— Entonces no dijo toda la verdad, ya que tiene algún tipo de aparato de televisión. Veía lo suficientemente bien como para poder preguntar sobre las hebillas de Dar.
— Muy bien. Pero ¿en qué medida puedo estar seguro de que el verme os devolverá la cordura a vosotros, gente extraña?
— No puedo decirlo. ¿Cómo puedo prometer algo que deduciremos de unos datos que aún no poseemos? En cualquier caso, usted puede aprender más de nosotros.
— No tengo ningún interés particular en aprender más de vosotros.
— Lo tenía cuando me preguntaba todas esas cosas hace unos pocos años.
— Entonces es que he aprendido lo que necesitaba.
— Mucha gente ha aprendido cosas de nuestra ciencia, no sólo Dar Lang Ahn. Había muchos mirando cuando investigamos una caverna muy lejos, al sur.
— Parece que hay poco que pueda hacer.
— Pero si usted quiere también aprender de nosotros, podría al menos hacerse una idea de lo que su propia gente aprenda cuando llegue su época de vida.
Dar estuvo algo confundido por este argumento; no entendía por completo lo que el chico estaba tratando de lograr y mucho menos las operaciones mentales del lejano Profesor. No sabía si sorprenderse o no cuando este argumento pareció convencer a la criatura, pero pudo asegurar que Kruger estaba satisfecho con el resultado.
El robot, aunque pequeño, no lo era tanto como para entrar por la trampilla del lugar donde Dar y Kruger habían hablado con el Profesor. Por indicación de este último, el módulo aterrizó cerca del cráter donde los dos viajeros habían pasado tanto tiempo atrapados, y la maquina fue llevada al edificio donde habían encontrado los generadores.
Los hombres volvieron al módulo, donde se apelotonaron todos en torno a la pantalla de televisión conectada con el transmisor del robot.
— ¿Y ahora qué? — preguntó uno de los hombres al Profesor.
— Mandad vuestra máquina por la rampa abajo — el operador obedeció; la pequeña caja enrollada en torno a su oruga machacó la resbaladiza superficie. La luz se fue haciendo más escasa conforme llegaba hasta la parte inferior de la rampa, encendiéndose un foco en su parte superior para permitirles ver.
— Seguid el corredor. No giréis; hay otros pasajes — la máquina avanzaba. El corredor era largo y al parecer se adentraba bastante en la montaña; tardó algún tiempo en que una puerta bastante resistente le impidiera el paso.
— Espera — obedecieron, y al poco tiempo se abrió la puerta.
— Ven rápido — el robot rodó hacia adentro y la puerta se cerró de golpe detrás de él —.
Sigue; no hay más bifurcaciones. Me encontraré con vuestra máquina, pero tendrá que ir despacio, ya que tengo que llevar conmigo mi radio. Estoy aún cerca del poblado.
— No necesita tomarse la molestia de hacer todo ese camino a menos que no quiera que el robot vea esa parte de su estancia — replicó uno de los biólogos —. La máquina puede hacer el viaje sin fastidiar a nadie.
— De acuerdo. Esperaré aquí, y mis compañeros pueden también hablar con vosotros.
Debía haber un único largo túnel conectando los pasajes inferiores del edificio donde estaba el generador con el área situada bajo el poblado cercano a los géiseres. Tardó bastante tiempo en ser cruzada, pero de pronto el robot llegó a un punto donde el corredor se agrandaba de repente formando una cámara de unos ocho pies de altura, de la cual salían unas cuantas ramificaciones más. El locutor, que había aprendido lo suficiente del idioma abyormenita para no tener que depender todo el rato de Dar y Kruger, informó al Profesor de la situación del robot y pidió nuevas instrucciones.
— Estás muy cerca; será más sencillo mostrarte el camino. Espera ahí y en un momento estoy contigo — los hombres alrededor de la pantalla de televisión observaban atentamente.
Unos pocos segundos después apareció un breve movimiento por una de las aberturas y todos los ojos se fijaron en su figura reflejada en la pantalla. Su atención no se distrajo al aproximarse el recién llegado al robot.
Ninguno se sorprendió especialmente. Todos, excepto Dar, tenían más o menos experiencia en las naves exploradoras de la Tierra, y habían visto una amplia gama de criaturas que resultaron ser a la vez inteligentes y con cultura.
El abyormenita no había visto nunca en su vida nada semejante. Un cuerpo con forma de melón estaba sostenido por seis miembros tan gruesos en sus bases que se confundían unos con otros, aunque luego se estrechaban para tocar el suelo en unos puntos muy pequeños. Los observadores humanos pensaron en una, desusadamente gruesa de cuerpo, estrella de mar caminando sobre las puntas de sus extremidades en vez de deslizarse en lo plano. A la luz del robot, su tercio superior parecía a los ojos humanos de un rojo fuerte, con una banda del mismo color extendiéndose hasta el fin de cada apéndice; el resto era negro. Su cuerpo no estaba equipado ni con ojos, ni con orejas, ni cosa semejante, al menos que se pudiera ver, si exceptuamos una zona arriba del todo que podía ser desde una boca cerrada hasta una peculiar mancha de color. Dar no tenía forma de juzgar el tamaño de la criatura a partir de su imagen en la televisión; el que controlaba el robot, estimándola a partir de su distancia con las luces normalmente enfocadas, dedujo que tendría más o menos la misma que Dar y que debía pesar unas ochenta o noventa libras.
— Compruebo que me estáis viendo — Dar sacó la indudable conclusión de que el tono de la criatura reflejaba ironía. No cabía dudar de la identidad de esta cosa, ya que la voz que venía del receptor del robot era la misma que habían estado escuchando todo el tiempo —. Si hacéis que vuestra máquina me siga, podremos relajarnos mientras os enteráis de lo que queréis — sin dar la vuelta, la criatura empezó a marchar hacia atrás, con el robot siguiéndola.
Un corto corredor llevó a una habitación de unos cinco pies de altura muy similar a las que Dar y Kruger habían examinado en la ciudad. Dar la contempló con ansiedad, deseoso de aprender las funciones de las enigmáticas instalaciones.
Algunas resultaron pronto evidentes. Tres de los objetos en forma de cúpula estaban ocupados con criaturas similares a su guía, con sus cuerpos colocados en la parte superior y los seis miembros en las seis ranuras. El guía mismo se dirigió al final de la habitación y se colocó sobre uno de los cuencos, con sus miembros dispersos radialmente en todas direcciones. A juzgar por lo que se podía ver, no era posible deducir si las criaturas estaban o no examinando el robot, pero parecía haber pocas dudas de que así era.
El guía reanudó la conversación desde su «sofá».
— Pues aquí estamos. ¿Podríais darnos una idea más concreta de lo que esperabais aprender al vernos y en qué forma os haría eso estar mejor predispuestos ante nuestras ideas?
— Esperábamos enterarnos de la forma en que viven, lo que comen, cuáles pueden ser sus habilidades y limitaciones físicas y mentales, y todo lo posible sobre su conexión con la gente fría que son sus hijos y antepasados. Sabiendo eso, podríamos entender mejor sus objeciones a la difusión de los conocimientos técnicos por este mundo. Por el momento, debo confesar que su actitud me recuerda la de ciertos grupos históricos de nuestro propio mundo, y cada vez que uno de dichos grupos conseguía cerrar o controlar la difusión de la cultura el resultado era bastante desafortunado. Si la gente de Abyormen es tan diferente de nosotros que no se deba esperar una cosa así, nos gustaría saberlo.
— ¿Cómo ha reaccionado ante toda esta nueva información la gente que os ha visto trabajar?
— Casi sin excepción, sin el menor interés. Uno al menos ha aprendido mucho, y nos ha convencido de que su gente son quizá tan inteligentes como nosotros.
— Supongo que te refieres a Dar Lang Ahn. Seguro que está planeando ampliar los refugios de sus Profesores o construir una máquina voladora como la nuestra.
— No ha hecho ninguna mención al respecto, pero pueden preguntarle. Está aquí con nosotros.
Dar se sorprendió ante este giro de la conversación, pero respondió sin vacilar.
— Desde luego que había pensado en ello, pero de cualquier modo no he aprendido lo suficiente para ninguna de las dos cosas.
— Hay algo más que confío no hayas aprendido de estas criaturas, y que fue tu amigo Kruger quien me lo enseñó. Sin embargo, lo que tú has aprendido, dentro de poco tendrá poca importancia.
— Por supuesto — Dar se calló y cambió el tema de la conversación.
— Supongo que controláis esta máquina mediante algunas modificaciones de radio — señaló uno de los seres en las «sillas» en forma de cúpula. El biólogo admitió que así era — ¿Qué tipo de ondas utilizáis que son capaces de atravesar tanta roca? El aparato por el que hemos estado hablando tiene una antena transmisora en el exterior.
— No puedo darte la información al detalle, ya que no es ése mi campo — replicó el biólogo —. El robot tiene una antena, aunque no es muy fácil reparar en ella; si examina de cerca su cuerpo, encontrará una espiral de cable enrollada varias veces en torno a la parte superior, justo debajo de la torreta donde está situado el ojo — el que preguntaba se levantó de la silla y se dirigió sobre sus seis miembros a la máquina; Dar notó que no dejaba entrever ninguna de las torpezas o dificultades al moverse que con tanta frecuencia habían padecido sus Profesores, especialmente, en los últimos años. Una vez junto al robot, el ser se puso en pie sobre cuatro patas, utilizando las otras dos para auparse sobre su superficie. Un manojo de pequeños tentáculos que evidentemente servían de dedos se hizo visible al final de cada miembro durante este proceso.
— Puedo sentir la espiral — dijo al poco rato — ; aunque es demasiado pequeña, al menos en sus cables individuales, para poder ser vista.
— Me temo que la luz no está demasiado bien situada para ese propósito — replicó el biólogo —. No consideramos su utilización más que en provecho propio.
— ¿Qué? ¿Quieres decir que hay una luz en esta máquina también? Cuando empezaste a hablar pensé que te referías a la nuestra. Si traes al robot cerca de ella tal vez pueda ver un poco mejor; aunque lo dudo; como dije, los cables son muy finos.
Los biólogos vieron todos cuál era el problema en general; el que hablaba dijo en un tono resignado: — Sí, hay una luz en el robot, arriba del todo, un pequeño cilindro que posiblemente pueda sentir incluso aunque no pueda verlo. ¿Dónde está al que se refería?
— Allí — otro miembro se despegó del suelo y gesticuló. Dar Lang Ahn, siguiendo la indicación, vio sólo el apaño de cañería — espita que Kruger había descrito como una salida de gas.
— ¿Se refiere a aquella cañería? — preguntó el biólogo, y Kruger explicó apresuradamente su idea.
— Pero si es un chorro de gas, ¿por qué no está encendido? — fue la objeción.
— Tal vez lo esté. Tal vez sea una llama de hidrógeno que no se vea a la luz de nuestro robot — durante un instante el operador apagó la luz en cuestión, pero no se veía nada en la pantalla y la encendió de nuevo inmediatamente. En este breve intervalo el Profesor afirmó que la luz en cuestión era en verdad lo que decía.
— Al parecer, vemos mediante diferentes tipos de luz — dijo el biólogo.
— ¿Era usted consciente de ello? Su gente «fría» es un poco diferente de nosotros en ese aspecto, pero no tanto como para no poder utilizar los mismos aparatos para alumbrarnos, de forma que usted también debe ser diferente de ellos.
— Sabíamos que podían ver objetos menores que nosotros, pero no la causa. No sabíamos que hubiera diferentes clases de luz.
— ¿No sabe que las ondas que utiliza su radio son iguales, salvo en su longitud, a las que sirven para ver?
— ¡Eso es ridículo! Las ondas de radio viajan demasiado de prisa para poder medir su velocidad, si es que tardan algún tiempo en llegar. Las ondas de la luz, si es que son ondas, viajan un poco más despacio que las del sonido.
— ¡Oh, oh! — el humano que estaba hablando se puso a pensar profundamente durante un momento. Después preguntó — : ¿Podría explicarme cómo funciona su luz?
— No es más que un chorro de vapor que sale de una espita de una forma particular.
Sería muy difícil describir dicha forma, al menos con palabras conocidas por ambos.
— No importa; ya me ha dicho bastante. Lo que no acabo de entender es cómo sabe algo de los soles; con seguridad no puede «verlos».
— Pues claro que no; sólo se les puede sentir.
Dar Lang Ahn había dejado de enterarse de la conversación hacía mucho tiempo, y con unos rápidos susurros el chico trató de explicarle lo que sucedía.
— La gente «caliente» no ve como nosotros; es aún peor que la diferencia entre tú y yo.
Nosotros al menos vemos a través de la misma forma genérica de luz: ondas electromagnéticas. Por lo que dice éste, usan ellos alguna forma de sonido, de muy alta frecuencia supongo, ya que ha dicho algo relativo a que viajaba un poco más de prisa que el sonido normal.
— Pero ¿cómo puede ver alguien con el sonido?
— Me imagino que se puede ver, en cierto modo, con cualquier cosa que viaje según una línea continua, y el sonido hace eso si nada se interfiere en su camino. Las ondas muy cortas de sonido, los ultrasonidos, son mejores que aquellos con los que hablamos para este cometido. Por supuesto que no mostrarán nada que sea muy pequeño; recuerda que dijo que los cables eran demasiado pequeños para poder ser vistos.
Los dos volvieron a prestar su atención a la conversación radiofónica, al menos Kruger, ya que Dar, como siempre, tenía algo nuevo en que pensar.
— Deben haber pensado ustedes mucho para deducir tantas cosas sobre este sistema planetario — estaba diciendo el biólogo —, dado que sólo pueden detectar objetos fuera de la atmósfera de Abyormen si éstos irradian el suficiente calor para sentirlos.
— La imagen que di a tu Nils Kruger era sólo una entre varias teorías — replicó con calma el ser.
— Pues parece ser cierta. Pero si son capaces de hacer razonamientos científicos de ese tipo, ¿por qué tienen tantos prejuicios en contra suya?
— Me gustaría que dejaran de machacarme esa pregunta. De cualquier forma, el responderla, ¿qué beneficio nos reporta? ¿Mejoraremos nuestro estado sabiendo que Abyormen gira alrededor de Theer y Theer alrededor de Arren? Admito que ese tipo de conocimientos son inofensivos, ya que no pueden conducir a actividades peligrosas, pero constituye una pérdida de tiempo.
— Es decir, que en otras palabras ustedes dividen el saber científico en dos: partidas sin uso y partidas peligrosas.
— Poco más o menos. Hay una excepción esporádica: la persona que inventó estas luces hizo algo bueno, por supuesto. Sin embargo, es necesario examinar cada partida nueva de saber para asegurarse de que no resultará peligrosa.
— Empiezo a comprender su punto de vista. Supongo que entonces no se oponen a que nosotros malgastemos nuestro tiempo descubriendo cosas sobre ustedes.
— No me importa en qué empleas tu tiempo. Formula tu pregunta.
Los científicos se conformaron con esto y poco a poco Dar Lang Ahn empezó a comprender el tipo de seres que sus antepasados habían sido… y que sus hijos serían.
Las ciudades se hallaban dispersas por todo Abyormen, pero estaban invariablemente situadas en áreas volcánicas donde unos pocos de sus habitantes podían retirarse bajo tierra y sobrevivir la época fría, de forma que ninguno de los miembros de la generación de Dar se acercara nunca a ellos; el tabú del fuego se ocupaba de eso. Parecía probable, aunque el Profesor nunca lo admitió con demasiadas palabras, que este tabú fuera otro ejemplo de la influencia de los Profesores «calientes» sobre los «fríos». No existía una prohibición semejante para la raza «caliente», que vivía y moría donde elegía; de esta manera, artículos de metal como las hebillas del cinturón de Dar se podían, y a menudo lo eran, encontrar cerca de las ciudades de baja temperatura al comienzo del ciclo de la vida «fría». Como la generación de Dar, los otros se tomaron grandes molestias en asegurar la transmisión del saber de un ciclo al siguiente, aunque dependieran menos de los libros que de la memoria de sus Profesores. Cuando Dar interrumpió las preguntas para preguntar por qué no sería mejor que el saber fuera de las zonas «calientes» a las «frías» y de nuevo a las «calientes», permitiendo así que las dos razas colaboraran en su formación, el Profesor señaló con paciencia que entonces sería imposible controlar la difusión de la información.