Posdata: Te Amo - Ahern Cecelia 11 стр.


– Cálmate, Holly -dijo Sharon con tono tranquilizador-. Todo irá bien.

– Que te jodan -le espetó.

Continuaron en silencio el resto del trayecto, ni siquiera el taxista abrió la boca. Finalmente llegaron a Hogan's, y John y Sharon se las vieron y desearon para que dejara de despotricar (algo acerca de preferir tirarse al río Liffey) y convencerla de que entrara. Horrorizada, Holly comprobó que el club estaba atestado, por lo que tuvo que abrirse paso a empujones para reunirse con su familia, que ocupaba una mesa reservada con antelación (justo al lado del lavabo tal como habían pedido).

Richard estaba sentado con aire desgarbado en un taburete, enfundado en su traje como gallina en corral ajeno.

– Cuéntame en qué consisten las reglas, padre. ¿Qué tiene que hacer Holly?

El padre de Holly explicó las «reglas» a Richard, con lo que Holly se puso aún más nerviosa.

– ¡Cáspitas! Esto es fenomenal, ¿eh? -dijo Richard, echando un vistazo al club con cara de pasmo.

Holly pensó que seguramente era la primera vez que entraba en un club nocturno.

La visión del escenario tenía aterrada a Holly. Era mucho más grande de lo que esperaba y había una pantalla enorme en la pared, para que el público siquiera la letra de las canciones. Jack estaba sentado con el brazo apoyado en los hombros de Abbey; ambos le dedicaron una sonrisa de aliento. Holly puso ceño y apartó la vista.

– Holly, hace un rato ha pasado algo increíble -dijo Jack, sonriendo¿Te acuerdas de aquel tío, Daniel, que conocimos la semana pasada?

Holly se limitaba a mirarlo fijamente, pendiente del movimiento de sus labios pero obviando por completo lo que le estaba diciendo.

– Verás, Abbey y yo hemos llegado los primeros para guardar la mesa y nos estábamos besando cuando tu hombre se acerca y me susurra al oído que esta noche ibas a venir. ¡Creía que yo salía contigo y que te estaba poniendo los cuernos!

Jack y Abbey se partían de risa.

– Pues a mí eso me parece vergonzoso -dijo Holly, y se volvió.

– No -intentó explicar Jack-, él no sabía que somos hermanos. Tuve que explicarle que… -Se interrumpió porque Sharon le lanzó una mirada de advertencia.

– Hola, Holly -saludó Daniel, acercándose a ella con un cuaderno en la mano-. Veamos, el orden de esta noche es el siguiente: la primera en salir es una chica que se llama Margaret, luego un chico llamado Keith y después de él sales tú. ¿De acuerdo?

– Entonces voy la tercera.

– Sí, después de…

– Me basta con saber eso -soltó Holly con acritud. Sólo quería salir de aquel estúpido club y deseaba que todos dejaran de molestarla y quedarse a solas para maldecirlos. Quería que el suelo se abriera y se la tragara, que ocurriera un desastre natural y todo el mundo tuviera que evacuar el edificio. De hecho, aquélla era una buena idea: buscó desesperadamente alrededor un botón para conectar la alarma contra incendios, pero Daniel seguía hablando.

– Holly, lamento molestarte otra vez, pero ¿podrías decirme cuál de tus amigas es Sharon?

Daniel parecía temer que Holly fuera a cortarle la cabeza a mordiscos en cualquier momento. Y bien que hacía, pensó ella entornando los ojos.

– Es aquella de ahí. -Holly señaló a Sharon-. Un momento, ¿por qué lo preguntas?

– Oh, sólo quería disculparme por la última vez que hablamos. Echó a andar hacia Sharon.

– ¿Por qué? -preguntó Holly horrorizada, haciendo que Daniel se volviera otra vez.

– Tuvimos un pequeño malentendido por teléfono la semana pasada. La miró sorprendido, ya que no entendía por qué tenía que darle explicaciones a ella.

– Verás, en realidad no tienes por qué hacerlo. Lo más probable es que a estas alturas lo haya olvidado por completo -balbució Holly. Sólo le faltaba aquello.

– Ya, pero aun así me gustaría disculparme.

Por fin se encaminó hacia Sharon y Holly saltó del taburete.

– Sharon, hola, soy Daniel. Sólo quería disculparme por la confusión cuando hablamos por teléfono la semana pasada.

Sharon lo miró como si tuviera diez cabezas. -¿Confusión?

– Sí, mujer, por teléfono.

John cogió a Sharon por la cintura con ademán protector. -¿Por teléfono?

– Eh… sí, por teléfono. -Daniel asintió con la cabeza.

– ¿Cómo has dicho que te llamas?

– Pues… Daniel.

– ¿Y hablamos por teléfono? -preguntó Sharon, sonriendo.

Holly le hacía señas como una loca desde detrás de Daniel. Éste carraspeó, un tanto nervioso.

– Sí, la semana pasada llamaste al club y contesté yo. ¿Te suena?

– No, encanto, te equivocas de chica -dijo Sharon con tono alegre. John fulminó a Sharon con la mirada por haberle llamado encanto. Si por él hubiese sido, habría enviado a Daniel al diablo. Atónito, Daniel se tocó el pelo y se volvió hacia Holly.

Holly asentía frenéticamente con la cabeza a Sharon.

– Ah… -dijo Sharon, fingiendo que por fin se acordaba-. ¡Ahora caigo, Daniel! -exclamó con un entusiasmo excesivo-. Dios, cuánto lo siento, creo que mis neuronas se están desconectando. -Rió como una loca y luego agregó-: Será que he tomado demasiado de esto. -Alzó su copa.

Daniel pareció aliviado.

– ¡Menos mal, por un momento creí que estaba volviéndome loco! Bien, ¿entonces recuerdas que mantuvimos esa conversación por teléfono?

– Ah, esa conversación. Oye, no te preocupes, en serio -dijo Sharon, restándole importancia con un gesto de la mano.

– Es que sólo hace unas semanas que estoy a cargo de esto y no tenía muy claro cómo estaba organizada la velada de esta noche.

– No pasa nada… Todos necesitamos tiempo… para adaptarnos… a las cosas… Ya se sabe.

Sharon miró a Holly para ver si había dicho lo correcto o no.

– Bueno, encantado de conocerte en persona… por fin -dijo Daniel¿ Te traigo un taburete o alguna otra cosa? -agregó, intentando resultar gracioso.

Sharon y John se sentaron en sus taburetes y lo miraron en silencio sin saber qué decir a aquel hombre tan extraño.

John observó con recelo a Daniel mientras éste se alejaba.

– ¿De qué iba todo esto? -preguntó Sharon a Holly en cuanto Daniel estuvo lo bastante lejos para no oírla.

– Ya te lo explicaré después -dijo Holly volviéndose hacia el escenario. El presentador de la velada de karaoke estaba subiendo a él.

– ¡Buenas noches, damas y caballeros! -saludó. -¡Buenas noches! -gritó Richard, entusiasmado. Holly puso los ojos en blanco.

– Tenemos por delante una velada de lo más excitante… -continuó el presentador interminablemente con su voz de locutor, mientras Holly bailaba nerviosa de un pie al otro. Volvió a tener ganas de ir al lavabo-. Para la primera actuación de esta noche tenemos a Margaret, de Tallaght, que va a cantar el tema de Titanic, My Heart Will Go On, de Celine Dion. ¡Por favor, recibamos con un aplauso a la maravillosa Margaret!

El público enloqueció, al igual que el corazón de Holly. La canción más difícil de cantar del mundo, típico.

Cuando Margaret comenzó a cantar, la sala se sumió en un silencio tan absoluto que si un alfiler hubiese caído al suelo se habría oído. Holly echó un vistazo a la sala observando los rostros del público. Todos miraban a Margaret con arrobo, hasta la familia de Holly, los muy traidores. Margaret mantenía los ojos cerrados y cantaba con tanta pasión que parecía estar viviendo cada frase de la canción. Holly la odió y consideró la posibilidad de echarle la zancadilla cuando regresara a su sitio.

– ¿No ha sido increíble? -dijo el presentador. El público la vitoreó y Holly se preparó para soportar una reacción muy distinta después de su actuación-. A continuación tenemos a Keith, a quien muchos recordarán como el ganador del año pasado, que va a cantar Coming to America, de Neil Diamond. ¡Un aplauso para Keith!

Holly no necesitaba oír nada más y echó a correr hacia el lavabo. Caminaba de un lado a otro del lavabo procurando serenarse. Las rodillas le temblaban, notó que se le formaba un nudo en el estómago y sintió una arcada que le subió a la boca. Se miró al espejo e intentó respirar hondo. Fue inútil, pues sólo consiguió marearse más. Fuera, el público aplaudía y Holly se quedó inmóvil. Ella era la siguiente.

– Este Keith es un fenómeno. ¿No es cierto, damas y caballeros? Otra ovación.

– A lo mejor Keith quiere lograr el récord de ganar dos años seguidos pero aún está por ver si sube el listón.

El listón iba a bajar, y mucho.

– A continuación tenemos a una concursante nueva. Se llama Holly y va a cantar…

Holly entró corriendo en un retrete y se encerró. No iban a sacarla de allí por nada del mundo.

– ¡Damas y caballeros, recibamos con un fuerte aplauso a Holly! El público aplaudió entusiasmado.

CAPÍTULO 14

Tres años antes Holly había subido al escenario para hacer su debut como intérprete de karaoke. Casualmente, había transcurrido ese tiempo desde la última vez que había pisado un escenario.

Un montón de amigos se había congregado en el pub que solían frecuentar en Swords para celebrar el trigésimo cumpleaños de uno de los chicos. Holly estaba terriblemente cansada ya que llevaba dos semanas haciendo horas extras en el trabajo. Lo cierto es que no estaba de humor para salir de fiesta. Lo único que quería era ir a casa, tomar un buen baño, ponerse el pijama menos sexy que encontrara, comer kilos de chocolate y acurrucarse en el sofá delante de la tele con Gerry.

Después de viajar de pie en un tren atestado desde Blackrock hasta Sutton Station, Holly definitivamente no estaba de humor para pasar por un suplicio semejante en un pub abarrotado y con el ambiente cargado. En el tren la mitad de la cara le quedó aplastada contra la ventanilla; la otra mitad, medio hundida en el sobaco de un hombre muy poco dado a la higiene personal. Justo detrás de ella otro hombre respiraba sonoramente gases alcohólicos contra su cogote. Para acabar de arreglarlo, cada vez que el tren se balanceaba el sujeto en cuestión apretaba «sin querer» su enorme panza contra su espalda. Holly había padecido aquella humillación cada día al ir a trabajar y al volver a casa durante dos semanas y ya no lo aguantaba más. Quería su pijama.

Por fin llegaron a Sutton Station y las mentes privilegiadas de los que aguardaban allí decidieron que era una gran idea subir en tropel al tren mientras los viajeros intentaban salir. Tardó tanto en abrirse paso a empujones entre el gentío para bajar del tren que cuando llegó al andén vio cómo arrancaba su autobús lleno de personitas que le sonreían desde dentro. Y puesto que ya eran más de las seis, la cafetería estaba cerrada y tuvo que aguardar de pie muerta de frío durante media hora hasta que llegó el siguiente autobús. Aquella experiencia no hizo más que reforzar su deseo de acurrucarse delante de la tele. Pero no le esperaba una feliz velada hogareña. Su amado marido tenía otros planes. Al llegar a casa, exhausta y muy cabreada, Holly se encontró con que estaba llena de gente y con la música a todo volumen. Personas que ni siquiera conocía deambulaban por su sala de estar con latas de cerveza en la mano, dejándose caer en el sofá en el que ella había previsto pasar las próximas horas de su vida. Gerry estaba junto al reproductor de CD, haciendo de pinchadiscos y dándoselas de estar en la onda. En realidad, Holly nunca lo había visto menos en la onda que en aquel preciso instante.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Gerry al verla subir hecha una furia hacia el dormitorio.

– Gerry, estoy cansada, estoy cabreada, no estoy de humor para salir esta noche y tú ni siquiera me has preguntado si me parecía bien invitar a toda esa gente. Por cierto, ¿quiénes son? -vociferó Holly.

– Son amigos de Connor y, por cierto, ¡ésta también es mi casa! -contestó Gerry, alzando igualmente la voz.

Holly se llevó los dedos a las sienes y comenzó a darse un masaje. Le dolía mucho la cabeza y la música la estaba volviendo loca.

– Gerry -susurró al cabo, procurando mantener la calma-, no estoy diciendo que no puedas invitar a quien quieras. No pasaría nada si lo hubieses planeado con antelación y me hubieses avisado. En ese caso no me importaría, pero hoy he tenido un día de perros y estoy hecha polvo. -Fue bajando la voz a cada palabra-. Sólo quería relajarme en mi propia casa.

– Holly, cada día me vienes con lo mismo -le soltó Gerry-. Nunca tienes ganas de hacer nada. Cada noche la misma historia. ¡Llegas a casa malhumorada y no haces más que quejarte de todo!

Holly se quedó perpleja.

– ¡Perdona, he estado trabajando como una negra!

– Y yo también, pero en cambio no me has visto saltarte al cuello cada vez que no me salgo con la mía.

– Gerry, no se trata de que me salga con la mía o no, sino de que has invitado a toda la calle a nuestra…

– ¡Es viernes! -exclamó Gerry, haciéndola callar-. ¡Fin de semana!;Cuándo fue la última vez que saliste? Podrías olvidarte del trabajo y soltarte el pelo para variar. ¡Deja de comportarte como una abuelita!

Y salió del dormitorio dando un portazo.

Después de pasar un buen rato en el dormitorio odiando a Gerry y soñando con el divorcio, consiguió serenarse y pensar racionalmente sobre lo que él le había dicho. Tenía razón. De acuerdo, la forma de expresarlo no había sido muy correcta, pero ella había estado malhumorada y de mala leche codo el mes, y lo sabía.

Holly era de esas personas que terminaban de trabajar a las cinco de la tarde v que, un minuto después, ya había apagado el ordenador y las luces y corría hacia la estación, tanto si a sus jefes les parecía bien como si no. Nunca se llevaba trabajo a casa ni se estresaba por el futuro de la empresa porque, a decir verdad, le importaba un comino. Solía llamar para decir que estaba enterma tantos lunes por la mañana como fuera posible sin correr el riesgo de que la despidieran. No obstante, debido a una momentánea falta de concentración mientras buscaba empleo, se había encontrado aceptando un trabajo administrativo que la obligaba a llevarse papeleo a casa, a aceptar un montón de horas extras y a preocuparse por la marcha del negocio, lo cual le desagradaba. Que hubiese sido capaz de aguantar en aquel puesto un mes entero era un misterio sin resolver, pero eso no impedía que Gerry tuviera razón. De hecho, hasta le dolía pensarlo. Hacía semanas que no salía con él ni con sus amigas, y cada noche se quedaba dormida en cuanto apoyaba la cabeza en la almohada. Ahora que lo pensaba, probablemente aquél era el principal problema para Gerry, aparte del mal genio.

Pero aquella noche iba a ser distinta. Iba a demostrar a sus abandonados amigos y a su marido que seguía siendo la irresponsable, divertida y frívola Holly, capaz de beber hasta que todos perdían el sentido y aun así arreglárselas para regresar a casa sin tambalearse. El festival de travesuras comenzó con la preparación de cócteles caseros que sólo Dios sabía lo que contenían pero que surtieron el efecto mágico deseado y, a eso de las once, todos iban bailando por la calle camino del pub donde habían programado una sesión de karaoke. Holly exigió ser la primera en subir al escenario y no paró de interrumpir al presentador hasta que se salió con la suya. El pub estaba abarrotado de un público pendenciero formado básicamente por hombres con ganas de correrse una buena juerga. Era como si un equipo de rodaje hubiese llegado horas antes y hubiese trabajado con ahínco para preparar la escena del desastre. No podrían haberlo hecho mejor.

El presentador cantó las alabanzas de Holly después de tragarse la mentira de que era una cantante profesional. Gerry perdió el habla y la vista de tanto reír, pero ella estaba decidida a demostrarle que todavía sabía desmelenarse. Aún no era preciso hacer planes de divorcio. Holly decidió cantar Like a Virgin y dedicarla al hombre con quien supuestamente iba a casarse al día siguiente. En cuanto comenzó a cantar, Holly comprobó que no había oído tantos abucheos en toda su vida ni tan ensordecedores. Pero estaba tan borracha que no le importó y siguió cantando para su marido, quien al parecer era el único que no ponía mala cara.

Finalmente, cuando la gente comenzó a arrojar cosas al escenario y el propio presentador alentaba los abucheos del público, Holly consideró que había cumplido con su cometido. Cuando le devolvió el micrófono, se produjo una ovación tan atronadora que la clientela del pub vecino fue corriendo. No podía haber más gente reunida para ver cómo Holly tropezaba en la escalera con sus tacones de aguja y se caía de bruces al suelo. Todos los ojos estaban pendientes de ella mientras la falda le voló hasta la cabeza dejando al descubierto unas bragas viejas que un día habían sido blancas y ahora grises y que no se había molestado en cambiar cuando llegó a casa desde el trabajo.

Tuvieron que llevarla al hospital con la nariz rota.

Gerry se quedó afónico de tanto reír, mientras que Denise y Sharon remataron la faena sacando fotos de la escena del crimen, que después Denise empleó como anverso de las invitaciones para su fiesta de Navidad añadiendo como encabezamiento «¡Viva el cachondeo!».

Holly juró que nunca volvería a un karaoke.

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