No perdió tiempo en lamentaciones Y se paró donde estaba, mirando alrededor cuidadosamente. A unas pocas yardas de distancia una plancha de lava endurecida se había separado de la corteza y se erguía casi perpendicularmente debido a la presión de la roca líquida inferior. Su extremo superior estaba diez pies más alto que el de la roca más próxima, lo cual representaba más de dos veces la altura de Dar Lang Ahn. La pared de la roca, sin embargo, era lo suficientemente rugosa como para permitirle clavar sus zarpas, no vio nada que le hiciera esperar dificultades para colocar sus hebillas arriba.
Descolgó el paquete de libros y lo colocó en la roca saliente, asegurándose de que estuviera bien cerrado, y lo apretó con una de las correas; seguramente llovería, incluso allí, al terminarse el verano y no podía permitir que los libros se estropearan o que se los llevara la corriente. Así quitó los arreos, y mientras con un ojo inspeccionaba sus correas, con el otro examinaba la cima donde planeaba colocar las hebillas. Dejó dos o tres trozos de cuero que no parecían tener ninguna utilidad al lado del paquete, y el resto, con las hebillas incluidas, se lo puso alrededor del cuerpo para dejar las manos libres para escalar.
La parte superior de la plancha se hallaba tan dentada como le había parecido desde abajo, por lo que no tuvo demasiados problemas en colocar las correas alrededor de los salientes. Puso una hebilla de forma que reflejara hacia el sur, saliendo sus rayos con un ángulo pequeño respecto al suelo; la otra la colocó para que llamara la atención de un observador situado justo encima. Era realmente bastante difícil que nadie pudiera hacerlo, ya que dependían sólo de la luz de Arren, pues el sol rojo estaría sobre el horizonte un poco de tiempo antes y después del verano, y los caminos del aire estarían vacíos durante la estación caliente. Aun así, eso era lo más que podía hacer, y una vez colocados a su gusto los pedacitos de metal lanzó una última mirada a su alrededor antes de descender.
El paisaje parecía vibrar más que nunca. De nuevo se sintió casi seguro de haber visto desaparecer algo detrás de una plancha de roca en la dirección en que venía; pero desechó la ilusión y empezó a bajar poniendo mucho cuidado en donde ponía sus manos y pies, ya que no quería pasar las pocas horas que le quedaban de vida con la tortura de un hueso roto. Por el contrario, trató de hacerlas lo más agradables posibles.
Llegó abajo sin novedad, y después de parar unos instantes arrastró su paquete de libros a la sombra de la roca. Se tumbó reposadamente, plegó los brazos alrededor del pecho, cerró los ojos y se relajó utilizando el paquete como almohada. No había nada más que hacer: tal vez su sentido del deber, desarrollado durante siglos, no estaba del todo satisfecho, pero aun así no podía encontrar ninguna tarea específica que realizar.
Sería casi imposible describir sus pensamientos. Sin duda sentía tener que morir antes compañeros. Posiblemente contemplaría el paisaje que se extendía delante suyo y se preguntaría ociosamente hasta dónde hubiera tenido que llegar para haber podido sobrevivir. De toda forma, Dar Lang Ahn no era humano y las imágenes que constituían la mayoría de sus pensamientos, al estar contempladas desde un punto de vista y un trasfondo cultural totalmente diferentes a los de los seres humanos, nunca podrían ser correctamente trasladadas a una persona de la Tierra. Hasta Nils Kruger, un joven tan abierto como el que más, y que luego congenió con Dar Lang Ahn como cualquier otro, se niega a suponer lo que pasó por su cabeza desde que se tumbó para morir hasta el momento de su llegada.
Pese a lo sensible que normalmente tenía el oído, Dar no oyó llegar al chico. No estaba totalmente inconsciente, ya que el olor del agua le hizo no sólo abrir los ojos, sino también ponerse de pie. Durante un instante sus ojos miraron en todas direcciones, hasta que se fijaron en una figura que se movía cansinamente sobre la roca que se encontraba a una docena de yardas de distancia.
Dar Lang Ahn no había tenido nunca motivo para desconfiar ni de su memoria ni de su cordura, pero esta vez creyó que algo ocurría con una u otra. Aquel ser viviente tenía una forma aproximadamente correcta, pero su tamaño era increíble, pues sobrepasaba en más de un pie sus cuatro y medio de altura, y aquello simplemente tenía que estar mal.
Sus otras rarezas, tales como los ojos en la parte frontal del rostro, una especie de saliente por encima de la boca, color rosado en vez de negro púrpura, no eran nada comparadas con su tamaño, que hacía que Dar no pudiera clasificarle en ningún grupo que recordara. La gente, exceptuando a las víctimas del accidente, que habían tenido que ponerlo todo en marcha, medía exactamente cuatro pies y medio de altura; los Profesores, un poco menos de ocho. No había nada entre aquellos dos extremos que caminara sobre dos piernas.
Otra cuestión le hizo olvidar el asunto de la talla. El olor a agua que le llegaba provenía de la criatura; debía estar literalmente empapado de ella. Dar Lang Ahn empezó a dirigirse al recién llegado cuando se dio cuenta de esto, pero se paró después de dar el primer paso. Estaba demasiado débil. Se volvió a gatas hacia atrás, buscando el cobijo de la plancha de roca a cuya sombra había estado descansando. Con su ayuda se levantó cuando aquella cosa increíble se le acercó; y entonces, con el olor del agua quemándole las fosas nasales, todo pareció desaparecer al mismo tiempo. Cayó una cortina delante de sus ojos y la piedra rugosa dejó de hacerle daño. Sintió ceder sus rodillas, pero no el golpe contra la lava.
II. DIPLOMACIA
Ahora fue el gusto del agua lo que le despertó, de la misma forma que pocos minutos antes hiciera su olor. Durante largos momentos dejó escurrir el líquido por su boca sin abrir los ojos ni notar nada particular en su sabor. Pudo comprobar cómo las fuerzas le volvían al cuerpo gracias al precioso fluido, limitándose a disfrutar del momento sin tratar siquiera de pensar.
Aquello no podía prolongarse cuando abriera los ojos, y por fin los abrió. Lo que vio fue suficiente para ponerle casi inmediatamente alerta.
No era que la visión de un rostro humano tan cerca de él le pareciera misteriosa, puesto que lo había grabado en su memoria antes de desmayarse y no le causaba ahora sorpresa alguna. Pocos segundos después de haber recobrado el sentido se dio cuenta de que aquella criatura no era una persona en el sentido que él le daba a la palabra, pero evidentemente ni era enemistosa ni daba muestras de carecer de sentido. Después de todo le daba el agua que le hacía revivir. La tensión que Dar Lang Ahn sintió en aquel momento no se debió a la presencia o aspecto de Kruger, sino a la sorpresa que le produjo el que aquel extraño estuviera escurriendo sobre su boca abierta una de aquellas plantas pulposas. Fue la primera de las faltas de mutuo entendimiento que iban a complicar su amistad durante mucho tiempo después.
Dar Lang Ahn dedujo que Kruger debía ser originario de la región volcánica, pues demostraba un conocimiento sorprendente de sus plantas. Empezó de esta manera a mirar al chico con un poco de embarazo. Por su parte Kruger, que había estado siguiendo a Dar desde que su planeador se estrelló, vio cómo éste no reparaba en aquellas plantas que tanto se parecían a los cactos de la Tierra, y no sin sorpresa se dio cuenta que era la sed la que motivaba los sufrimientos del pequeño ser.
Si la situación fuese al revés, Kruger hubiera estado naturalmente agradecido a cualquiera que le proporcionara agua, lo mismo de haber sido un ser humano que una piña andante. Pero Kruger sabía bien que la «auténtica gratitud» no era un rasgo universal, incluso entre los de su propia especie. Así, en el momento en que Dar Lang Ahn abrió los ojos, el chico dejó el resto del cacto que había estado escurriendo al alcance del nativo y se echó hacia atrás. La cautela era sólo una de sus razones; quería hacer desaparecer cualquier miedo que la criatura pudiera experimentar.
Dar Lang Ahn trataba siempre primero con los problemas más próximos. Con un ojo fijo en su extraño salvador, pues durante mucho tiempo no supo las sensaciones que sus actos podrían producir en un ser humano, utilizó el otro y una mano para encontrar, recoger y llevarse a la boca la planta cuyos jugos habían salvado su vida. Allí la dejó durante un buen rato, convencido de poder utilizar hasta la última gota de líquido que pudiera sacar de ella, pero antes de haberla vaciado le sobrevino un nuevo pensamiento y tuvo que parar.
Kruger vio cómo su recién conocido sacaba de su boca la planta aplastada después de lo que parecía un buen rato y empezó a preguntarse con una cierta inquietud sobre qué pasaría después. No tenía realmente miedo, pues el nativo era bastante más pequeño que él, pero tenía la experiencia o la capacidad mental suficientes para saber que el tamaño y la capacidad para hacer daño pueden no guardar una estrecha relación.
Naturalmente, esperaba que realizara algún movimiento que pudiera sin lugar a dudas considerarse como amistoso, pero en principio no podía encontrar ninguno. Sin embargo, Dar Lang Ahn lo encontró.
Con un esfuerzo apreciable incluso por el ser humano, y que casi hizo perder el sentido de nuevo al pequeño mensajero, éste se levantó. Con cuidado, todavía con un ojo fijo en Kruger, se dirigió a un punto bajo la luz del sol a unas veinte yardas de distancia de su roca protectora. Allí se paró durante un instante para recobrar fuerzas, se agachó, partió otro cacto, sorbió un poco de su jugosa parte inferior para asegurarse de que era de la misma clase que el que acababa de utilizar, volvió a la roca y se lo dio a Kruger. El chico reconoció mentalmente que la inteligencia de Dar era más rápida que la suya, aceptó el regalo y bebió de él. Cinco minutos después los dos estaban sentados juntos tratando de interpretar sus sonidos respectivos.
Por supuesto, cada uno tenía cierta reserva mental sobre la amistad que se estaba desarrollando. Dar Lang Ahn no podía olvidar las sospechas que le suscitaba la familiaridad de su compañero con la vegetación del campo de lava; por su parte, Kruger trataba de concordar la ignorancia de dichas plantas con lo que parecía ser un ser bastante inteligente. Se le ocurrió pensar que Dar no era tampoco originario de aquel mundo, pero había presenciado la colisión del planeador y examinado sus restos cuando el piloto se marchó. Parecía anormal que un visitante de otro mundo viajara en un vehículo así; tendría que estar en su nave, o en algún módulo auxiliar, o a pie, como Kruger. Sin embargo, aquello era posible. Tal vez esa pequeña cosa de forma humana era un náufrago como Kruger, pero se había mostrado más ingenioso que el chico y logró construir el planeador él solo. Aquello concordaba con la rapidez de pensamiento que él, o ella, o ello, había demostrado, pero le hacía sentirse a Nils un poco incómodo.
Los seres humanos tienen una fuerte tendencia a aferrarse a cualquier hipótesis que desarrollen para explicar una situación nueva. Por lo tanto, aunque el pensamiento de que Dar Lang Ahn fuera de una raza de otro mundo y más agudo que él le humillase, esa sospecha fue convirtiéndose en los siguientes días en algo casi cierto para Kruger.
Dar tenía una ventaja al respecto sobre su nuevo conocido. Sus perjuicios más fuertes no eran a favor de sus propias ideas, sino a favor de las que los Profesores le habían inculcado. Al no habérsele mencionado nunca nada como Nils Kruger, era libre para formar su propio concepto sobre la naturaleza de aquella extraña criatura. No le gustó de momento elaborar hipótesis alguna, así que siguió pensando mientras le volvían las fuerzas a sus músculos.
Algo resultaba evidente: aquella criatura era inteligente y debía tener ciertos medios naturales de comunicación. De momento no parecía tener una voz, pero eso podía ser fácilmente comprobado. Para ello Dar dijo unas palabras al ser mayor.
Kruger respondió inmediatamente, emitiendo una serie de sonidos sin el menor sentido para Dar, pero demostrando así poseer un lenguaje. Fue ésta una de las pocas experiencias que compartieron que les dejó a los dos con la misma impresión; decidieron a la vez que eran necesarias las clases de idiomas y se sentaron a aprender uno del otro.
Hacía demasiado calor para viajar y Dar necesitaba aún recuperar más fuerzas.
La sombra del saliente de roca se iba haciendo menor conforme se iban separando los dos soles, después de producirse el semieclipse mientras Dar estaba agonizando; pero era aún lo suficientemente grande como para protegerles a los dos. Kruger se colocó apoyando la espalda en el saliente y Dar volvió a tomar su posición anterior, usando el paquete como almohada.
Hay varias maneras de aprender un idioma; pero con los medios de que disponían sólo había una posible, y aun así iban a tener dificultades; un campo de lava con algún que otro cacto, cierto número de sombras y dos soles brillando es muy poco material para enseñar nombres, y prácticamente nulo para verbos. Se podrían aplicar muchos adjetivos, pero resultaría difícil precisar en cada momento cuál se estaba utilizando.
Kruger pensó en hacer dibujos, pero no tenía lápiz ni papel y los bocetos que hacía sobre la lava no le parecían demasiado claros ni siquiera a su autor. Y desde luego no significaban nada para Dar.
Sin embargo, algunos sonidos adquirieron pronto para los dos aproximadamente el mismo significado. Llamar a su intercambio de ideas una conversación sería demasiado, pero de hecho lo hacían. Antes de que el sol rojo hubiera desaparecido por el sudeste habían llegado al acuerdo de dirigirse juntos al borde del campo de lava para encontrar cosas mejores para comer y beber que la nauseabunda pulpa de las plantas y el jugo de los cactos.
A decir verdad, Kruger no parecía muy contento con esto. Durante los meses que estuvo en el planeta había caminado unas tres mil millas en dirección norte para librarse del periódicamente intolerable calor del sol rojo, habiéndose dado cuenta en los últimos cientos de millas que cada vez veía más del sol azul. La razón era obvia: la estrella azul era «circumpolar» en la parte norte del hemisferio norte, o como hubiera dicho el oficial de derrota del Alphard, su declinación vista desde este planeta estaba algunos grados hacia el norte. El problema era que Kruger no tenía la más remota idea del movimiento del planeta con relación a la estrella azul; no podía suponer si produciría alguna variación estacional ni, en caso de que así ocurriese, cuánto duraría.
Había estado jugando con la idea de dirigirse de nuevo al sur varias semanas antes de ver volar el planeador de Dar. Fue aquél el primer conocimiento cierto, aparte de las dudosas luces vistas desde el Alphard, de que había algún tipo de gente en el planeta.
Tomó la dirección del planeador. Fue pura suerte que estuviera lo suficientemente cerca para poder ver la colisión de Dar, o mejor dicho, que aquello ocurriera tan cerca del lugar donde se hallaba Kruger. Durante varios días había seguido al pequeño piloto y saltado por los mismos sitios que Dar las grietas, con mayor riesgo aún, dado su mayor peso y su no tan grande fuerza, pero sin osar perder el rastro del ser; y le había chocado profundamente encontrar a su guía abatido y aparentemente desvalido en medio del desierto de lava. Entonces había confiado, sin mucha lógica, en que la criatura le pudiera informar de algún lugar al sur, fuera del permanente campo de acción del sol azul, donde pudiera hallar cobijo y compañía civilizada; después de todo, el planeador se dirigía hacia el norte, así que debía provenir de algún lugar.
Sin embargo, si el piloto quería dirigirse al norte lo único que podía hacer era seguirle.
Con certeza estaba tratando de encontrar algún sitio acogedor; Kruger se dio cuenta de que no tenía medios para saber lo que significaría para aquel ser agua, comida y temperatura, pero por lo menos su compañero tampoco disfrutaba en el campo de lava.