La Comunidad del Anillo - Tolkien John Ronald reuel 5 стр.


”Pero reconozco que fue un rudo golpe para los Sacovilla-Bolsón. Pensaban quedarse con Bolsón Cerrado, cuando Bilbo desapareció y se lo dio por muerto. Y he aquí que vuelve, los echa, y sigue viviendo y viviendo, manteniéndose siempre joven, ¡bendito sea! Y de pronto presenta un heredero con todos los papeles en regla. Los Sacovilla-Bolsón nunca volverán a ver Bolsón Cerrado por dentro, o al menos así lo esperamos.

—He oído decir que hay una considerable cantidad de dinero escondida allí —dijo un extranjero, viajante de comercio de Cavada Grande en la Cuaderna del Oeste—, y que todo lo alto de la colina de ustedes está plagado de túneles atestados de cofres con plata, oro y joyas.

—Entonces ha oído más de lo que yo podría decir ahora —respondió el Tío—. No sé nada de joyas. El señor Bilbo es generoso con su dinero y parece no faltarle; pero no sé nada de túneles. Vi al señor Bilbo cuando volvió, unos sesenta años atrás, cuando yo era muchacho. A poco de emplearme como aprendiz, el viejo Cavada (primo de mi padre) me hizo subir a Bolsón Cerrado para ayudarlo a evitar que la gente pisoteara el jardín mientras duraba la subasta y he aquí que en medio de todo aparece el señor Bilbo subiendo la colina, montado en un poney y cargando unas valijas enormes y un par de cofres. No dudo de que esta carga fuera en su mayor parte ese tesoro que él trajo de sitios lejanos, donde hay montañas de oro, según dicen, pero no era tanto como para llenar túneles. Mi muchacho Sam sabrá más acerca de esto, pues allí entra y sale cuando quiere. Lo enloquecen las viejas historias y escucha todos los relatos del señor Bilbo. El señor Bilbo le ha enseñado a leer, sin que ello signifique un daño, noten ustedes, y espero de veras que no le traiga ningún daño.

¡Elfos y dragones!, le digo yo. Coles y patatas son más útiles para mí y para ti. No te mezcles en los asuntos de tus superiores o te encontrarás en dificultades demasiado grandes para ti, le repito constantemente. Y he de decir lo mismo a otros —agregó, mientras miraba al extranjero y al molinero.

Pero el Tío no convenció a su auditorio. La leyenda de la riqueza de Bilbo estaba ya firmemente grabada en la mente de las nuevas generaciones de hobbits.

—Ah, pero es muy probable que él haya seguido aumentando lo que trajo al principio —arguyó el molinero, haciéndose eco de la opinión general—. Se ausenta muy a menudo, y miren la gente extranjera que lo visita: Enanos que llegan de noche; ese viejo hechicero vagabundo, Gandalf, y todos. Usted puede decir lo que quiera, Tío, pero Bolsón Cerrado es un lugar extraño, y su gente más extraña aún.

—Y usted también puede decir lo que quiera, aunque de esto sabe tan poco como de cuestiones de botes, señor Arenas —replicó el Tío, a quien el molinero le resultaba más antipático que de costumbre—. Si eso es ser extraño, entonces podemos encontrar cosas un poco más extrañas por estos lugares. Hay alguien, no muy lejos de aquí, que no ofrecería un vaso de cerveza a un amigo, aunque viviese en una cueva de paredes doradas. Pero en Bolsón Cerrado las cosas se hacen bien. Nuestro Sam dice que todosserán invitados a la fiesta, y que habrá regalos, no lo dude. Regalos para todos y en este mismo mes.

El mes era septiembre; un septiembre tan hermoso como se pudiera pedir. Uno o dos días más tarde se extendió el rumor (probablemente iniciado por el mismo Sam) de que habría fuegos artificiales como no se habían visto en la Comarca durante casi un siglo, al menos desde la muerte del viejo Tuk.

Los días se sucedían y El Día se acercaba. Un vehículo de extraño aspecto, cargado con bultos de extraño aspecto, entró en Hobbiton una noche y subió la Colina de Bolsón Cerrado. Los hobbits espiaban asombrados desde el umbral de las puertas, a la luz de las lámparas. La gente que manejaba el carro era extranjera: enanos encapuchados de largas barbas que entonaban raras canciones. Unos pocos se quedaron en Bolsón Cerrado. Hacia fines de la segunda semana de septiembre un carro que parecía venir del Puente del Brandivino entró en Delagua en pleno día. Lo conducía un viejo. Llevaba un puntiagudo sombrero azul, un largo manto gris y una bufanda plateada. Tenía una larga barba blanca y cejas espesas que le asomaban por debajo del ala del sombrero. Unos niñitos hobbits corrieron detrás del carro, a través de todo Hobbiton, loma arriba. Llevaba una carga de fuegos artificiales, tal como lo imaginaban. Frente a la puerta principal de la casa de Bilbo, el viejo comenzó a descargar; eran grandes paquetes de fuegos artificiales de muchas clases y formas, todos marcados con una gran G .

Era la marca de Gandalf, naturalmente, y el viejo era Gandalf el Mago, de reconocida habilidad en el manejo de fuegos, humos y luces, y famoso por esto en la Comarca. La verdadera ocupación de Gandalf era mucho más difícil y peligrosa, pero el pueblo de la Comarca no lo sabía. Para ellos Gandalf no era más que una de las «atracciones» de la fiesta. De aquí la excitación de los niños hobbits.

—¡La G es de Grande! —gritaban, y el viejo sonreía. Lo conocían de vista, aunque sólo aparecía en Hobbiton ocasionalmente y nunca se detenía mucho tiempo. Pero ni ellos ni nadie, excepto los más viejos de los más viejos, habían visto sus fuegos artificiales, que ya pertenecían a un pasado legendario.

Cuando el viejo, ayudado por Bilbo y algunos enanos, terminó de descargar, Bilbo repartió unas monedas, pero ningún petardo ni ningún buscapié, ante la decepción de los espectadores.

—¡Y ahora, fuera! —dijo Gandalf—. Tendrán de sobra a su debido tiempo.

Desapareció en el interior de la casa junto con Bilbo, y la puerta se cerró. Los niños hobbits se quedaron un rato mirando la puerta, y se alejaron sintiendo que el día de la fiesta no llegaría nunca.

Bilbo y Gandalf estaban sentados en una pequeña habitación de Bolsón Cerrado, frente a una ventana abierta que miraba al oeste sobre el jardín. La tarde era clara y serena. Las flores brillaban, rojas y doradas; escrofularias, girasoles y capuchinas cubrían los muros de barro y se asomaban a las ventanas redondas.

—¡Qué hermoso luce tu jardín! —dijo Gandalf.

—Sí —respondió Bilbo—, le tengo mucho cariño, lo mismo que a toda la vieja Comarca, pero creo que necesito un descanso.

—¿Quieres decir que seguirás adelante con tu plan?

—Así es. Me decidí hace meses, y no he cambiado de parecer.

—Muy bien. No es necesario decir nada más. Mantente en tu plan, en tu plan completo, y creo que dará buenos resultados, para ti y para todos nosotros.

—Así lo espero. De cualquier modo, quiero divertirme el jueves y hacer mi pequeña broma.

—Yo me pregunto quién reirá entonces —dijo Gandalf, sacudiendo la cabeza.

—Veremos —respondió Bilbo.

Al día siguiente, más y más carros subieron por la Colina. Hubo sin duda alguna queja a propósito de este «comercio local» pero esa misma semana Bolsón Cerrado empezó a emitir órdenes reservando toda clase de provisiones, artículos de primera necesidad y costosos manjares que pudieran obtenerse en Hobbiton, Delagua o cualquier otro lugar de la vecindad. La gente se entusiasmó; comenzó a contar los días en el calendario, mientras esperaba ansiosamente al cartero que les llevaría las invitaciones.

Muy pronto las invitaciones comenzaron a salir a raudales y la oficina de correos de Hobbiton quedó bloqueada y la de Delagua abrumada y hubo que contratar carteros voluntarios. Un río continuo de carteros trepó por la loma llevando cientos de corteses variantes de: Gracias, iré con mucho gusto.

En la entrada de Bolsón Cerrado apareció un cartel que decía: PROHIBIDA LA ENTRADA EXCEPTO POR ASUNTOS DE LA FIESTA. Aun a aquellos que se ocupaban o pretendían ocuparse de asuntos de la fiesta raras veces se les permitió la entrada. Bilbo trabajaba: escribiendo invitaciones, registrando respuestas, envolviendo regalos y haciendo algunos preparativos privados. Había permanecido oculto desde la llegada de Gandalf.

Una mañana, los hobbits despertaron y vieron que el prado del sur junto a la puerta principal de Bilbo estaba cubierto con cuerdas y estacas para tiendas y pabellones. Se había abierto una entrada especial en el barranco que daba al camino, y se habían construido allí unos escalones anchos y una gran puerta blanca. Las tres familias hobbits de Bolsón de Tirada, el terreno lindero, estaban muy interesadas y eran envidiadas por todos. El Tío Gamyi hasta dejó de aparentar que trabajaba en el jardín.

Los pabellones comenzaron a elevarse. Había uno particularmente amplio, tan grande que el árbol que crecía en el terreno cabía dentro, y se erguía orgullosamente a un lado, a la cabecera de la mesa principal. Se colgaron linternas de todas las ramas. Algo aún más promisorio para la mentalidad hobbit: se levantó una enorme cocina al aire libre, en la esquina norte del campo. Un ejército de cocineros procedentes de todas las posadas y casas de comidas de muchas millas a la redonda, llegó a ayudar a los enanos y a todos los curiosos personajes que estaban acuartelados en Bolsón Cerrado. La excitación llegó a su punto culminante.

De pronto el cielo se nubló. Esto ocurrió el miércoles, víspera de la fiesta. La ansiedad era intensa. Amaneció el esperado jueves 22 de septiembre. El sol se levantó, las nubes desaparecieron, se enarbolaron las banderas, y la diversión comenzó.

Bilbo Bolsón la llamaba una «fiesta», pero era en realidad una variedad de entretenimientos combinados. Prácticamente, habían sido invitados todos los que vivían cerca. Muy pocos fueron omitidos por error, pero esto no tuvo importancia, pues lo mismo acudieron. Invitaron además a mucha gente de otras partes de la Comarca, y hasta unos pocos de más allá de las fronteras. Bilbo mismo recibía a los invitados (y acompañantes) junto a la nueva puerta blanca. Repartió regalos a todos, y muchos a algunos que salían por los fondos y volvían a entrar por la puerta principal. Los hobbits, cuando cumplían años, acostumbraban hacer regalos a los demás. Regalos no muy caros, generalmente, y no tan pródigos como en esta ocasión; pero no era un mal sistema. En verdad, en Hobbiton y en Delagua todos los días del año era el cumpleaños de alguien, y por lo tanto todo hobbit tenía una oportunidad segura de recibir un regalo al menos una vez por semana. Nunca se cansaban de los regalos.

En esta ocasión los regalos fueron desacostumbradamente buenos. Los niños hobbits estaban tan excitados que por un rato se olvidaron de comer. Había juguetes nunca vistos, todos hermosos y algunos evidentemente mágicos. Muchos de ellos habían sido encargados un año antes y los habían traído de la Montaña y del Valle, y eran piezas auténticas, fabricadas por enanos.

Cuando todos estuvieron dentro, y luego de dárseles la bienvenida, hubo canciones, danzas, música, juegos, y como era de esperar, comida y bebida. Había tres comidas oficiales: almuerzo, merienda y cena, pero el almuerzo y la merienda se distinguieron principalmente por el hecho de que entonces todos los invitados estaban sentados y comían juntos. En otros momentos había sólo grupos de gente que comían y bebían, sucediéndose sin interrupción desde las once hasta las seis y media, hora en que comenzaron los fuegos artificiales.

Los fuegos artificiales eran de Gandalf; no sólo los había traído, sino que los había preparado y fabricado. Él mismo disparó los más extraños, las piezas y los cohetes voladores. Hubo también una generosa distribución de buscapiés, petardos, bengalas, cohetes, antorchas, estrellitas, velas de enano, fuentes élficas, duendes ladradores y truenos; todos soberbios. El arte de Gandalf progresaba con los años.

Hubo cohetes como un vuelo de pájaros centelleantes, de dulces voces; hubo árboles verdes, con troncos de humo oscuro, y hojas que se abrían en una súbita primavera; de las ramas brillantes caían flores resplandecientes sobre los hobbits maravillados y desaparecían dejando un suave aroma en el instante mismo en que ya iban a tocar los rostros vueltos hacia arriba. Hubo fuentes de mariposas que volaban entre los árboles, columnas de fuegos coloreados que se elevaban transformándose en águilas, o barcos de vela, o una bandada de cisnes voladores. Hubo un trueno y un relámpago rojo, y luego una lluvia amarilla; un bosque de lanzas plateadas se alzó de pronto con alaridos de batalla y cayó en El Agua siseando como cien serpientes enardecidas. Y también hubo una última sorpresa dedicada a Bilbo, que dejó atónitos a los hobbits, como lo deseaba Gandalf. Las luces se apagaron; una gran humareda subió en el aire, tomando la forma de una montaña lejana, vomitando llamas escarlata y verdes. Y de esas llamas salió volando un dragón rojo y dorado, no de tamaño natural, pero sí de terrible aspecto. Le brotaba fuego de la boca y le relampagueaban los ojos. Se oyó de pronto un rugido y el dragón pasó tres veces como una exhalación sobre las cabezas de la multitud. Todos se agacharon y muchos cayeron de bruces. El dragón se alejó como un tren expreso, dio un triple salto mortal, y estalló sobre Delagua con un estruendo ensordecedor.

—¡La señal para la cena! —dijo Bilbo.

El susto y la alarma se disiparon inmediatamente y los postrados hobbits se incorporaron de un salto. Hubo una espléndida cena para todos, excepto los invitados a la cena especial de la familia que se sirvió en el pabellón. Se limitaron las invitaciones a doce docenas (número que los hobbits llamaban una gruesa, aunque el término no se considerara apropiado para contar gente) y los invitados fueron seleccionados entre todas las familias a las que Bilbo y Frodo estaban unidos por lazos de parentesco, con el agregado especial de unos pocos amigos, como Gandalf. Se incluyeron muchos niños hobbits, con el permiso de las familias, pues los hobbits no acostaban temprano a los niños, y los sentaban a la mesa junto con los mayores, especialmente cuando se trataba de conseguir una comida gratis. La crianza de los niños hobbits demandaba una gran cantidad de cereales.

Había muchos de los Bolsón y de los Boffin, también de los Tuk y los Brandigamo; varios de los Cavada, parientes de la abuela de Bilbo Bolsón, y varios Redondo, relacionados con el abuelo Tuk; y una selección de los Bolger, Ciñatiesa, Corneta, Ganapié, Madriguera, Tallabuena y Tejonera. Algunos sólo eran parientes lejanos de Bilbo, y otros apenas habían estado alguna vez en Hobbiton, pues vivían en los remotos confines de la Comarca. No se olvidó a los Sacovilla-Bolsón. Estaban presentes Otho y su esposa Lobelia. Le tenían antipatía a Bilbo y detestaban a Frodo, pero les pareció que no era posible rechazar una invitación escrita con tinta dorada en una magnífica tarjeta. Además, su primo, Bilbo, se había especializado en la buena cocina durante muchos años, y su mesa era muy apreciada.

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