Holly señaló a Daniel con el mentón. -Es su regalo.
– Me preguntaba si te gustaría trabajar detrás de la barra en el Club Diva. Ciara se tapó la boca con las manos.
– ¡Oh, Daniel, eso sería genial! -¿Alguna vez has trabajado en un bar?
– Claro, montones de veces -aseguró quitándole importancia con un ademán.
Daniel arqueó las cejas, buscaba una información un poco más concreta.
– He trabajado en bares en casi todos los países que he visitado. ¡De verdad! -dijo excitada.
Daniel sonrió e inquirió:
– ¿Entonces crees que serás capaz de hacerlo bien?
– ¡Faltaría más! -vociferó Ciara, y lo rodeó con los brazos.
«Cualquier excusa le sirve», pensó Holly al ver cómo su hermana casi estrangulaba a Daniel, cuyo rostro enrojeció e hizo muecas de «sálvame» a Holly.
– Venga, venga, ya está bien, Ciara -dijo Holly apartándola de Da¡el- No querrás matar a tu nuevo jefe, ¿verdad?
– Lo siento -dijo Ciara retirándose-. ¡Esto es tan guay! ¡Tengo traba, Holly!
– Sí, ya lo he oído -dijo Holly.
De repente el jardín quedó sumido en un silencio casi absoluto y Holly echó un vistazo para ver qué estaba ocurriendo. Todo el mundo miraba hacia el invernadero y los padres de Holly aparecieron en la puerta sosteniendo un gran pastel de cumpleaños y cantando Cumpleaños feliz. Los invitados se pusieron a cantar con ellos y Ciara se levantó de un salto, disfrutando con su protagonismo. Cuando sus padres salieron al jardín, Holly se fijó en que alguien los seguía con un enorme ramo de flores. Caminaron hasta Ciara y dejaron el pastel encima de la mesa delante de ella. Entonces el desconocido apartó lentamente el ramo que le tapaba la cara.
– ¡Mathew! -exclamó Ciara.
Holly estrechó la mano de Ciara al ver que ésta palidecía.
– Perdona que haya sido tan estúpido, Ciara. -El acento australiano de Mathew resonó por todo el jardín. Algunos de los amigos de Declan sonrieron, obviamente incómodos ante aquella exhibición de sentimientos. Mathew parecía una escena de un serial australiano, pero lo cierto es que el dramatismo solía dar resultado con Ciara-. ¡Te quiero! ¡Por favor, acéptame otra vez! -suplicó Mathew, y todos los presentes se volvieron hacia Ciara para ver qué contestaba.
Su labio inferior comenzó a temblar. De pronto corrió hasta Mathew y saltó encima de él, agarrándolo con las piernas por la cintura y con los brazos por el cuello.
Abrumada por la emoción, los ojos de Holly se llenaron de lágrimas al ver a su hermana reconciliada con el hombre que amaba. Declan cogió su cámara y se puso a filmar.
Daniel rodeó con el brazo los hombros de Holly y la estrechó alentadoramente.
– Lo siento, Daniel -susurró Holly, enjugándose las lágrimas-, pero me parece que acaban de plantarte.
– Descuida -dijo Daniel-. De todos modos nunca es bueno mezclar el placer con el trabajo -añadió como si se sintiera aliviado.
Holly siguió observando mientras Mathew hacía girar a Ciara sosteniéndola en brazos.
– ¡Ya vale, largaos a una habitación! -exclamó Declan indignado, y todo el mundo se echó a reír.
Holly sonrió al conjunto de jazz al pasar y buscó a Denise por el bar. Se habían citado en el bar favorito de las chicas, Juicy, conocido por su extensa carta de cócteles y su música relajada. Holly no tenía intención de emborracharse aquella noche, ya que quería estar en condiciones de disfrutar de las vacaciones tanto como pudiera a partir del día siguiente. Se había propuesto estar llena de vida y energía durante la semana de relax que le había brindado Gerry. Vio a Denise acurrucada junto a Tom en un confortable sofá de piel negra situado en la zona acristalada que daba al río Liffey. Dublín estaba iluminada y todos sus colores se reflejaban en el agua. Daniel estaba sentado delante de Denise y Tom, sorbiendo ávidamente un daiquiri de fresa mientras vigilaba el local. Para variar, Tom y Denise hacían el vacío a todo el mundo.
– Siento llegar tarde -se disculpó Holly, acercándose a sus amigos-. Quería terminar de preparar la maleta antes de salir.
– No estás perdonada -le susurró Daniel al oído, dándole la bienvenida con un abrazo y un beso.
Denise miró a Holly y sonrió, Tom la saludó con la mano y ambos volvieron a quedar embelesados.
– No entiendo por qué se molestan en invitar a otras personas a salir. Se pasan todo el rato sentados ahí, mirándose a los ojos e ignorando a los demás. ¡Ni siquiera hablan entre sí! Y si intentas entablar conversación, te hacen sentir como si los hubieses interrumpido. Ahí donde los ves, parece que se comunican telepáticamente -dijo Daniel, sentándose de nuevo. Bebió otro sorbo de su copa e hizo una mueca de asco-. Y además necesito una cerveza.
– O sea que estás pasando una velada fantástica -se mofó Holly.
– Perdona -se disculpó Daniel-. Es que hace tanto tiempo que no hablo con otro ser humano que he olvidado mis modales.
Holly rió tontamente. Luego dijo:
– Bueno, he venido a rescatarte. -Cogió la carta y estudió la lista de ombinados. Eligió el que contenía menos alcohol y se arrellanó en el asiento. Podría quedarme dormida en este sillón -comentó, retrepándose más.
Daniel arqueó las cejas.
– Entonces sí que realmente me lo tomaría como algo personal.
– No te preocupes que no lo haré -le aseguró Holly-. Veamos, señor onnelly, tú lo sabes absolutamente todo acerca de mí. Esta noche tengo la misión de averiguar cuanto pueda sobre ti, así que prepárate para mi interrogatorio.
Daniel sonrió.
– Muy bien, estoy listo.
Holly meditó la primera pregunta. -¿De dónde eres?
– Nací y me crié en Dublín. -Tomó un sorbo de su cóctel rojo y volvió a hacer una mueca-. Y si alguna de las personas con las que crecí me vieran bebiendo este jarabe y escuchando jazz tendría serios problemas.
Holly volvió a reír.
– Cuando acabé el instituto, me alisté en el ejército -prosiguió. Holly levantó la vista, impresionada.
– ¿Por qué lo hiciste?
Daniel no tuvo que pensar la respuesta.
– Porque no tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y la paga era buena.
– Y después hablan de salvar vidas inocentes -ironizó Holly.
– Sólo estuve unos años en el ejército.
– ¿Por qué lo dejaste?
Holly bebió un trago de su cóctel de lima favorito.
– Porque me di cuenta de que tenía ganas de tomar cócteles y escuchar jazz, y eso no iban a permitirlo en los barracones del ejército -explicó Daniel. Holly soltó una risita.
– Di la verdad, Daniel. Daniel sonrió.
– Perdona, simplemente no iba conmigo. Mis padres se habían mudado a Galway para llevar un pub y la idea me atrajo. Así que me mudé a Galway para trabajar allí. Con el tiempo, mis padres se jubilaron yyo me hice cargo del pub. Hace unos años decidí que quería ser dueño de mi propio local, trabajé duro, ahorré dinero, me embarqué en la mayor hipoteca de todos los tiempos, me mudé de nuevo a Dublín y compré el Hogan's. Y aquí estoy, hablando contigo. Holly sonrió.
– Vaya, tu biografía es maravillosa, Daniel.
– Nada del otro mundo, pero una vida al fin y al cabo. Daniel le devolvió la sonrisa.
– ¿Y dónde encaja tu ex en todo esto? -preguntó Holly.
– Justo entre mis tiempos de encargado del pub de Galway y mi mudanza a Dublín.
– Oh, entiendo. -Holly asintió con aire pensativo. Apuró su copa y cogió la carta otra vez-. Creo que quiero «Sexo en la playa».
– ¿Cuándo? ¿Durante las vacaciones? -bromeó Daniel.
Holly le golpeó el brazo juguetonamente. Ni en un millón de años.
CAPÍTULO 26
– ¡Nos vamos de vacaciones de verano! -cantaban las chicas en el coche camino del aeropuerto. John se había ofrecido a acompañarlas al aeropuerto, pero ya se estaba arrepintiendo. Se estaban comportando como si nunca antes hubiesen salido del país. Holly no recordaba la última vez que había estado tan excitada. Se sentía como si estuviera otra vez en la escuela y hubiesen salido de excursión. Llevaba el bolso lleno de paquetes de caramelos, chocolainas y revistas, y las tres amigas no podían parar de cantar canciones horteras en el asiento trasero del coche. El vuelo no salía hasta las nueve de la noche, de modo que no llegarían a su alojamiento hasta bien entrada la madrugada.
Llegaron al aeropuerto y saltaron del coche mientras John sacaba sus maletas del maletero. Denise atravesó la calle y entró corriendo en el vestíbulo de salidas, como si así pudiera llegar antes. En cambio, Holly se apartó un poco el coche y esperó a Sharon, que se estaba despidiendo de su marido.
– Tendréis cuidado, verdad? -preguntó John, preocupado-. No hagáis ninguna tontería mientras estéis allí.
– John, claro que tendremos cuidado. Él no la escuchaba.
– Porque una cosa es hacer el indio aquí, pero uno no puede portarse de este modo cuando está en otro país.
– John -dijo Sharon, rodeándole el cuello con los brazos-, sólo voy a pasar una semana de relax, no tienes que preocuparte por mí.
– John le susurró algo al oído y ella asintió.
– Lo sé, lo sé.
Se dieron un interminable beso de despedida y Holly contempló el abrazo de sus amigos de toda la vida. Palpó el bolsillo delantero del bolso para asegurarse de que llevaba la carta de Gerry correspondiente al mes de agosto. Dentro de unos días podría abrirla tumbada en la playa. Menudo lujo. El sol, la arena, el mar y Gerry, todo el mismo día.
– Holly, ¿querrás vigilar a mi querida esposa por mí? -preguntó John, interrumpiendo los pensamientos de Holly.
– Así lo haré, John. Aunque sólo estaremos fuera una semana. Holly rió y le dio un abrazo.
– Ya lo sé, pero después de ver las locuras que hacéis cuando salís de noche, es normal que me preocupe un poco. -Sonrió-. Disfruta mucho, Holle, te mereces un buen descanso.
John las siguió con la mirada mientras cruzaban la calzada arrastrando las maletas y entraban en el vestíbulo de salidas.
Holly se detuvo un momento al cruzar la puerta y respiró hondo. Le encantaban los aeropuertos. Le encantaba el olor, el ruido y la atmósfera en general, con todo aquel gentío que iba de un lado a otro portando equipajes, deseosos de comenzar las vacaciones o regresando a casa. Le encantaba presenciar el entusiasmo con que eran recibidos los recién llegados por sus familiares y observar la emoción con que se abrazaban. Era un lugar perfecto para ver gente. El aeropuerto le provocaba siempre una sensación de expectativa en la boca del estómago, como si se dispusiera a hacer algo especial y asombroso. Haciendo cola en la puerta de embarque, se sentía la emoción infantil de estar aguardando para subir a la montaña rusa de un parque de atracciones.
Holly siguió a Sharon y ambas se reunieron con Denise hacia la mitad de la larguísima cola de facturación.
– Os dije que teníamos que venir antes -se quejó Denise.
– Ya, pero entonces tendríamos que esperar el mismo rato en la puerta de embarque -razonó Holly.
– Sí, pero al menos allí hay un bar -explicó Denise-, y es el único sitio en todo este estúpido edificio donde los monstruos fumadores como yo podemos fumar -murmuró.
– Eso es verdad -convino Holly.
– Bueno, me gustaría dejaros bien claro a las dos una cosa antes de salir, no pienso dedicarme a beber como una loca ni a salir todas las noches hasta las tantas. Lo único que quiero es descansar al borde de la piscina o en la playa con mis libros, disfrutar de la comida y acostarme temprano -dijo Sharon, muy seria.
Denise miró a Holly con cara de pasmo.
– ¿Es demasiado tarde para invitar a otra persona, Hol? ¿Qué opinas? Las maletas de Sharon aún no se han facturado y John no puede andar lejos.
– No, esta vez estoy de acuerdo con Sharon -dijo Holly-. Sólo quiero descansar y no hacer nada demasiado estresante.
Denise hizo pucheros como una chiquilla.
– No te preocupes, cielo -susurró Sharon con dulzura-. Seguro que habrá otros niños de tu edad con quienes podrás jugar.
Denise la amenazó con el dedo índice.
– Oye, si al llegar allí me preguntan si tengo algo que declarar, diré a todo el mundo que mis dos amigas son unas viejas cascarrabias.
Sharon y Holly rieron con disimulo.
Tras media hora de cola, por fin facturaron el equipaje y Denise salió despavorida hacia la tienda, donde compró un cargamento de cigarrillos para toda una vida.
– ¿Por qué me mira tanto esa chica? -preguntó Denise entre dientes, observando a una muchacha que había en el otro extremo del bar.
– Probablemente porque no le quitas el ojo de encima-respondió Sharon, y comprobó la hora en su reloj-. Sólo faltan quince minutos.
– No, en serio, chicas. -Denise se volvió hacia ellas-. No son paranoias, os aseguro que no para de mirarnos.
– ¿Y por qué no vas y le preguntas qué quiere? -bromeó Holly con picardía, y Sharon soltó una risita.
– ¡Viene hacia aquí! -susurró Denise, alarmada, dando la espalda a la desconocida.
Holly alzó la mirada y vio a una chica rubia muy delgada, de grandes tetas postizas, que se dirigía hacia ellas.
– Más vale que te pongas las nudilleras de metal, Denise, parece bastante peligrosa -se mofó Holly, y Sharon, que estaba bebiendo, se atragantó.
– ¡Hola, qué tal! -saludó la muchacha.
– Hola -dijo Sharon, procurando no reír.
– Perdona si he sido grosera mirando de esta manera, pero es que tenía que acercarme para ver si realmente eras tú.
– Desde luego que soy yo -dijo Sharon con sarcasmo-, en carne y hueso. -¡Ay, lo sabía! -exclamó la muchacha, y se puso a saltar de emoción. Como era de prever, los pechos apenas se movieron-. ¡Mis amigas no paraban de decirme que me equivocaba, pero sabía que eras tú! Son aquellas de allí. -Se volvió y señaló hacia el final de la barra, donde otras cuatro spicegir/s saludaron con la mano-. Me llamo Cindy…
Sharon volvió a atragantarse con el agua.
– ¡Y soy vuestra fan número uno! -gritó excitada-. Adoro ese programa en el que trabajáis. ¡Lo he visto más de mil veces! Tú haces de princesa Holly, ¿verdad? -dijo apuntando a la cara de Holly con una uña impecable.
Holly abrió la boca para contestar pero Cindy siguió hablando.
– ¡Y tú interpretas a la dama de honor! -exclamó señalando a Denise-. ¡Y tú! -agregó todavía más fuerte, señalando a Sharon-. ¡Tú eras la amiga de la estrella de rock australiana!
Las chicas intercambiaron miradas de inquietud al ver que su admiradora acercaba una silla y se sentaba a su mesa.
– Veréis, yo también soy actriz… Denise puso los ojos en blanco.
– … y me encantaría trabajar en un programa como el vuestro. ¿Cuándo grabáis el próximo?
Holly abrió la boca para explicarle que en realidad no eran actrices, pero Denise se le adelantó.
– Bueno, aún estamos en la fase de negociaciones de nuestro próximo proyecto -mintió.
– ¡Eso es fantástico! -vociferó Cindy dando una palmada-. ¿Sobre qué será?
– De momento no podemos decir nada. Tendremos que ir a Hollywood a grabar.
Cindy parecía a punto de sufrir un ataque cardíaco. -¡Oh, Dios mío! ¿Quién es vuestro agente?
– Frankie -intervino Sharon-. Así que Frankie se vendrá con nosotras a Hollywood.
Holly no pudo reprimir por más tiempo la risa.
– No le hagas caso, Cindy. Está muy nerviosa -explicó Denise.
– ¡No me extraña! -Cindy se fijó en la tarjeta de embarque de Denise, que estaba encima de la mesa, y le dio un vuelco el corazón-. ¡Uau, chicas! Nosotras también vais a Lanzarote?
Denise cogió la tarjeta de embarque y la metió en el bolso, como si eso fuera a servir de algo.
– Yo voy con mis amigas. Están allí. -Se volvió y las saludó levantando
a mano otra vez, y ellas le devolvieron el saludo-. Nos alojamos en un hotel llamado Costa Palma Palace. ¿Y vosotras?
A Holly se le cayó el alma a los pies.
– Ahora no me acuerdo-mintió Holly-. ¿Vosotras os acordáis, chicas?
– Miró a Sharon y Denise abriendo los ojos desorbitadamente.
Ambas se apresuraron a negar con la cabeza.
– Bah, no importa. -Cindy se encogió de hombros alegremente-. ¡Os veré cuando aterricemos de todos modos! ¡Más vale que vaya a embarcar, no me gustaría que el avión despegara sin mí!
Hablaba tan fuerte que los ocupantes de las mesas vecinas se volvieron para mirarla. Dio un fuerte abrazo a cada una de las chicas y fue a reunirse de nuevo con sus amigas.
– Creo que sí necesitábamos esas nudilleras de metal -comentó Holly, abatida.
– No tiene importancia -aseguró Sharon, tan optimista como siempre-. Basta con que no le hagamos caso.
Se levantaron para dirigirse a la puerta de embarque. Mientras se abrían paso hacia sus asientos, a Holly volvió a caerle el alma a los pies y de inmediato ocupó el asiento más alejado del pasillo. Sharon se sentó a su lado y el rostro de Denise palideció cuando se dio cuenta de quién le tocaba a su vera.