CAPÍTULO 12
Sharon, Denise y Holly ocupaban una mesa del Café Bewley's junto a la ventana que daba a Grafton Street. Solían reunirse allí para ver el mundo pasar. Sharon siempre decía que era la mejor manera de ir de tiendas puesto que veía a vuelo de pájaro todas sus favoritas.
– ¡No puedo creer que Gerry organizara todo esto! -le dijo asombrada Denise al enterarse de las novedades. Se echó su larga melena morena detrás de los hombros y sus ojos azules brillaron con entusiasmo al mirar a Holly.
– Será muy divertido -dijo Sharon impaciente.
– Oh, Dios. -Holly se ponía nerviosa sólo de pensarlo-. De verdad, de verdad que sigo sin querer hacerlo, pero tengo la impresión de que debo terminar lo que Gerry comenzó.
– ¡Ése es el espíritu que hay que tener, Hol! -exclamó Denise-. ¡Y todos estaremos allí para darte ánimos!
– Espera un momento, Denise -dijo Holly, con tono menos festivo-. Sólo quiero que estéis presentes tú y Sharon, nadie más. No quiero convertir esto en un acontecimiento. Que quede entre nosotras.
– ¡Pero Holly! -protestó Sharon-. ¡Es que es un acontecimiento! Nadie espera que vuelvas a cantar en un karaoke después de la última vez… -¡Sharon! -la interrumpió Holly-. Una no debe hablar de esas cosas. Una sigue estando marcada por aquella experiencia.
– Ya, pues en mi opinión una es una idiota si aún no lo ha superado -replicó Sharon.
– ¿Cuándo es la gran noche? -preguntó Denise para cambiar de tema al percibir malas vibraciones.
– El próximo martes -rezongó Holly. Se inclinó hacia delante hasta golpear la mesa con la cabeza. Los clientes de las otras mesas la miraron con curiosidad.
– Sólo tiene permiso de un día -anunció Sharon a la sala, señalando a Holly.
– No te preocupes, Holly. Eso te da siete días exactos para transformarte en Mariah Carey. No hay ningún problema -añadió Denise, sonriendo a Sharon.
– Oh, por favor, tendríamos más probabilidades de éxito enseñando ballet clásico a Lennox Lewis -dijo Sharon.
Holly dejó de golpearse la cabeza y levantó la vista. -Vaya, eso sí que es dar ánimos, Sharon.
– ¡Uau, pero imaginaos a Lennox Lewis con mallas! Ese culito prieto haciendo piruetas… -dijo Denise con voz soñadora.
Holly y Sharon miraron a su amiga al unísono. -Has perdido el hilo, Denise.
– ¿Qué? -dijo Denise, siguiendo con su fantasía-. Imaginaos esos muslos grandes y musculosos…
– Que te partirían el cuello en dos si te acercaras a él -concluyó Sharon por ella.
– Qué buena idea -dijo Denise, abriendo los ojos desorbitadamente. -Ya lo estoy viendo -terció Holly con la mirada perdida-. Las páginas de sucesos dirían: «Denise Hennessey falleció trágicamente estrujada por un par de muslos formidables después de haber entrevisto brevemente el cielo…»
– Me gusta -convino Denise-. ¡Uau, menuda manera de morir! ¡Dadme un pedazo de ese cielo!
– Oye -interrumpió Sharon, señalando a Denise con el dedo-, haz el favor de guardar tus sórdidas fantasías para ti. Y tú -señaló a Holly-, deja ya de intentar cambiar de tema.
– Oh, vamos, Sharon, estás celosa, porque tu marido no partiría ni un palillo con esos muslos tan flacuchos que tiene -se burló Denise. -Perdona, bonita, pero los muslos de John están la mar de bien. Ojalá los míos se parecieran a los suyos -replicó Sharon.
– ¡Oye, tú! -Denise señaló a Sharon y la imitó-. Guarda tus sórdidas fantasías para ti.
– ¡Chicas, chicas! -Holly chasqueó los dedos-. Centrémonos en mí. Centrémonos en mí.
Hizo un gracioso ademán con las manos llevándoselas al pecho. -Muy bien, doña Egoísta, ¿qué tienes previsto cantar?
– No tengo idea, por eso he convocado esta reunión de urgencia. -Mientes, me dijiste que querías ir de compras -aseguró Sharon.
– ¿En serio? -dijo Denise, mirando a Sharon y arqueando una ceja-. Creía que veníais a almorzar conmigo.
– Ambas tenéis razón -afirmó Holly-. Quiero comprar ideas y os necesito a las dos.
– Buena respuesta -convinieron ambas por una vez.
– ¡Un momento, un momento! -exclamó Sharon, excitada-. Creo que tengo una idea. ¿Cuál era esa canción pegadiza que cantábamos sin parar durante las dos semanas que pasamos en España y que acabó por sacarnos de quicio?
Holly se encogió de hombros. Si las sacaba de quicio, no podía ser muy buena elección.
– No lo sé. Yo no fui invitada a esas vacaciones -repuso Denise. -¡Venga, seguro que te acuerdas, Holly! -insistió Sharon. -No me acuerdo.
– ¡Tienes que acordarte!
– Sharon, me parece que no se acuerda -dijo Denise molesta.
– ¿Cuál era? -Impaciente, Sharon, se tapó la cara con las manos-. ¡Ya lo tengo! -anunció muy contenta, y se puso a cantar a voz en grito en plena cafetería-: Quiero hacer el amor en la playa…
– Vamos, mueve tu cuerpo -cantó Denise.
Una vez más, los ocupantes de las mesas vecinas las miraron, algunos con simpatía pero la mayoría con desdén, mientras Denise y Sharon hacían gorgoritos al cantar. Cuando estaban a punto de entonar el estribillo por cuarta vez (ninguna de las dos recordaba la letra), Holly las hizo callar.
– ¡Chicas, no puedo cantar esa canción! ¡Además, la letra la rapea un tío! -Bueno, así al menos no tendrás que cantar mucho. -Denise se echó a reír.
– ¡Ni hablar! ¡No pienso rapear en un concurso de karaoke! -Está bien -aceptó Sharon.
– Veamos, ¿qué CD estás escuchando en este momento? -preguntó Denise, poniéndose seria otra vez.
– Westlife -contestó Holly, mirándolas esperanzada.
– Pues entonces canta una canción de Westlife -la alentó Sharon-. Así al menos te sabrás toda la letra.
Sharon y Denise rompieron a reír como histéricas.
– Quizá no te salga bien la melodía… -dijo Sharon entre carcajadas. -¡Pero al menos te sabrás la letra! -consiguió terminar Denise antes de que ambas se doblaran encima de la mesa.
Al principio Holly se enojó, pero al verlas en aquel estado, sujetándose la barriga en pleno ataque de risa, no pudo por menos de sumarse a ellas. Tenían razón, ella carecía de oído musical, las notas no le entraban en la cabeza. Encontrar una canción que pudiera cantar bien iba a resultar una misión imposible. Finalmente, cuando las chicas se serenaron, Denise miró la hora y se quejó de que tenía que volver al trabajo. Así pues, para alivio de los demás parroquianos, salieron de Bewley's.
– Seguro que ahora estos muermos montan una fiesta-murmuró Sharon al pasar entre las mesas.
Las tres muchachas se cogieron del brazo y enfilaron Grafton Street abajo, dirigiéndose a la tienda de ropa donde Denise trabajaba de encargada. El día era soleado y apenas hacía frío. Como de costumbre, Grafton Street estaba concurrida. Los empleados iban y venían de almorzar mientras la gente que había salido de compras deambulaba lentamente por la acera, aprovechando que no llovía. En cada tramo de calle había un músico callejero esforzándose por captar la atención de la multitud y Denise y Sharon ejecutaron de forma lamentable una breve danza irlandesa al pasar por delante de un hombre que tocaba el violín. El músico les hizo un guiño y las chicas echaron unas monedas al sombrero de tweed que había puesto en el suelo.
– Muy bien, señoritas ociosas, más vale que vuelva al trabajo -dijo Denise, empujando la puerta de su tienda. En cuanto las dependientas la vieron, dejaron de cotillear en el mostrador para acto seguido ponerse a ordenar las prendas de los colgadores. Holly y Sharon procuraron no reír. Se despidieron de Denise y se encaminaron hacia Stephen's Green para recoger los coches.
– Quiero hacer el amar en la playa… -canturreó Holly para sí-. ¡Oh, mierda, Sharon! Ya me has metido esa estúpida canción en la cabeza -se lamentó.
– Lo ves? Ya estás otra vez con la manía del «mierda, Sharon». Eres muy negativa, Holly.
Sharon comenzó a tararear la canción.
– ¡Oh, cállate! -le espetó Holly, sonriendo y dándole un golpe en el brazo.
CAPÍTULO 13
Eran ya más de las cuatro cuando finalmente Holly salió de la ciudad para dirigirse a su casa en Swords. Después de todo, la incorregible Sharon la había convencido para ir de compras, lo que tuvo como resultado que gastara un dineral en un ridículo top que ya no tenía edad de ponerse. Realmente necesitaba controlar sus gastos a partir de ahora; sus ahorros estaban menguando y puesto que no contaba con unos ingresos regulares, preveía que se avecinaban tiempos difíciles. Debía empezar a pensar en buscar trabajo, pero teniendo en cuenta lo mucho que le costaba levantarse de la cama por las mañanas, otro deprimente empleo de nueve a cinco no iba a ayudarla a mejorar la situación. No obstante, le serviría para pagar las facturas. Holly suspiró sonoramente ante el montón de asuntos que tenía que resolver por sí misma. Sólo de pensarlo se deprimía, y el problema era que pasaba demasiado tiempo a solas pensando en ello. Necesitaba estar rodeada de gente como Denise y Sharon, quienes siempre conseguían que dejara de dar vueltas a los problemas. Telefoneó a su madre para preguntarle si le iba bien que fuera a visitarla.
– Claro que sí, mi vida, aquí siempre eres bienvenida. -Luego bajó la voz para susurrar-: Pero ten en cuenta que Richard está aquí.
¡Jesús! ¿A qué venían todas esas visitas sorpresas?
Al oírlo, Holly había considerado la posibilidad de ir directamente a casa, pero se convenció de que era una estupidez. Por más pesado que fuera, Richard era su hermano y no podía seguir evitándolo toda la vida. Llegó a una casa extremadamente ruidosa y concurrida que le hizo pensar en los viejos tiempos, pues se oían chillidos y gritos en todas las habitaciones. Su madre estaba poniendo un cubierto más en la mesa cuando entró.
– Oh, mamá, tendrías que haberme dicho que ibais a cenar-dijo Holly, dandole un abrazo y un beso.
– Por qué, es que ya has cenado?
– No, en realidad me muero de hambre, pero espero no haberte complicado la vida.
– No es ninguna complicación, cariño. Sólo significa que el pobre Declan hoy se queda sin comer y ya está -dijo Elizabeth tomando el pelo a su hijo, que se estaba sentando a la mesa. Declan le hizo una mueca.
El ambiente era mucho más distendido esta vez, o quizás Holly había estado muy nerviosa durante la última cena familiar.
– Dime, don Alumno Aplicado, ¿cómo es que no estás en la facultad? -inquirió Holly con sarcasmo.
– He estado en clase toda la mañana -contestó Declan, poniendo mala cara-. Y vuelvo a entrar a las ocho.
– Eso es muy tarde -dijo su padre, sirviéndose abundante salsa. Siempre acababa con más salsa que comida en el plato.
– Ya, pero era la única hora que estaba disponible la sala de edición -explicó Declan.
– ¿Sólo hay una sala de edición, Declan? -saltó Richard.
– Sí -contestó el gran conversador.
– ¿Y cuántos estudiantes hay?
– Es una clase pequeña, sólo somos doce.
– ¿No tienen recursos para más?
– ¿Para más estudiantes? -bromeó Declan.
– No, para otra sala de edición.
– No, es una facultad pequeña, Richard.
– Supongo que las universidades grandes estarán mejor preparadas para esa clase de cosas. En general son mejores.
Y ahí estaba la pulla que todos esperaban.
– No, yo no diría eso. Las instalaciones que tenemos son de categoría, es sólo que hay menos gente y por consiguiente menos equipos. Y los profesores no son peores que los de una gran universidad, tienen un valor añadido porque trabajan en la industria además de dar clases. O sea que practican lo que predican. No se limitan a impartir materia de libro de texto.
Bien dicho, Declan, pensó, y le guiñó el ojo desde el otro lado de la mesa.
– Supongo que no les pagarán muy bien haciendo eso, así que probable-mente no tienen más remedio que también dar clases -prosiguió Richard, -Richard, trabajar en el mundo del cine es muy rentable. Estás hablando de personas que han pasado años en la universidad para sacarse licenciaturas y másters…
– Vaya, ¿te dan una licenciatura por eso? -Richard se quedó atónito-. Creía que estabas haciendo un cursillo.
Declan dejó de comer y miró a Holly pasmado. Era curioso que la ignorancia de Richard siguiera asombrándolos a todos.
– ¿Quién crees que hace todos esos programas de jardinería que ves, Richard? -terció Holly-. No se trata de un grupo de gente que está siguiendo un cursillo.
La expresión de Richard puso de manifiesto que nunca se le había pasado por la cabeza que aquello requiriera conocimientos especializados. -Son unos programas fantásticos -convino.
– ¿Sobre qué va tu proyecto, Declan? -preguntó Frank. Decían terminó de masticar antes de hablar.
– Bueno, es un poco complejo para contarlo con detalle, pero básicamente es sobre la vida nocturna de Dublín.
– ¡Uau! ¿Y vamos a salir en tu película? -preguntó Ciara, rompiendo el atípico silencio que guardaba.
– Sí, puede que aparezca tu cogote o algo por el estilo-bromeó Declan. -Pues me muero de ganas de verlo -dijo Holly alentadoramente.
– Gracias. -Declan dejó los cubiertos y se echó a reír. Luego añadió-: Oye,¿qué es eso de que vas a cantar en un concurso de karaoke la semana que viene?
– ¿Qué? -exclamó Ciara, abriendo los ojos desorbitadamente. Holly fingió no saber de qué le estaba hablando.
– ¡Vamos, Holly! -insistió Decían-. ¡Danny me lo ha contado! -Se volvió hacia los otros y explicó-: Danny es el propietario del local donde di el concierto la otra noche y me ha dicho que Holly se ha apuntado a un concurso de karaoke que organizan en el club del piso de arriba.
Todos comentaron lo maravilloso que era. Holly se negó a darse por vencida.
– Declan, Daniel te está tomando el pelo. ¡Todo el mundo sabe que soy una cantante pésima! Hablo en serio -dijo dirigiéndose al resto de la mesa-. Sinceramente, si fuese a cantar en un concurso de karaoke, ¿creéis que no os lo diría? -Rió como si la idea fuese absurda. En realidad, era muy absurda.
– ¡Holly! -exclamó Declan, sonriendo-. ¡He visto tu nombre en la lista! ¡No mientas!
Holly dejó los cubiertos. De repente no tenía hambre.
– Holly, ¿por qué no nos has dicho que vas a cantar en un concurso? -preguntó su madre.
– Porque no sé cantar!
– ¿ Pues por qué lo haces entonces? -Ciara se echó a reír.
Tal vez debía contárselo, se dijo Holly; de lo contrario Declan la sonsacaria v no le gustaba mentir a sus padres. Lástima que Richard también tuviera que enterarse.
– Muy bien, el asunto es bastante complicado, pero en resumidas cuentas Gerry me apuntó hace meses porque tenía muchas ganas de que lo hiciera y, por más que yo no quiera, siento que debo pasar por ello. Es una tontería, ya lo sé. Clara dejó de reír de golpe.
Con toda la familia observándola, Holly se sintió como una paranoica. Se remetió el pelo detrás de las orejas con nerviosismo.
– Me parece una idea maravillosa -anunció su padre de súbito.
– Sí -agregó su madre-, y todos iremos para apoyarte.
– No, mamá, de verdad que no tenéis por qué ir. Es una tontería.
– Es imposible que mi hermana cante en un concurso sin que yo esté presente-declaró Ciara.
– Oye, oye -dijo Richard-, que nosotros también iremos. Nunca he puesto los pies en un karaoke, pero debe de ser… -hurgó en su cerebro en busca de la palabra adecuada- divertido.
Holly resopló y cerró los ojos, deseando haber ido directamente a su casa al regresar del centro. Declan se desternillaba de risa.
– ¡Sí, Holly, será…! -dijo, rascándose la barbilla-. ¡Divertido!
– ¿Cuándo es la función? -preguntó Richard, sacando su agenda.
– El sábado -mintió Holly, y Richard procedió a anotarlo.
– ¡No es verdad! -saltó Declan-. ¡Es el martes que viene, mentirosa!
– ¡Mierda! -maldijo Richard, para gran sorpresa de todos-. ¿Alguien tiene un Tipp-Ex?
Holly no podía dejar de ir al cuarto de baño. Estaba nerviosa y prácticamente no había dormido la noche anterior. Presentaba un aspecto acorde a su estado de ánimo. Tenía unas ojeras enormes debajo de los ojos enrojecidos y los labios cortados. El gran día había llegado, su peor pesadilla: cantar en público.
Holly era una de esas personas incapaces de cantar ni en la ducha por miedo a romper los espejos. Pero el caso es que ese día apenas salía del cuarto de baño. No había mejor laxante que el miedo, y tenía la impresión de haber perdido cinco kilos en un solo día. Como siempre, sus amigos y la familia le habían dado todo su apoyo y le habían enviado tarjetas de buena suerte. Sharon y John hasta le habían mandado un ramo de flores que Holly colocó en la mesa de café sin corrientes de aire ni radiadores amenazantes, junto a la orquídea agonizante de Richard. Denise había remitido una «hilarante» tarjeta de pésame.
Holly no dejó de maldecir a Gerry mientras se ponía el conjunto que Gerry le había dicho que se comprara en abril. Había cosas mucho más importantes de las que preocuparse en aquel momento como para reparar en pequeños detalles irrelevantes como qué aspecto tenía. Se dejó el pelo suelto para que le tapara el rostro todo lo posible y se puso toneladas de rímel resistente al agua, como si eso fuera a impedir que llorara. Preveía que la velada acabaría con lágrimas. Tendía a los poderes psíquicos cuando le tocaba enfrentarse a los días más asquerosos de su vida.
John y Sharon fueron en taxi a recogerla y ella se negó a hablarles, maldiciendo a todo el mundo por obligarla a hacer aquello. Estaba mareada y no podía dejar de moverse en el asiento. Cada vez que el taxi se detenía en un semáforo en rojo consideraba la posibilidad de apearse y huir corriendo, pero para cuando reunía el coraje necesario para hacerlo el semáforo cambiaba otra vez a verde. Movía con nerviosismo las manos todo el rato y continuamente abría y cerraba el bolso para mantenerse ocupada, fingiendo ante Sharon que estaba buscando algo.