Un día más largo que un siglo - Айтматов Чингиз Торекулович 15 стр.


»Actualmente, en los círculos científicos de Pecho Forestal tiene lugar una discusión de ámbito planetario: la de si conviene incrementar los esfuerzos para descubrir el misterio de la desecación interna y buscar los medios para detener esta catástrofe potencial, o si no sería mejor encontrar a tiempo un nuevo planeta del universo que responda a las exigencias de su vida y empezar también a tiempo la emigración masiva a las nuevas tierras con el objeto de trasladar y restaurar allí la civilización pechiana. De momento aún no está claro adónde y a qué nuevo planeta se dirigen sus miradas. En todo caso, en el planeta actual van a poder vivir aún millones y millones de años, por lo que resulta impresionante que piensen ya en un futuro tan lejano y que estén dominados por tanto entusiasmo y actividad, como si este problema afectara de forma directa a la población que vive en la actualidad. Cómo es posible que ninguna mente haya atisbado este pensamiento ruin: "Después de nosotros, ¿qué más da que no crezca ni la hierba?". Nos sentimos avergonzados por haber pensado algo semejante cuando supimos que una parte considerable del producto planetario bruto se invierte en el programa para prevenir la desecación interna del núcleo. Intentan establecer una barrera de muchos miles de kilómetros —a lo largo de la frontera del desierto que avanza arrastrándose silenciosamente— por medio de la perforación de pozos ultraprofundos a través de los cuales inyectan en el núcleo sustancias neutralizantes de larga duración que, según creen, tendrán la debida influencia sobre las reacciones intranucleares del planeta.

»Como es natural, tienen y deben tener problemas de tipo social, que eternamente atormentan la razón y les imponen una pesada cruz, problemas de orden moral, intelectual, de costumbres. Es de toda evidencia que no discurrirá tan sencillamente la vida en común de diez mil y pico de millones de habitantes, por mucho que sea el bienestar que hayan alcanzado. Pero lo más sorprendente en este punto es que no conocen al Estado como tal, no conocen las armas, no saben qué es una guerra. Nos sería difícil asegurarlo, pero es posible que en el pasado histórico hayan tenido guerras, Estado, dinero, y todo cuanto acompaña a esta categoría de relaciones sociales. Sin embargo, en la etapa actual no tienen ni idea de instituciones opresivas, como el Estado, ni de formas de lucha como la guerra. Si llega el caso de explicarles la esencia de nuestras interminables guerras en la Tierra, ¿no les parecerá un medio absurdo de resolver los problemas, o lo que es más, bárbaro?

»Toda su vida está organizada sobre principios muy distintos, no del todo comprensibles ni completamente accesibles para nosotros debido a nuestro estereotipo de pensamiento terráqueo.

»Han alcanzado un nivel de creación planetaria colectiva que excluye categóricamente la guerra como medio de lucha, por lo que sólo nos queda suponer que, con toda probabilidad, esta forma de civilización es la más vanguardista dentro de los límites de todo el espacio imaginable en el medio universal. Seguramente, se alcanza este nivel de desarrollo científico cuando la humanización del tiempo y del espacio se convierte en el principal sentido de la actividad vital de los seres racionales y por lo tanto en una evolución del mundo en su nueva, más elevada e infinita fase.

»No nos disponemos a comparar dos cosas incomparables. Con el tiempo, también llegará la gente de nuestra Tierra a tan gran progreso, e incluso ahora ya tenemos de qué enorgullecernos, y sin embargo, no nos abandona una sensación deprimente: ¿qué pasará si la Humanidad de la Tierra permanece en el trágico error de creer que la historia no es más que la historia de las guerras? ¿Y si este camino de desarrollo ha sido erróneo desde el principio, el camino de un callejón sin salida? ¿En este caso, adónde vamos y adónde nos conducirá todo esto? Y si es así, ¿conseguirá la Humanidad encontrar en sí misma el valor de confesarlo y de evitar un cataclismo total? Siendo por voluntad del destino los primeros testigos de una vida social extraterrena, experimentamos complejos sentimientos: terror por el futuro de los terrícolas, y esperanza, por haber en el mundo un ejemplo de grandiosa comunidad de vida cuyo movimiento de avance cae fuera de todas las formas de contradicción que se resuelven con guerras...

»Los pechianos conocen la existencia de la Tierra, situada en los límites ultralejanos —para ellos— del universo. Están deseosos de entrar en contacto con los terrícolas no sólo por una curiosidad natural, sino, según suponen, ante todo como triunfo del fenómeno mismo de la razón, para intercambiar experiencias de civilizaciones, para una nueva era en el desarrollo del pensamiento y del espíritu de los portadores de intelecto del universo.

»En este campo, prevén muchísimo más de lo que podría pensarse. Su interés por los terrícolas viene dictado también por el hecho de considerar que la unión de los esfuerzos comunes de estas dos ramas de la razón universal es el camino fundamental para asegurar la ilimitada continuidad de la vida de la naturaleza, teniendo presente que toda energía se degrada irremisiblemente y que cualquier planeta está condenado con el tiempo a desaparecer... Están preocupados por el problema del "fin del mundo" con miles de millones de años de anticipación, y están elaborando ya actualmente unos proyectos cosmológicos para organizar una nueva base habitable para todo cuanto hay de vivo en el universo...

»Disponiendo de aparatos que vuelan a la velocidad de la luz, podrían visitar actualmente nuestra Tierra. Pero no desean hacerlo sin el consentimiento y la invitación de los propios terrícolas. No quieren irrumpir en la Tierra como huéspedes indeseados. Además, han dado a entender que desde hace tiempo están buscando un pretexto para establecer lazos de amistad. Desde que nuestras estaciones cósmicas se convirtieron en puntos de larga permanencia en órbita, comprendieron que se acercaba el momento del encuentro y que debían tomar la iniciativa. Se prepararon cuidadosamente, esperaron una buena ocasión. Esta ocasión nos correspondió a nosotros, por cuanto nos encontrábamos en el espacio intermedio, en la estación orbital...

»Nuestra estancia en su planeta ha causado, y es muy comprensible, una increíble sensación. Con este motivo se conectó al éter un sistema de telecontacto global que sólo se usa en las grandes celebraciones. En el brillante aire que nos rodea, veíamos como en sueños, a nuestro lado, unas caras y unos objetos que se encontraban a miles y miles de kilómetros, y al propio tiempo podíamos comunicarnos con ellos, sonreírnos, estrecharnos las manos, mirarnos a la cara, hablar alegremente, lanzando tumultuosas exclamaciones y riendo, como si esto tuviera lugar en un contacto directo. Qué hermosos son los pechianos, qué diferentes entre sí, incluso el color azul de sus cabellos varía del azul oscuro hasta el ultramarino, y los ancianos encanecen, por lo que se ve, igual que los nuestros. Los tipos antropológicos también son diferentes, pues constituyen diferentes grupos étnicos.

»De todo esto, y de otras cosas no menos impresionantes, hablaremos al volver a la Pariteto a la Tierra. Ahora vayamos a lo principal. Los pechianos nos ruegan que transmitamos, a través del sistema de enlace de la Paritet, su deseo de visitar nuestro planeta cuando convenga a los terrícolas. Y hasta ese día proponen establecer en colaboración un programa para construir una estación intermedia interastral, que al principio serviría para los primeros encuentros previos y después se convertiría en base fija en el camino de nuestras mutuas exploraciones. Les prometimos poner en conocimiento de nuestros coplanetarios estas propuestas. Sin embargo, a este respecto, hay otra cosa que nos preocupa más.

»¿Estamos preparados, los terrícolas, para este género de encuentros interplanetarios? ¿Somos lo suficiente maduros para ello como seres racionales? ¿Podremos, con nuestra desunión y con las contradicciones existentes, presentarnos unidos como plenipotenciarios de todo el género humano, en nombre de toda la Tierra? Os suplicamos que para evitar un nuevo estallido de rivalidad, una lucha por una ilusoria prioridad, se traslade la resolución de este problema sólo a la ONU. Os rogamos al mismo tiempo que no abuséis del derecho al veto, y, si es posible, que por esta vez, como excepción, se anule este derecho. Para nosotros resulta amargo y duro pensar en tales cosas encontrándonos en los límites de las lejanías cósmicas, pero somos terrícolas y conocemos suficientemente los modos y costumbres de los habitantes de nuestro planeta Tierra.

»Finalmente, hablemos de nosotros, hablemos una vez más de nuestro acto. Reconocemos qué desconcierto y qué medidas extremas habrá provocado nuestra desaparición de la estación orbital. Lamentamos profundamente haber causado tantas molestias. Sin embargo, era un caso único en la historia y no podíamos ni teníamos derecho a rechazar el asunto más grande de toda nuestra vida. Aun siendo hombres sometidos a un riguroso reglamento, nos vimos obligados, para conseguir este objetivo, a proceder contra dicho reglamento.

»Caiga esto sobre nuestra conciencia y recibamos el conveniente castigo. Pero de momento, olvidadlo. ¡Pensadlo! Os hemos enviado una señal desde el universo. Os hemos transmitido una señal desde un sistema astral hasta ahora desconocido, el del astro Poseedor. Los pechianos de azules cabellos son los creadores de una elevadísima civilización moderna. El encuentro con ellos puede representar un cambio total en nuestra vida, en el destino de todo el género humano. ¿Nos atreveremos a ello, salvando ante todo, como es natural, los intereses de la Tierra?

»Los extraterrestres no nos amenazan. Por lo menos, así nos lo parece. Aprovechando su experiencia podríamos dar un cambio completo a nuestra existencia, empezando por el procedimiento para obtener energía del mundo material que nos rodea, hasta la capacidad para vivir sin armas, sin violencia, sin guerras. Esto último os parecerá una extravagancia, incluso os sonará mal, pero os garantizamos solemnemente que así está organizada la vida de los seres racionales en el planeta Pecho Forestal, que han alcanzado esta valiosa perfección como pobladores de una masa geobiológica semejante a la de la Tierra. Portadores de un pensamiento universal altamente civilizado, están dispuestos a establecer contacto con sus hermanos en inteligencia, con los terrícolas, en las formas que respondan a las necesidades y a la dignidad de ambas partes.

»De todos modos, nosotros, interesados e impresionados por el descubrimiento de una civilización extraterrestre, ansiamos volver cuanto antes para comunicar a la gente todo aquello de lo que hemos sido testigos en otra galaxia, en uno de los planetas del sistema del astro Poseedor.

»Dentro de veintiocho horas, es decir, exactamente dentro de un día, después de esta sesión de enlace, tenemos intención de volar de vuelta a nuestra Paritet. Al llegar a ella nos pondremos a la completa disposición del Centrun.

»Y ahora, hasta la vista. Antes de salir para el sistema solar informaremos de la hora de nuestra llegada a la Paritet.

»Cerramos aquí nuestra primera comunicación desde el planeta Pecho Forestal. Hasta pronto. Rogamos encarecidamente lo comuniquen a nuestras familias para que no estén inquietas...

»Paritet-cosmonauta 1-2 »Paritet-cosmonauta 2-1.»

Las sesiones por separado de las comisiones plenipotenciarias a bordo del portaviones Conventsia para investigar el extraordinario suceso ocurrido en la estación orbital Paritet acabó en que ambas comisiones, con todos sus miembros, partieron a efectuar consultas con las autoridades superiores. Uno de los aviones despegó de la pista del portaviones y tomó rumbo a San Francisco; al cabo de unos minutos despegó el otro en dirección opuesta, hacia Vladivostok.

El portaviones Conventsiase encontraba en el mismo lugar, en la zona de su permanente ubicación, en el océano Pacífico, al sur de las Aleutianas... En el portaviones reinaba un orden riguroso. Cada uno se ocupaba de su trabajo, todo el mundo estaba alerta... Y todos guardaban silencio...

En estas tierras, los trenes van de oriente a occidente y de occidente a oriente.

Y a ambos lados del ferrocarril se encuentran, en estas tierras, enormes espacios desérticos, el Sary-Ozeki las tierras Centrales de las estepas amarillas...

Habían recorrido ya una tercera parte del camino hacia AnaBeit. El sol, que al principio había ascendido rápidamente sobre la tierra, ahora parecía haberse quedado fijo en un punto sobre Sary-Ozeki. Es decir, que el día era ya día. Y empezaba a calentar como tal.

Consultando ora el reloj, ora el sol, ora los valles esteparios abiertos que se extendían por delante, Burani Yediguéi supuso que de momento todo iba como era debido. Él continuaba a la cabeza de la expedición, trotando en su camello, le seguía el tractor con el remolque y tras éste la excavadora Bielorús; el perro pardo Zholbarscorría un poco hacia un lado.

«Resulta que la cabeza de un hombre no puede dejar de pensar ni por un segundo. Y de qué forma está organizada esa cosa tonta: quieras o no, un pensamiento aparecerá salido de otro, y así sin fin, seguramente hasta que te mueras.» Yediguéi hizo este gracioso descubrimiento al pillarse a sí mismo pensando continua e incesantemente algo durante el camino. Los pensamientos seguían los unos a los otros como la ola marina sigue a otra ola. En su infancia, había pasado horas observando cómo, en el mar de Aral, en tiempo ventoso, surgían en la lejanía blancas crestas móviles, y cómo se acercaban con sus crines hirvientes engendrando una ola tras otra. En aquel movimiento tenía lugar simultáneamente el nacimiento y la destrucción, y de nuevo el nacimiento y la extinción, de la carne viva del mar. Y él, que era un niño, sentía deseos de convertirse en gaviota para volar sobre las olas, sobre las centelleantes salpicaduras, para ver desde arriba cómo vivía el mar en su grandeza.

El Sary-Ozeki preotoñal, con su penetrante y triste amplitud abierta, y el uniforme rumor del camello al trote, impulsaban a Burani Yediguéi a las meditaciones propias de los viajes, y él se entregaba a ellas sin resistencia pues tenía un largo camino por delante y nada alteraba su avance. Karanar, como siempre que cubría largas distancias, se calentaba con la marcha y empezaba a desprender un fuerte olor a almizcle. Este olor le llegaba a la nariz desde la cerviz y el cuello del animal. «Vaya, vaya —sonrió satisfecho, para sí, Yediguéi—. ¡O sea que ya estás cubierto de espuma! ¡Ah, mi fierecilla, mi potrillo! ¡Malo, más que malo!»

Yediguéi también pensaba en los días pasados, en asuntos y acontecimientos de la época en que Kazangap aún tenía fuerza y salud, y con esta cadena de recuerdos se abatió inoportunamente sobre él una vieja y amarga tristeza. Y las oraciones no le sirvieron. Las musitaba en voz alta una y otra vez, las repetía para alejar, para distraer y esconder el dolor que volvía a él. Pero el alma no se sometía. Burani Yediguéi se puso sombrío. Golpeaba continuamente, sin necesidad, los flancos del camello que trotaba con gran aplicación, se había bajado la visera sobre los ojos y ya no volvía la cabeza hacia los tractores que le seguían. Ya le seguirían, no se retrasarían, qué les importaba a ellos, jóvenes e inmaduros, aquella antigua historia sobre la que no pronunciaba palabra ni con su mujer y sobre la cual había razonado Kazangap, como siempre, sensata y honestamente. Sólo él pudo dar un juicio, y de no ser así haría ya mucho tiempo que Yediguéi habría abandonado el apartadero de Boranly-Buránny...

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