Los Siete Ahorcados y Otros Cuentos - Андреев Леонид Николаевич 37 стр.


el turista gordo.—¡Lo hago por vosotros, majadero! ¿Piensas que a mí me divierte eso?

la segunda muchacha.—¡Papá: Macha cierra los ojos!

el segundo colegial.—¡Yo también estoy hecho polvo! Ni por la noche descanso ya; me la paso soñando que soy el Judío Errante.

el turista gordo.—¡A callar, Petka!

el primer colegial.—¡Me he quedado en los huesos! ¡No puedo más, papá! Antes prefiero ser zapatero o porquero que turista.

el turista gordo.—¡A callar, Sacha!

el primer colegial.—¡No caerá hoy, papá, no caerá hoy! ¡No te hagas ilusiones!

la primera muchacha. ( Melancólica.)—¡Ya va a caer, papá!

El desconocido dice algo, a gritos, que no se entiende.

Expectación general.

voces.—¡Mirad! ¡Ya va a caer!

Los espectadores miran con los prismáticos al desconocido.

Los portakodaks preparan sus máquinas.

un fotógrafo.—¡Diablo! ¿Qué es esto?

otro fotógrafo.—Compañero, tiene usted cerrado el objetivo...

el primer fotógrafo.—¡Ah, sí! Con las prisas se me había olvidado...

voces.—¡Silencio!... ¡Va a caer!... ¿Qué dice?... ¡Silencio!

el desconocido.—¡Socorro!

el turista gordo.—¡Pobre joven! ¡Qué terrible tragedia, hijos míos! Brilla el sol en el límpido cielo; susurra el viento entre los pinos y el desventurado, de un momento a otro, caerá y se matará. ¡Es horrible! ¿Verdad, Sacha?

el primer colegial.—¡Es horrible! ¿Verdad, Macha?... ¿Habéis comprendido? Brilla el sol, la gente come y bebe, cantan los pajarillos y el desventurado... Katia, ¿recuerdas Hamlet?

la segunda muchacha.—Sí; Hamlet, el príncipe de Dinamarca, en Frankfurt...

el turista gordo.—¿En Frankfurt?

el segundo colegial. ( Enojado.)—En Helsingfors. ¡Déjanos en paz, papá!

el primer colegial.—¡Mejor sería que nos comprases unos emparedados!

el vendedor del peine. ( Con tono misterioso.)—Un peine de tortuga. ¡Es auténtico!

el turista gordo. ( En voz baja y con expresión de conspirador.)—¿Es robado?

el vendedor del peine.—¡No, Señor!

el turista gordo.—Si no ha sido robado, no puede ser de tortuga. ¡Fuera!

la señora agresiva. ( Con entonación benévola.)—¿Los cinco son hijos de usted?

el turista gordo.—Sí, señora... Los deberes paternales... Pero, como habrá comprobado, no se dejan educar. ¡Es el eterno conflicto entre los padres y los hijos! Macha, ¡no cierres los ojos! ¡Qué terrible tragedia, señora!

la señora agresiva.—Tiene usted razón; hay que educar a los hijos. Mas, ¿por qué dice que esto es una terrible tragedia? Los albañiles se caen, a veces, de enormes alturas. El saliente donde se halla ese joven estará a poco más de cien metros del suelo. Yo he visto caer del cielo a un hombre.

el turista gordo. ( Muy complacido.)—¿Del cielo?... ¿Oís eso, hijos míos? ¡Del cielo!

la señora agresiva.—Sí; era un aviador. Cayó, desde las nubes, sobre un tejado de cinc.

el turista gordo.—¡Qué horror!

la señora agresiva.—¡Eso sí que es una tragedia! Tuvieron que echarme agua durante dos horas, con una bomba, para hacerme recobrar el conocimiento. Desde entonces jamás se me olvida el amoníaco.

Se presenta un grupo de músicos y cantantes italianos trotamundos. El tenor —un hombrecillo grueso, de perilla roja y ojos de expresión estúpida y lánguida— canta con voz dulzona. El barítono, flaco y corcovado, de voz aguardentosa, tiene la gorra de jockey echada hacia atrás. El bajo, con aspecto de bandido, toca la mandolina. Y la tiple —muchacha delgada y de grandes y movedizos ojos— el violín.

Los italianos.— Sul mare lucido, L’astro d’argento, Placida é Tonda, Prospero é il vento, Venite all’agite... Barchetta mia... Santa Lucia...

macha. ( Melancólica.)—¡Mueve los brazos!

el turista gordo.—Acaso los mueva influenciado por la música.

la señora agresiva.—Es muy posible. Pero esto quizá le haga caer antes de tiempo. ¡En, músicos, váyanse!

Haciendo enérgicos gestos, llega un turista alto y bigotudo, acompañado de algunos curiosos.

el turista alto.—¡Esto clama al cielo! ¿Por qué no se le salva? Ha pedido socorro; lo habrán oído ustedes, señores.

Los curiosos. ( A coro.)—¡Sí, lo hemos oído!

el turista alto.—Yo también le he oído gritar, con todas sus letras: "¡Socorro!" Así, pues, ¿por qué no se le salva? ¿Qué hacen ustedes aquí?

el primer guardia.—Vigilar el sitio donde se calcula que va a caer.

el turista alto.—Perfectamente. Pero, ¿por qué no le salvan ustedes? ¿Dónde está su amor al prójimo? Si un hombre pide socorro, hay que socorrerle, ¿no es cierto, señores?

Los curiosos. ( A coro.)—¿Qué duda cabe? ¡Hay que socorrerle!

el turista alto. ( Con énfasis.)—No somos paganos; somos cristianos y nuestro deber es amar al prójimo. Pide socorro y, para salvarle, hay que tomar todas las medidas al alcance de la Administración. Guardias: ¿se han tomado todas las medidas?

el primer guardia.—Sí, Señor.

el turista alto.—¿Todas? ¿Completamente todas? Muy bien. Señores, se han tomado todas las medidas. Joven ( dirigiéndose al desconocido), todas las medidas conducentes a su salvamento han sido tomadas. ¿Oye usted?

el desconocido. ( Con voz apenas audible.)—¡Socorro!

el turista alto. ( Conmovido.)—¿Oyen ustedes, señores? Otra vez pide socorro. ¿Lo han oído ustedes, guardias?

uno de los curiosos. ( Con timidez.)—En mi opinión, hay que salvarle.

el turista alto.—Hace dos horas que lo estoy diciendo. Guardias: ¡esto clama al cielo!

el mismo curioso. ( Con un poco más de atrevimiento.)—A mi parecer, lo oportuno es dirigirse a la Administración superior.

Los demás curiosos. ( A coro.)—¡Sí, hay que elevar una queja! ¡Esto es intolerable! ¡El Estado no debe abandonar a los ciudadanos en los momentos de peligro! ¡Todos pagamos contribuciones! ¡Hay que salvarle!

el turista alto.—No dejo de decirlo. Sin duda, hay que elevar una queja. Diga, joven: ¿paga usted las contribuciones?... ¿Qué? ¡No le entiendo!

el turista gordo.—Sacha, Petka, ¿oís? ¡Qué terrible tragedia! ¡Pobre muchacho! Está a punto de morir y le reclaman las contribuciones.

macha. ( Melancólica.)—¡Y va a caer, papá!

Gritos. Agitación entre los portakodaks.

el turista alto.—Hay que apresurarse. Señores: ¡hay que salvarle sea como sea! ¿Quién me sigue?

Los curiosos. ( A coro.)—¡Nosotros!

el turista alto.—¿Han oído ustedes, guardias? ¡Vamos entonces, señores!

Se marchan con aire resuelto. Aumenta la animación en el bar. Se oye entrechocar de vasos y alguien entona una canción alemana. El mozo, agotado, se aparta algo de las mesas y se seca el sudor de la frente.

voces.—¡Mozo!... ¡Mozo!

el desconocido. ( En voz bastante alta.)—¡Mozo! ¿Me podría dar un vaso de soda?

El mozo siente un estremecimiento; mira, espantado, hacia arriba, finge no haber oído bien y se aleja.

voces impacientes.—¡Mozo!... ¡Mozo! ¡Cerveza!

el mozo.—¡Al momento! ¡Al momento!

Abandonan el bar dos caballeros beodos y se dirigen a la roca.

la señora cuyo esposo estaba jugando al ajedrez.—¡Mi marido! ¡Ven, ven!

la señora agresiva.—¿No decía yo que era un sinvergüenza?

el primer beodo.—¿Y ni siquiera puede beberse usted un vaso de vino?

el desconocido.—Por desgracia, no.

el segundo beodo.—¿Por qué le dices tales cosas? ¡No amargues sus últimos momentos! Llevamos toda la tarde bebiendo a su salud. Con esto no le perjudicamos en nada, ¿verdad?

el primer beodo.—¡Claro que no! Por el contrario, lo que hará es animarle. ¡Adiós, joven! Lamentamos mucho su desgracia y, con su permiso, volveremos al bar.

el segundo beodo.—¡Cuánta gente!

el primer beodo.—¡Vamos, vamos! Aprovechemos el tiempo, que, apenas caiga, cerrarán el establecimiento.

Aparece un señor muy elegante, rodeado de nuevos curiosos. Es el corresponsal de los más importantes periódicos europeos. La gente, a su paso, murmura su nombre y le contempla con admiración. Algunos bebedores salen del bar para verle; incluso el mozo se asoma y le mira boquiabierto.

voces.—¡El corresponsal! ¡El corresponsal!

la señora.—¡A que no le ve mi marido!

el turista gordo.—¡Petka, Macha, Sacha, Katia, Vasia, mirad! ¡Es el rey de los corresponsales! Lo que él escriba ocurrirá.

la segunda muchacha.—Pero, ¿a dónde miras, Macha?

el primer colegial.—Papá, ¡no puedo más! ¡Que nos traigan unos emparedados!

el turista gordo. ( Entusiasmado.)—¡Qué tragedia, Katia! ¿Te has dado cuenta? Brilla el sol, el corresponsal nos honra con su presencia y el desventurado...

el corresponsal.—¿Dónde está?

voces solícitas.—¡Allí, en lo alto de la roca!... ¡Un poco más arriba!... ¡Un poco más abajo!

el corresponsal.—Déjenme, señores; yo le encontraré.. ¡Ya lo veo! ¡Su situación no es nada envidiable!

un turista. ( Ofreciéndole un taburete.)—¿Quiere sentarse?

el corresponsal.—Gracias. ( Toma asiento.) ¡Muy interesante! ¡Muy interesante! ( Saca papel y lápiz.) ¿Han impresionado ustedes ya algunos clisés, señores fotógrafos?

el primer fotógrafo.—Hemos fotografiado la roca con el infortunado joven esperando su trágico fin.

el corresponsal.—¡Muy interesante, muy interesante!

el turista gordo.—¿Oyes, Sacha? Un hombre tan inteligente y culto como el corresponsal considera esto muy interesante y tú sólo piensas en los emparedados. ¡Majadero!

el primer colegial.—El corresponsal, seguramente, habrá almorzado ya.

el corresponsal.—Señores: si fueran tan amables... Un poco de silencio...

una voz solícita.—¡Que se callen los del bar!

el corresponsal. ( Dirigiéndose al desconocido a voz un cuello.)—¡Permítame presentarme. Soy el más importante corresponsal de la Prensa europea. Quisiera hacerle a usted algunas preguntas sobre su situación! En primer lugar, ¿quiere decirme su nombre, profesión y estado?

El desconocido balbucea algo ininteligible.

el corresponsal.—No se oye nada. ¿Habla siempre así?

voces.—Sí; no se oye nada.

el corresponsal. ( Escribiendo.)—De modo que soltero, ¿eh?

El desconocido balbucea algo ininteligible.

El corresponsal.—No le oigo bien. ¿Qué ha dicho?

un turista.—Que sí; que es soltero.

otro turista.—No; ha dicho que es casado.

el corresponsal.—Entonces pondremos que es casado. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Tres?... Me parece que ha dicho tres, pero no estoy seguro. En la duda, pondremos cinco.

el turista gordo.—¡Qué tragedia! ¡Cinco hijos!

la señora agresiva.—¡Ya será alguno menos!

el corresponsal. ( A voz en cuello.)—¿Cómo ha ido usted a parar a ese sitio tan peligroso? ¿Paseándose?... ¿Cómo?... ¡Hable más fuerte!... ¡Nada! No se le oye.

el primer turista. ( Intérprete.)—Creo que dice que se extravió.

el segundo turista. ( Intérprete.)—Creo que dice que no lo sabe.

voces.—Iba de caza... Es un alpinista temerario... Es un sonámbulo.

el corresponsal.—Todo puede ser, menos que haya caído del cielo... Pondremos que es sonámbulo. El desdichado joven ( escribiendo) padece desde su infancia de sonambulismo... Salió del hotel a medianoche, sin que nadie le viese... La luz de la luna...

el primer turista. ( Interpreta en voz baja.)—Ahora no hay luna.

el segundo turista. ( Intérprete.)—No importa; el público no sabe astronomía.

el turista gordo.—¿Oyes, Macha? Aquí tienes un ejemplo sorprendente de la influencia de la luna sobre los seres vivos de la Creación. ¡Qué horrible tragedia! Brilla la luna, el desventurado sube a lo alto de una inaccesible roca...

el corresponsal. ( A voz en cuello.)—¿Qué siente usted?... ¿Qué?... ¡No le oigo!... ¡Ah, ah! ¡Sí, sí!... Efectivamente: su situación no es envidiable.

voces.—¡Escuchen! ¡Escuchen!

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