El libro negro - Pamuk Orhan 17 стр.


– No, planchando. Te ríes, pero ayer mismo oí que nuestro Sultán había dado órdenes de que te cortaran el cuello. ¿Estás casado?

– Sí.

– ¡Siempre me encuentran los casados! -dijo la mujer con un gesto sacado de Mi querida prostituta -. Pero no importa. Lo que importa son las Líneas Férreas del Estado. ¿Qué equipo crees que será el campeón este año? ¿Adonde crees que vamos a llegar así? ¿Cuándo crees que los militares dirán «ya basta» a esta anarquía? ¿Sabes? Estarías mejor si te cortaras el pelo.

– Nada de alusiones personales -contestó Galip-. Está feo.

– Pero ¿qué he dicho yo ahora? -respondió la mujer con una falsa sorpresa, abriendo enormemente los ojos y pestañeando como Türkán Soray-. Sólo te he preguntado si recuperarías mi coche si te casabas conmigo. No, si te casarías conmigo si recuperabas mi coche. Voy a darte la matrícula: 34 CG 19… «El 19 de mayo de Samsum salió y a toda Anatolia salvó.» Un Chevrolet del 56.

– ¡Hablame del Chevrolet! -le dijo Galip.

– Bueno, pero dentro de poco van a llamar a la puerta. Se acaba la visita.

– En turco es cita.

– ¿Perdón?

– El dinero no importa -respondió Galip.

– Opino lo mismo -dijo la mujer-. Mi Chevrolet 56 era del rojo de mis uñas. Una está rota, ¿no? Quizá mi Chevrolet también se haya estrellado contra algo. Antes de que ese miserable de mi marido se lo regalara a esa puta, vanía aquí cada día en mi coche. Pero ahora sólo lo veo por la calle en el coche, vaya. A veces lo veo dando la vuelta a la plaza de Taksim con un conductor y a veces en el muelle de Karakov esperando pasajeros con otro. A la mujer le gusta el coche y lo hace pintar cada día. Un día miro y de repente mi Chevrolet es de color castaño, al día siguiente le han puesto niquelados y faros nuevos y es color café con leche. Al otro día lo han adornado con flores, le han colocado una muñeca en el morro y es un coche de novia color rosa. En eso, una semana después, miro y lo han pintado de negro y dentro hay seis policías con bigotes también negros. ¿Que no te parece un coche de policía? Si hasta escribe «policía» encima, es imposible equivocarse. Por supuesto, cada vez le cambia la matrícula para que yo no me dé cuenta.

– Por supuesto.

– Por supuesto -continuó la mujer-. Los policías y los conductores son amantes de la mujer, pero ¿crees que el cornudo de mi marido ve lo que tiene delante? Un día se marchó y me abandonó tal cual. ¿Te han abandonado a ti así alguna vez? ¿A cuántos estamos hoy?

– A doce.

– ¡Cómo pasa el tiempo! Y tú, mira, sigues haciéndome hablar. ¿O es que quieres algo especial? Dime, me has gustado, eres un hombre formal, no importa. ¿Llevas mucho dinero encima? ¿De verdad eres rico? ¿O eres un verdulero como Izzet? No, abogado. Pregúntame una adivinanza, vamos a ver, señor abogado… Bueno, yo te la preguntaré: ¿en qué se diferencian el Sultán y el puente del Bósforo?

– No lo sé.

– ¿Y en qué se diferencian Atatürk y Mahoma?

– No lo sé.

– ¡Te rindes muy fácilmente! -le dijo la mujer. Se apartó del espejo de la cómoda en el que se estaba mirando y susurró al oído de Galip las respuestas entre risitas. Luego rodeó el cuello de Galip con sus brazos-. Casémonos -murmuró. -Vayámonos a la montaña de Kaf. Seamos el uno del otro. Seamos distintos. Tómame, tómame, tómame.

Se besaron con el mismo aire de comedia. ¿Tenía algo aquella mujer que recordara a Rüya? No, pero Galip se sentía feliz. Al caer en la cama, la mujer hizo algo que le recordó a Rüya pero no exactamente como ella. Cada vez que Rüya le introducía la lengua en la boca Galip pensaba que su mujer se había convertido de repente en una persona completamente distinta y aquello le inquietaba. Cuando la imitación de Türkán Soray introdujo su lengua, que era más larga y pesada que la de Rüya, en la boca de Galip, no lo hizo con una cierta sensación de triunfo, sino con dulzura y como si bromeara y entonces Galip sintió que no era la mujer que tenía en sus brazos la que se convertía en otra totalmente distinta, sino él mismo y aquello lo excitó. La mujer le rechazaba continuando con su representación y, como ocurría en aquellas escenas de besos nada realistas de las películas nacionales, comenzaron a rodar de un extremo al otro de la enorme cama, uno arriba, el otro abajo, primero uno encima, luego el otro. «¡Me estás mareando!», dijo la mujer imitando a algún fantasma ausente y aparentando estar de veras mareada. Galip comprendió por qué ella había considerado necesaria aquella escena del dulce rodar cuando notó que desde aquel extremo de la cama se les veía reflejados en el espejo. Mientras la mujer se desnudaba y después hacía lo mismo con Galip observaba con placer la imagen en el espejo. Luego ambos contemplaron en el espejo hasta hartarse las habilidades de la mujer, como si observaran a una tercera persona, como los miembros del jurado de una competición de gimnasia que evalúan los ejercicios obligatorios de una participante, aunque bastante más divertidos. En un momento en que Galip no miraba al espejo la mujer dijo meciéndose con los silenciosos muelles de la cama: «Los dos nos hemos convertido en personas distintas. ¿Quién soy yo? ¿Quién soy? ¿Quién soy?», le preguntó, pero Galip no le dio la respuesta que ella quería escuchar. Se había abandonado completamente. Oyó cómo la mujer decía «Dos por dos, cuatro» que le susurraba «¡Escucha, escucha, escucha!» y que hablaba usando el pasado inferencial, como si contara un sueño o un cuento, de un cierto sultán y de su desgraciado príncipe heredero.

– ¡Y qué si yo soy tú y tú eres yo! -le dijo la mujer mientras se vestían-. ¡Tú has sido yo y yo tú! -le sonrió con una mirada astuta-. ¿Te ha gustado Türkán Soray?

– Sí.

– Entonces sálvame de esta vida, sálvame, sácame de aquí, llévame contigo, vayamos a otro lugar, huyamos, casémonos, comencemos una nueva vida.

¿A qué película, a qué obra pertenecía aquel fragmento? Galip se encontraba indeciso. Quizá aquello fuera lo que realmente quería la mujer. Le había dicho a Galip que no creía que estuviera casado porque ella conocía bien a los hombres casados. Si se casaban, si Galip conseguía recuperar el Chevrolet del 56, saldrían juntos de paseo por el Bósforo, comprarían obleas con miel en Emirgan, contemplarían el mar en Tarabya, comerían en Büyükdere.

– No me gusta Büyükdere -repuso Galip.

– Entonces le estás esperando en vano -respondió la mujer-. Nunca vendrá.

– No tengo prisa.

– Yo sí -contestó ella testaruda-. Me da miedo no poder reconocerlo cuando llegue. Me da miedo verlo después de que lo haya visto todo el mundo. Me da miedo quedarme la última.

– ¿Quién es Él? -preguntó Galip.

La mujer sonrió de forma misteriosa.

– ¿Es que no ves películas? ¿Es que no te sabes las reglas del juego? ¿Es que crees que en este país dejan vivos a los que sueltan cosas así por su boca? Yo quiero seguir viva.

Mientras le contaba la historia de una amiga que había desaparecido misteriosamente, pero que sin ninguna duda había sido asesinada y su cadáver arrojado al Bósforo, alguien comenzó a llamar a la puerta. La mujer guardó silencio. Cuando Galip salía de la habitación la mujer susurró a sus espaldas:

– Todos Lo esperamos, todos, todos Lo esperamos.

14. Todos Lo esperamos

«Me gustan con pasión las cosas misteriosas.»

Cartas , DOSTOYEVSKI

Todos Lo esperamos. Todos llevamos siglos esperándolo. Algunos de nosotros Lo esperamos mientras, agobiados por la multitud del puente de Gálata, contemplamos con tristeza las aguas de un azul plomizo del Cuerno de Oro; otros mientras echamos leña a la estufa incapaz de calentar la casa de dos habitaciones en el barrio de las murallas; otros mientras subimos las escaleras interminables de un edificio griego en algún callejón de Cihangir; otros mientras, en alguna ciudad perdida de Anatolia, resolvemos el crucigrama de un periódico de Estambul aguardando a que llegue la hora de reunirnos con los amigos en la cervecería; y otros mientras imaginamos que montamos en los aviones, entramos en los iluminados salones o abrazamos los hermosos cuerpos de los que habla y cuyas fotos publica ese mismo periódico. Lo esperamos cuando caminamos melancólicos por las aceras cubiertas de barro llevando paquetes hechos con periódicos cien veces leídos, bolsas de un plástico tan barato que consiguen que las manzanas que contienen huelan a sintético o redecillas de la compra que nos dejan en la palma de la mano y en los dedos marcas moradas. Todos Lo esperamos poseídos por un ansia insaciable cuando regresamos de los cines en los que hemos visto las aventuras de hombres que cada sábado por la noche rompen botellas y ventanas y mujeres extraordinariamente bellas, o de la calle del burdel en el que nos hemos acostado con putas que han aumentado nuestra sensación de soledad, o de las cervecerías en las que nuestros despiadados amigos se han burlado de nosotros por nuestras pequeñas obsesiones, o de la del vecino en la que ni siquiera hemos podido escuchar a gusto la obra de teatro de la radio porque no había manera de que sus ruidosos niños se durmieran. Algunos de nosotros decimos que aparecerá en oscuros rincones de barrios periféricos donde niños desvergonzados rompen las bombillas de las farolas con sus tirachinas, otros ante las tiendas de los pecadores que venden Lotería Nacional, Quinielas, revistas de mujeres desnudas, juguetes, tabaco, preservativos y todo tipo de chucherías. Aparezca donde aparezca, sea en los establecimientos de vendedores de albóndigas donde niños pequeños amasan carne doce horas al día, sea en los cines donde miles de miradas se convierten en una sola que se consume en un mismo deseo, sea en las verdes colinas donde pastores puros como ángeles se dejan llevar por el embrujo de los cipreses de los cementerios, todos dicen que el afortunado que lo vea primero lo reconocerá de inmediato y comprenderemos que ha terminado la espera, larga como la eternidad y breve como un abrir y cerrar de ojos, y que ha llegado la hora de la salvación.

Sobre este tema el Corán sólo está claro para aquellos que saben interpretar las letras (aleya número 97 de la azora «Al Isra», la aleya número 23 de la azora «Az-Zumer» donde se afirma que Dios ha revelado el Corán «doble y parecido a sí mismo»). Según el libro Los orígenes y la Historia , escrito trescientos cincuenta años después del descenso del Corán por el autor hierosolimitano Mutahhar Ibn Tahir, la única prueba de todo esto son las palabras de Mahoma sobre «alguien que señalará el camino, de nombre, apariencia u oficio similares a los míos» o los testimonios de aquellos que sirven de fuente a este u otros hadices parecidos. Sabemos que Ibn Battuta menciona brevemente en sus Viajes , otros trescientos cincuenta años después, que los shiíes esperaban su aparición y realizaban ceremonias en la cripta de la tumba de Hakim-ul Wakt en Samarra. Treinta años más tarde, según lo que Firuz Shah le dictó a su secretario, en las calles amarillas y polvorientas de Delhi había miles de infelices que Lo esperaban, así como esperaban su revelación del misterio de las letras. También sabemos que en la misma época Ibn Jaldun se ocupa en su Prolegómenos de los hadices relativos a su aparición expurgándolos uno a uno de fuentes shiíes extremistas y que se detiene en otro punto: con Él aparecerá el Deccal, el Diablo o, si preferimos usar el punto de vista y la expresión occidental, el Anticristo, y que, en ese día de Juicio Final y salvación, Él matará al Deccal.

Lo sorprendente del asunto es que mientras todos sueñan y esperan al Gran Salvador, nadie ha sido capaz de imaginar su cara, ni mi estimado lector Mehmet Yilmaz, que me ha escrito una carta contándome una visión que tuvo en su casa en una apartada ciudad de Anatolia, ni Ibn Arabi, que tuvo la misma visión que él setecientos años antes y la describió en su Ankayi Mugrib , ni el filósofo Al-Kindi, que hace mil ciento once años vio en un sueño cómo las masas de los que habían sido salvados por Él le seguían hasta conquistar Estambul a los cristianos, ni la dependienta que sueña con Él entre bobinas de hilo, botones y medias de nailon en una mercería de Beyoglu.

Sin embargo podemos imaginarnos perfectamente al Deccal: según el Enbiya de Bujari, el Deccal es pelirrojo y tuerto y, según su Peregrinación, tiene escrito en el rostro quién es. El Deccal, que en opinión de Tayalisi tiene el cuello grueso, es en La oración del Único del maestro Nizamettin Efendi, que tuvo una visión de él en Estambul mil años más tarde, huesudo y con los ojos rojos. En mis primeros años de periodista, se publicaban en el periódico Karagóz, que se leía mucho en Anatolia, unas tiras en las que se narraban las aventuras de un heroico guerrero turco y se dibujaba al Deccal bizco y cor la boca torcida. Nuestro héroe, que le hacía el amor a las bellezas de una Constantinopla aún no conquistada, luchaba mediante astucias increíbles (algunas se las sugerí yo al dibujar un Deccal de amplia frente, gran nariz y sin bigote.

Mientras que el Deccal ha atizado de esa manera nuestra imaginación, muchos de nosotros consideramos una gran pérdida para nuestra literatura que el doctor Ferit Kemal, el único de estros autores que ha sido capaz de describir al Salvador que todos esperamos, de darle vida en todos sus aspectos, tuviera que escribir su obra El Gran Bajá en francés y qué sólo pudiera publicarla en 1870 en París.

Tan erróneo como pueda ser no considerar parte de la literatura turca El Gran Bajá , esa obra única en la que se Lo describe con todo realismo, sólo por estar escrita en francés, resultan lamentables las afirmaciones, algunas debidas al complejo de inferioridad, de algunas revistas antioccidentales como Sadirvan o Büyük Dogu de que el episodio del Gran Inquisidor de Los hermanos Karamazov del novelista ruso Dostoyevski no es sino un plagio de ese diminuto tratado. La leyenda de obras orientales plagiadas en Occidente o de obras occidentales plagiadas en Oriente siempre me sugiere el mismo pensamiento: si el universo de sueños al que llamamos mundo es una casa a la que entramos con el estupor de un sonámbulo, las literaturas se parecen a los relojes de pared de las habitaciones de esa casa a la que tanto nos gustaría acostumbrarnos. Así pues:

1) Afirmar que tal reloj de los que hay en las habitaciones está en hora y tal otro no lo está, es una estupidez.

2) También es una estupidez afirmar que uno de los relojes de las habitaciones adelanta cinco horas con respecto a otro porque siguiendo la misma lógica se puede llegar a la conclusión de que atrasa siete horas.

3) Si en cualquier momento después de que uno de los relojes marque las diez menos veinticinco otro de los relojes de la casa marca las diez menos veinticinco, es igualmente una estupidez concluir que el segundo reloj imita al primero.

Un año antes de acudir a Córdoba al entierro de Aveces, Ibn Arabi, autor de más de doscientos libros de mística, se encontraba en Marruecos escribiendo un libro inspirado por la historia (sueño) que se cuenta en la azora «Al-Isra» del Corán, a la que me he referido arriba (tipógrafo: si ahora estamos en lo alto de una columna escribe «abajo» y no «arriba») según la cual una noche Mahoma fue llevado a Jerusalén y desde allí subió a los cielos por una escalera (en árabe Miraf , y pudo contemplar el Paraíso y el Infierno. Ahora bien, si tenemos en cuenta que Ibn Arabi cuenta cómo recorrió acompañado por su guía los Siete Cielos y lo que habló con los profetas que se encontró allí y que escribió ese libro a la edad de treinta y cinco años exactamente (en 1198), y de ahí concluimos que la muchacha llamada Nizam que aparece en esos sueños es la correcta y Beatriz es la errónea; o que Ibn Arabi tiene razón y Dante se equivoca; o que el Kitab allsra Ha Makam al Asra es el original y la Divina Commedia es la copia, ése es un ejemplo del primer tipo de estupidez del que acabo de hablar.

Si tenemos en cuenta que el filósofo andalusí Ibn Tu-fail escribió ya en el siglo XI la historia de un niño que llega a una isla desierta en la que vive solo durante años y que allí descubre, además de una cierva que le amamanta, la Naturaleza y los objetos, el mar, la muerte, los cielos y las «realidades divinas» y decidimos que Hayy Ibni Yaaqzan se adelantó seis siglos a Robinson Crusoe; o si, atendiendo a que en el segundo caso se describen con más detalle los utensilios y los medios de que se sirve, afirmamos que Ibn Tufail está seis siglos atrasado con respecto a Daniel Defoe, ése es un ejemplo del segundo tipo de estupidez.

Haci Veliyyüddin Efendi, uno de los seyhülislam de la época de Mustafá III, se dejó llevar por una inspiración repentina una tarde de un viernes del año 1761 después de que un amigo suyo, algo indiscreto, acudiera a su casa y viendo un magnífico armario de su despacho hiciera el irrespetuoso y poco apropiado comentario siguiente: «Maestro, el armario está tan ordenado como tu cabeza», y comenzó a escribir un largo tratado en el que comparaba su mente con el armario de nogal, demostraba que en ambos casos todo estaba en su sitio. Teniendo en cuenta que en su obra nos explica que, como ocurría con aquel magnífico armario de dos puertas, cuatro anaqueles y doce cajones obra de un artesano armenio, nuestra mente posee también doce apartados en los que guardamos los tiempos, los espacios, los números, los escritos y todas esas chucherías a las que hoy llamamos «causalidad», «existencia» o «determinismo», y que el filósofo alemán Kant enumeró doce categorías de la razón pura en su famosa obra publicada veinte años después, concluir que el alemán le imitó es un ejemplo del tercer tipo de estupidez.

Si el doctor Ferit Kemal, mientras dibujaba un retrato extraordinariamente vivo del gran Salvador al que todos esperamos, hubiera sabido que sus compatriotas iban a interesarse por él un siglo más tarde desplegando ese mismo tipo de estupideces, no se habría sorprendido en absoluto porque toda su vida estuvo rodeado por un halo de indiferencia y olvido que le había condenado al silencio de un sueño. Hoy sólo puedo soñar su cara, que no he podido ver en ninguna fotografía, como el rostro fantasmal de un sonámbulo: era un adicto al hachís. Deducimos por la malintencionada obra de Abdurrahman Seref Los nuevos otomanos y la libertad que en París además convirtió a muchos de sus enfermos en adictos al opio, en 1886 -sí, un año antes del segundo viaje de Dostoyevski por Europa- marchó a París a causa de un ansia imprecisa de rebelión y libertad y publicó un par de artículos en los periódicos Libertad y El corresponsal que se publicaban en Europa. Pero mientras los Jóvenes Turcos llegaban a ciertos acuerdos con Palacio y regresaban uno a uno a Estambul, él se quedó en París. No queda ningún otro rastro de él. Teniendo en cuenta que en el prólogo de su libro menciona Los paraísos artificiales de Baudelaire, probablemente tuviera noticia de De Quincey, escritor al que tanto aprecio; quizá también experimentara con el opio; pero no encontramos la menor huella de esos experimentos en las páginas en las que nos habla de El, todo lo contrario, se ven muestras de una fuerte lógica, que tanta falta nos haría hoy. Escribo este artículo para discutir sobre esa lógica, para dar a conocer a los oficiales patriotas de nuestras fuerzas armadas las ideas irrefutables de El Gran Bajá .

Pero para comprender su lógica antes hay que penetrar en el ambiente del libro. Piensen en un libro encuadernado en azul, impreso en papel de grano bastante grueso por la editorial Poulet-Malassis en París en 1870. Sólo noventa y seis páginas. Piensen en unas ilustraciones de ambientes, objetos y sombras hechas por un pintor francés (De Tennielle) con calles que, más que a las del Estambul de entonces, se parecen a las de hoy, con edificios de piedra, con aceras y con calzadas de adoquines; que nos recuerdan, más que a las celdas de piedra y a los primitivos instrumentos de entonces, a los agujeros de ratas de cemento y a los instrumentos para las picanas y para colgar a los presos de las torturas actuales.

El libro comienza con una descripción de un callejón de Estambul a medianoche. No se oye otra cosa que no sean los golpes de los bastones de los serenos en las aceras y los aullidos de las manadas de perros que pelean en barrios lejanos. Por las ventanas veladas por celosías de las casas de madera no se filtra la menor luz. El humo impreciso que surge de la chimenea de una estufa se mezcla con la niebla ligera que ha descendido sobre tejados y cúpulas. En aquel silencio profundo se oyen los pasos de alguien que camina por las aceras vacías. Todos oyen el sonido de aquellos extraños, nuevos, inesperados pasos como si se tratara de una buena noticia; tanto los que se preparan para acostarse en sus frías camas poniéndose una chaqueta encima de otra como los que sueñan bajo varias capas de edredones.

El día siguiente amanece con una alegría soleada muy alejada de la angustia de la noche. Todos Lo han reconocido, todos han comprendido que Él era Él, todos se dan cuenta de que ha llegado la hora en que se acabará aquella eternidad cargada de dolor que en sus momentos de desesperación pensaban que sería interminable. En aquel ambiente de fiesta, Él está entre los tiovivos que giran, los antiguos enemigos que se reconcilian, los niños que comen manzanas cubiertas de caramelo y algodón dulce, los hombres y mujeres que bromean, los que cantan y bailan. Más que un Salvador que marcha entre desesperados y que les llevará a días mejores corriendo de victoria en victoria, Él es un hermano mayor que pasea entre sus hermanos menores. Pero en su rostro hay la sombra de una inquietud, de una intuición, de un presentimiento. En ese momento, mientras Él anda pensativo por las calles, los hombres del Gran Bajá lo capturan y lo arrojan a una de las frías mazmorras con arcos de piedra de la ciudad. Ya tarde el mismo Gran Bajá va a visitarle con un candil en la mano y hablan durante toda la noche.

¿Quién era el Gran Bajá? No traduzco al turco el nombre de ese personaje tan particular porque quiero, como el autor del libro, que el lector decida con entera libertad. Teniendo en cuenta que era bajá podemos pensar que era un importante hombre de Estado, un gran militar o un militar cualquiera pero de alta graduación. Si atendemos a la correcta lógica de sus palabras podemos pensar, también que era al mismo tiempo un filósofo o un hombre superior que ha alcanzado esa cierta sabiduría que sentimos que se da en aquellas personas que piensan más en el Estado y en la Nación que en sí mismos, y que tan habituales son entre nosotros. En aquella mazmorra, durante toda la noche, el Gran Bajá hablará y lo escuchará. He aquí las palabras y la lógica del Gran Bajá que Lo obligaron a callar y que Lo convencieron:

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