Sinfonía Inacabada - Робертс Нора 7 стр.


– ¿Por qué?

Loretta se dio la vuelta y se acercó a la ventana.

– Maldita sea, tengo derecho a saberlo -añadió Vanessa, llena de furia. Se levantó y se acercó a la ventana. Entonces, un dolor inesperado le hizo agarrarse con fuerza el estómago.

– Vanessa, ¿qué te pasa? -le preguntó Loretta muy alarmada. Rápidamente la obligó a sentarse en la cama.

– No es nada -susurró ella apretando los dientes para dominar el dolor-. Es sólo un espasmo.

– Voy a llamar a Ham.

– No -le ordenó Vanessa, tras agarrarle el brazo con firmeza-. No necesito ningún médico. Sólo es estrés. Además, me puse de pie demasiado rápido.

– A pesar de todo, no te hará ningún daño que él te examine -insistió Loretta-.Van, estás tan delgada -añadió, tras rodearle los hombros con un brazo.

– He pasado mucho este último año. Mucha tensión. Por eso, he decidido tomarme unos meses de descanso…

– Sí, pero…

– Sé lo que me pasa. Y estoy bien.

Loretta apartó el brazo al notar la frialdad con la que le hablaba Vanessa.

– Muy bien. Ya no eres ninguna niña.

– No, no lo soy. Y me gustaría tener respuestas. ¿Por qué te estaba castigando mi padre?

Loretta se tomó un momento para armarse de valor. Cuando habló, su voz resonó fuerte y tranquila.

– Por haberlo traicionado con otro hombre.

Durante un instante, Vanessa se quedó atónita. Su madre acababa de confesarle que había cometido adulterio.

– ¿Estás diciéndome que tuviste una aventura?

– Sí… Hubo otro hombre…Ya no importa. Mantuve con él una relación de casi un año antes de que os fuerais a Europa.

– Entiendo…

Loretta lanzó una frágil y cortante carcajada.

– Estoy segura de ello, así que no me molestaré ofreciendo excusas o explicaciones. Rompí las promesas que realicé el día que me casé y he estado doce años pagando.

Vanessa levantó la cabeza. No sabía si comprender o condenar a su madre.

– ¿Estabas enamorada de él?

– Lo necesitaba. Hay una gran diferencia.

– No te volviste a casar.

– No. En aquellos momentos lo que los dos queríamos no era casarnos.

– Entonces, sólo fue sexo. Engañaste a tu marido sólo por sexo -replicó ella.

Una miríada de sentimientos se reflejó en el rostro de Loretta antes de que volviera a tranquilizarse.

– Ese es el denominador menos común. Tal vez ahora que eres una mujer me comprenderás, aunque no puedas perdonarme.

– No comprendo nada -le espetó Vanessa. Se puso de pie-. Necesito pensar. Voy a darme un paseo en coche.

Cuando estuvo a solas, Loretta se sentó sobre la cama y dejó de contener las lágrimas.

Vanessa estuvo conduciendo durante horas, recorriendo carreteras que recordaba de su infancia. Algunas de las viejas granjas se habían vendido y se habían parcelado desde entonces. Casas y jardines se extendían por lo que, hacía unos años, habían sido campos de trigo o de avena. Al verlas, experimentó un profundo sentimiento de pérdida, el mismo dolor que sentía cuando pensaba en su familia.

Se preguntó si habría podido entender aquella infidelidad en otra mujer. No estaba segura. Además, no se trataba de otra mujer, sino de su propia madre.

Cuando llegó al sendero que llevaba a la casa de Brady, era muy tarde. No sabía por qué había ido allí, a verlo a él, pero necesitaba que alguien la escuchara.

Tenía las luces encendidas. Oyó que el perro ladraba desde el interior de la casa. Con mucho cuidado, volvió a recorrer los pasos que la habían alejado de allí aquella misma tarde, cuando había huido de él y de sus propios sentimientos. Antes de que pudiera llamar, Brady le abrió la puerta.

– Hola.

– He salido a dar un paseo en coche -dijo, sintiéndose completamente estúpida-. Lo siento. Es muy tarde.

– Entra, Van -respondió él. Le tomó la mano mientras el perro le olisqueaba los pantalones y movía la cola-. ¿Te apetece tomar algo?

– No… -contestó. Vio que él tenía los antebrazos cubiertos de una fina película de polvo. Reprimió una estúpida necesidad de ayudarlo a limpiarse-. Estás ocupado.

– Sólo estaba lijando una pared. Te aseguro que es una ocupación muy relajante. ¿Quieres probar? -le preguntó mientras le ofrecía una hoja de lija.

– Tal vez más tarde -comentó ella, con una ligera sonrisa.

Brady se dirigió al frigorífico y sacó una cerveza. La miró y señaló la lata muy significativamente.

– ¿Estás segura?

– Sí, tengo que conducir y no me puedo quedar mucho tiempo.

Brady abrió la lata y tomó un largo trago. La cerveza fría lo ayudó a quitarse el polvo que le cubría la garganta… y el nudo que se le había formado al verla llegar.

– Supongo que has decidido que no vas a seguir enfadada conmigo.

– No lo sé -susurró ella. Se acercó a la ventana más alejada-.Ya no sé lo que siento sobre nada.

Brady conocía muy bien aquel gesto, aquel tono de voz. Era el mismo que le había visto años antes, cuando se escapaba de casa tras presenciar una de las discusiones de sus padres.

– ¿Por qué no me lo cuentas?

– No debería haber venido -susurró ella-. Es como caer en una vieja rutina…

– Mira, ¿por qué no te sientas?

– No, no puedo -musitó Vanessa. Lo único que Brady podía ver de su rostro era el pálido reflejo de éste sobre el cristal-. Mi madre me ha dicho que tuvo una aventura antes de que mi padre me llevara a Europa. Tú ya lo sabes, ¿verdad?

– No lo sabía cuando te marchaste -confesó él-. Todo salió a la luz poco después. Ya sabes lo que ocurre en localidades pequeñas como ésta…

– Mi padre sí lo sabía. Mi madre me lo confesó poco más o menos. Esa debió de ser la razón por la que me sacó de aquí del modo en el que lo hizo. Por eso mi madre no nos acompañó.

– No sé lo que ocurrió entre tus padres, Van. Si necesitas saber algo, deberías preguntárselo a Loretta.

– No sé qué decirle. No sé lo que preguntar… En todos esos años, mi padre nunca me dijo nada.

Aquello fue algo que no sorprendió a Brady, aunque dudaba que los motivos de Julius hubieran sido altruistas.

– ¿Qué más te dijo tu madre?

– ¿Qué más me podía decir? -replicó ella.

Brady guardó silencio durante un instante.

– ¿Le preguntaste por qué?

– No tuve que hacerlo. Me dijo que ni siquiera había amado a aquel hombre. Fue sólo algo físico. Sexo.

– Vaya, en ese caso supongo que deberíamos sacarla a rastras a la calle y pegarle un tiro -repuso él.

– No se trata de ninguna broma -le espetó Vanessa-. Ella engañó a su marido. Lo hizo mientras estaban viviendo juntos, mientras ella fingía ser parte de una familia.

– Todo eso es cierto. Considerando la clase de mujer que es Loretta, me parece que tuvo que tener muy buenas razones… Me sorprende que tú no hayas pensado eso.

– ¿Cómo puedes justificar el adulterio?

– No lo justifico, pero hay muy pocas situaciones que sean blanco o negro. Creo que una vez que superes la conmoción y la sorpresa que te ha causado esta noticia, querrás saber lo que hay en las zonas grises.

– ¿Cómo te sentirías tú si hubiera sido tu madre o tu padre?

– Fatal -admitió Brady. Dejó la cerveza a un lado-. ¿Quieres que te dé un abrazo?

Vanessa sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas.

– Sí -susurró a duras penas. Muy agradecida, se dejó abrazar por Brady.

El la estrechó con suavidad contra su cuerpo y comenzó a acariciarle dulcemente la espalda. Ella lo necesitaba en aquellos momentos, aunque su necesidad era sólo de amistad. A pesar de que sus sentimientos fueran por otro lado, no le podía negar aquel consuelo. Le rozó el cabello con los labios, encantado por su textura, por su aroma y por su rico color. Vanessa lo abrazaba con fuerza. Había colocado la cabeza justo debajo de la de él. Parecía encajar tan perfectamente…

Brady parecía tan sólido…Vanessa se preguntó como un muchacho tan atolondrado podía haberse convertido en un hombre en el que se podía confiar tan plenamente. Sin que ella se lo hubiera pedido, le estaba dando exactamente lo que necesitaba. Cerró los ojos y pensó lo fácil que sería volver a enamorarse de él.

– ¿Te sientes mejor?

Vanessa no sabía si mejor, pero decididamente estaba sintiendo. Las caricias hipnóticas de las manos de Brady, el firme latido de su propio corazón…

Levantó la cabeza lo suficiente para verle los ojos. Vio comprensión en ellos y una fuerza que parecía haberse desarrollado durante el tiempo que había estado sin él.

– No sé si has cambiado o si eres el mismo.

– Un poco de las dos cosas. Me alegro de que hayas regresado.

– No iba a hacerlo -suspiró ella-. No iba a volver a acercarme a ti. Cuando estuve aquí antes, me enfadé porque me hiciste recordar… y lo que recordé fue que, en realidad, nunca había olvidado.

Brady sabía que, si ella seguía mirándolo así durante unos segundos más, él se olvidaría de que ella había ido allí buscando un amigo.

– Van… creo que deberías tratar de arreglar esto con tu madre. ¿Por qué no te llevo a tu casa?

– No quiero irme a mi casa esta noche… Deja que me quede contigo -añadió, sin poder evitarlo.

– No creo que sea una buena idea…

– Pues hace unas pocas horas sí que te lo pareció -replicó ella, soltándose de él-. Aparentemente, sigues hablando demasiado sin hacer nada.

– Y tú aún sabes qué teclas apretar -repuso él, furioso.

– Y tú no.

– Eres una niña consentida. Lo que tendría que hacer es arrastrarte al dormitorio y hacerte el amor hasta que te quedaras ciega, sorda y muda.

Vanessa sintió que la excitación se mezclaba con la alarma. ¿Qué sentiría al experimentar tanta pasión? ¿Acaso no se lo había preguntado desde que volvió a verlo? Tal vez era el momento de correr riesgos.

– Me gustaría ver cómo lo intentas…

Brady sintió que el deseo se apoderaba de él. Para defenderse de lo que estaba sintiendo, dio un paso atrás.

– No me tientes, Van…

– Si tú no me deseas; ¿por qué…?

– Sabes perfectamente que te deseo -gruñó mientras se daba la vuelta para no mirarla-. Maldita sea, sabes que siempre te he deseado. Me haces sentir como si volviera a tener dieciocho años. Mantente alejada de mí -bufó, cuando sintió que Vanessa daba un paso al frente. Agarró su cerveza y le dio un largo trago-. Te puedes quedar con la cama -añadió, algo más tranquilo-.Tengo un saco de dormir que puedo utilizar aquí.

– ¿Por qué?

– El momento es el peor posible -replicó. Arrojó la botella a un contenedor metálico, donde se hizo mil pedazos-. Por Dios, si vamos a volver a intentarlo, tenemos que hacerlo bien. Esta noche, estás disgustada, confusa y triste. Estás enfadada con tu madre y no voy a consentir que me odies también a mí por haberme aprovechado de todo eso.

Vanessa se miró las manos y comprendió que Brady tenía razón.

– Los momentos nunca han sido los adecuados para nosotros, ¿verdad?

– Llegará el momento que lo será, te lo aseguro. Puedes contar con ello. Ahora, es mejor que subas al dormitorio. Comportarme de un modo tan noble me pone malo.

Vanessa asintió y empezó a subir las escaleras. De repente, se detuvo y se dio la vuelta.

– Brady, siento mucho que seas un tipo tan bueno.

– Sí, yo también.

– No me refería a lo de esta noche. Tienes razón sobre lo de esta noche. Lo siento porque me recuerda lo loca que estuve por ti.Y la razón de ello.

Brady guardó silencio. Entonces, mientras ella seguía subiendo la escalera, se apretó una mano contra el vientre.

– Muchas gracias -se dijo a sí mismo-. Eso es justo lo que necesitaba escuchar para asegurarme de que no duermo nada esta noche.

Vanessa estaba tumbada en la cama de Brady, envuelta en sus sábanas. El perro lo había abandonado a él para dormir a los pies de la joven. Mientras observaba la profunda oscuridad del bosque, podía escuchar los suaves ronquidos caninos.

¿Habría sido capaz de acostarse con él en aquella cama? Una parte de ella lo había deseado, la parte que había estado esperando todos aquellos años como si sólo él pudiera hacerla sentir.

Sin embargo, cuando se le ofreció, lo hizo en contra de su propio instinto de supervivencia. Aquella misma tarde se había alejado de él, airada, incluso sintiéndose insultada, por la arrogante insistencia de Brady en que se convirtieran en amantes. ¿Qué sentido tenía haber regresado horas más tarde para pedirle aquello precisamente?

No tenía ningún sentido.

Brady siempre la había confundido. Siempre había sido capaz de hacer que ella se olvidara del sentido común. Afortunadamente, su frustración se aplacó un poco por la gratitud que sintió al saber que él la comprendía mejor que ella misma.

Durante todos los años que había pasado lejos de allí, en todas las ciudades en las que había estado, ni uno de los hombres que la habían acompañado la había tentado para que abriera los cerrojos de las defensas que tan fieramente protegían sus sentimientos. Sólo Brady. ¿Qué iba a hacer al respecto?

Estaba casi segura de que si conseguía que las cosas permanecieran como estaban hasta entonces podría marcharse tal y como había llegado cuando fuera el momento. Si era capaz de pensar en él tan sólo como amigo, podría marcharse sin mirar atrás. Sin embargo, si se convertía en su amante, en su primer y único amante, los recuerdos la perseguirían a lo largo de toda la vida.

Con un suspiro, admitió que había más. No quería hacerle daño. Por muy furiosa que le pusiera, por mucho daño que le hiciera, no quería causarle verdadero dolor. Si él había sido lo suficientemente amable como para dejar que se escondiera en su casa durante unas horas, ella le devolvería el favor asegurándose de mantener una distancia razonable entre ambos.

No. No se convertiría en su amante ni en la de ningún otro hombre. Tenía el ejemplo de su madre. Cuando Loretta se echó un amante, arruinó tres vidas. Vanessa sabía que su padre nunca había sido feliz. Sólo había vivido empujado por la amargura y por la obsesión que sentía por la carrera de su hija. Nunca había perdonado a su esposa por aquella traición. ¿Por qué si no había impedido que ella recibiera las cartas que su madre le había escrito? ¿Por qué si no nunca había vuelto a mencionar su nombre?

Cuando el dolor que le corroía el estómago se fue haciendo más agudo, se acurrucó sobre sí misma. De algún modo, trataría de aceptar lo que su madre había hecho y lo que no había hecho. Cerró los ojos y escuchó cómo un búho ululaba en los bosques y el retumbar distante de los truenos en las montañas.

Se despertó al rayar el alba por el sonido de la lluvia sobre el tejado. Aunque se sentía muy cansada, se incorporó y observó la oscuridad.

El perro se había marchado, aunque aún notaba el calor que el cuerpo del animal había dejado sobre las sábanas. Era hora de que ella también se marchara.

La enorme bañera resultaba muy tentadora, pero se recordó que debía ser práctica, por lo que se tomó una ducha. Diez minutos después, bajaba por las escaleras.

Brady estaba tumbado boca abajo, metido aún en el saco de dormir. Con el perro sentado pacientemente al lado, componía una imagen que partía el corazón.

Cuando llegó al pie de las escaleras, Kong comenzó a mover la cola. Ella se llevó un dedo a los labios para advertirle que guardara silencio, pero, evidentemente, el perro no entendía el lenguaje por señas. Lanzó un par de alegres ladridos y empezó a lamerle la cara a Brady. El lanzó una maldición y apartó la cabeza del perro de la suya.

– Vete tú solo a dar un paseo, maldita sea. ¿Es que no sabes reconocer un hombre muerto cuando ves a uno?

Sin darse por aludido, Kong se sentó encima de él.

– Ven aquí, Kong -susurró ella. Se dirigió a la puerta y la abrió.

Encantado de que alguien entendiera sus necesidades, Kong salió correteando al exterior a pesar de la copiosa lluvia. Cuando Vanessa se dio la vuelta, vio que Brady se había incorporado. Con ojos agotados, la observó entre guiños.

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