace tiempo.
De cualquier modo, no me hubiera sentido a gusto en el sitio donde estaba el señor Bilbo. La galería parecía no tener fin. Todo lo que él sabía era que seguía bajando, siempre en la misma dirección, a pesar de un recodo y una o dos vueltas. Había pasadizos que partían de los lados aquí y allá, como podía saber por el brillo de la espada, o podía sentir con la mano en la pared. No les prestó atención, pero apresuraba el paso por temor a los trasgos o a cosas oscuras imaginadas a medias que asomaban en las bocas de los pasadizos. Adelante y adelante siguió, bajando y bajando; y todavía no se oía nada, excepto el zumbido ocasional de un murciélago que se le acercaba, asustándolo en un principio, pero que luego se repitió tanto que él dejó de preocuparse. No sé cuánto tiempo continuó así, odiando seguir adelante, no atreviéndose a parar, adelante y adelante, hasta que estuvo más cansado que cansado. Parecía que el camino continuaría así al día siguiente y más allá, perdiéndose en los días que vendrían después.
De pronto, sin ningún motivo, se encontró trotando en un agua fría como el hielo. ¡Uf! Esto lo reanimó, rápida y bruscamente. No sabía si el agua era sólo un estanque en medio del camino, la orilla de un arroyo que cruzaba el túnel bajo tierra, o el borde de un lago subterráneo, oscuro y profundo. La espada apenas brillaba. Se detuvo, y escuchando con atención alcanzó a oír unas gotas que caían desde un techo invisible en el agua de abajo; pero no parecía haber ningún otro tipo de ruido.
«De modo que es un lago o un pozo, y no un río subterráneo», pensó. Aun así no se atrevió a meterse en el agua a oscuras. No sabía nadar, y además pensaba en las criaturas barrosas y repugnantes, de ojos saltones y ciegos, que culebreaban sin duda en el agua. Hay extraños seres que viven en pozos y lagos en el corazón de los montes; pero cuyos antepasados llegaron nadando, sólo el cielo sabe hace cuánto tiempo, y nunca volvieron a salir, y los ojos les crecían, crecían y crecían mientras trataban de ver en la oscuridad; y allí hay también criaturas más viscosas que peces. Aun en los túneles y cuevas que los trasgos habían excavado para sí mismos, hay otras cosas vivas que ellos desconocen, cosas que han venido arrastrándose desde fuera para descansar en la oscuridad. Además, los orígenes de algunos de estos túneles se remontan a épocas anteriores a los trasgos, quienes sólo los ampliaron y unieron con pasadizos, y los primeros propietarios están todavía allí, en raros rincones, deslizándose y olfateando todo alrededor.
Aquí abajo junto al agua lóbrega vivía el viejo Gollum, una pequeña y viscosa criatura. No sé de dónde había venido, ni quién o qué era. Era Gollum: tan oscuro como la oscuridad, excepto dos grandes ojos redondos y pálidos en la cara flaca. Tenía un pequeño bote y remaba muy en silencio por el lago, pues lago era, ancho, profundo y mortalmente frío. Remaba con los grandes pies colgando sobre la borda, pero nunca agitaba el agua. No él. Los ojos pálidos e inexpresivos buscaban peces ciegos alrededor, y los atrapaba con los dedos largos, rápidos como el pensamiento. Le gustaba también la carne. Los trasgos le parecían buenos, cuando podía echarles mano; pero trataba de que nunca lo encontraran desprevenido. Los estrangulaba por la espalda si alguna vez bajaba uno de ellos hasta la orilla del agua, mientras él rondaba en busca de una presa. Rara vez lo hacían, pues tenían el presentimiento de que algo desagradable acechaba en las profundidades, debajo de la raíz misma de la montaña. Cuando excavaban los túneles, tiempo atrás, habían llegado hasta el lago y descubrieron que no podían ir más lejos. De modo que para ellos el camino terminaba en esa dirección, y de nada les valía merodear por allí, a menos que el Gran Trasgo los enviase. A veces tenían la ocurrencia de buscar peces en el lago, y a veces ni el trasgo ni el pescado volvían.
Gollum vivía en verdad en una isla de roca barrosa en medio del lago. Observaba a Bilbo desde lejos con los ojos pálidos como telescopios. Bilbo no podía verlo, mientras el otro lo miraba, perplejo; parecía evidente que no era un trasgo.
Gollum se metió en el bote y se alejó de la isla. Bilbo, sentado a orillas del agua, se sentía desconcertado, como si hubiese perdido el camino y el juicio. De pronto asomó Gollum, que cuchicheó y siseó:
—¡Bendícenos y salpícanos, preciosso mío! Me huelo un banquete selecto; por lo menos nos daría para un sabroso bocado, ¡gollum! —Y cuando dijo gollumhizo con la garganta un ruido horrible como si engullera. Y así fue como le dieron ese nombre, aunque él siempre se llamaba a sí mismo «preciosso mío».
El hobbit dio un brinco cuando oyó el siseo, y de repente vio los ojos pálidos clavados en él.
—¿Quién eres? —preguntó, adelantando la espada.
—¿Qué ess él, preciosso mío? —susurró Gollum (que siempre se hablaba a sí mismo, porque no tenía a ningún otro con quien hablar). Eso era lo que quería descubrir, pues en verdad no tenía mucha hambre, sólo curiosidad; de otro modo hubiese estrangulado primero y susurrado después.
—Soy el señor Bilbo Bolsón. He perdido a los enanos y al mago y no sé dónde estoy, y tampoco quiero saberlo, si pudiera salir.
—¿Qué tiene él en las manoss? —dijo Gollum mirando la espada, que no le gustaba mucho.
—¡Una espada, una hoja nacida en Gondolin!
—Sss —dijo Gollum, y en un tono más cortés—: Quizá se siente aquí y charle conmigo un rato, preciosso mío. ¿Le gustan los acertijos? Quizá sí, ¿no? —Estaba ansioso por parecer amable, al menos por un rato, y hasta que supiese algo más sobre la espada y el hobbit: si realmente estaba solo, si era bueno para comer, y si Gollum mismo tenía mucha hambre.
Acertijos era todo en lo que podía pensar. Proponerlos y de vez en cuando encontrar alguna solución había sido el único entretenimiento que había compartido con otras alegres criaturas, sentadas en sus agujeros, hacía muchos, muchos años, antes de que se quedara sin amigos y de que lo echasen, y en soledad se arrastrara descendiendo y descendiendo, a la oscuridad bajo las montañas.
—Muy bien —dijo Bilbo, muy dispuesto a mostrarse de acuerdo hasta descubrir algo más acerca de la criatura: si había venido sola, si estaba furiosa o hambrienta, y si era amiga de los trasgos.
—Tú preguntas primero —dijo, pues no había tenido tiempo de pensar en un acertijo.
Así que Gollum siseó:
Las raíces no se ven,
y es más alta que un árbol.
Arriba y arriba sube,
y sin embargo no crece.
—¡Fácil! —dijo Bilbo—. Una montaña, supongo.
—¿Lo adivinó fácilmente? ¡Tendría que competir con nosotros, preciosso mío! Si preciosso pregunta y él no responde, nos lo comemos, preciosso. Si él pregunta y no contestamos, haremos lo que él quiera, ¿eh? ¡Le enseñaremos el camino de la salida, sí!
—De acuerdo —dijo Bilbo, no atreviéndose a discrepar y con el cerebro casi estallándole mientras pensaba en un acertijo que pudiese salvarlo de la olla.
Treinta caballos blancos
en una sierra bermeja.
Primero mordisquean,
y luego machacan,
y luego descansan.
Eso era todo lo que se le ocurría preguntar; la idea de comer le daba vueltas en la cabeza. Era además un acertijo bastante viejo, y Gollum conocía la respuesta tan bien como vosotros.
—Chiste viejo, chiste viejo —susurró—. ¡Los dientes, los dientes, preciosso mío! ¡Pero sólo tenemos seis!, preciosso. —Y en seguida propuso una segunda adivinanza.
Canta sin voz,
vuela sin alas,
sin dientes muerde,
sin boca habla.
—¡Un momento! —gritó Bilbo, incómodo, pensando aún en cosas que se comían. Por fortuna una vez había oído algo semejante, y recobrando el ingenio, pensó en la respuesta—. El viento, el viento, naturalmente —dijo, y quedó tan complacido que inventó en el acto otro acertijo. «Esto confundirá a esta asquerosa criaturita subterránea», pensó.
Un ojo en la cara azul
vio un ojo en la cara verde.
«Ese ojo es como este ojo»,
dijo el ojo primero,
«pero en lugares bajos,
y no en lugares altos».
—Ss, ss, ss —dijo Gollum. Había estado bajo tierra mucho tiempo, y estaba olvidando esa clase de cosas. Pero cuando Bilbo ya esperaba que el desdichado no podría responder, Gollum sacó a relucir recuerdos de tiempos y tiempos y tiempos atrás, cuando vivía con su abuela en un agujero a orillas de un río—. Ss, ss, ss, preciosso mío —dijo—. Quiere decir el sol sobre las margaritas, eso quiere decir.
Pero estos acertijos sobre las cosas cotidianas al aire libre lo fatigaban. Le recordaban también los días en que aún no era una criatura tan solitaria y furtiva y repugnante, y lo sacaban de quicio. Más aún, le daban hambre, así que esta vez pensó en algo un poco más desagradable y difícil.
No puedes verla ni sentirla,
y ocupa todos los huecos;
no puedes olerla ni oírla,
está detrás de los astros,
y está al pie de las colinas,
llega primero, y se queda;
mata risas y acaba vidas.
Para desgracia de Gollum, Bilbo había oído algo parecido en otros tiempos, y de cualquier modo la respuesta fue rotunda. —¡La oscuridad! —dijo, sin ni siquiera rascarse la cabeza o ponerse la gorra de pensar.
Caja sin llave, tapa o bisagras,
pero dentro un tesoro dorado guarda.
Bilbo preguntó para ganar tiempo, hasta que pudiese pensar algo más difícil. Creyó que era un acertijo asombrosamente viejo y fácil, aunque no con estas mismas palabras, pero resultó ser un horrible problema para Gollum. Siseaba entre dientes, sin encontrar la respuesta, murmurando y farfullando.
Al cabo de un rato Bilbo empezó a impacientarse. —Bueno, ¿qué es? —preguntó—. La respuesta no es una marmita hirviendo, como pareces creer, por el ruido que haces.
—Una oportunidad, que nos dé una oportunidad, preciosso mío... ss... ss...
—¡Bien! —dijo Bilbo tras esperar largo rato—. ¿Qué hay de tu respuesta?
Pero de súbito Gollum se vio robando en los nidos, hacía mucho tiempo, y sentado en el barranco del río enseñando a su abuela, enseñando a su abuela a sorber... —¡Huevoss! —siseó—. ¡Huevoss, eso ess! —y en seguida preguntó:
Todos viven sin aliento;
y fríos como los muertos,
nunca con sed, siempre bebiendo,
todos en mallas, siempre en silencio.
El propio Gollum se dijo que la adivinanza era asombrosamente fácil, pues él pensaba día y noche en la respuesta. Pero por el momento no se le ocurrió nada mejor, tan aturdido estaba aún por la cuestión del huevo. De cualquier modo fue todo un problema para Bilbo, quien nunca había tenido nada que ver con el agua cuando había podido evitarlo. Imagino que ya conocéis la respuesta, no lo dudo, o que podéis adivinarla en un abrir y cerrar de ojos, ya que estáis cómodamente sentados en casa, y el peligro de ser comidos no turba vuestros pensamientos. Bilbo se sentó y carraspeó una o dos veces, pero la respuesta no llegó.
Al cabo Gollum se puso a sisear entre dientes, complacido. —¿Es agradable, preciosso mío? ¿Es jugoso? ¿Cruje de rechupete? —Espió a Bilbo en la oscuridad.
—Un momento —dijo Bilbo temblando de miedo—. Yo te he dado una buena oportunidad hace poco.
—¡Tiene que darse prisa, darse prisa! —dijo Gollum, comenzando a pasar del bote a la orilla para acercarse a Bilbo. Pero cuando puso en el agua las patas grandes y membranosas, un pez saltó espantado y cayó sobre los pies de Bilbo.
—¡Uf! —dijo—, ¡que frío y pegajoso! —y así acertó—. ¡Un pez, un pez! —gritó—. ¡Es un pez!
Gollum quedó horriblemente desilusionado; pero Bilbo le propuso otro acertijo tan rápido como le fue posible, y Gollum tuvo que volver al bote y pensar.
Sin-piernas se apoya en una pierna; dos-piernas se sienta cerca de tres-piernas, y cuatro-piernas consiguió algo.
No era realmente el momento apropiado para este acertijo pero Bilbo estaba en un apuro. A Gollum le habría costado bastante acertar si Bilbo lo hubiera preguntado en otra ocasión. Tal como ocurrió, hablando de peces, «sin piernas» no parecía muy difícil, y el resto fue obvio. «Un pez sobre una mesa pequeña, un hombre a la mesa, y el gato que consigue las espinas.» Ésa era la respuesta, por supuesto, y Gollum la encontró pronto. Entonces pensó que ya era momento de preguntar algo horrible y difícil. Esto fue lo que dijo:
Devora todas las cosas:
aves, bestias, plantas y flores;
roe el hierro, muerde el acero,
y pulveriza la peña compacta;
mata reyes, arruina ciudades
y derriba las altas montañas.
El pobre Bilbo sentado en la oscuridad pensó en todos los horribles nombres de gigantes y ogros que alguna vez había oído en los cuentos, pero ninguno hacía todas esas cosas. Tenía el presentimiento de que la respuesta era muy diferente y que la sabía de algún modo, pero no era capaz de ponerse a pensar. Empezó a sentir miedo, y esto es malo para pensar. Gollum salió entonces del bote. Saltó al agua y avanzó hacia la orilla. Bilbo alcanzaba a ver los ojos que se acercaban. La lengua parecía habérsele pegado al paladar; quería gritar: ¡Dame tiempo! Pero todo lo que salió en un súbito chillido fue:
—¡Tiempo! ¡Tiempo!
Bilbo se salvó por pura suerte. Pues naturalmente ésta era la respuesta.
Gollum quedó otra vez desilusionado; ahora estaba enojándose y cansándose del juego. Le había dado mucha hambre en verdad, y no volvió al bote. Se sentó en la oscuridad junto a Bilbo. Esto incomodó todavía más al hobbit y le nubló el ingenio.