el corresponsal. ( Escribiendo.)—El horror paraliza sus miembros y hiela la sangre en sus venas... Ha perdido toda esperanza... Piensa en el dulce hogar, en su mujer haciendo empanadas, en sus angelicales hijos jugando a la gallina ciega, en su anciana madre sentada ante la chimenea, con la pipa en la boca...
una voz.—Será su anciano padre.
el corresponsal.—Su anciano padre. Ha sido un lapsus... La compasión del público le emociona... Quiere que su último pensamiento aparezca en este periódico.
la señora agresiva.—¡Cómo miente ese señor!
macha. ( En tono melancólico.)—¡Ya va a caer, papá!
el turista gordo.—¡Déjame tranquilo!
el corresponsal. ( A voz en cuello.)—Una última pregunta: ¿Qué desea usted decirles, antes de morir, a sus conciudadanos?
el desconocido. ( Con voz débil.)—¡Que se vayan al infierno!
el corresponsal.—¿Qué?... ¡Ah, ya! ¡Sí, sí!... ( Escribiendo.) Afectuoso saludo de despedida... Decidido adversario de las leyes en favor de los negros... Su último deseo es que estos animales...
un pastor protestante. ( Abriéndose paso entre la muchedumbre.)—¿Dónde está? ¡Ah, ya lo veo! ¡Pobre muchacho!... Señores: ¿no hay aquí ningún otro miembro del clero? ¿No? ¡Gracias! ¡Yo he llegado el primero!
el corresponsal. ( Escribiendo.)—Momento solemne... Llega el confesor... Impresionante silencio... Muchos espectadores lloran...
el pastor.—Permítanme, señores... Esa alma descarriada quiere reconciliarse con Dios. ¿Verdad, hijo mío ( dice, dirigiéndose a gritos al desconocido), que quiere usted reconciliarse con Dios? Confiéseme sus pecados y le daré la absolución... ¿Qué? ¡No le oigo!
el corresponsal. ( Escribiendo.)—Se oyen sollozos por todas partes... En términos conmovedores, el sacerdote le habla del más allá al criminal, digo al desdichado, que le escucha con lágrimas en los ojos...
el desconocido. ( Con voz débil.)—Si no se aparta usted de ahí, le caeré encima. Peso noventa kilos.
Los espectadores que están cerca de la roca retroceden espantados.
voces.—¡Ya cae! ¡Ya cae!
el turista gordo. ( Emocionado.)—¡Macha! ¡Sacha! ¡Petka!
el primer guardia.—Señores, por favor. ¡Apártense, se lo ruego!
la señora.—Nelli: ¡corre a llamar a papá! ¡Dile que va a caer ya!
el primer fotógrafo. ( Con desesperación.)—¿Qué hago yo ahora, Dios mío? No he cambiado las placas y las nuevas me las he dejado en el bolsillo del gabán... ¡Y ese hombre es capaz de caer apenas yo vuelva la espalda! ¡Qué horrible situación!
el pastor. ( Al desconocido.)—Apresúrese, joven. Haga un esfuerzo y confiéseme sus pecados... Por lo menos los principales; los menudos puede callárselos.
el turista gordo.—¡Qué tragedia!
el corresponsal. ( Escribiendo.)—El criminal, digo el desdichado, se confiesa públicamente... Horribles secretos se descubren...
el pastor. ( A grandes voces.)—¿No ha matado usted a nadie? ¿No ha robado? ¿No ha cometido ningún adulterio?
el turista gordo.—Macha, Petka, Katia, Sacha, Vasia: ¡Escuchad!
el corresponsal. ( Escribiendo.)—La multitud se escandaliza.
el pastor. ( Apresuradamente.)—¿No ha cometido ningún sacrilegio? ¿No ha codiciado el asno, el buey, la esclava o la mujer de su prójimo?
el turista gordo.—¡Qué tragedia!
el pastor.—Mi enhorabuena, hijo mío. Se ha reconciliado usted con Dios. Ahora ya puede caer tranquilo... Pero, ¿qué veo? ¡Miembros del Ejército de Salvación! Guardias: ¡échenlos!
Muchos miembros del Ejército de Salvación, de ambos sexos, llegan a los acordes de un tambor, un violín y una trompeta ensordecedora.
el primer miembro del ejército de salvación ( Tocando frenéticamente el tambor.)—¡Hermanas y hermanos míos!
el pastor. ( Desgargantándose.)—¡Ya se ha confesado, hermanos! Estos señores pueden atestiguarlo. ¡Se ha reconciliado ya con Dios!
el segundo miembro, que es una señora ( Subiéndose a una roca.)—Al igual que ese pecador, yo me hallaba sumida en las tinieblas. Mi vicio era el alcoholismo. Y un día la luz deslumbrante de la verdad...
una voz.—¡De poco le sirvió la luz! ¡Está borracha como una cuba!
el pastor.—Guardias, ¿verdad que ya se ha reconciliado con Dios?
El primer ministro del Ejército de Salvación continúa tocando el tambor y sus compañeros de armas comienzan a cantar. La clientela del bar canta también y llama al mozo en todos los idiomas. El pastor pretende llevarse, a la fuerza, a los guardias, que se resisten desesperadamente a dejar su puesto. Aparece, jinete sobre un asno, un turista de nacionalidad inglesa. El cuadrúpedo se abre de patas y se niega, en su sonoro idioma, a seguir avanzando.
Los miembros del Ejército de Salvación no tardan en marcharse, tocando y cantando. El pastor los sigue, agitando los brazos.
el jinete inglés. ( Volviéndose a un compatriota, que también cabalga en un asno y acaba de detenerse junto a él.)—¡Qué gente más incivilizada!
el otro jinete inglés.—¡Vámonos!
el primer jinete inglés.—Aguarde un momento. Caballero ( dirigiéndose al desconocido): ¿por qué retrasa usted tanto su caída?
el segundo jinete inglés.—¡Mister William!...
el primer jinete inglés. ( Al desconocido.)—¿No ve que esta gente lleva dos días esperando? Dejándose caer la complacería usted y, además, las angustias de un gentleman no seguirían sirviendo de diversión a toda esta gentuza.
el segundo jinete inglés.—¡Mister William!...
el turista gordo.—¡Tiene razón! ¿Habéis oído, hijos míos? ¡Qué tragedia!
un turista de mal carácter. ( Avanzando, con gesto amenazador, hacia el primer inglés.)—¿Qué significa eso de gentuza?
el primer jinete inglés. ( Sin prestarle atención y fijando los ojos en el desconocido.)—Si le falta a usted valor para dejarse caer, le dispararé un tiro y se acabó. ¿Qué le parece a usted?
el primer guardia. ( Aferrando la mano del expeditivo gentleman, que apunta ya el cañón de un revólver hacia el desconocido.)—¡No tiene derecho a hacer eso! ¡Queda usted detenido!
el desconocido.—¡Guardias! ¡Guardias!
Emoción general.
voces.—¿Qué le ocurre?... ¿Qué quiere?
el desconocido. ( Con voz nada débil.)—¡Llévense a ese bárbaro que es capaz de pegarme un tiro! Y díganle al fondista que no puedo resistir más.
voces.—¿Qué dice?... ¿A qué fondista se refiere?... ¡El desgraciado se ha vuelto loco!
el turista gordo.—¡Hijos míos, qué tragedia! El desventurado ha perdido el juicio. ¿Os acordáis de Hamlet?
el desconocido. ( En tono desabrido.)—Díganle que me duelen los riñones.
macha. ( Melancólicamente.)—Papá: ¡le tiemblan las piernas!
katia.—Son convulsiones, ¿verdad, papá?
el turista gordo. ( Entusiasmado.)—No sé. Me parece que sí. Pero, ¡qué tragedia!
sacha. ( Malhumorado.)—Son las convulsiones de la agonía... ¡Papá, yo no puedo más!
el turista gordo.—¡Qué caso más extraño, hijos míos! Un hombre que de un momento a otro se va a romper la cabeza se queja de dolor de riñones.
Unos cuantos turistas, enfurecidos, aparecen empujando a un señor de chaquetilla blanca, en extremo amedrentado, que sonríe y hace reverencias a todas las gentes y, de vez en cuando, pretende huir.
voces.—¡Es una broma intolerable! ¡Guardias! ¡Guardias!
otras voces.—¿De qué broma hablan?... ¿Quién es ese hombre?... ¡Debe ser un ladrón!
el señor de la chaquetilla blanca. ( Sonriendo y haciendo reverencias.)—¡Ha sido una broma, respetables señores! El público se aburría...
el desconocido. ( Colérico.)—¡Señor fondista!
el señor de la chaquetilla blanca.—¡Enseguida, enseguida!
el desconocido.—¡Yo no puedo estar aquí indefinidamente! Habíamos acordado que estaría aquí hasta las doce y ya es mucho más tarde.
el turista alto. ( Iracundo.)—¿Oyen ustedes, señores? Este sinvergüenza de la chaquetilla blanca ha contratado a ese otro sinvergüenza y le ha amarrado a la roca.
voces.—¡Cómo! ¿Está atado?
el turista alto.—¡Claro! ¡Está atado y no puede caer! ¡Y nosotros aguardando, llenos de angustia!
el desconocido.—¿Pretendían ustedes que me rompiese la cabeza por veinticinco rublos?... Señor fondista: ¡no aguanto más! Por si no era suficiente el dolor de riñones que tengo, un pastor se ha empeñado en ayudarme a bien morir y un turista inglés ha tenido la generosa idea de obsequiarme con un balazo. ¡Eso no estaba incluido en el contrato!
sacha.—¿Ves, papá? ¿No te da vergüenza tenernos todo el día de pie y sin comer para esto?
el señor de la chaquetilla blanca.—Los clientes se aburrían... Mi única intención era entretenerles un poco.
la señora agresiva.—Pero, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué no cae?
el turista gordo.—¡Caerá, señora! ¿No va a caer?
petka.—Pero, ¿es que no has oído que está atado?
sacha.—¡Cualquiera convence a papá cuando se le mete una cosa en la cabeza!
el turista gordo.—¡Callad!
la señora agresiva.—¡Claro que caerá! ¡Pues no faltaba más!
el turista alto.—¡No se puede engañar de este modo a la gente!
el señor de la chaquetilla blanca.—El público se aburría... y yo, para proporcionarle unas horas de excitación..., pensando en sus sentimientos altruistas.
el corresponsal. ( Escribiendo.)—El dueño del hotel, aprovechándose de los mejores sentimientos humanos...
el desconocido. ( Colérico.)—Pero, ¿hasta cuándo piensa tenerme usted aquí, señor fondista?
el señor de la chaquetilla blanca.— ¡Tenga un poco de paciencia, joven! ¡No sé de qué se queja usted! Veinticinco rublos; las noches libres...
el desconocido.—¿Es que pretendía que durmiera yo aquí?
el turista alto.—¡Son ustedes unos granujas! ¡Se han aprovechado de un modo indigno de nuestro amor al prójimo! Nos han hecho sentir terror y lástima, y ahora resulta que el desventurado —¡el supuesto desventurado!—, cuya caída esperábamos todos, está atado a la roca y no puede caer...
la señora agresiva.—¡Cómo! ¡Pues no faltaba más! ¡Es necesario que caiga!
Llega, jadeando, el pastor.
el pastor.—¡Es una pandilla de impostores ese Ejército de Salvación!... ¿Todavía vive ese joven? ¡Qué fuerte!
una voz.—¡Lo fuerte son las ligaduras!
el pastor.—¿Qué ligaduras? ¿Las que le atan a la vida? ¡Oh, la muerte las rompe con suma facilidad! Por fortuna, su alma está ya purificada gracias a la confesión.
el turista gordo.—¡Guardias, guardias! ¡Es preciso un juicio oral!
la señora agresiva. ( Avanzando, amenazadora, hacia el señor de la chaquetilla blanca.)—¡No puedo permitir que se me engañe! He visto a un aviador estrellarse contra un tejado, he visto a un tigre despedazar a una mujer...
un fotógrafo.—¡Las placas que he gastado fotografiando a ese sinvergüenza tendrá que pagármelas usted, señor!
el turista gordo.—¡Un juicio oral! ¡Es preciso un juicio oral! ¡Qué desvergüenza!
el señor de la chaquetilla blanca. ( Retrocediendo.)— Pero, ¿cómo quieren ustedes que le obligue a caer? Se negaría por completo.
el desconocido.—¡Claro que me negaría! Yo no me estrello por veinticinco rublos.
el pastor.—¡Qué bribón! ¿Para eso he arriesgado yo mi vida confesándole? Y es que, señores, he arriesgado mi vida, exponiéndome a que cumpliera su amenaza de dejarse caer encima de mí.
macha. ( Melancólica.)—Papá: ¡un policía!
Enorme confusión: Unos rodean tumultuosamente al policía y otros al señor de la chaquetilla blanca. Ambos exclaman: "¡Señores, por Dios!"
el turista gordo.—Señor policía: ¡hemos sido víctimas de un engaño, de una bribonada!
el pastor.—¡El joven de la roca es un infame, un criminal!
el policía.—¡Calma, señores, calma!... ¡Eh, amigo! ( dirigiéndose al desconocido): ¿está usted dispuesto a caer o no?
el desconocido. ( Con tono resuelto.)—¡No, señor!
voces.—¿Lo ve usted? ¡Es un cínico!
el turista alto.—Escriba usted, señor policía: "Explotando el santo amor al prójimo..., ese sentimiento sagrado que..."
el turista gordo.—¿Oís, hijos míos? ¡Qué estilo!